DON BOSCO

DON BOSCO
"BUENOS CRISTIANOS Y HONRADOS CIUDADANOS"

LA JUSTICIA ARGENTINA

 


 niega el cambio de nombre en los registros de bautismo para las personas trans

 

Que no te la cuenten, abril 21, 2023 

 

Alba Rueda es un activista trans; es decir, un ser que tiene próstata pero que se «auto-percibe» mujer.

 

Se ha desempeñado como subsecretaria de Políticas de Diversidad dentro del denominado «Ministerio de la Mujer, Géneros y Diversidad» (2020-2022) para, luego, ser promovida al cargo de Representante Especial de Argentina sobre Orientación Sexual e Identidad de Género del Ministerio de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto.

 

En 2019, luego de lograr su cambio de nombre en el documento nacional de identidad, solicitó al Arzobispado de Salta, por medio de la ley de Habeas data, que también se modificase el libro de Bautismo, con la finalidad de que allí su nombre impreso en el alma por el primero de los sacramentos, fuese cambiado.

 

La Iglesia, siguiendo las disposiciones eclesiales actuales se negó a modificar el nombre y sólo accedió a anotar en nota marginal que «xxx Rueda», por disposición legal argentina, poseía ahora el documento con el nombre de «Alba».

 

Dado que esto no fue suficiente para este activista, el caso se judicializó, recibiendo una negativa de parte de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Civil y, en el día de ayer, otra negativa por parte de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, órgano superior en este país (el fallo, que sienta un precedente, puede descargarse de aquí: https://www.quenotelacuenten.org/wp-content/uploads/2023/04/RUEDA-FALLO-CIV-061637_2018_CS001.pdf).

 

En síntesis: que las leyes cambien en Sodoma no transforman a la Iglesia en vasalla.

 

Que no te la cuenten…

 

P. Javier Olivera Ravasi, SE

INEXPLICABLE ENOJO

 


 por una línea 0800 de atención a embarazadas en situación de vulnerabilidad

 

Claudia Peiró

 

Infobae, 023

 

“Línea antiderechos 0800 VIDA”, “línea antiaborto en CABA”; “avanzada antiderechos”: son algunos de los calificativos que organizaciones abortistas lanzaron contra una iniciativa de protección a la maternidad vulnerable.

 

Cuando Alberto Fernández decidió, en plena pandemia, impulsar la legalización del aborto, presentó en simultáneo otra ley, la N°27.611, de Atención y Cuidado Integral de la Salud durante el Embarazo y la Primera Infancia, llamada de los 1000 días, en referencia al período en el cual se concentrarían los cuidados previstos para las madres y sus hijos hasta los 3 años. Fue una suerte de doble discurso, un suavizante para tranquilizar las conciencias de los legisladores remisos a legalizar el aborto. Ambas leyes fueron aprobadas al mismo tiempo, en diciembre de 2020.

 

En ese marco, Cynthia Hotton, presidente del Consejo Social de la Ciudad de Buenos Aires desde fines de febrero pasado, firmó un convenio de colaboración con el ministro de Salud porteño, Fernán Quirós, para, en articulación con la Red Nacional de Acompañamiento a la Mujer Embarazada, promover en los hospitales públicos de la Ciudad la línea telefónica de contención 0800-333-1148 (VIDA) desde la cual se lleva adelante una política de acompañamiento emocional y personalizado, psicológico, espiritual y legal, para aquellas mujeres que transiten un embarazo vulnerable o inesperado.

 

El convenio apunta a fomentar “acciones concretas de difusión, promoción y divulgación bajo el marco normativo de la ley nacional 27.611 de atención y cuidado integral de la salud durante el embarazo y la primera infancia”.

 

La mejor prueba de la hipocresía contenida en la decisión de impulsar en paralelo la legalización del aborto y la Ley de los 1000 días es que la primera norma es militada con ahínco por las mismas ONGs que ahora ponen el grito en el cielo ante el intento, bien tardío por cierto, de implementar la segunda.

 

La iniciativa porteña desató una furia descomunal en las organizaciones abortistas -grupos feministas y ong de derechos humanos- que inmediatamente reflotaron el calificativo “antiderechos” aplicado a quienes se oponían a su legalización.

 

Así, la atención de una línea por parte de la “Red Nacional de Contención al Embarazo Vulnerable”, que coordina Evelyn Rodríguez a través de la Fundación Vida en Familia, y que integran más de 400 instituciones voluntarias de todo el país, fue denunciada como tercerización de una política pública en organizaciones antiderechos.

 

Según los críticos de la iniciativa, el “vericueto (sic) legal” es el artículo 28 de la “Ley de los 1000 días”, que habla de una “línea gratuita de contención”, y anuncia que “se creará un dispositivo específico de atención, derivación y seguimiento de mujeres y personas gestantes en situaciones de especial vulnerabilidad”.

 

La Asamblea por los Derechos Humanos-regional Capital directamente pidió la renuncia de Cynthia Hotton, con el argumento de que “darle el manejo de la gestión pública a un sector de la sociedad civil vinculado a grupos religiosos implica un serio retroceso” y reclamó “el retiro inmediato de la mencionada línea telefónica”.

 

También desde NiUnaMenos (grupo que se adueñó de marchas que nacieron con otra finalidad) expresaron su enojo: “Este convenio constituye un nuevo ataque a nuestro derecho a decidir. Repudiamos, por supuesto, la tercerización de las políticas públicas”. Un “por supuesto” fuera de lugar ya que el Estado terceriza muchas políticas, como los voluminosos planes de asistencia social. “Repudiamos que se delegue en conocidas organizaciones antiderechos que militan contra la ESI y contra el derecho a la salud reproductiva, la atención telefónica a mujeres embarazadas”, agregaron. Hablaron de “burla” y “provocación” hacia quienes como ellas militaron “durante estos años por el aborto legal, seguro y gratuito”.

 

Militancia hubo de ambos lados. También las organizaciones que se oponían al aborto movilizaron cientos de miles de personas, pero el espíritu de estos grupos es hacer aquello de lo que acusan a los demás: imponer sus creencias al conjunto y silenciar a los que piensan distinto.

 

La diputada del PTS-FIT Alejandrina Barry repitió argumentos al advertir que “esta línea telefónica antiderechos será atendida por una red de 400 organizaciones ligadas a las iglesias evangélicas, militantes contra el derecho al aborto y la Educación Sexual Integral”.

Eso último es otra de las tantas mentiras difundidas abundantemente por el sector verde: la ley de Educación Sexual Integral fue elaborada en el año 2006 con el consenso de todas las escuelas, públicas y privadas; más aun, hubo una activa participación de las escuelas confesionales -católicas y evangélicas- y desde su promulgación se aplica. Pero lo que estos grupos llaman hoy ESI es en realidad ideología de género. Los contenidos y la bibliografía que proponen tienen poco que ver con la educación sexual y mucho con la ideología queer, algo que no figura en ninguna parte de la ley.

 

En este coro no podía faltar Amnistía Internacional, que pasó de ser una asociación de defensa de la libertad de conciencia a convertirse en un lobby abortista. Usurpando una función de control de gestión que nadie le ha concedido, Amnistía pidió explicaciones al gobierno y expuso su preocupación porque se estaría poniendo “en riesgo derechos humanos conquistados”. Amnesty sabe muy bien que el aborto aun siendo legal no puede equipararse a un derecho humano.

 

“Cualquier propuesta que pudiera implicar la intención de desinformar o someter a las personas a juicios derivados de consideraciones personales, religiosas o axiológicas, incurriría en una clara vulneración a la autonomía de la voluntad”, dijo también Amnesty.

 

Desde la izquierda del sistema, no podía faltar el Partido Obrero, promotor de la eugenesia social que antes era bandera de ciertos sectores de derecha. “Es un mecanismo perverso -dijo el legislador Gabriel Solano-, ya que los feligreses (sic) que están detrás de ese 0-800 se encargan de desinformar a las mujeres que recurren a ellos, aprovechándose de la desesperación que generalmente recorre a aquellas que están cursando un embarazo no deseado o no cuentan con los recursos económicos para poder transitar la maternidad”.

 

Estos comentarios revelan una idea de la laicidad que ya quedó espuesta en el debate por el aborto cuando legisladores abortistas pedían a los demás dejar sus convicciones en la puerta del Congreso. En un país de mayoría creyente y cristiana, es una actitud como mínimo antidemocrática. Sin mencionar que una de las razones del desprestigio de los políticos es que la mayoría de ellos arrojan sus convicciones a la basura apenas asumen un cargo.

 

Los críticos del 0800 VIDA alegaron también que lo dispuesto por la Ley de los 1000 días ya se está cumpliendo a través de los Centros de Salud y Acción Comunitaria (CeSAC) -unos 40 en toda la Capital-, algo muy dudoso considerando que, desde que en 2012 la Corte Suprema elaboró el Protocolo de aborto no punible -una legalización de hecho-, esos centros se convirtieron en propagandistas de esa práctica.

 

Un episodio ocurrido en 2019 lo demostró plenamente. Fue cuando hicieron cubrir el mural de un niño por nacer, en la maternidad del Hospital Piñero porque esa imagen constituía “violencia” para las mujeres que iban allí a interrumpir su embarazo. En aquel momento, 30 CeSAC levantaron firmas para que se quitara esa pintura. Es decir que los centros de salud de Capital consideraron inadmisible que hubiera una imagen de un ser humano en gestación en el lugar donde las madres van a parir.

La propaganda abortista campeaba hasta en los sitios menos pensados, pero el dibujo de un feto tuvo que ser tapiado, literalmente, ¡y en una maternidad! Para el antinatalismo furioso que militan estas organizaciones, no basta con legalizar el aborto: hay que evitar cualquier argumento que pueda disuadir a una mujer de poner fin a su embarazo. Ayudarlas a seguir adelante con una gestación, convencerlas de ser madres y asistirlas en esa decisión equivale a un delito.

 

Pretender que los CeSAC atiendan una línea 0800 creada en función de la Ley de los 1000 días es como poner al zorro a cuidar el gallinero.

 

En referencia al mural del Piñero, miembros de esos centros dijeron que el mural era “un mensaje que busca desestimar la posibilidad de interrupción del embarazo, y que podría llegar a tener un impacto sobre las personas que vayan a atenderse por este tema”. Recordemos que el aborto no era todavía legal, o sea, se estaban amparando en las excepciones previstas por el protocolo de la Corte. Hasta las 12 semanas de embarazo, el aborto se practicaba ya en ese entonces en el mismo CeSAC mediante suministro de Misoprostol. Pero, cuando los casos tenían “más tiempo de avance, tenemos que recurrir al sector de obstetricia del hospital”, se sinceraron.

 

¿Qué temían? ¿Que una embarazada que viese el mural pudiera cambiar de opinión? En el fondo era una confesión de que la promoción del aborto se basa en gran medida en el eufemismo, no sólo en las expresiones verbales, sino en la imagen: se trata de evitar a toda costa que una foto, un dibujo o una ecografía le den materialidad a “eso” que se quiere eliminar.

 

Es el manual básico de todas las campañas pro legalización del aborto. Por ejemplo, la guía de la International Planned Parenthood Federation (IPPF, Federación Internacional de Planificación Familiar) sugiere quitar de los sitios a los que van mujeres a abortar toda representación de un feto. Recordemos las definiciones que en ese entonces se dieron del ser humano en gestación: “larva”, “amasijo de células” y, más grave por venir del propio Ministro de Salud Ginés González García, “fenómeno”.

 

La guerra cromática

En el caso del Piñero, los grupos pro aborto cayeron en el ridículo de criticar hasta el fondo celeste del mural, que en realidad era el color con el cual estaba pintado desde mucho antes la Maternidad del Piñero.

 

Pero la guerra también es cromática, y no cesa. El mismo argumento vuelve ahora en torno a la línea telefónica gratuita 0-800-333-1148 VIDA porque en ella prima el color celeste… La Campaña Nacional por el Derecho al Aborto denunció “una estrategia” que “incluye en todos los hospitales públicos porteños la difusión de cartelería color celeste de un 0800 VIDA”.

 

El informe de la TV Pública sobre el tema fue el más sesgado, cuando debería ser el más prescindente. Con el título “Una línea antiaborto (sic) en el GBA”, solo hablaron con partidarias del aborto legal. Una de las consultadas dijo que lo que más preocupaba era que hubiera desinformación.

 

Hablando de desinformación, lo que esta reacción furibunda contra el 0800 VIDA revela es la falsedad de los argumentos esgrimidos en su momento para legalizar el aborto.

 

En primer término el “nadie quiere el aborto”, réplica habitual ante los que se definian en favor de la vida. Las reacciones airadas ante una simple línea telefónica de atención a embarazadas contradicen aquellas afirmaciones. Al aborto se lo propagandiza, se lo promueve y, sobre todo, se lo banaliza. La indignación frente al dibujo de un feto -o frente al color celeste- tiene que ver con eso: la “violencia” que denuncian es porque es fundamental el eufemismo (interrupción del embarazo) y la no difusión de imágenes que puedan sensibilizar acerca de lo que representa realmente un aborto. Por eso son tan efectivas algunas medidas que se aplican en ciertos países como la ecografía que le permite a la mujer escuchar el latido del feto. Saben que son tácticas eficaces y muy disuasivas; por eso las quieren evitar a toda costa.

 

Otra mentira de los que hoy acusan a otros de desinformar fue el número de abortos clandestinos que supuestamente se realizaban en el país. Acá el fraude alcanzó sus cumbres: medio millón de abortos por año, una cifra totalmente fantasiosa. Algunas, ingenuas o carentes de sentido común, se las creyeron, como quedó en evidencia en una reunión de evaluación al año de la legalización (ver video a continuación), cuando, confrontada a las cifras reales -32.758 abortos del 30 de diciembre de 2020 al 30 de noviembre de 2021, casi un año- una de ellas se sinceró: “Supongo que son preliminares”, aventuró, a la vez que pedía “alguna reflexión en torno a esto, sobre todo porque es muy por debajo de lo que se decía”. Preliminares o no, la cifra no llegaba ni al 10 por ciento de lo afirmado en la campaña.

 

Era un número ficticio, al que se quiso dotar de seriedad gracias a una “investigación” del CEDES (Centro de Estudio de Estado y Sociedad), patrocinada por la Cepal, que arrojó un cálculo de entre 450.895 y 498.358 abortos clandestinos por año. Sin redondeo. Sorprendente precisión para una “estimación”. Este fraude tenía dos objetivos: generar en la opinión pública el sentimiento de que una verdadera “emergencia” sanitaria obligaba a legalizar esa práctica de modo urgente, mientras en la Argentina morían -y siguen muriendo- más mujeres por desnutrición que por abortos.

 

El segundo objetivo era preparar el terreno para otra mentira: que la legalización lleva a una disminución de esa práctica, algo contrario a la lógica. ¿Por qué sería más fácil someterse a una práctica clandestina y paga que a una legal y gratuita? Se exagera la cifra para poder decir luego que el número de abortos disminuyó. Una trampa de niños y una mentira porque en todos los países donde se legalizó, el aborto no hizo sino aumentar, en particular en los primeros años, hasta estabilizarse en una cifra alta.

 

Si fuese cierto que “nadie quiere el aborto”, la ley debería haber incluido recaudos tales como un período de reflexión, asesoramiento libre por parte de especialistas, explicación clara de lo que es un aborto, etcétera. En cambio, tenemos una de las leyes más brutales: no hay período de reflexión, a la persona sólo se le pueden explicar los métodos posibles; y no hay límite de edad gestacional. Las 14 semanas son ficticias porque con el argumento de una violación -aun sin denuncia penal-, o de un riesgo para la salud de la mujer -no un riesgo de vida, sino una afectación a la salud “integral”, es decir “física, psíquica o social” (¿pobreza?)- basta para que el aborto se practique más allá de las 14 semanas y sin límite alguno. Se practican abortos de bebés que ya son viables, que con los cuidados correspondientes podrían sobrevivir fuera del útero materno.

 

En la web de la Red informan que iniciaron este servicio el 1° de abril del 2019, y que el 85% de las mujeres que atraviesan “un embarazo inesperado o vulnerable”, deciden continuarlo “al recibir acompañamiento y contención”.

 

Hasta ahora, 821 embarazadas han pedido acompañamiento a través del 0800, desde diferentes partes del país, y han sido derivadas a asociaciones en sus respectivos distritos o provincias nucleadas en la red. Otras, un total de 2.654 embarazadas, han solicitado la ayuda directamente en los centros asociados a la Red.

 

Desde el sector verde se quejan de que se destine dinero a lo que consideran una estrategia celeste, como si las ong pro aborto no recibieron ayudas estatales. Por otra parte, casi todos los ámbitos de supuesta promoción de la mujer creados a granel en el Estado en los últimos años están controlados por la corriente verde.

ARTE, FE E IRREVERENCIAS

 


POR AGUSTÍN DE BEITIA

 

La Prensa, 02.04.2023

 

A nadie puede sorprender a esta altura el desparpajo con que se presentó otra vez una exposición de arte blasfema en un país de tradición católica como el nuestro, ni el consentimiento tácito de las autoridades. Estas ofensas desembozadas no asombran ya porque son moneda corriente otras formas más sibilinas de socavar esa fe y el orden social que de ella surge. Pero el desparpajo de unos y la anuencia de los otros, en todo caso, avanzan, atropellando cualquier posible pataleo, con la seguridad de que no hay quien se oponga y la certeza de que el periodismo, llegado el caso, reinterpretará luego las cosas a su favor.

 

Esto es lo que sucedió la semana pasada cuando las obras injuriosas hacia Nuestro Señor Jesucristo y Su Madre expuestas en el rectorado de la Universidad Nacional de Cuyo (UNCuyo), fueron reducidas a añicos por un pequeño grupo de creyentes.

 

Esa rebelión es un signo de hartazgo que debe haber sido registrado. Así lo sugiere el hecho de que rápidamente se pusiera en marcha una operación de control de daños del sistema, a cargo de un coro periodístico que salió, como si fuera una sola voz, a convencernos de que el problema de todo el asunto era la intolerancia… de los católicos.

 

De la prensa sistémica no podía esperarse otra cosa que un silogismo estrafalario. No podía esperarse, ciertamente, que se indignara contra una muestra feminista. Y esto por la sencilla razón de que, bueno, es sistémica, y está tomada por esa ideología hasta el tuétano.

 

Esta ideología se ha vuelto una latosa clave de lectura que todo lo impregna, desde libros hasta películas, desde la cobertura de la actualidad hasta la revisión de hechos históricos, con el apoyo de los medios de “cretinización” de masas que la repiten con machacona insistencia.

 

Lo último que podía esperarse de esa misma prensa es que se escandalizara ante las gravísimas ofensas a la fe de los cristianos que expresaban dos de las obras en particular, creación de la artista mendocina Cristina Pérez. Una de ellas representaba la Crucifixión, aunque con un cuerpo de mujer desnudo y con cabeza de burro invertida, nada menos que en plena Cuaresma y con el Viernes Santo a la vista. La otra era una repugnante injuria a la Santísima Virgen María que no merece descripción.

 

Los periodistas no se detuvieron en esa ofensa porque no quieren interesarse en ellas y, aunque quisieran, tampoco están ya en condiciones de entenderlas. Algo que pudo verse con cruda evidencia en los hechos que tuvieron lugar en Mendoza.

 

“UN EXORCISMO”

 

Aquellos periodistas menos ideologizados que se ocuparon del tema, pobres, no atinaron a describir lo sucedido. Uno de ellos, al intervenir en uno de los programas radiales de mayor audiencia, balbuceó que un grupo de católicos autoconvocados había celebrado “una suerte como de misa (sic) en latín y de rodillas”, aunque minutos después refirió lo ocurrido como “un exorcismo”. Pero, más allá de esta discrepancia, se percibía una mezcla de estupefacción y anonadamiento en su comentario que parecía auténtica. Como aquel que ve algo así por primera vez.

 

Solo algunos refirieron que se había rezado un Rosario, pero lo más repetido fue que se trató de un exorcismo protagonizado por “fanáticos”, que luego la emprendieron contra las obras al grito de “Viva Cristo Rey” y “Viva la Virgen”.

 

Lo cierto es que, de Santa Misa, no hubo nada. Apenas una oración de liberación -tampoco un exorcismo- que pronunció un ex sacerdote, para quitar de ese lugar al demonio que había llevado a la blasfemia institucional.

 

La breve oración, que sí se pronunció en latín y con algunas personas de rodillas, fue: “In nomine Iesu, praecipio tibi, inmunde spiritus, ut recedas ab hac creature Dei” (En nombre de Jesús, te mando, espíritu inmundo, que te alejes de esta criatura de Dios).

 

No hay que esforzarse demasiado para darse cuenta de que todo -desde la ofensa artística hasta el reclamo por carta de miles de católicos escandalizados, y desde las oraciones hasta la reacción vehemente y apasionada de quienes se lanzaron a detener el ultraje con sus propias manos-, todo giró en torno a la fe.

 

Y no es de extrañar que así fuera porque el feminismo bajo el cual se había organizado la exposición 8M Manifiestos Visuales, está regido por el pensamiento anticristiano. Es el orden cristiano, por mucho que se lo quiera llamar patriarcal, el que les molesta y quieren cambiar.

 

Lo habían admitido los creadores de las obras, según consignaron los mismos medios. El objetivo era exponer obras con "una mirada crítica” sobre la sociedad patriarcal en busca de una "transformación social y política".

 

También lo admitió en las propias barbas del periodismo la artista de la polémica, Cristina Pérez. Ella dijo que, con su obra titulada El velorio de la cruz quiso mostrar de qué manera, positiva o negativa, "la Iglesia ha influenciado en nuestras vidas y en nuestro accionar como mujeres, en lo que determina nuestros comportamientos, que ha generado tanta desigualdad”.

 

Al periodismo le molesta la irreverencia ante el arte manifestada por los católicos porque no le molesta la mucho más grave irreverencia ante Dios, único que merece reverencia. Y esto es así por su propia incapacidad de levantar la mirada a los Cielos, por no tener temor de Dios o, todavía por algo anterior a eso: la mera incomprensión del fenómeno religioso.

 

LA CUESTION RELIGIOSA

 

Por todo esto la prensa sistémica no supo reflejar el verdadero corazón de la polémica, que era una cuestión religiosa. O, más bien, lo escamoteó a sus audiencias a las que suele embrutecer. Como también escamoteó toda valoración estética.

 

Porque, además de blasfemas, las obras en cuestión eran de una fealdad extravagante. Una bazofia que debería ofender, aunque más no fuere, la más elemental sensibilidad estética. Esto debería haber generado un debate sobre el arte mismo y sus impostores, que tanto abundan en el arte contemporáneo.

 

Pero no. Las contorsiones que hicieron los medios de cretinización de masas para ocultar estas dos realidades, les permitieron meterse de lleno en los destrozos, para así reducir toda la controversia a un asunto de libertad de expresión. Evitando, otra vez, hablar sobre los límites de esa libertad de expresión.

 

Planteadas las cosas en esos términos brutalmente reduccionistas, solo era cuestión de tiempo hasta que surgiera -como surgió- la esperada comparación entre la indignación católica y la ira iconoclasta musulmana, o incluso la comparación entre la indignación católica y el tiroteo de hombres enmascarados y armados con fusiles, en el semanario satírico francés Charlie Hebdo, por una sátira sobre Mahoma.

 

Menudo ejercicio de elongación intelectual de nuestro periodismo. Que en el ataque a Charlie Hebdo hayan actuado terroristas y que se haya segado la vida de doce personas resultó, al parecer, apenas un detalle que no menoscaba la comparación para estos paladines de la honestidad. Tal es el tipo de lindezas que pueden esperarse de nuestro equilibrado y siempre sosegado periodismo.

 

Un periodismo que olvidó hace rato lo que es la irreverencia, el inconformismo, la independencia de criterio y la rebelión, para entregarse sumiso a los dictados de la corrección política. Dictados que lo obligan a estar unas veces de un lado y otras del otro, sin reparar en coherencias ni honestidades.

 

Así, por ejemplo, las palabras que brillaron por su ausencia en esta exposición blasfema de Mendoza fueron “anticatolico” o “cristianofobia”. Pero si una obra de arte ofendiera a los judíos, el periodismo obediente clamará de inmediato por el caso flagrante de antisemitismo.

 

Del mismo modo, las preguntas que suscitó la presente muestra de arte en el periodismo, tales como si los indignados católicos ya habían sido identificados o detenidos, si serían juzgados apropiadamente, si la artista ganará con facilidad un juicio en tribunales, o si estas reacciones ponen en juego la libertad de expresión, son todos interrogantes que en una hipotética ofensa contra el judaísmo se convertirían, ipso facto, en su exacto reverso.

 

La cuestión pasaría a ser si la artista ya fue identificada, si ya fue arrestada, si perderá el juicio y si deben consentirse estas ofensas a un pueblo perseguido, cuando no surgiría la acusación de nazi.

 

Pero no hay que suponer, tampoco, ante ese hipotético caso, que todo se debe a una preferencia religiosa. Las coordenadas que guían al periodismo son otras: son el poder y el dinero. Por eso tanta preocupación por saber el valor económico de las obras de arte destruidas, o la posibilidad de que el seguro pague a la artista, o cuánto podría sacar en un juicio. El encuadre es horizontal, mundano, y sobre todo ubicuo. Nada más alejado de cualquier irreverencia.

 

LA UNIVERSIDAD

 

Si esto vale para el periodismo, poco podía esperarse, al parecer, también de la casa de estudios que albergó la muestra.

 

Rápida para pedir un sumario administrativo con el fin de investigar la presunta participación de docentes y alumnos en la destrucción de las obras de Pérez, se ha hecho notar en estos días lo lenta y desinteresada que fue en el pasado cuando los agresores fueron otros. El caso que se menciona es de 2018 y se hace constar que nadie fue sancionado por destruir una imagen de la Virgen María que estaba en el predio de la universidad, un daño efectuado bajo consignas laicas y feministas.

 

Pero no es tampoco la primera vez que algo así ocurre en el país. La blasfemia de Cristina Pérez, fácil modo de abrirse camino en el arte, sigue la misma línea de otro artista irreligioso como León Ferrari, tan celebrado por el periodismo, y cuya icónica obra es La civilización occidental y cristiana, que representa a Cristo crucificado sobre un avión de guerra estadounidense.

 

Ferrari levantó ampollas en el 2004 con una retrospectiva que fue considerada blasfema incluso por el entonces cardenal Jorge Bergoglio, quien sin embargo desalentó las expresiones públicas de fe en torno al Centro Cultural Recoleta en desagravio. Claro que el contenido de esa exposición terminó calando hondo en la agenda pública, que es lo que se espera que ocurra en todos los casos.

 

El desparpajo crece. En 2019 una imagen de la Virgen Milagrosa que era expuesta en el Centro Cultural de la Memoria Haroldo Conti, en la ex ESMA, fue cubierta con un pañuelo verde, emblema de la campaña por el aborto.

 

Y un año antes, el entonces ministro de Cultura porteño Enrique Avogadro recibió fuertes críticas por comer una porción de torta que tenía la forma del cuerpo de Cristo y que estaba expuesta en la Feria de Arte Cotemporáneo Argentina (FACA).

 

Nos vamos acostumbrando. El año pasado la blasfemia contra la Virgen María se expresó en el Teatro Colón, en una adaptación del oratorio Theodora de Handel.

 

La complicidad entre artistas, autoridades y medios de “cretinización” de masas, empuja los límites de lo que es tolerado, como sucede con todas las ideologías que buscan una ingeniería social.

 

En esta atmósfera aplastante que respiramos a diario, viciada de ideología, provocaciones impunes, embrutecimiento y pensamiento único, no puede esperarse otra cosa que más letargo y más pérdida de la fe.