AGUSTÍN SALVIA
DIRECTOR DEL OBSERVATORIO DE LA DEUDA SOCIAL
ARGENTINA
Si bien nuestro país
constituye uno de los principales productores mundiales de alimentos, todavía
al menos uno de cada diez hogares experimentan episodios de hambre y una
extendida malnutrición como consecuencia de no contar con los recursos
económicos necesarios para acceder a alimentos suficientes y adecuados.
Según la Encuesta de la Deuda Social de la Universidad Católica
Argentina, realizada el último trimestre de 2011 a 5712 hogares de todo el
país, la indigencia y la pobreza urbana medida por los ingresos de los hogares,
a pesar de su reducción con respecto a la crisis de 2009, afectaba todavía al
5,4% y al 21,9% de la población, respectivamente. Esta disminución no sólo tuvo
como principal motivo la Asignación Universal por Hijo (AUH), sino también
la recuperación de la demanda de empleo, el aumento de las remuneraciones y el
mayor esfuerzo laboral desplegado por los hogares más pobres, los cuales
lograron aprovechar estas mejores condiciones económica.
Pero la inseguridad
alimentaria , en tanto medida directa del riesgo de subsistencia, permite una
mejor representación del problema. A través de este indicador –utilizado por la FAO y muchos otros países del
mundo- es posible evaluar en forma directa si los hogares han sufrido de manera
involuntaria situaciones eventuales o frecuentes de reducción en la dieta
nutricional generadoras de “hambre”. Según la misma Encuesta de la Deuda Social , a
diferencia de lo observado cuando se analiza la pobreza por ingresos, la
imposibilidad de los hogares para acceder a los satisfactores alimentarios no
experimentó variaciones significativas durante estos últimos años de
recuperación del consumo.
Mientras que en 2007
la inseguridad alimentaria afectaba al 11,3% de los hogares urbanos, en 2010 y
2011 este índice continuó afectando a 11,8% y 11,2% de los hogares,
respectivamente.
La inflación real -no
la fraudulenta ficción del INDEC- continúa especialmente castigando a los
sectores más vulnerables.
Los datos recogidos
por la Encuesta
de la Deuda Social
Argentina permiten apreciar diferencias significativas en los niveles de
inseguridad alimentaria según las características de los hogares. El mayor
riesgo de experimentar hambre por razones económicas se observa en los hogares
con niños, cuyo jefe es una mujer o un joven menor de 30 años, o donde el
principal sostén económico está en situación de subempleo marginal o
precariedad laboral. A estos factores de riesgo se le suma vivir en villas o
asentamientos precarios o, incluso, en barrios populares tradicionales. En este
marco, los actuales programas sociales logran “dar de comer” a muchos hogares,
aliviando sin duda el problema, pero no resuelven el riesgo al hambre ni mucho
menos la malnutrición que afecta a los sectores más pobres.
Es evidente que el
problema no está en los ingresos sino más estructuralmente en las condiciones
de exclusión social que afectan a estos hogares. Quizás lo más sorprendente es
que estos hechos ocurren en un país que no sólo es capaz de producir alimentos
para una parte importante del mundo y de crecer a tasas extraordinarias durante
varios años, sino que también continúa dándose el lujo de dar “futbol para
todos”, devaluar los “umbrales económicos de la pobreza” y multiplicar de
manera inmoral las asimetrías sociales.
Clarín, 16-6-12