DON BOSCO

DON BOSCO
"BUENOS CRISTIANOS Y HONRADOS CIUDADANOS"

Utopía y política


José María Iraburu

El número de los necios es infinito
Resulta duro decirlo, pero es la verdad: «el número de los necios es infinito» (Ecl 1,15). Hoy, quizá por soberbia de especie humana, por democratismo o por lo que sea, esta verdad suele mantenerse silenciada. Sin embargo, no por eso deja de ser verdadera. La descubre fácilmente la razón natural; pero además es Palabra divina: «ancha es la puerta y espaciosa la senda que lleva a la perdición, y son muchos los que por ella entran» (Mt 7,13).

Los autores espirituales, como Kempis, lo han dicho siempre: «son muchos los que oyen al mundo con más gusto que a Dios; y siguen con más facilidad sus inclinaciones carnales que la voluntad de Dios» (Imitación III,3,3). Y el mismo Santo Tomás, tan bondadoso y sereno, señala la condición defectuosa del género humano como algo excepcional dentro de la armonía general del cosmos:
«Sólo en el hombre parece darse el caso de que lo defectuoso sea lo más frecuente (in solum autem hominibus malum videtur esse ut in pluribus); porque si recordamos que el bien del hombre, en cuanto tal, no es el bien del sentido, sino el bien de la razón, hemos de reconocer también que la mayoría de los hombres se guía por los sentidos, y no por la razón» (STh I,49, 3 ad5m). Todo esto, claro está, tiene consecuencias nefastas para la vida política de la sociedad humana, pues «la sensualidad (fomes) no inclina al bien común, sino al bien particular» (I–II,91, 6 præt.3). Y si la verdadera prudencia es la única capaz de conducir al bien común, reconozcamos que «son muchos los hombres en quienes domina la prudencia de la carne» (I–II,93, 6 præt.2).

Los hombres muy buenos, así como los muy malos, son muy pocos; lo que en uno u otro grado abunda y sobreabunda es la mediocridad. La misma palabra nos hace ver que corresponde al nivel medio de los conjuntos humanos. Y hay que precisar aquí que se trata de una mediocridad mala, maligna, cuya expresión política, por ejemplo, en un régimen democrático, está muy lejos de llevar a la perfección.

Incapacidad política para la perfección
Se equivocan profundamente los hombres idealistas cuando ponen su esperanza de perfección en la política; y se ven necesariamente defraudados. La política no puede conducir a la perfección humana comunitaria. No puede conseguir esto una acción política apoyada, de un modo u otro, en una mayoría en la que predomina la sensualidad y la imprudencia. Los políticos democráticos, concretamente, saben bien que el pueblo es ignorante y egoísta, como suelen serlo ellos mismos; pero le hablan como si fuera esclarecido, infalible y noblemente altruísta… Todos saben que el pueblo, convenientemente manipulado, preferirá a Barrabás antes que a Cristo, y reclamará la muerte del justo «a grandes voces» (Mt 27,23).

Sólamente la comunicación de un espíritu nuevo puede renovar las personas y traer consigo comunidades e incluso sociedades realmente nuevas.
No. La perfección, al menos en términos relativos, puede ser pretendida con esperanza en el empeño personal ascético y en el intento comunitario; pero en la tarea social política, fuera de coyunturas históricas excepcionales, y aún entonces, no puede aspirarse a la perfección, sino a reducir el mal y a acrecentar el bien lo más posible, y a crear un orden de convivencia estable, en el que, eso sí, puedan florecer libremente las perfecciones personales y comunitarias.

La nobilísima actividad política
El cristianismo ha considerado siempre que, entre todas las actividades seculares, la función política es una de las más altas, pues es la más directamente dedicada al bien común de los hombres….En la encíclica Populorum progressio hace Pablo VI una llamada urgente: «Nos conjuramos en primer lugar a todos nuestros hijos. En los países en vías de desarrollo, no menos que en los otros, los seglares deben asumir como tarea propia la renovación del orden temporal [...] Los cambios son necesarios; las reformas profundas, indispensables: deben emplearse resueltamente en infundirles el espíritu evangélico. » (81: 1967). Un cristiano debe en conciencia –es un grave deber– dedicarse a la política cuando Dios le concede estas cuatro condiciones concretas:

1.– Vocación. Todos los cristianos, sin duda, deben colaborar políticamente al bien común, cada uno en su trabajo y profesión, y en cuantos modos les sean posibles en cuanto ciudadanos activos y responsables. Pero es también indudable que para dedicarse más en concreto a la labor política, el cristiano requiere una vocación especial: «No basta decir –escribe Maritain– que la misión temporal del cristiano es de suyo asunto de los laicos. Es preciso decir también que no es asunto de todos los laicos cristianos, ¡ni mucho menos!, sino sólamente de aquéllos que, en razón de las circunstancias, sienten a este respecto eso que se llama una vocación próxima. Y no será necesario añadir todavía que esa llamada próxima no es bastante: que se requiere también una sólida preparación interior» (Le paysan 70).

2.– Virtud. Efectivamente, una sólida preparación interior. Por muchas razones evidentes «el que gobierna debe poseer las virtudes morales en grado perfecto» (Santo Tomás, Política I,10, 7). En efecto, quien se dedica a la vida política necesita, para no causar grandes daños, tener de modo eminente virtudes como abnegación, caridad, sabiduría, veracidad, fortaleza, justicia, prudencia, etc.; porque de sus actos se siguen con frecuencia muy importantes consecuencias para todo el pueblo; y porque en el desempeño de su alta misión ha de resistir tentaciones especialmente graves –de soberbia, falsedad oportunista, enriquecimiento injusto, etc. –.

No pocas veces los políticos cristianos han de ser vistos con mucha compasión. Sirven muchas veces un oficio que les viene grande. Han asumido un ministerio para el que no han sido ni siquiera rudimentariamente preparados –también hay culpas de omisión en quienes no les han dado la doctrina católica sobre su altísimo ministerio–. Y les falta virtud, virtudes personales. Es posible que un zapatero, aunque no sea muy virtuoso, desempeñe su oficio dignamente. Pero un político cristiano, si no es muy virtuoso, ciertamente cumple su oficio de un modo indigno. Algo semejante le ocurre al sacerdote, cuyo ministerio es tan alto que si no se cumple muy bien, probablemente se cumple muy mal, al menos en algunos aspectos. Lo mismo dice San Juan de la Cruz cuando se refiere al director espiritual: «el que temerariamente yerra, estando obligado a acertar, como cada uno lo está en su oficio, no pasará sin castigo, según el daño que hizo» (Llama 3,56). Por eso él aconseja que no ejerza el ministerio de la dirección quien por una u otra razón –no necesariamente culpable– no es idóneo para servirlo dignamente. Todo esto ha de aplicarse al político cristiano.

3.– Conocimientos. Para ser un buen político no bastan las virtudes morales, sino que se requieren una serie de conocimientos históricos y jurídicos, sociales y económicos, así como otras habilidades prácticas, que no pueden darse por supuestos. Aunque muchas veces en la vida política se estime otra cosa, no vale en ella aquella norma de que «la falta de armas se suplirá con valor».
He dicho antes que el político necesita tener en alto grado las virtudes; pero no se olvide aquí que la posesión de un hábito virtuoso no implica necesariamente la facilidad para ejercitarlo, ya que pueden darse factores extrínsecos que impiden ese ejercicio o pueden faltar aquéllos que son necesarios (STh I–II,65, 3). Por muy virtuoso que sea un cristiano, mal podrá servir la acción política si no sabe expresarse bien, si le falla la salud, o sobre todo si carece de la formación suficiente en temas jurídicos, económicos, administrativos, etc. Necesita poseer un nivel suficiente de conocimientos y cualidades personales.

4.– Posibilidad histórica. Para que el cristiano pueda servir en el nobilísimo oficio de político necesita, pues, vocación y virtud; pero necesita también posibilidad histórica concreta. En los primeros siglos de la Iglesia, por ejemplo, apenas era posible que los cristianos, estando proscritos por la ley, pudieran servir en la política al bien común. Se dieron en esto algunas excepciones, pero en niveles políticos modestos y en zonas periféricas del Imperio. Y actualmente estamos en condiciones bastante semejantes.

Doctrina política de la Iglesia
Los políticos cristianos, por otra parte, si han de servir realmente al bien común de la sociedad, impregnándola cuanto sea posible de Evangelio, necesitan conocer y ser fieles a la doctrina política de la Iglesia (+Luis Mª Sandoval).
Y antes de recordar sus principios fundamentales, es preciso recordar que existe una doctrina política de la Iglesia, y que es de altísima calidad, aunque en los últimos decenios venga siendo silenciada e ignorada. En efecto, si consultamos, por ejemplo, los Documentos políticos de la Doctrina Pontificia publicados por la Biblioteca de Autores Cristianos (1958, nº 174), vemos que en un período de unos cien años, entre 1846 y 1955, es decir, entre Pío IX y Pío XII, esta antología, que incluye un buen número de encíclicas, recoge nada menos que 59 documentos. Por el contrario, en la segunda mitad del siglo XX, aunque hay una gran abundancia de documentos sociales, apenas se han producido documentos políticos. Se han hecho, eso sí, en nuestra época muchas llamadas al compromiso político de los cristianos, especialmente en el concilio Vaticano II. Pero aparte de algún discurso ocasional –en la ONU, por ejemplo, y aún en esos casos–, se ha propuesto muy escasamente la doctrina política cristiana. En términos generales, puede decirse que en la segunda mitad del siglo XX el Magisterio apostólico no ha producido ningún documento importante sobre doctrina política. Algunos temas se tocan, por ejemplo, en la encíclica Centesimus Annus (1991: 44–48). Y una de las enseñanzas más notables de la doctrina política de la Iglesia se ha dado, de forma ocasional, en la encíclica Evangelium vitæ (1995: p. ej., 20–24, 69–77). Juan Pablo II recuerda ahí con enérgica claridad unos cuantos principios de la vida política muy olvidados entre los cristianos de hoy –lógicamente, por lo demás, ya que «la fe es por la predicación» (Rm 10,17).

Principios fundamentales de doctrina política cristiana
Recordemos, pues, algunos de los rasgos principales de la doctrina de la Iglesia en materias políticas. Ello nos ayudará a apreciar las posibilidades concretas que los cristianos tienen hoy para introducirse y actuar en el campo de la política.

La autoridad política viene de Dios, sea constituída por herencia dinástica, votación mayoritaria, acuerdo entre clanes o de otros modos lícitos. No hay autoridad que no provenga de Dios, pues cuantas existen por Dios han sido establecidas. Por tanto, deben ser obedecidas «en conciencia» (Rm 13,1–7; 1Pe 2,13–17).

El liberalismo y todos sus derivados –socialismo, comunismo, nazismo, etc.– niegan frontalmente esa verdad. La soberanía del poder político se fundamenta sólamente en el hombre, por encima de la soberanía de Dios y, si llega el caso, contra ella. Es, pues, un ateísmo práctico, con el que hoy la mayoría de los políticos cristianos de Occidente están prácticamente de acuerdo, y algunos, al parecer, teóricamente también. Según el liberalismo vigente, «la razón humana, sin tener para nada en cuenta a Dios, es el único árbitro de lo verdadero y de lo falso, del bien y del mal; es ley de sí misma; y bastan sus fuerzas naturales para procurar el bien de los hombres y de los pueblos» (Pío IX, Syllabus 3: 1864; +Cto.–M 132–137).

Toda alusión a Dios, por consiguiente, debe ser evitada en la vida política, pues es contraria a la unidad y la paz entre los ciudadanos, y causa previsible de separación y enfrentamientos. El bien común político ha de ser, pues, buscado «como si Dios no existiera». Y la fe personal que puedan tener los políticos cristianos debe quedar silenciada y relegada a su vida privada.

Innumerables documentos de la Iglesia, especialmente entre 1850 y 1950, como he dicho, rechazan esa doctrina y anuncian las nefastas consecuencias que con toda seguridad traerá consigo su aplicación práctica. Y también el Vaticano II afirma que es completamente falsa «una autonomía de lo temporal que signifique que la realidad creada es independiente de Dios y que los hombres pueden usarla sin referencia a Dios» (GS 36d). En efecto, hay que «rechazar la funesta doctrina que pretende construir la sociedad prescindiendo en absoluto de la religión» (LG 36d). En ésas estamos, sin embargo. Sin duda es en esa hipótesis, convertida muchas veces en tesis, como ejercen su actividad de hecho la gran mayoría de los políticos cristianos de Occidente.

Las leyes civiles tienen su fundamento en un orden moral objetivo, instaurado por Dios, Creador y Señor de toda la creación, también de la sociedad humana. De otro modo, se cae en el positivismo jurídico, propio del liberalismo, que conduce a la degradación de las leyes, a la disgregación de los pueblos en trozos contrapuestos, y al bien ganado menosprecio de los gobernantes y de sus leyes. No parecen los políticos pararse mucho a pensar que en no pocas encuestas figuran como los profesionales menos apreciados de todos los gremios.

Juan Pablo II, en la Evangelium vitæ, denuncia que «en la cultura democrática de nuestro tiempo se ha difundido ampliamente la opinión de que el ordenamiento jurídico de una sociedad debería limitarse a percibir y asumir las convicciones de la mayoría y, por tanto, basarse sólo sobre lo que la mayoría misma reconoce y vive como normal», sea ello lo que fuere. «De este modo, la responsabilidad de la persona se delega en la ley civil, abdicando de la propia conciencia moral, al menos en el ámbito de la acción pública» (69). La raíz de este proceso está en el relativismo ético, que algunos consideran «como una condición de la democracia, ya que sólo él garantiza la tolerancia, el respeto recíproco entre las personas y la adhesión a las decisiones de la mayoría; mientras que las normas morales, consideradas objetivas y vinculantes, llevarían al autoritarismo y a la intolerancia» (70). «De este modo [por la vía del relativismo absoluto] la democracia, a pesar de sus reglas, va por un camino de totalitarismo fundamental» (20). «En efecto, en los mismos regímenes participativos la regulación de los intereses se produce con frecuencia en beneficio de los más fuertes, que tienen mayor capacidad para maniobrar no sólo las palancas del poder, sino incluso la formación del consenso. En una situación así, la democracia se convierte fácilmente en una palabra vacía» (70).

Por eso, «urge pues descubrir de nuevo la existencia de valores humanos y morales esenciales y originarios, que derivan de la verdad misma del ser humano y expresan y tutelan la dignidad de la persona. Son valores, por tanto, que ningún individuo, ninguna mayoría y ningún Estado nunca pueden crear, modificar o destruir, sino que deben sólo reconocer, respetar y promover» (71).

El principio de la tolerancia. No siempre, sin embargo, es posible lograr una coincidencia entre el orden moral y el orden legal de la ciudad secular. «Ciertamente, el cometido de la ley civil es diverso y de ámbito más limitado que el de la ley moral [...]; consiste en garantizar una ordenada convivencia social en la verdadera justicia, para que todos "podamos vivir una vida tranquila y apacible con toda piedad y dignidad" (1Tim 2,2)» (Evangelium vitæ 71).

Ante esta realidad inevitable, entre el calvinismo extremo, que pretenden leyes absolutamente cristianas, rechazando hacerse cómplice de cualquier ley imperfecta, y el maquiavelismo extremo, que introduce el amoralismo oportunista en la política, es conveniente una tercera vía, un «sano realismo», como decía Pío XII (Radiomensaje Navidad 1956), que aplique con prudencia el principio de la tolerancia, tal como lo formulaba ya León XIII: «aun concediendo derechos sola y exclusivamente a la verdad y a la virtud, no se opone la Iglesia, sin embargo, a la tolerancia por parte de los poderes públicos de algunas situaciones contrarias a la verdad y a la justicia para evitar un mal mayor o para adquirir o conservar un mayor bien» (Libertas 23: 1888).

Hasta ahí los cristianos liberales –círculos cuadrados–, pasando por alto lo de los derechos exclusivos de la verdad, hacen suyo, no sin dificultades, el texto pontificio. Pero éste continúa: «Cuanto mayor es el mal que a la fuerza debe ser tolerado por un Estado, tanto mayor es la distancia que separa a este Estado del mejor régimen político. De la misma manera, al ser la tolerancia del mal un postulado propio de la prudencia política, debe quedar estrictamente circunscrita a los límites requeridos por la razón de esa tolerancia, esto es, el bien público. Por este motivo, si la tolerancia daña al bien público o causa al Estado mayores males, la consecuencia es su ilicitud, porque en tales circunstancias la tolerancia deja de ser un bien [...]

«En lo tocante a la tolerancia, es sorprendente cuán lejos están de la prudencia y de la justicia de la Iglesia los seguidores del liberalismo. Porque al conceder al ciudadano en todas las materias una libertad ilimitada [leyes, por ejemplo, que legalizan el divorcio, el aborto, las parejas homosexuales, la eutanasia], pierden por completo toda norma y llegan a colocar en un mismo plano de igualdad jurídica la verdad y la virtud con el error y el vicio» (23).

La cuestión, como se ve, está en distinguir entre el sano realismo y el realismo insano; entre la ley imperfecta, y la ley realmente inicua, que «deja de ser ley, y que se convierte en un acto de violencia» (STh I–II,95, 2; +Evangelium vitæ 72). En efecto, las leyes buenas son caminos que ayudan al pueblo a caminar hacia el bien, mientras que las inicuas le llevan a la perdición. Pues bien, muchas de las leyes de los Estados que se mueven en los planteamientos del liberalismo son leyes inicuas, es decir, son caminos de perdición para el pueblo, y están totalmente privadas de auténtica validez jurídica.

Los gobernantes y sus leyes deben ser resistidos cuando actúan contra Dios, contra su verdad y su ley, pues en ese momento se desconectan de la fuente de su autoridad. «Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29). La Iglesia primitiva ofrece en su historia un ejemplo impresionante tanto de obediencia cívica, en cuanto ella era debida, como de resistencia pasiva hasta la muerte en el caso de los mártires, cuando la obediencia se hacía iniquidad (Hugo Rahner, L’Église et l’État).

En efecto, son innumerables los ejemplos de los mártires cristianos, que resistieron heroicamente las leyes injustas, arrostrando la cárcel, el destierro, el despojamiento de sus bienes o la muerte. De modo semejante en nuestro tiempo, Gandhi protagonizó, encabezando a veces multitudes, casos semejantes de resistencia pasiva –ayunos, huelgas pacíficas, boicots, etc.– o de cívica desobediencia activa –por ejemplo, contra el monopolio gubernativo sobre la sal–, y fue por ello varias veces condenado a la cárcel, en la que pasó años. No es frecuente hoy que los políticos cristianos vayan a la cárcel por causas análogas.

También a veces los cristianos han de presentar una resistencia activa a los gobiernos perversos. Esta actitud viene hoy proscrita por un pacifismo a ultranza, pero es cristiana y enseñada ciertamente por la doctrina de la Iglesia. Así, por ejemplo, Pío XI, en la encíclica Firmissimam constantiam del año 1937, enseña que «cuando se atacan las libertades originarias del orden religioso y civil, no lo pueden soportar pasivamente los ciudadanos católicos». Ahora bien, las condiciones requeridas para una lícita resistencia activa son muy estrictas y han de ser cuidadosamente consideradas (Denz 2278/3775–3376).

Pueden darse y se han dado circunstancias históricas en las que el pueblo cristiano debe en conciencia levantarse en armas, como los Macabeos, arriesgando con ello sus vidas y sus bienes materiales por la causa de Dios y por la salvación de los hombres. El pacifismo en sus formas extremas es contrario a la tradición y doctrina de la Iglesia.

La Iglesia es neutral en cuanto a la forma de los regímenes políticos. En esta doctrina se fundamenta el legítimo pluralismo político entre los cristianos (Vaticano II: GS 43c, 74f, 75e). Es ésta la doctrina tradicional que expone, por ejemplo, Santo Tomás. En todos los regímenes políticos se dan, en una u otra forma, los tres principios: monarquía –uno–, aristocracia –algunos–, y democracia –todos–. Y los tres pueden degenerar, respectivamente, en tiranía, oligarquía o demagogia. Normalmente el régimen ideal es mixto: «Tal es, en efecto, la óptima política, aquélla en la que se combinan armoniosamente la monarquía, en la que uno preside, la aristocracia, en cuanto que muchos mandan según la virtud, y la democracia, o poder del pueblo, ya que los gobernantes pueden ser elegidos en el pueblo y por el pueblo» (STh I–II,105, 1). En este sentido, como enseña Pío XI, «la Iglesia católica, no estando bajo ningún respecto ligada a una forma de gobierno más que a otra, con tal que queden a salvo los derechos de Dios y de la conciencia cristiana, no encuentra dificultad en avenirse con las diversas instituciones políticas, sean monárquicas o republicanas, aristocráticas o democráticas» (Dilectissima Nobis 6: 1933). Por eso es grave error sacralizar la monarquía y satanizar la república, o adorar la república y considerar ilícita cualquier otra forma de gobierno. Es éste un error que produce enormes daños a la vida de la Iglesia y de los pueblos; pienso, por ejemplo, en el culto presente a la democracia; más aún, a la democracia liberal. Y ese grave error suele implicar otro error también grave: juzgar el gobierno concreto de un país principalmente por las formas de su constitución y ejercicio, y no por los contenidos y resultados efectivos del mismo. Este error ha llevado, lleva y llevará a condenar gobiernos honrados y a aprobar gobiernos inicuos, con gravísimas consecuencias para la vida del pueblo cristiano.

Otra cosa muy distinta es que en unas concretas circunstancias históricas los cristianos, por ejemplo, apoyen la monarquía y combatan la república, si la primera defiende los valores de la fe y la segunda los combate. Opciones históricas como ésa se dan entonces, como debe ser, no por prejuicio favorable a ciertas formas de gobierno –aunque algo de este prejuicio pueda mezclarse a veces–, sino por afirmación o negación de ciertos contenidos de la vida política nacional.

Es, pues, urgente recuperar en esta cuestión la doctrina política tradicional de la Iglesia. Nos la recuerda Desqueyrat: «La Iglesia nunca ha condenado las formas jurídicas del Estado. Sin embargo, ha condenado todos los regímenes que se fundamentan en una filosofía errónea» (I,191).

Posibilidades actuales de la política cristiana
Siempre o casi siempre será hoy posible y conveniente que los cristianos colaboren abnegada y audazmente en la pequeña política de alcaldías, juntas de vecinos, asambleas de padres en las escuelas, ateneos y fundaciones, etc. Vuelvo en seguida sobre esto. Pero son, en cambio, actualmente muy escasas para los cristianos las posibilidades de actuar cristianamente en la gran política, al menos en el Occidente descristianizado. Por dos razones sobre todo:

Primera
Porque no existen grandes partidos políticos de inspiración realmente cristiana. Y sin ellos, no es fácil el acceso a la alta política. Al menos en Occidente todos los grandes partidos están más o menos enfermos de liberalismo –herejía tantas veces condenada por la Iglesia (Cto.–M 132–134)–. Y sus dirigentes, también más o menos, son cómplices activos o pasivos de innumerables leyes inicuas, que han causado y causan enormes daños al pueblo. Para integrarse en tales partidos, al menos en cargos de responsabilidad, un cristiano debe aceptar el acuerdo tácito de que jamás pronunciará el nombre de Dios en sus actividades políticas; jamás argumentará apoyándose en las verdades objetivas de la naturaleza –nunca, por ejemplo, cometerá el horror de afirmar que el matrimonio es lo natural y que la pareja homosexual va contra la naturaleza–; y sobre todo que jamás incordiará con obstinadas campañas para suprimir las leyes inicuas ya vigentes –divorcio, aborto, homosexualidad, asfixia de la enseñanza católica, etc.–, o bien para reducir en todo lo posible su maldad. El cristiano que esté dispuesto a pagar este peaje, que entre en la autopista de un gran partido con gobierno o con esperanza real de conseguirlo.

Segunda
Porque el liberalismo que impera en Occidente ha creado una vida política enteramente cerrada a la acción cristiana de los políticos, tan cerrada o más que lo estuvo el Imperio romano en los tres primeros siglos de la Iglesia. La orientación política implacable hacia el enriquecimiento acelerado, así revienten los países pobres; la dedicación al placer y la evitación del sufrimiento por el medio que fuere, y otras orientaciones anexas semejantes, alzan ídolos que exigen absolutamente el culto de los grandes partidos del Occidente apóstata. Todos los políticos son conscientes de que se quedan sin votos si no pretenden esos objetivos. Todos los políticos saben perfectamente que sin aceptar «el sello [de la Bestia del liberalismo] en la mano derecha y en la frente, nadie puede comprar o vender» nada en ese mundo (Ap 13,16–17).

Hay valores cristianos, es cierto, como los referentes a una mejor justicia distributiva entre los ciudadanos –no tanto en referencia a los pueblos pobres– que sí pueden hoy afirmarse en una labor política realmente cristiana, pues los grandes partidos se comprometen en esa causa de uno u otro modo, por la cuenta que les trae. Sin embargo, es tan fuerte y universal la tendencia hacia los bienes materiales, que la ausencia de los cristianos en los grandes partidos de poder no parece que vaya a comprometer seriamente los adelantos que los más desfavorecidos hagan en esa vía de la justicia distributiva.

Que las posibilidades cristianas de la política son hoy muy escasas en el Occidente descristianizado puede afirmarse también no por una tercera razón, sino más bien por un dato de experiencia histórica:

Tercera
De hecho, el empeño de los políticos cristianos de nuestro tiempo ha dado frutos muy escasos y muy amargos. Cuando se ve que políticos cristianos a veces honestos, con buena formación doctrinal y con no poca habilidad y dedicación –que también los hay–, han prestado tan escasísimos servicios al Reino de Cristo, la piedad más benigna nos lleva a pensar: «es que no será posible».

En otro lugar he señalado que «llevamos medio siglo elaborando la teología de las realidades temporales, hablando del ineludible compromiso político de los laicos, llamando a éstos a impregnar de Evangelio todas las realidades del mundo secular. Y sin embargo, nunca en la historia de la Iglesia el Evangelio ha tenido menos influjo que hoy en la vida del arte y de la cultura, de las leyes y de las instituciones, de la educación, la familia y los medios de comunicación social» (Cto.–M 163). ¿Será, pues, que no es posible?

El éxodo cristiano a partidos de oposición y a servicios políticos privados
Como hemos visto, las posibilidades cristianas son hoy muy escasas en los partidos empeñados en alcanzar o conservar el gobierno político. No significa eso, sin embargo, que los cristianos especialmente llamados por Dios al servicio del bien común deban alejarse de las actividades políticas.

1.– Los cristianos pueden hoy realizar un gran servicio político en pequeños partidos de oposición. Se dirá en seguida que son muy ineficaces estos partidos meramente testimoniales. Pero conviene despojar a esta palabra –que significa partidos martiriales– de toda significación peyorativa. Sirven así honradamente a Cristo Rey, Señor del universo, del único modo que por el momento les es posible. No contribuyen a la confusión mental y a la degradación moral del pueblo. E incluso es posible, cuando ninguno de los grandes partidos tiene mayoría absoluta, que su aportación minoritaria, pero decisiva, para la formación de un gobierno, les permita influir benéficamente en la vida pública en medidas desproporcionadas a su volumen cuantitativo. Habrá que decir, por lo demás, parafraseando a Thoreau, que cuando el bien común del pueblo es duramente agredido por numerosas leyes inicuas y la orientación política general se hace perversa, el lugar de los políticos honestos es la cárcel, o al menos la oposición.

El Vaticano II quiere que «los laicos [sobre todo los políticos, es de creer] coordinen sus fuerzas para sanear las estructuras y los ambientes del mundo cuando éstos inciten al pecado, de manera que todas estas cosas sean conformes a las normas de la justicia y más bien favorezcan que obstaculicen la práctica de las virtudes» (LG 36c). Pues bien, la orientación general de la vida política de los Estados liberales no sólamente no favorece la virtud del pueblo, sino que es la causa principal de su degradación moral.

Podrá alegarse que si los políticos cristianos, manteniéndose en la verdad y la justicia, se ven marginados de las opciones de gobierno, el poder quedará en manos de los enemigos de la Iglesia, y el resultado será peor para el pueblo cristiano. Pero esta última suposición no parecer verse confirmada por la experiencia histórica. Si mirando nuestro siglo, pensamos en casos como Polonia o México, y consideramos la suerte de otros pueblos contemporáneos de su entorno, podemos concluir que la vida espiritual de los ciudadanos sufre agresiones mucho más insidiosas y eficaces bajo regímenes específicamente liberales –colaborados tantas veces por políticos cristianos– que bajo otros regímenes derivados del liberalismo, como los marxistas o socialistas, más explícitamente antirreligiosos. Tal como está el mundo apóstata del Occidente, si los políticos cristianos se obstinan en ofrecer programas que tengan posibilidades próximas de poder gubernativo, es decir, de un apoyo mayoritario, tendrán que abjurar del santo nombre de Dios en la vida pública, de toda referencia al orden natural, de la defensa a ultranza del derecho a la vida y de muchos otros valores fundamentales. Y el cáncer de este silencio ominoso acabará extendiéndose, como una metástasis, a todo el pueblo cristiano, pastores y fieles. Es hora, pues, de recordar las palabras de Cristo: «¿de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero, si pierde su alma?» (Mc 8,36).

2.– Fuera de los partidos políticos, las posibilidades cristianas de trabajar por el bien común del pueblo son muy grandes. El mundo de los diarios y revistas, de las escuelas y universidades, de los ateneos y fundaciones privadas, de las campañas públicas, de las asociaciones u organizaciones no gubernamentales existentes o posibles, ofrece un campo muy amplio para procurar cristianamente el bien común de los conciudadanos. Ahí es donde, sin cortapisa alguna, los políticos cristianos han de organizar campañas acérrimas en favor de la vida o de la enseñanza católica, y contra el aborto y todo otro modo de perversión social pública. Ahí es donde podrán actuar sin ningún temor a perder votos o a ser marginados en el partido. Ahí, por el camino evangélico único, es decir, «perdiendo la propia vida», es como de verdad podrán «ganarla» para sí y para sus conciudadanos (+Lc 9,24). Ahí es donde los cristianos han de recuperar hoy la posibilidad de invocar en la vida pública el santo nombre de Dios, imprescindible para el verdadero bien del pueblo.

La exclusión semipelagiana del martirio
En el Occidente de antigua tradición cristiana, la descristianización ha tenido una de sus raíces principales en el semipelagianismo que durante siglos se ha generalizado entre los católicos. Durante los primeros siglos de la Iglesia y en el milenio medieval prevalece, en cambio, la doctrina católica de la gracia: sólo Cristo puede salvar al mundo, y para ello Él prefiere usar medios pobres y crucificados (Cto.–M 136–137). La ignorancia o el olvido de esta doctrina de la fe es quizá la explicación principal de que normalmente los políticos cristianos excluyan el martirio, y por tanto el testimonio de la verdad, en cualquiera de sus planteamientos. Y es que hacen sus cuentas, y concluyen: «si propugnáramos tal causa verdadera, quedaríamos descalificados y perderíamos el poder político o la esperanza de conseguirlo. Y esto no puede quererlo Dios, ya que entonces no podríamos servirle eficazmente en el campo de la política. Por tanto, en conciencia, debemos callarnos en ese asunto y mirar hacia otro lado». Esta piadosa exclusión semipelagiana del martirio, que provoca la ruina espiritual del Occidente cristiano, ha sido ya señalada por mí en otro lugar:

«El cristianismo semipelagiano entiende que la introducción del Reino en el mundo se hace en parte por la fuerza de Dios y en parte por la fuerza del hombre. Y así estima que los cristianos, lógicamente, habrán de evitar por todos los medios aquellas actitudes ante el mundo que pudieran debilitar o suprimir su parte humana activa –marginación o desprestigio social, cárcel o muerte–. Y por este camino tan razonable se va llegando poco a poco, casi insensiblemente, a silencios y complicidades con el mundo cada vez mayores, de tal modo que cesa por completo la evangelización de las personas y de los pueblos, de las instituciones y de la cultura. ¡Y así actúan quienes decían estar empeñados en impregnar de Evangelio todas las realidades temporales!» (Cto.–M 137).

La acción política cristiana que, en un mundo hostil a Dios y a su Cristo, rehuye en forma sistemática todo enfrentamiento martirial con el mundo –concretamente, todo aquello que pueda implicar una seria pérdida de votos–, cesa de ser acción política cristiana y queda necesariamente sin fruto alguno. ¿Dónde el cristianismo, en el área de la política o en cualquier otra, ha dado frutos históricos abundantes apartando a un lado la Cruz de Cristo, que tan completamente destruye la parte humana de la obra salvadora del mundo?

Recuperar la posibilidad de pensar y decir la verdad
Mientras los políticos cristianos, en el gobierno o en la oposición, no recuperen un discurso libre del mundo, libre del secularismo inmanentista, en el que puedan afirmar a Dios y a los valores morales como fundamentos indispensables para el bien común del pueblo, será mejor que renuncien al calificativo de cristianos. Aunque, generalmente, ya lo han hecho.

Más arriba he recordado que los políticos, para poder gobernar dignamente, necesitan poseer en alto grado las virtudes morales. Pues bien, en el supuesto de que contemos con laicos cristianos realmente virtuosos, competentes, y concretamente llamados a la política, ¿qué atractivo tendrá para ellos aquel partido de presunta «inspiración cristiana» que obliga a silenciar sistemáticamente en la acción pública el nombre de Dios y la afirmación de los valores morales naturales? Si se parte de esta premisa abominable, ¿qué posibilidades tiene la política cristiana de ejercitarse dignamente?

Un ejemplo reciente. Un partido mayoritario, que dice seguir el humanismo cristiano, ante el acoso de aquellos partidos abiertamente agnósticos o ateos, que reclaman la ampliación de los supuestos legales para el aborto como «un derecho inalienable de la mujer», fundamenta su negativa sólamente en que «no hay para ello demanda social». Increíble. ¿Eso significa que ese partido de presunta inspiración cristiana aceptará el aborto libre y gratuito «cuando haya para ello suficiente demanda social»?... Sencillamente, ese partido no se atreve a decir en el debate público de tan grave cuestión que el aborto no es en absoluto un derecho de la mujer, y que el derecho a la vida sí es «un derecho inalienable del niño».

Convendrá decirlo con claridad: los políticos cristianos no tienen razón de existir si en el ejercicio de su ministerio público prescinden sistemáticamente de Dios y del orden natural. Aquí sí que habría que decir como Trotsky, aunque por razones muy distintas, que están condenados «al basurero de la historia». Para existir y para tener fuerza en la acción, los políticos cristianos necesitan absolutamente recuperar la posibilidad de pensar y decir al pueblo la verdad, la verdad de Dios, la verdad de la naturaleza. Ahora están atados. Pues bien, sólo «la verdad les hará libres» (Jn 8,32). Tengamos en cuenta, por otra parte, que el silenciamiento sistemático de la doctrina política verdadera es una miseria relativamente reciente. Todavía, por ejemplo, a mediados de nuestro siglo un historiador de la filosofía, como Chevalier, podía expresar la verdad con toda franqueza: «En la aurora de los tiempos modernos, son los dominicos y los jesuitas [Vitoria, Suárez, etc.] de España, vieja tierra de fueros y libertades, los que afirmaron, contra el absolutismo de los príncipes, de sus legistas y de la Reforma, el fundamento verdadero de la sociedad o de la comunidad humana, mostrando que debe ser buscado en una ley natural que no es de invención humana, sino que tiene a Dios por autor. Esta idea será puesta en práctica en la edad siguiente por Altusio y por Grocio, pero con un peligroso debilitamiento de la base metafísica o divina, que se procura sustituir por el acuerdo de las voluntades humanas, es decir, por un principio antropocéntrico, contractual, artificial, y, por consiguiente, revocable, que no tardará en perder su carácter objetivo, con Rousseau y sus sucesores, para abocar en un individualismo o en un estatismo igualmente ruinosos, una vez privados de su regla transcendente. Para volver a encontrar el equilibrio perdido, no hay más que un camino: es necesario retornar a los principios de los grandes doctores de la Edad Media, principios a los que los teólogos españoles de la edad de oro dieron su forma definitiva, echando las bases de la fraternidad de los pueblos y de la paz de la humanidad, fundada en el respeto y el amor al Autor del derecho vivo y de la ley eterna, el Creador Dios» (II,646–647).

Hace unos decenios, en efecto, todavía era posible afirmar en Occidente la doctrina política de la Iglesia sin verse obligado a asumir actitudes extremadamente heroicas. Esa doctrina, por otra parte, no puede hoy ser otra que la enseñada por la Biblia y por la tradición católica, especialmente entre mediados del siglo XIX y mediados del XX, reiterada en el Vaticano II y reafirmada en el Catecismo de la Iglesia Católica. Pero por eso, justamente, porque no puede ser otra, apenas puede ser hoy propuesta sin ocasionar graves conflictos, que escandalizan a los católicos liberales aún más que a los agnósticos o ateos.

Uno de estos escándalos fue provocado a ciencia y conciencia por Irene Pivetti, presidenta del Parlamento italiano en 1994. Dada la extrema rareza del caso, merece la pena recordarlo: «Cuando preparé mi discurso de toma de posesión de la presidencia de la Cámara sabía con certeza que una referencia explícita a Dios me iba a acarrear críticas y protestas. No por ello desistí en mi deber de decir la verdad [...] Esa alusión significa también confesar la soberanía de Cristo Rey, al que verdaderamente pertenecen los destinos de todos los Estados y de la historia, como siempre enseñó todo catecismo católico; lo cual no impide, naturalmente, con el permiso del Omnipotente, que estos Estados se den una legislación laica, como nuestro país, o incluso antirreligiosa, como en algunos casos ha ocurrido y todavía ocurre en el mundo» («30 Días» 1994, nº 80, 11).

Ascética, utópica y política
No es infrecuente la sospecha de que los hombres utópicos, al pretender la perfección comunitaria, aunque sea en una comunidad reducida, se incapacitan para la acción política, pues ésta se mueve siempre en el campo del bien posible, y llevada de un sano realismo, no tiende hacia lo perfecto. Tal cosa puede darse, en efecto, al menos como tentación.

Podrá darse, pero como un error o como una vocación especial, que un hombre ascético, buscando con empeño su perfección personal, se retraiga de la vida comunitaria y no quiera implicarse en servicios políticos. Como también podrá darse que algunos, dedicados intensamente a conseguir la perfección utópica de una pequeña comunidad, se desinteresen de la vida política, llena de mediocridades, oportunismos y trampas. Todo esto, sin duda, puede darse; pero no tiene por qué darse. Las tentaciones existen en todas las situaciones posibles; y aunque es bueno conocerlas bien, para estar alertas, no es necesario caer en ellas.

Esa cuestión, vista en la perspectiva contraria, mucho más realista, es muy simple: ¿qué clase de política hará el hombre sujeto a las pasiones en su vida personal? ¿O cómo buscará el perfeccionamiento de la sociedad aquél que no busca su propia perfección personal? ¿Qué sinceridad tendrán los proyectos políticos para una mayor justicia que no son anticipados en la vida concreta del político y de su familia, sin esperar a que se produzcan en la sociedad? ¿Es creíble, por ejemplo, el político que pretende trabajar por una más justa igualdad económica, si en tanto ésta se logra, se resigna a vivir como los más ricos?...

El testimonio de la vida de grandes políticos honestos de la historia –como un San Luis de Francia– da respuesta elocuente a esas preguntas….Gabriel García Moreno (1821–1875), eminente político católico del Ecuador, unió de modo admirable ascetismo y política. Después de dos períodos presidenciales, y elegido para un tercero, fue asesinado por el liberalismo masónico cuando salía de rezar, del modo acostumbrado, en la Catedral de Quito (Iraburu, Hechos 550–557). El Reino de los Cielos «es semejante a un grano de mostaza», que siendo tan pequeño, llega a hacerse un gran arbusto, «y echa ramas tan grandes, que a su sombra pueden abrigarse las aves del cielo» (Mc 4,31–32).

La vida ascética, consumada en la mística, puede llevar a la persona a la perfección. Y la vida utópica, aunque más precariamente, puede alcanzar también en la comunidad una cierta perfección. La vida política, en cambio, para ser digna, debe pretender cuanta perfección sea posible en la sociedad; pero hasta que venga el Reino de Cristo en plenitud, ésta se mantiene siempre sumamente imperfecta.

En fin, cualquier hombre de buena voluntad, que no tenga la mente oscurecida por ideologías falsas, comprende fácilmente que entre ascética, utópica y política no hay contradicción alguna, sino mutua exigencia y potenciación.

José María Iraburu

El último Alcázar, 26 de junio de 2006





Distribución del ingreso, con un fuerte deterioro



Por Daniel Mushnik

El retroceso en la distribución del ingreso en la Argentina es el más significativo de América Latina.

En 1990, incluso intentando salir de la hiperinflación, el 95 % de los asalariados urbanos en el país, tenían cobertura de seguridad social. Quince años después esa protección descendió al 65 por ciento, mientras Brasil mantenía una cobertura del 72 por ciento, Chile el 83 %, Costa Rica del 80%, Paraguay del 76 % y Uruguay del 77 %

A partir de 2004 y hasta fines del 2007 Argentina tuvo un crecimiento ininterrumpido del 9 por ciento anual en su Producto Bruto Interno. En el 2006, por primera vez en 30 años, superó el nivel del PBI logrado en 1974 (más 6,6 por ciento).

Sin embargo, los indicadores sociales no se acercaron a los alcanzados a mitad de aquella década del setenta. Hoy, todavía se observan estadísticas desfavorables en desempleo, trabajo en negro y la existencia de una política tributaria regresiva. La mitad de la recaudación total se concentra en el IVA y en el impuesto sobre los salarios.

La conclusión es lamentable: La distribución del ingreso empeoró aún en momentos prolongados de crecimiento económico.

Esta y otras son las conclusiones de una investigación que estuvo a cargo de Edgardo Tarallo, Hugo Buisel Quintana y José Alfonsín y distribuído por APOC (Asociación del Personal de los Organismos de Control). La distribución del ingreso de una nación da cuenta del modo en el cual el Producto Total generado por todo el país se reparte entre los trabajadores y el sector privado.

El indicador transparenta el bienestar o la penuria de los que mueven el aparato productivo. ¿Que situaciones conforman en el índice? En primer lugar las estrategias económicas que adopta el poder de turno. El régimen macroeconómico, los incentivos que orientan la inversión. A partir de allí se saben las consecuencias sobre demanda de trabajo y remuneraciones. La realidad suma la influencia de las decisiones autónomas de las empresas y la conducta de los hogares.

Las estadísticas que consigna el trabajo indican que el período de mayor frustración se inicia en 1950. El crecimiento promedio del Producto Bruto per cápita para la Argentina desde ese año hasta el 2000 fue del 1,1 por ciento anual. México, Brasil y Chile duplicaron esa tasa de crecimiento. Aún las economías más débiles y atrasadas de Europa tras la Segunda Guerra Mundial tuvieron un comportamiento posterior muy superior al argentino. La población del Gran Buenos Aires, que se encontraba por debajo de la línea de pobreza creció del 5 por ciento en 1974 al 53 por ciento en 2002.

La participación del asalariado en el PBI desde 1950 hasta el 2006 padeció profundas bajas y recuperaciones espontáneas. Los trabajadores obtenían casi al finalizar el primer gobierno peronista el 49,69 % del PBI. Pese a la grave crisis agropecuaria y al proceso inflacionario, en 1954 subió al 50 % del PBI. Con Frondizi se estabilizó en alrededor del 41 %. A fines del Proceso Militar, en 1982, apenas rozaba el 22 %, cuando diez años antes superaba el 42 %. Dejado atrás el default, en 2003 llegaba al 21 % del PBI para trepar al 25 % en 2006.

Hay varias conclusiones. En primer término, la desigualdad en la distribución del ingreso se ha multiplicado en la Argentina en los últimos 50 años. La década de los 90 evidencia un incremento notable de las disparidades. En segundo lugar, la Argentina pasó de los más altos niveles mundiales en el ranking de ingreso per cápita (superior al de cualquier otro país latinoamericano) a ocupar niveles tan bajos que en la bibliografía internacional se habla de "el fenómeno argentino". Sólo computan esta información que grafica todo: el ingreso de los asalariados se contrajo de casi el 50 por ciento en 1950 al 25,07 en el 2007.

Como contrapartida, la porción que antes tenían los trabajadores se encaminó al sector privado, que no mostró, paralelamente, el entusiasmo y la credibilidad en materia de reinversión productiva.

Las cifras sorprenden: En 1974, un año antes del Rodrigazo, en medio de gran tensión social, enfrentamientos armados internos y el impacto de la crisis mundial del petróleo, la distribución del ingreso benefició al asalariado con un 48,46 por ciento junto con una actividad productiva para nada subestimable.

NuevoEncuentro 24/11/08


Aumentó el número de niños que pasan hambre en el país



Creció de 1.080.000 a 1.200.000, entre 2007 y 2008, el número de niños que pasan hambre en el país, según la Encuesta de la Deuda Social Argentina (EDSA) de la Universidad Católica Argentina (UCA).

"En 2007 se estima que un 9% de la infancia urbana experimentó episodios de hambre", advierte el informe, basado en las respuestas de padres de más de mil hogares de las diez ciudades más grandes de la Argentina.

En la Argentina viven 12 millones de niños y adolescentes de entre 0 y 17 años. En 2007, el 60,77% vivía en hogares vulnerables en términos socioeconómicos en cuanto al clima educativo y las condiciones materiales del entorno más próximo.

El derecho a una vivienda y un medio ambiente adecuado para la vida y el desarrollo de la infancia también se vieron vulnerados en el 53% de los chicos (6.360.000): 2.500.000 chicos hacinados (más de tres por pieza), y 1.680.000 con saneamiento inadecuado (hogares sin baño, agua potable e inodoro con descarga).

Según el Boletín del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia, hay niños que pasan hambre, viven hacinados, sin agua potable, con diferencias de crianza abismales con sus pares ricos.

"En 2007, la mitad de los niños y adolescentes no contaba con los recursos necesarios y adecuados para su desarrollo e integración social. Las condiciones deficitarias de habitabilidad, las restricciones en el acceso a la alimentación y la vestimenta, más las dificultades en el acceso a la atención de la salud, configuraron contextos de vida empobrecidos, evidenciados en otros indicadores significativos al desarrollo humano de la infancia, como los estímulos emocionales e intelectuales en la socialización y formación", explica Ianina Tuñón, coordinadora del Barómetro del Observatorio de la Deuda Social Argentina y Fundación Arcor.

El 86% de los niños del 10% de los hogares más pobres tiene problemas de habitabilidad, número siete veces mayor que el 10% más rico. Los infantes del 10% de los hogares más pobres tienen tres veces más chances de no ir al jardín de infantes. Los adolescentes pobres registraron 9 y 25 veces más posibilidades de abandonar o atrasarse en los primeros años de EGB y los últimos del Polimodal.

"Los estudios del Barómetro evidencian que estos déficit y desigualdades tienden a profundizarse en Argentina y revelan violaciones a derechos exigibles. Esperamos que estos datos interpelen a los actores e instituciones encargados de velar por su cumplimiento", concluyó Tuñón.

Informes: www.uca.edu.ar/observatorio







Dramático futuro de la niñez argentina y el país que viene

En 2007 9% de la infancia urbana experimentó episodios de hambre (986.700 niños entre 0 y 17 años).

CONCORDIA (Entre Ríos). En la Argentina urbana viven aproximadamente 10.963.461 niños y adolescentes entre 0 y 17 años de edad.
En las grandes ciudades relevadas por la EDSA (Encuesta de la Deuda Social Argentina) en el 2007, el 60,7% de los niños y adolescentes vivían en hogares vulnerables en términos socioeconómicos.
Esto implica que residían en hogares vulnerables en términos del clima educativo y condiciones materiales del entorno de vida más próximo. Estas condiciones de vulnerabilidad social se registran en
> el 57,8% en la primera infancia (0 – 5 años),
> el 62,2% en la edad escolar (6 -12 años), y
> el 61,7% en la adolescencia (13 -17 años).
Las condiciones de vulnerabilidad del entorno de vida más próximo de los niños y adolescentes también es analizado en las condiciones materiales del hábitat.
Las características del hábitat de vida intervienen en el desarrollo y crecimiento de los niños potenciando u obstaculizando el curso de vida de los mismos, dadas sus repercusiones inmediatas en la salud, y procesos de crianza, socialización y formación.
El derecho a una vivienda y un medio ambiente adecuado para la vida y el desarrollo de la infancia se vio, durante el 2007, vulnerado en el 53% de los niños y adolescentes urbanos.
Es decir, que la mitad de la infancia urbana residía en una vivienda con al
menos un problema de habitabilidad.
En la evaluación de las condiciones del hábitat infantil, se consideraron los siguientes indicadores específicos:
> viviendas no adecuadas desde el punto de vista de sus condiciones de materialidad (32.5%);
> tenencia irregular de la vivienda (22.9%),
> hacinamiento (20.5%);
> problemas de salubridad (14%), y
> equipamiento insuficiente (7%).

Dicho déficit en las condiciones de habitabilidad es superior en la primera infancia, que en la edad escolar y en la adolescencia (59,4%, 56,6% 45,7%, respectivamente).
Asimismo, como es esperable esta situación de déficit en las condiciones de habitabilidad tendió a ser mayor a medida que disminuía el estrato socioeconómico de los hogares con independencia del ciclo vital.
El 86% de los niños y adolescentes en el 10% de los hogares más pobres
vivían en hogares con problemas de habitabilidad.
Los niños y adolescentes en el 10% de los hogares más pobres registraron en
el 2007, 6,6 veces más 'chances' de experimentar algún déficit de habitabilidad que sus pares en el 10% de los hogares más ricos.
Sólo con el propósito de simplificar la redacción se ha usado el artículo masculino para hacer referencia al conjunto de personas (varones y mujeres) que componen los grupos analizados.
En la redacción se ha usado el 10% de los hogares más pobres y el 10% de los hogares más ricos para hacer referencia al 1° y 10° deciles del estrato socio-económico, respectivamente.
En la dimensión
Condiciones materiales de vida de la niñez y adolescencia se evaluó por un lado, las condiciones de habitabilidad en las que viven los niños, niñas y adolescentes entre 0 y 17 años, considerando no sólo las condiciones de saneamiento básico de la vivienda y de hacinamiento, sino también las condiciones materiales, de equipamiento básico de las mismas, tipo de tenencia de la vivienda, y la disponibilidad de colchón o cama para dormir.
Por otro lado, se evalúa el acceso a la atención de la salud y a una cobertura de salud, el acceso a una adecuada alimentación y vestimenta, y riesgo al trabajo

En el 2007 se estima que un 9% de la infancia urbana experimentó episodios de hambre (aproximadamente 986.700 niños entre 0 y 17 años).
Dicha propensión al riesgo alimentario alcanzó al 8.4% de los niños en la primera infancia (0 a 5 años), 9,8% en la edad escolar (6 a 12 años) y al 7,5% en la adolescencia (13 a 17 años).
Asimismo, cabe señalar que dicho fenómeno afectó al 20,8% de la niñez y adolescencia en el 10% de los hogares más pobres.
Más de 4 de cada 10 niños y adolescentes pertenecían a hogares con dificultades para acceder a una adecuada alimentación.
El 49,5% de ellos en el estrato socio-económico muy bajo (25% de los hogares más pobres), y el 60,9% en el bajo no recibían ningún tipo de alimentación gratuita.
En la primera infancia el 55,1% de los niños en el estrato socio-económico muy bajo, y el 72,4% en el bajo, no recibían asistencia alimentaría.
Entre los niños en edad escolar se registró una mayor cobertura alimentaría como consecuencia de la mayor inclusión en el ámbito escolar que llevó a que pudieran acceder a una cobertura alimentaria a través de los refrigerios, copa de leche e incluso almuerzos en el ámbito escolar, pero aún así en el estrato muy bajo y en el bajo el déficit de cobertura en la asistencia alimentaria era
significativo (38,9% y 47,2%, respectivamente).

La vulnerabilidad social de la infancia se registra también, en
las dificultades en el acceso a la atención de la salud.
En el 2007, 3 de cada 10 niños y adolescentes residían en hogares vulnerables
en su capacidad de atender su salud.
Asimismo, casi la mitad de los niños y adolescentes, pertenecían a hogares sin cobertura de salud a través de obra social, mutual, prepaga, etc. Este déficit en
la capacidad de atender la salud por problemas económicos, afecto en el 2007, a 6 de cada 10 niños y adolescentes en el 10% de los hogares más pobres de la Argentina urbana relevada por la EDSA.

Procesos de crianza y socialización
En la dimensión Procesos de crianza y socialización, se trabajó sobre diferentes aspectos de la estimulación emocional e intelectual de niños, niñas y adolescentes a través del reconocimiento de prácticas y hábitos en el ámbito primario de socialización que es la familia.
Asimismo, se indagó en las formas de enseñanza y castigo que se suelen utilizar en los hogares; y otros agentes de socialización como son los espacios de recreación y formación no escolares, los espacios de juego y encuentro con
pares.
Asimismo, fue objeto de análisis la participación en la vida cultural, artística, recreativa, deportiva y de esparcimiento.
Todos los niños y niñas tienen derecho a aprender y ser estimulados. Garantizar estos derechos tempranamente es esencial porque es en los primeros años de vida en donde se forman las capacidades y condiciones básicas para su desarrollo ulterior.
Los indicadores a través de los cuales buscamos aproximarnos a la estimulación emocional e intelectual en el proceso de crianza y socialización, en esta fase que hemos denominado la primera infancia (0-5 años), fueron el festejo de cumpleaños y la narración oral. Ambos indicadores son considerados aspectos claves en la formación de la identidad, seguridad y autoestima de los niños en
los primeros años de vida.

El déficit en ambos indicadores fue significativo en el 2007, en tanto un 20% de los niños menores de 6 años no festejaron su cumpleaños, y un 35% no fue receptor de narraciones orales en el ámbito de su hogar.
Los niveles de desigualdad en el acceso a estos estímulos emocionales e intelectuales esenciales son significativos si consideramos que un niño en el 10% de los hogares más pobres registró en el 2007 casi 3 veces más 'chances' de no haber festejado su cumpleaños que 2 en el 10% de los hogares más ricos; y casi 13 veces de no haber sido receptor de una historia oral.

Los niños entre 6 y 12 años transitan por una etapa de la vida en que intensifican el desarrollo intelectual, fortalecen sus capacidades físicas, y, aprenden y experimentan los modos de relacionarse con los demás.
Es así que en la edad escolar (6 – 12 años), se indagó sobre los hábitos de lectura y la práctica de deportes y/o actividad física extraescolares.
La medición 2007 de la EDSA, nos permite estimar que aproximadamente la mitad de los niños en edad escolar no solía tener el hábito de lectura, y seis de cada diez no realizaba actividades deportivas extra-escolares.
Los niveles de desigualdad en ambos indicadores son pronunciados si se considera que los niños en el 10% de los hogares más pobres registraban 3 veces más “chances” de no tener el hábito de lectura que sus pares en el 10% de los hogares más ricos; y 4 veces más probabilidad de no realizar actividad física o deportiva fuera del ámbito escolar.
Las desiguales oportunidades de acceso a espacios de socialización
alternativos al espacio escolar y a la construcción de hábitos que estimulen
el desarrollo emocional e intelectual de los niños, inciden en los cursos de vida y oportunidades de inclusión social de los mismos profundizando y haciendo más estructurales las desigualdades de origen.
La adolescencia es una etapa de la vida en la que es fundamental el acceso a estímulos y espacios para la socialización, a través de la recreación, expresión y el acceso a la información, todas actividades que coadyuvan al pleno desarrollo e inclusión social.
Los indicadores con los que se trabajó en esta perspectiva, en la adolescencia (13-17 años), fueron el acceso a internet y la práctica de deportes y/o actividad física extra-escolares.
La medición 2007 de la EDSA, nos permitió estimar que aproximadamente entre los adolescentes un 59% no solía realizar actividad física y/o deportiva fuera del espacio escolar y un 46% no solía acceder al uso de internet.
En estos indicadores también se registraron importantes brechas de desigualdad social, en tanto 1 adolescente en el 10% de los hogares más pobres registraba en el 2007, 4 veces más 'chances' de no realizar actividad física y/o deportes que un par en el 10% de los hogares más ricos. Brecha
regresiva para los primeros respecto de los segundos, que en el
caso del acceso a internet era de 3 veces.

El desigual acceso al uso de internet expresa y reproduce las conocidas 'brechas' sociales que existen en materia de disponibilidad de recursos de información, conocimiento y comunicación.
Todo lo cual configura diferentes oportunidades en la apropiación de recursos que modelan los cursos de vida de los adolescentes en el campo de la educación, participación social, formación para el trabajo, etc.

Procesos de formación (Escolarización)
En la dimensión Proceso de formación a través de la escolarización, se analizaron temas en debate respecto de la educación en Argentina como son la inclusión en procesos de formación a temprana edad, la escolarización en jornada completa e indicadores de calidad de la oferta educativa, y percepción de la calidad educativa.
Estas cuestiones fueron analizadas en términos de déficit y de desigualdades sociales en el acceso y en el desarrollo de competencias.
La Ley Nacional de Educación Nº 26.206, en su Capítulo II - Educación Inicial (Art. 18 y ss.), consagra la responsabilidad del Estado de expandir los servicios en dicho nivel, así como de asegurar el acceso y la permanencia en igualdad de oportunidades (Art. 21).
Este nivel de 'Educación Inicial', comprende a los niños desde 45 días hasta 5 años de edad, siendo éste último año obligatorio. Asimismo, establece la obligación del Estado Nacional, Provincial y a la Ciudad de Buenos Aires, de
universalizar los servicios educativos para los niños de cuatro
años de edad (Art. 19).
Si bien la Ley Nacional establece como años obligatorios desde sala de 5 años hasta completar el ciclo secundario, esta obligatoriedad se dirige a los padres de los niños y adolescentes en cuanto a su deber de enviarlos a un establecimiento educativo.
En cambio, la obligación estatal es más amplia, ya que el Estado debe asegurar el acceso y permanencia, a fin de permitir el ejercicio de este derecho desde los 45 días de vida.
Si bien los avances en el reconocimiento de los derechos de la niñez a la educación son muy importantes, los logros en su implementación son aún parciales.
En efecto, en el 2007 la mitad de la infancia entre 2 y 4 años se encontraba fuera de los procesos de escolarización a través de jardines de infantes u otros espacios educativos. La inclusión temprana en procesos de formación es un fenómeno que guarda alta correlación con la estratificación socio-económica de los hogares.
En el 2007, los niños en el 10% de los hogares más popbres registraban 3 veces más 'chances' de no asistir a un jardín de infantes o centro de desarrollo infantil que sus pares en el 10% de los hogares más ricos.
El horizonte de escolarización en el nivel inicial obligatorio era del 97,5%, y del 99,6% en el nivel primario, a nivel de los aglomerados urbanos relevados por la EDSA en el 2007.

El déficit educativo, es decir los niños que se encontraban fuera de la escuela o en un año inferior al correspondiente a su edad representaban el 7,5% en el nivel primario (EGB1 y 2) siendo dicho déficit superior en los estratos socio-económicos muy bajo y bajo (9,2% y 11,5%, respectivamente).
Los escolares en el 10% de los hogares más pobres registraban 7 veces más 'chances' de abandonar o atrasarse en su trayectoria educativa que sus pares
en el 10% de los hogares más ricos.
La Ley Nacional de Educación establece la obligatoriedad del nivel medio, sin embargo el acceso a la educación media es aún un desafío pendiente para la sociedad y el Estado en términos de inclusión y equidad en los trayectos educativos.
En efecto, en el nivel medio el grado de no asistencia en adolescentes de 13 a 17 años era del 11,2% en los aglomerados urbanos relevados por la EDSA en el 2007.
El déficit educativo era de un 15,9% en los primeros años del nivel secundario (EGB3) y del 39,2% en el nivel Polimodal (3º, 4º y 5º año del secundario).
Aquí también el déficit educativo guarda alta correlación con el nivel socio-económico de los hogares, siendo claramente más regresivo y temprano a medida que se incrementan las condiciones de pobreza. Los adolescentes en el 10% de los hogares más pobres, registraban 9 veces y 25 veces más “chances” de abandonar o atrasarse en su trayectoria educativa, en los primeros años
(EGB3) y en los últimos años del nivel medio (Polimodal) respectivamente;
que sus pares en el 10% de los hogares más ricos.
Déficit Educativo
Todos los niños y adolescentes tienen derecho a una educación de calidad en condiciones de igualdad de oportunidades que garantice su desarrollo hasta el máximo de su potencial.
Sin embargo, en la Argentina existe evidencia del déficit de calidad de la educación que reciben los niños y adolescentes, y la correlación regresiva que
registran los indicadores de calidad con las condiciones de vida de los niños. Ante lo cual todavía la oferta educación está lejos de poder compensar desigualdades de origen y garantizar un desarrollo en igualdad de oportunidades.
Existen diversos modos de aproximarse al estudio de la calidad educativa, aquí se explora en la calidad de la oferta educativa a la que acceden niños y adolescentes urbanos, en términos de algunos de los indicadores que se priorizan y promueven en la Ley de Educación Nacional N° 26.206 (Art. 27 y ss.), como son:
a) la jornada completa,
b) el conocimiento de computación, y
c) de un segundo idioma;
así como la formación en capacidades básicas de lectoescritura en el nivel inicial (sala de 5 años), a través del indicador “escribir el propio nombre sin ayuda”, que es una capacidad que considera la currícula del nivel a los efectos de articular el mismo con el primario.
En estos indicadores es posible advertir altos niveles de déficit generales en los
tres niveles de enseñanza y grandes desigualdades sociales que prevalecen
aún en el interior de la educación pública.
El 76,6% de los niños con 5 años escolarizados en las grandes ciudades
relevadas por la EDSA en el 2007, podía escribir su nombre sin ayuda. Esto indica que 2 de cada 10 niños de 5 años que asistían al nivel inicial no podía escribir su nombre por sus propios medios.
Asimismo, se observa que los niños presentan mayores dificultades para adquirir esta capacidad básica en los hogares más pobres que en los más ricos. En efecto, los niños de 5 años escolarizados en el 10% de los hogares más pobres registran 10 veces más 'chances' de no poder escribir su nombre solos que entre sus pares en el 10% de los hogares más ricos.


Los niños en edad escolar asistían a escuelas de jornada completa en un 9,7% en las grandes ciudades relevadas por la EDSA en el 2007.
La doble escolaridad se encontraba más extendida entre los niños en el estrato medio alto que en el medio, bajo o muy bajo.
La escasa oferta de doble jornada en la educativa pública condujo a que el acceso sea casi un privilegio de los niños más aventajados en términos socio-económicos que presentaban casi 8 veces más 'chances' de asistir a una
escuela de doble escolaridad que sus pares en el 10% de los hogares más pobres.
Asimismo, la enseñanza de computación en el nivel primario alcanzaba al 48,3% de los niños en las grandes ciudades relevadas por la EDSA. A medida que se incrementa el estrato socio-económico de los hogares aumenta la probabilidad de que los niños tengan acceso a conocimientos de computación en el ámbito escolar.
En efecto, un niño en el 10% de los hogares más pobres registraba 4 veces más 'chances' de no acceder a conocimientos de computación en la escuela que un par en el 10% de los hogares más aventajados.

Los adolescentes escolarizados tenían acceso a conocimientos de computación e idioma extranjero en la escuela en un 64,1% y 87,1%, respectivamente a nivel de las grandes ciudades relevadas por la EDSA en el 2007.
El acceso al conocimiento de elementos de computación era similar en los adolescentes de sectores medio y medio alto, pero significativamente menor en
los estratos más bajos.
El nivel de desigualdad social en el acceso a una segunda lengua era 10 veces más regresivo para los adolescentes en el 10% de los hogares más pobres respecto de sus pares en el 10% más rico; y de 3 veces en el caso del acceso
a conocimientos de computación.

Se entiende por interés superior de la niña, niño y adolescente la máxima satisfacción, integral y simultánea de los derechos y garantías reconocidos en esta ley. Debiéndose respetar:
a) Su condición de sujeto de derecho;
b) El derecho de las niñas, niños y adolescentes a ser oídos y que su opinión sea tenida en cuenta;
c) El respeto al pleno desarrollo personal de sus derechos en su medio familiar, social y cultural;
d) Su edad, grado de madurez, capacidad de discernimiento y demás condiciones personales;
e) El equilibrio entre los derechos y garantías de las niñas, niños y adolescentes y las exigencias del bien común;
f) Su centro de vida. Se entiende por centro de vida el lugar donde las niñas, niños y adolescentes hubiesen transcurrido en condiciones legítimas la mayor parte de su existencia.

Este principio rige en materia de patria potestad, pautas a las que se ajustarán el ejercicio de la misma, filiación, restitución del niño, la niña o el adolescente, adopción, emancipación y toda circunstancia vinculada a las anteriores cualquiera sea el ámbito donde deba desempeñarse.
Cuando exista conflicto entre los derechos e intereses de las niñas, niños y adolescentes frente a otros derechos e intereses igualmente legítimos, prevalecerán los primeros. (Ley de protección integral de los derechos de las niñas, niños y adolescentes, Ley 26.061, Artículo 3).

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Boletín del Barómetro de la Deuda Social de la Infancia - Observatorio de la Deuda Social Argentina - Departamento de Investigación Institucional - Instituto para la Integración del Saber.
La Encuesta de la Deuda Social Argentina (EDSA) aplica habitualmente un cuestionario multipropósito sobre una muestra probabilística, que en esta última medición presenta una cobertura de 2.500 hogares con población adulta de 18 años y más, con residencia en importantes centros urbanos del país: Área Metropolitana de Buenos Aires, Gran Córdoba, Gran Rosario, Gran Salta, Gran Resistencia, Gran Mendoza, Paraná, Bahía Blanca y Neuquén.
El módulo infancia fue realizado al adulto entrevistado que fuera padre, madre o tutor/a de un niño y/o niña de 0 a 17 años de edad residente en el hogar.
Dicho informante fue consultado sobre diferentes atributos objetivos de cada uno de los niños, niñas y adolescentes que estaban bajo su responsabilidad al momento de la encuesta, y otros aspectos sobre cuidados, hábitos, pautas de crianza, socialización y formación educativa.
A partir de este procedimiento se obtuvo información válida de 2.267 niños, niñas y adolescentes entre 0 y 17 años en 1.095 hogares.

El mito de la superpoblación

Alejandro Pisitelli Murphy

El 31 de agosto pasado se publicó en este diario un sugerente artículo titulado En busca de una esposa, firmado por Alain Buu. Cuando el autor describe los problemas de China en cuanto al desequilibrio que existe entre varones y mujeres, está apuntando a una de las tantas manifestaciones poblacionales que se generan cuando se intenta manipular el crecimiento demográfico.
China ha intentado frenar en los últimos 25 años, de manera contundente, sus tasas de crecimiento poblacional, pero esto no es gratuito. Y el error siempre consiste en creer que mucha población ya es un problema en sí mismo: normalmente, los países más superpoblados no son los más densamente poblados, y viceversa.
El continente asiático, que alberga a casi el 60% del total de la población mundial, tiene una densidad de unos 111 habitantes por kilómetro cuadrado, mientras que Holanda cuenta con una densidad de 366. Sin ir más lejos, la Europa de los doce países fundadores de la comunidad está más "hacinada" que China: de 145 a 120 hab./km2.
El problema principal se produce cuando, por intereses políticos, se intenta manejar la dinámica poblacional de manera casi mecánica, cuando en realidad es un fenómeno de naturaleza cultural, como se ejemplifica en el caso chino. Y cuando ocurre esto, comienzan los problemas de diversa índole. Por caso, ya ha ocurrido en países como la Unión Soviética durante gran parte del siglo XX (cuando se intentaba incentivar el antinatalismo o el natalismo según las coyunturas políticas), y ahora se repite en China.
La obsesión por que el único hijo sea varón hace que, tanto en ese país como en la India, estén prohibidas las resonancias magnéticas para conocer el sexo del bebe por nacer, ya que, si las familias se enteran de que tendrán una nena, el aborto se hace inexorable y el desnivel entre sexos, aún mayor.
Pero volvamos al problema de fondo: la creencia de que tener mucha población es lo negativo. El terror poblacional se fue manifestando levemente a comienzos del siglo XX y tuvo su máxima expresión al finalizar la Segunda Guerra Mundial en medio del famoso baby boom , cuando el mundo creció a tasas nunca vistas hasta entonces. Lo infundado de esos miedos se basaba en dos conceptos erróneos que aún hoy son repetidos en diversos ámbitos académicos y mediáticos.
1) Que esas tasas se iban a mantener por siempre jamás. A comienzos de los años 70, ya los guarismos comenzaron a bajar, y lo siguen haciendo aún hoy. De hecho, la ONU ya hace varias décadas que debe ir corrigiendo recurrentemente sus proyecciones poblacionales hacia la baja.
2) Que el mundo no podría alimentar a tanta gente.En los documentos oficiales de la Conferencia de Población de 1974, ya se admitía que con la tecnología de aquella época (a años luz de la actual), el mundo podía alimentar a más de 40.000 millones de personas según la dieta norteamericana y a más de 150.000 según la dieta japonesa.
A poco de conocido este informe, Paul Ehrlich, uno de los apóstoles del antipoblacionismo, escribe ese mismo año un libro titulado La explosión demográfica . Allí reconoce la validez de aquel informe: "En cierto sentido, no les falta razón. Es teóricamente posible alimentar a 40.000 millones de personas, pero cabe preguntarse si vale la pena que la humanidad alimente a 40.000 millones de personas".
A partir de aquí, ya entramos, evidentemente, en un terreno filosófico o, al menos, ideológico. El problema no es la población, sino lo que se quiere hacer con ella. Vayamos a nuestro ejemplo más cercano: en la Argentina se producen anualmente alimentos para unos 380 millones de personas. Nosotros somos 40 millones y nos encontramos con compatriotas que tienen serios problemas de alimentación. No se debe combatir a los pobres, sino la pobreza y sus causas profundas.
En definitiva, cada vez que se intentó manejar, por motivos políticos o económicos, las tendencias poblacionales de algún país, aparecieron las consecuencias no deseadas, y el caso más emblemático en este momento es China, con un creciente desnivel entre mujeres y hombres, y con un envejecimiento generalizado que provocará innumerables problemas sociales (la cuestión previsional es sólo uno de ellos).
Se frenó el crecimiento, pero, como decíamos antes, el problema no es la cantidad, sino la densidad, la distribución territorial y la distribución por edades.
Se repite nuevamente aquello que escuché hace muchos años: "Dios perdona siempre y el hombre perdona a veces, pero la naturaleza no perdona nunca" .

El autor es profesor del Instituto de Ciencias Jurídicas y Sociales de UADE
(La Nación, 15-11-08)

Tenemos que preservar el cerebro del niño


Así lo afirma Abel Albino, reconocido pediatra y fundador de los centros Conin, que luchan contra la desnutrición en nuestro país

"No existen papeles pequeños, existen actores mediocres." Con esta frase, Abel Albino, reconocido pediatra y fundador de los centros Cooperadora para la Nutrición Infantil (Conin) en la Argentina, invoca a todas las personas a comprometerse con la lucha contra la desnutrición. "No basta con ser un buen ciudadano, además hay que contribuir al bienestar general. Mientras pensamos soluciones, miles de niños hambrientos están formando sus huesos y fabricando su sangre. De nosotros depende que tengan igualdad de oportunidades y una vida digna", agrega con tono firme y desesperado, este hombre que a los 61 años es el responsable de que 2000 niños amanezcan cada día con un futuro mejor y que 10.000 personas puedan salir adelante.

Replicando el exitoso modelo chileno impulsado por el doctor Fernando Monckeberg, Albino ha creado una red de centros Conin presentes en 20 ciudades argentinas y no se conforma. Su próxima meta es construir un centro con salida laboral para jóvenes con discapacidad mental y hacer de la desnutrición una política de Estado. "El 40% de la población vive por debajo de la línea de pobreza, algunos con techos de paja y repletos de vinchucas. En toda casa en la que exista un perro desnutrido, con sarna y rengo, hay chicos sufriendo", explica Albino a LA NACION, porque de tanto caminar por los barrios humildes mendocinos ya conoce los síntomas de la pobreza.

Su propuesta es simple, efectiva y de aplicación inmediata para reducir la actual cifra de mortalidad infantil, que afecta a 20 de cada 1000 chicos en nuestro país: "Tenemos que preservar el cerebro del niño el primer año de vida, educarlo y asegurarnos de que toda la gente posea cloacas, luz y agua corriente. Si tenemos todo esto, vamos a ser una gran nación dentro de pocos años".

Cambio de brújula
Descendiente de una familia de prisioneros de guerra portugueses que llegaron a estas costas hace más de 200 años, Albino tuvo en la vida numerosas señales que le fueron marcando el camino.

Si bien su apellido llevaba varias generaciones instaladas en Mendoza, él nació en Morón (provincia de Buenos Aires), producto de la breve estada de su familia en Buenos Aires por motivos laborales. Su padre tenía una empresa de membranas de techo de madera en Mendoza, que contaba con una importadora en Buenos Aires. Cuando él tenía un año, su familia volvió a Mendoza, donde vivió siempre. Hoy reside en Guaymallén, junto con sus cinco hijas (es viudo hace nueve años) y tiene su consultorio médico frente a la plaza Independencia.

Su andar por la medicina fue siempre intenso y lo llevó por rumbos desparejos. Se recibió de médico en Tucumán, hizo la residencia en pediatría en la Universidad de Chile y volvió a Mendoza. Se casó a los 32 años y partió hacia Europa con el sueño de trabajar en biología molecular, donde tuvo su primer cambio de brújula.

-Un día iba caminando por los pasillos de la Facultad, vi un diario tirado y lo levanté. En él había una entrevista a la Madre Teresa de Calcuta en la que le preguntaban qué era la paz. Ella dijo: "El fruto del silencio es la oración, el fruto de la oración es la fe, el fruto de la fe es el amor, el fruto del amor es el servicio, y el fruto del servicio es la paz". Ahí reparé en que yo también debía servir, y que la mejor manera de hacerlo era en mi país y volví a la Argentina.

Cinco meses después, este pediatra volvió a Europa por motivos laborales. De paso por Roma escuchó al entonces papa Juan Pablo II durante una beatificación. "En ese momento dijo que había que ocuparse de los más pobres, los más necesitados. Entonces redondeé la idea, y decidí que me iba a dedicar a ayudar a los débiles mentales, que son los más pobres", recordó Albino.

Con el espíritu renovado, convocó al doctor Monckeberg, que había sido profesor de él durante su residencia en Chile, para que lo orientara en su nueva aventura. Monckeberg se convirtió en su mentor, y fue quien le enseñó que la desnutrición es la única debilidad mental que se puede prevenir. De esa manera, le estaba marcando, quizá sin quererlo, la meta para el final de sus días. "No sabés lo feliz que vas a ser", me dijo. Y desde entonces trabajo en Conin como si me pagaran", agregó Albino, con su humor característico, que hace reír a los auditorios más difíciles.

Ya desde el comienzo comprendió que la principal riqueza de un país es su capital humano, y esa convicción lo llevó a emprender su cruzada contra la desnutrición, empezando por su querida ciudad de Mendoza. Allí fundó, en 1993, la versión local de Conin, donde hoy funcionan el Centro Modelo de Promoción y Prevención de la Desnutrición Infantil El Plumerillo y el Primer Centro de Recuperación de Lactantes Desnutridos Madre Teresa de Calculta, ambos en el departamento de Las Heras.

-La desnutrición es el resultado final del subdesarrollo. Para resolverla, hay que darle un abordaje integral a los problemas que dan nacimiento a la pobreza.

Para entender el problema de raíz, se metió en los ranchos para ver cómo vivían las personas de condición más humilde y así conoció el significado de la palabra inhumano. Albino tiene marcada a fuego la imagen más desgarradora que vivió: "Fue la de un niño hambriento que se levantó a la madrugada, fue a la cocina, abrió la lata del pan, que estaba vacía, e hizo el ademán de que comía. De esa manera, pretendía engañar a su estómago crujiente".

-Los niños mal alimentados pierden primero el peso, después la talla, y por último el perímetro cerebral. Dejan la escuela y no se reinsertan más. ¿Queremos un país de cartoneros, mendigos y analfabetos? Nos tenemos que ocupar de nuestro capital social, y empezar por alimentar a nuestros hijos. Todos juntos, entre ONG, empresas y Gobierno, tenemos que practicar virtudes, en vez de declamar valores. Gran admirador de San Juan Bosco y convencido de que las personas consiguen un pensamiento equilibrado y maduro a los 35 años, este médico perdió su jubilación, su obra social, renunció a su trabajo en el hospital, y hasta hipotecó su casa para poder alcanzar su sueño. "Me rescató medio mundo, personas que se acercaron a ayudarme."

Consecuencias
De hablar claro y pausado, Albino busca en estudios de campo las irreversibles consecuencias de la desnutrición. Por ejemplo, una jueza mendocina develó la relación existente entre criminalidad y desnutrición. "Ella descubrió que el 80% de los grandes criminales de Mendoza han sido desnutridos de segundo o tercer grado. Según otro estudio que hicimos con la Universidad de Cuyo, se llegó a la conclusión de que nuestro centro Conin, atendiendo a 250 chicos, significa un ahorro de 250.000 dólares anuales para el país, porque disminuye la morbilidad y la mortalidad, a la vez que aumenta la escolarización de los padres e hijos y disminuye la violencia."

Hombre de personalidad metódica y rutinaria, Albino deja unas horas por día para destinarlas a sus placeres y cuidado personal. "Todos los días, por prescripción médica, salgo a caminar de 14.30 a 15.30 con un amigo, que se ha convertido en un gran compañero de caminatas. El día que no salgo a caminar, hago bicicleta", expresó este médico, que tiene la costumbre de leer varios libros al mismo tiempo. Actualmente está releyendo Los miserables, de Victor Hugo, y empezó con Jesús de Nazareth, del papa Benedicto XVI.

Después de varios años de trabajo ininterrumpido, Albino se ha convertido en uno de los referentes argentinos en la lucha contra la desnutrición y eso lo llevó a recorrer el país, da charlas y apoya iniciativas destinadas a terminar con este flagelo. En ellas siempre insiste en que el cableado neurológico se desarrolla durante el primer año de vida. El 50% está determinado por la alimentación y el otro 50% por la estimulación.

Según el especialista, el panorama de la desnutrición en la Argentina no ha mejorado en los últimos años, sino que, en el mejor de los casos, se ha estacionado. Sin embargo, se encuentra optimista con respecto al futuro, porque percibe un deseo de mejora en la gente. "De nada sirve que recuperemos a un chico de la desnutrición si después lo devolvemos al mismo ambiente nocivo. Por eso, nosotros desarrollamos un programa integral para rescatar a estos chicos que incluye educación, escuela de artes y oficios, lectoescritura, ropero familiar, documentación de la famillia y prevención de adicciones, por ejemplo."

-¿Nunca se le ocurrió ocupar un cargo político para poder ayudar a más gente?

-Yo soy médico de niños y para eso me preparé durante toda la vida. No estoy capacitado para ser político. Yo quisiera que la desnutrición y el proyecto Conin sean una política de Estado. Recuperar un desnutrido en un hospital estatal cuesta un promedio de 300 dólares por día, en el Centro Conin Chile, 30 dólares, y nosotros lo conseguimos por sólo 3 dólares.

-¿Qué opina de la actual crisis mundial?

-Creo que las crisis mundiales son crisis morales. Eso se produce porque a las personas les falta Dios y entonces se sacian con lo material. Es bueno tener, pero es mejor compartir. Yo estoy convencido de que lo único que puede salvar al mundo es el retorno a la espiritualidad.

Micaela Urdinez
(La Nación, 15-11-08)

Política y verdad



Alocución televisiva de monseñor Héctor Aguer, arzobispo de La Plata en el programa “Claves para un mundo mejor”
(Sábado 8 de noviembre de 2008)

“Hace unos días tuve una conversación con un joven, dirigente social, que lleva adelante una tarea importante, valiosa. Es una persona muy bien preparada, generoso en su brindarse a los demás, y en el curso de la conversación se me ocurrió sugerirle que él tendría que iniciarse en la acción política, que tendría que dar un paso más adelante en su compromiso actual”.
“¿Qué me respondió? ‘Mire, yo no podría hacerlo Monseñor, porque a mí no me gusta mentir’. Le respondí que no era necesario mentir y él me replicó todavía: Para dedicarme a la política tendría que vivir en la mentira”.
“Es tremendo que alguien preparado como para brindar ese servicio que la Iglesia considera que es un acto de caridad, porque la Iglesia habla de caridad política, no lo quiera hacer o no lo pueda hacer por una especie de traba moral, por un reflejo de honestidad”.
“La realidad debiera ser exactamente lo contrario pero eso es lo que se piensa generalmente de la acción política, en concreto, en la Argentina, y tenemos que reconocer que con razón se piensa así. En nuestra vida política falta la verdad. Es ésta una característica de nuestra decadencia cívica y cultural. Por aún, nos estamos acostumbrando a que así ocurra. Somos engañados y nos dejamos engañar, nos resignamos al engaño. Son muchos los que se dan cuenta de que las elecciones a las cuales nos sometemos periódicamente son engañosas y no responden a la verdad. Pero de acuerdo a la naturaleza de las cosas, la actividad política, precisamente, es obra de la virtud de la prudencia. Tanto los ciudadanos que participan activamente de la vida de la comunidad como los políticos profesionales, con mayor razón los gobernantes o los que desempeñan algún cargo cercano a los que gobiernan deben caracterizarse por su prudencia y la prudencia es la capacidad tenemos de hacer la verdad, de realizar la verdad, de ponerla en la ejecución en bien de todos, a favor del bien común. Es todo lo contrario del escamoteo de la verdad. Aquí, en cambio, nos mienten y dejamos que lo hagan, que lo sigan haciendo una y otra vez”.
“Hay un verbo que usa San Pablo en la Carta a los Efesios, del que no existe en castellano una traducción exacta. El término es alethéuo. Este término podría interpretarse como ser veraz, o decir la verdad, pero también podría interpretarse en términos de acción equivale a hacer la verdad, a obrar de acuerdo a la norma de la verdad”.
“En el contexto que San Pablo lo usa, tiene que ver con el crecimiento de la persona y de la comunidad, con el aporte de la persona a la comunidad. Se trata de hacer la verdad en el amor. San Pablo habla en términos religiosos, eclesiales, se refiere al crecimiento espiritual de los cristianos y de la comunidad cristiana y ese crecimiento requiere hacer la verdad, vivir en la verdad, practicarla en el amor. Pero vale también para la sociedad civil, en la que sólo la verdad y el amor pueden asegurar una convivencia sana, pacífica, que permita el crecimiento de todos”.
“Allí tenemos los elementos de una sana convivencia política. Tratar de hacer la verdad, de ser veraces en la acción y, de esa manera, hacer crecer a la comunidad promoviendo una auténtica amistad social”.
“Volviendo a la experiencia que he relatado al comienzo, concluyo: cuánto hay que hacer para cambiar este ambiente asfixiante de la política local. No se trata simplemente de convencernos de un modo superficial de que las cosas pueden ser de otra manera. Es evidente que tiene que haber gente que se arriesgue y que, en medio de la mentira generalizada, se atreva a decir y a vivir en la verdad. También en el ámbito político”.

Mons. Héctor Aguer, arzobispo de La Plata



Y hay tantos argentinos pobres como en 2001


Por Oliver Galak
De la Redacción de LA NACION

En mayo de 2001, hacía poco más de un mes que Domingo Cavallo había reemplazado a Ricardo López Murphy en el Ministerio de Economía. Y Fernando de la Rúa intentaba gobernar un país que en ese mes ya albergaba 11,8 millones de pobres. Hoy, los nombres cambiaron, pero la cantidad de pobres no: estudios independientes coinciden en señalar que, luego de cuatro años de descenso, la pobreza volvió a crecer en el último año y hoy alcanza a más de 11,5 millones de personas.
Aunque el gobierno de Cristina Kirchner informa que el 17,8% de la población está por debajo de la línea de la pobreza, los economistas que calculan la canasta básica sobre la base de la inflación real sostienen que la incidencia es de entre el 32 y el 32,5%. En la brecha que va de la realidad al discurso oficial se esconden cerca de cinco millones de personas.
Números oficiales y cálculos independientes coinciden en una parte de la historia. En octubre de 2002, el país se sumergió en su situación crítica: el 57,5% de la población urbana (19,3 millones de personas) tenía ingresos por debajo de la canasta básica. Cuatro años después, la tasa bajó al 26,9%, equivalente en ese entonces a 9,5 millones de personas.
A comienzos de 2007, el secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, metió sus manos en el Indec y la historia se bifurcó: mientras el Gobierno imaginaba un país con menos pobres, las organizaciones de ayuda social recibían a cada vez más argentinos con sus necesidades básicas insatisfechas. Desde el segundo semestre de 2006, más de dos millones de personas cayeron por debajo de la línea de la pobreza. Según el cálculo que se tome, la sociedad argentina viene creando entre 85.000 y 115.000 nuevos pobres por mes. Desde fines de 2006 y hasta principios de 2008, la principal causa de creación de pobreza fue la inflación. En los últimos meses, apareció como un nuevo factor la casi nula creación de empleo.
"En 2008 aparece una combinación de aumento de la canasta básica y de disminución de la tasa de crecimiento del empleo. En los últimos meses, el aumento de la canasta básica se desaceleró, con lo cual hay una menor incidencia de ese factor. Ahora el movimiento de la pobreza va a estar muy asociado a lo que pase con el empleo", explicó el especialista Ernesto Kritz, director de SEL Consultores.
Su estimación es que ya en el primer semestre de este año el 32,3% de la población (11,53 millones de personas) podía ser considerada pobre. Para fines de 2008, el número sería aun mayor, porque "ya hay una caída importante de la demanda laboral, sobre todo por la vía de las horas trabajadas, con reducción de horas extras, adelanto de vacaciones, suspensiones y otras medidas similares".
Los 11,8 millones de pobres de mayo de 2001 representaban un porcentaje algunos puntos mayor que el actual. Aquella primera medición del Indec sobre las condiciones de vida en todo el país mostraba un 35,9% de pobreza, pero la base sobre la que se calculaba (la población urbana) era menor: 33 millones, contra los 35,7 millones de hoy.
En relación con los dos millones de nuevos pobres, Kritz señaló: "No hay muchos antecedentes de semejante aumento de la pobreza en paralelo con el crecimiento de la economía a tasas de 8 puntos o más".
Claudia Padilla es una de las tantas jóvenes que vivió lo señalado por Kritz, es decir, cómo el país crecía a tasas "chinas" mientras sus posibilidades de salir adelante se esfumaban. "Cuando quedé embarazada perdí mi trabajo de ordenanza y vendo tortas en un puesto en Retiro. Me cuesta mucho postularme a un trabajo por no tener el colegio completo", dice Claudia, que con 26 años saca adelante sus dos hijos con el local frente a la estación de trenes y haciendo horas extras el fin de semana al cuidar autos en la terminal. Con las dos cosas, no llega a juntar ni 300 pesos por mes.
"El Gobierno dice que hay menos pobres, pero yo cada día veo más", reflexiona, mientras vigila autos en un domingo desierto de gente por el calor. Con ella coincide la dueña del puesto de enfrente, María, una peruana que puede considerarse la más afortunada del grupo porque gana más de $ 1000, cuando la mayoría no promedia los 500, salvo por el hecho que tiene que dejar la mitad de sus ingresos a una de las bandas que "cuidan" la estación.

En el terreno
Como suele ocurrir en estos casos, el primer termómetro de la situación son las colas que se forman en los comedores. Alicia Meza coordina el de la Asociación Civil Eben Ezer, en Ciudad Oculta. "Acá hay muchas familias que no tienen trabajo; tenemos bastante gente en lista de espera", contó Alicia.
Ellos reciben y distribuyen 70 raciones diarias del gobierno de la ciudad de Buenos Aires. El año pasado comenzaron a tener gente en lista de espera. Este año, gracias a algunas donaciones, pueden dar de comer a unas 100 personas en total, pero aun así les quedan entre 50 y 60 en lista de espera. "Cuando fue el estallido social, también teníamos colas de gente. Después la cosa se normalizó. Ahora todavía no llega a esa magnitud, pero hay una franja de chicos que no pueden terminar el secundario y quedan a la deriva", describió la coordinadora.
El Instituto para el Desarrollo Social Argentino (Idesa) estimó que en la primera mitad del año la tasa de pobreza ya se ubicaba entre el 30 y el 32% de la población urbana. "El cambio de tendencia fue a mediados del año pasado, cuando se exacerbó la inflación. Está directamente relacionado con que los salarios de los empleos informales se incrementaron por debajo de la inflación real", indicó el investigador jefe de Idesa, Jorge Colina.
En el Centro de Economía Regional y Experimental (CERX) estiman que en la segunda mitad de 2008 la pobreza ya alcanza al 32,1% de la población (11,56 millones de personas) y anticipan que en el primer semestre del año próximo la situación empeoraría: el 33,5% y más de 12,2 millones de personas. "Para el año próximo estamos estimando un aumento del desempleo y una leve caída del ingreso real, por lo cual, lamentablemente, estaremos frente a un escenario donde la pobreza seguirá avanzando", dijo la directora del CERX, Victoria Giarrizzo.
El director general de Cáritas Argentina, Gabriel Castelli, señaló que el caso típico de la persona que está volviendo a los comedores comunitarios desde el año pasado es "el trabajador informal que busca asistencia porque ya no le alcanza para comprar todos los bienes". Y recordó que las asignaciones que otorgan los planes sociales no han sido actualizadas desde 2001: "Con $ 150 por mes la posibilidad de subsistencia es irrisoria".