Fueron publicadas simultáneamente en la fecha. Desde este blog coincidimos con la segunda, que expresa el Profesor Andruet y resume adecuadamente la doctrina católica sobre el tema.
Necesitamos saber qué hacer con ellos
César A. Sánchez Sarmiento (Ginecólogo especialista en medicina reproductiva. Director médico de Nascentis.)
En los últimos años y debido a los múltiples cambios sociales que, siempre llegan, se ha dado en nuestro país una discusión en relación con la fertilidad asistida. La criopreservación de embriones es, sin lugar a dudas, uno de los aspectos que más debate genera.
La fertilización in vitro, así como otros métodos de la medicina reproductiva, da la posibilidad de tener un hijo a numerosas personas y esto ocurre desde hace más de 30 años en nuestro país y en el mundo. Para realizar este tratamiento, es necesario que la unión del óvulo y del espermatozoide, que en situaciones normales se produce en el interior del cuerpo de la mujer, se realice en un laboratorio de alta complejidad.
De esta unión se formarán embriones. Algunos de ellos (comúnmente no más de dos) serán implantados en el útero de la mujer; otros serán guardados por si el primer intento falla o por si, en el futuro, la pareja quiere darle hermanos al bebé que nacerá.
La primera discusión que esto genera es si lo que se está criopreservando (congelando) son seres humanos.
Científicamente, un embrión es un grupo de células que tiene el potencial de desarrollar una persona, pero que en el momento en que se criopreserva (en nitrógeno líquido a 196°C bajo cero) tiene entre dos y cinco días de desarrollo y es un conjunto de células que forman una pelotita de aproximadamente 100 micras de milímetro (es decir, un milímetro dividido en cien).
En otras palabras, el embrión es vida humana porque se origina de otras dos células de origen humano, pero ni desde lo científico ni desde lo biológico es una persona, porque un embrión puede considerarse un ser humano a los 14 días de evolución, cuando aparece el esbozo de que lo va a ser el sistema nervioso central, y ningún embrión se criopreserva en ese estadio.
Vale destacar también que, como se trata de un grupo de células germinales, un embrión puede dar lugar a una persona sólo si es implando en el útero de la mujer. De lo contrario, puede diferenciarse en células de otros tejidos del cuerpo humano.
El segundo debate tiene que ver con el destino de las decenas de embriones que las parejas ya no necesitan o no pueden seguir manteniendo económicamente y que están guardados en los centros de medicina reproductiva. ¿Deben ser desechados, conservados de por vida o donados? Ante esto, debo decir que nuestro país tiene una gran deuda legal, porque no hay normativa que indique de qué manera proceder.
Entonces, la respuesta es que debemos tener una ley de medicina reproductiva que regule el accionar respecto de quién, cuándo y de qué manera se debe ayudar a las personas que no pueden tener bebés. Lo necesitan esos futuros papás, los bebés por venir, sus familiares y amigos y también quienes nos dedicamos a esto.
Sin dejar de tener presente las posturas religiosas, económicas, sociales y políticas que intervienen, es importante y sumamente necesario librar un análisis profundo y objetivo de esta dolorosa realidad que, de cerca o no tan de cerca, toca a casi todos los individuos de una sociedad.
La dificultad para concebir es un problema de salud como cualquier otro y debemos abordarla con la mayor seriedad, conocimientos y responsabilidad posibles.
La Voz del Interior, 28-9-11
César A. Sánchez Sarmiento (Ginecólogo especialista en medicina reproductiva. Director médico de Nascentis.)
En los últimos años y debido a los múltiples cambios sociales que, siempre llegan, se ha dado en nuestro país una discusión en relación con la fertilidad asistida. La criopreservación de embriones es, sin lugar a dudas, uno de los aspectos que más debate genera.
La fertilización in vitro, así como otros métodos de la medicina reproductiva, da la posibilidad de tener un hijo a numerosas personas y esto ocurre desde hace más de 30 años en nuestro país y en el mundo. Para realizar este tratamiento, es necesario que la unión del óvulo y del espermatozoide, que en situaciones normales se produce en el interior del cuerpo de la mujer, se realice en un laboratorio de alta complejidad.
De esta unión se formarán embriones. Algunos de ellos (comúnmente no más de dos) serán implantados en el útero de la mujer; otros serán guardados por si el primer intento falla o por si, en el futuro, la pareja quiere darle hermanos al bebé que nacerá.
La primera discusión que esto genera es si lo que se está criopreservando (congelando) son seres humanos.
Científicamente, un embrión es un grupo de células que tiene el potencial de desarrollar una persona, pero que en el momento en que se criopreserva (en nitrógeno líquido a 196°C bajo cero) tiene entre dos y cinco días de desarrollo y es un conjunto de células que forman una pelotita de aproximadamente 100 micras de milímetro (es decir, un milímetro dividido en cien).
En otras palabras, el embrión es vida humana porque se origina de otras dos células de origen humano, pero ni desde lo científico ni desde lo biológico es una persona, porque un embrión puede considerarse un ser humano a los 14 días de evolución, cuando aparece el esbozo de que lo va a ser el sistema nervioso central, y ningún embrión se criopreserva en ese estadio.
Vale destacar también que, como se trata de un grupo de células germinales, un embrión puede dar lugar a una persona sólo si es implando en el útero de la mujer. De lo contrario, puede diferenciarse en células de otros tejidos del cuerpo humano.
El segundo debate tiene que ver con el destino de las decenas de embriones que las parejas ya no necesitan o no pueden seguir manteniendo económicamente y que están guardados en los centros de medicina reproductiva. ¿Deben ser desechados, conservados de por vida o donados? Ante esto, debo decir que nuestro país tiene una gran deuda legal, porque no hay normativa que indique de qué manera proceder.
Entonces, la respuesta es que debemos tener una ley de medicina reproductiva que regule el accionar respecto de quién, cuándo y de qué manera se debe ayudar a las personas que no pueden tener bebés. Lo necesitan esos futuros papás, los bebés por venir, sus familiares y amigos y también quienes nos dedicamos a esto.
Sin dejar de tener presente las posturas religiosas, económicas, sociales y políticas que intervienen, es importante y sumamente necesario librar un análisis profundo y objetivo de esta dolorosa realidad que, de cerca o no tan de cerca, toca a casi todos los individuos de una sociedad.
La dificultad para concebir es un problema de salud como cualquier otro y debemos abordarla con la mayor seriedad, conocimientos y responsabilidad posibles.
La Voz del Interior, 28-9-11
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No son desechables
Armando S. Andruet (h)- Vocal del Tribunal Superior de Justicia de Córdoba
Días atrás, tres noticias fueron tapa de un diario nacional:
1) “Polémico fallo por el uso de embriones”, 2) “La píldora soñada: vence a las arrugas”, 3) “Avanza en Diputados la ley que permitirá el cambio de sexo”. Entre ellas existe un hilo conductor: una medicina tecnificada que permite dar curso a proyectos terapéuticos, estéticos y sociales y, como es lógico, una demanda que cristaliza el sueño de una salud perfecta.
Reflexionaremos sobre el supuesto 1: una relación conyugal desgranándose y que otrora acudiera a las técnicas de reproducción asistida mediante las cuales se fecundaron óvulos in vitro . Algunos fueron transferidos al útero y otros se crioconservaron. Sobrevenida la desavenencia marital, la esposa solicita una nueva transferencia embrionaria y el cónyuge niega su consentimiento.
No haremos aportes sobre la resolución judicial; formularemos, sí, nuestra preocupación por la ausencia de cualquier reflexión bioética en el pronunciamiento.
Casos trágicos como este –puesto que no hay ley regulatoria y presuntivamente se compromete a la persona humana– merecen más que pura ortodoxia judicial. Cualquier realidad compleja impone miradas transdisciplinarias y los jueces somos poco atentos a tal apertura epistemológica y gustamos de ejercitar imperialismos disciplinares.
¿Es o no persona? Lo sustantivo del problema es si la materialidad que está conservada en frío es o no una persona humana. Los argumentos para negarlo dirán que hay una vida humana y no una persona humana, porque la viabilidad del componente no está asegurada, o porque no hay individualidad por falta de anidación o porque no hay un desarrollo de cresta neuronal. Algunos de estos argumentos esbozó Mary Warnock en su informe de la década de 1980, cuando buscó razones que avalaran el concepto de “pre-embrión” para que las técnicas de reproducción asistida pudieran expandirse. El concepto se asocia al de “pre-persona” y con él no habrá lugar para objeción moral, jurídica, social o científica respecto de una supuesta cosificación.
Sin intentar rebatir técnicamente las tesis, oponemos el sentido común. Es la ciencia médica la que inicialmente brinda asentimiento a que dicho conglomerado celular es valioso per se, puesto que si es retirado del hábitat hostil donde está y se coloca en otro natural, seguirá un decurso autopropulsado desde su propia estructura.
La vida humana no es en abstracto; no es entelequia, sino algo objetivamente verificable: la vida es de alguien, no de algo.
El hecho de que en dicho conjunto celular no se vea reflejada la integridad de un hombre es cierto, pero tampoco es visualizado en una ecografía de pocas semanas; sin embargo, en ambos casos, lo que vemos no es en potencia el hombre, sino que está todo el hombre que ya es. Ello es así de acuerdo a la confirmación que la biología molecular ha descifrado: el ADN no muta y se conformó en la fase inicial de la vida de la persona. Tan pronto los gametos del óvulo y del espermatozoide se fusionen, arrojarán una realidad diversa a ellos mismos y que, como tal, dispara el devenir de la vida personal.
Cuando se cumple el pronucleamiento y se produce la primera división celular –hay dos hemicélulas–, se tiene la inevitable certificación empírica de que el óvulo ha sido fecundado. Hay allí una realidad diferente y nueva a la que existía. Esa realidad, de no interrumpirse congelándose, seguirá sucesivas divisiones y organización celular y tendrá ya ganado desde aquella primera, su ADN, que no variará jamás.
Ensayar que es una vida sin persona o que, por no estar amarrada al útero, puede ser desconocida en su individualidad, o que, por carecer de sistema nervioso, no se puede considerar persona humana, son líneas argumentales que empalidecen a la naturaleza humana que es cosificada y representativa de una mentalidad tecno-científica prohijada por la medicina moderna.
No despreciamos la búsqueda de satisfacciones terapéuticas para quienes tienen disfunciones reproductivas, pero nunca cosificando a las personas.
Obvio que los embriones crioconservados no son desechables, como no lo es ninguna vida humana; para ellos, la adopción prenatal es una vía apta. Lo cierto es que la vida de las personas es demasiado preciosa para dejarla en ponderación de los jueces, como es cuando la ley está ausente; no porque ella sea buena, sino sólo porque ha impuesto una discusión de la razón pública que, en este caso, a la sociedad civil le es debida.
La Voz del Interior, 28-9-11
Armando S. Andruet (h)- Vocal del Tribunal Superior de Justicia de Córdoba
Días atrás, tres noticias fueron tapa de un diario nacional:
1) “Polémico fallo por el uso de embriones”, 2) “La píldora soñada: vence a las arrugas”, 3) “Avanza en Diputados la ley que permitirá el cambio de sexo”. Entre ellas existe un hilo conductor: una medicina tecnificada que permite dar curso a proyectos terapéuticos, estéticos y sociales y, como es lógico, una demanda que cristaliza el sueño de una salud perfecta.
Reflexionaremos sobre el supuesto 1: una relación conyugal desgranándose y que otrora acudiera a las técnicas de reproducción asistida mediante las cuales se fecundaron óvulos in vitro . Algunos fueron transferidos al útero y otros se crioconservaron. Sobrevenida la desavenencia marital, la esposa solicita una nueva transferencia embrionaria y el cónyuge niega su consentimiento.
No haremos aportes sobre la resolución judicial; formularemos, sí, nuestra preocupación por la ausencia de cualquier reflexión bioética en el pronunciamiento.
Casos trágicos como este –puesto que no hay ley regulatoria y presuntivamente se compromete a la persona humana– merecen más que pura ortodoxia judicial. Cualquier realidad compleja impone miradas transdisciplinarias y los jueces somos poco atentos a tal apertura epistemológica y gustamos de ejercitar imperialismos disciplinares.
¿Es o no persona? Lo sustantivo del problema es si la materialidad que está conservada en frío es o no una persona humana. Los argumentos para negarlo dirán que hay una vida humana y no una persona humana, porque la viabilidad del componente no está asegurada, o porque no hay individualidad por falta de anidación o porque no hay un desarrollo de cresta neuronal. Algunos de estos argumentos esbozó Mary Warnock en su informe de la década de 1980, cuando buscó razones que avalaran el concepto de “pre-embrión” para que las técnicas de reproducción asistida pudieran expandirse. El concepto se asocia al de “pre-persona” y con él no habrá lugar para objeción moral, jurídica, social o científica respecto de una supuesta cosificación.
Sin intentar rebatir técnicamente las tesis, oponemos el sentido común. Es la ciencia médica la que inicialmente brinda asentimiento a que dicho conglomerado celular es valioso per se, puesto que si es retirado del hábitat hostil donde está y se coloca en otro natural, seguirá un decurso autopropulsado desde su propia estructura.
La vida humana no es en abstracto; no es entelequia, sino algo objetivamente verificable: la vida es de alguien, no de algo.
El hecho de que en dicho conjunto celular no se vea reflejada la integridad de un hombre es cierto, pero tampoco es visualizado en una ecografía de pocas semanas; sin embargo, en ambos casos, lo que vemos no es en potencia el hombre, sino que está todo el hombre que ya es. Ello es así de acuerdo a la confirmación que la biología molecular ha descifrado: el ADN no muta y se conformó en la fase inicial de la vida de la persona. Tan pronto los gametos del óvulo y del espermatozoide se fusionen, arrojarán una realidad diversa a ellos mismos y que, como tal, dispara el devenir de la vida personal.
Cuando se cumple el pronucleamiento y se produce la primera división celular –hay dos hemicélulas–, se tiene la inevitable certificación empírica de que el óvulo ha sido fecundado. Hay allí una realidad diferente y nueva a la que existía. Esa realidad, de no interrumpirse congelándose, seguirá sucesivas divisiones y organización celular y tendrá ya ganado desde aquella primera, su ADN, que no variará jamás.
Ensayar que es una vida sin persona o que, por no estar amarrada al útero, puede ser desconocida en su individualidad, o que, por carecer de sistema nervioso, no se puede considerar persona humana, son líneas argumentales que empalidecen a la naturaleza humana que es cosificada y representativa de una mentalidad tecno-científica prohijada por la medicina moderna.
No despreciamos la búsqueda de satisfacciones terapéuticas para quienes tienen disfunciones reproductivas, pero nunca cosificando a las personas.
Obvio que los embriones crioconservados no son desechables, como no lo es ninguna vida humana; para ellos, la adopción prenatal es una vía apta. Lo cierto es que la vida de las personas es demasiado preciosa para dejarla en ponderación de los jueces, como es cuando la ley está ausente; no porque ella sea buena, sino sólo porque ha impuesto una discusión de la razón pública que, en este caso, a la sociedad civil le es debida.
La Voz del Interior, 28-9-11