(La Nuova BQ /DHI/InfoCatólica),
16-9-14
El cardenal Martino,
de 82 años, fue nombrado recientemente Protodiácono -el que anuncia al nuevo
Papa- después de una vida dedicada a la difusión y defensa de la doctrina
social de la Iglesia. De
hecho, fue nuncio apostólico ante las Naciones Unidas durante dieciséis años,
desde 1986 hasta 2002, y dirigió la misión de la Santa Sede durante
todas las conferencias internacionales de la ONU en los años noventa.
Después, fue el
presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz. Viajó por todo el mundo
desempeñando estos cargos –«He visitado 195 de los 205 países existentes, no
hay ningún cardenal que haya hecho más»– y recibió 34 premios y 14 doctorados
honoris causa –«14 , el mismo número que las operaciones quirúrgicas que tenido
que afrontar», dice riendo–.
Durante los años en
las Naciones Unidas, tuvo que defender la familia y el derecho a la vida,
sujetos a un ataque sin precedentes que también continúa en nuestros días. Sin
duda, la mayor batalla, el más terrible conflicto, fue el de El Cairo, en la Conferencia Internacional
sobre la Población
y el Desarrollo, que se cerró hace ahora veinte años. En aquella época, el tema
dominante era la superpoblación y, por lo tanto, los Estados Unidos y la Unión Europea
estaban presionando para imponer todo tipo de medios de control de la
natalidad, sobre todo exigiendo el derecho al aborto.
Cardenal Martino, la
oposición decidida de la
Santa Sede dio lugar a un intenso conflicto, que durante días
ocupó las primeras planas de los periódicos de todo el mundo.
Con la ayuda de los
delegados africanos y latinoamericanos, sugerí que el aborto no se tuviera en
cuenta como un método de planificación familiar. Gracias a esta intervención,
en el Programa de Acción que salió de El Cairo, se lee en el párrafo 8.25: «En
ningún caso se debe promover el aborto como método de planificación familiar».
Fue una victoria contundente, que los europeos, que están a favor del aborto,
nunca han conseguido digerir. Es importante destacar que esta formulación no se
ha revocado en ningún documento de las Naciones Unidas, a pesar de los
continuos intentos. El primer intento de eliminar esta prohibición se produjo
en Pekín sólo unos meses más tarde, en 1995, en la Conferencia dedicada a
las mujeres. Todos los países que fueron derrotados en El Cairo se unieron en
Pekín y lo intentaron todo para eliminar esta afirmación, pero no pudieron
tener éxito.
Estados Unidos –era
el gobierno de Clinton en aquellos momentos– estaba particularmente decidido a
lograr el derecho al aborto. Fue una batalla sin cuartel y usted fue tratado
con dureza por el jefe de la delegación estadounidense, el entonces
Subsecretario del Departamento de Estado, Timothy Wirth. ¿Qué pasó?
Fui convocado por
Wirth, que me preguntó sin rodeos: «¿Por qué ha hecho esto?». Le dije que
defendíamos la dignidad del hombre, de todo hombre. Entonces él respondió:
«Usted solo es un Observador, no puede hacer esto», en referencia al hecho de
que se había formado alrededor de la Santa Sede una coalición de países africanos y
latinoamericanos. Entonces yo le recordé que era cierto que la Santa Sede era un
observador en las Naciones Unidas, pero cuando se convocaban estas conferencias
la Santa Sede
participaba al mismo nivel que los demás y, por lo tanto, podía intervenir como
lo considerase oportuno. Ahí terminó la conversación.
En El Cairo, se
rechazó también un intento de redefinir el concepto de la familia, que iba a
ser reemplazado por «familias», abriéndose a la identidad de género. Al final,
se quedó en el singular.
Otra victoria
importante. También en este punto luchamos junto con esa gran coalición de
países africanos y latinoamericanos.
¿Por qué le seguían
estos países?
Porque iban a ser las
víctimas de la política del imperialismo anticonceptivo, pero también porque
así lo dictaban las políticas vigentes en ese momento en todos esos países.
Ciertamente, obtuvo
algunos éxitos importantes en las formulaciones, pero no se puede negar que,
después de la Conferencia
de El Cairo, los fondos disponibles para las políticas de control de la
natalidad en los países pobres se multiplicaron.
Ah sí, tristemente
cierto, porque los países ricos no han dejado de intervenir y de propagar estas
políticas.
Antes de la Conferencia de El
Cairo, Juan Pablo II intervino muchas veces, precisamente para evitar que
ciertas posiciones anti-familia y anti-vida se aprobasen. También escribió a todos
los jefes de gobierno, pero, sobre todo, dio una auténtica y oportuna
catequesis sobre la familia, la vida y la ley natural durante semanas, con
ocasión del Ángelus. Una ley natural que parece olvidada, incluso en la Iglesia.
Juan Pablo II estaba
muy bien informado acerca de todo lo que pasaba en la ONU. Cada vez que yo iba
a a Roma, me invitaba a almorzar en el Vaticano y, durante todo el tiempo que
pasábamos juntos, me pedía información detallada sobre todo lo que se discutía
en la ONU y los
trabajos preparatorios de las diversas conferencias internacionales. Había una
gran armonía entre lo que él decía y lo que yo estaba haciendo en Nueva York.
Por eso, en 1992, se opuso a mi traslado de la ONU.
¿Qué sucedió?
El Secretario de
Estado me había propuesto para la nunciatura en Brasil, pero Juan Pablo II
bloqueó todo. Él dijo: «Martino se queda en las Naciones Unidas». ¡Todavía
quedaban otros diez años! Estaba al corriente de todo. En 1992, los
preparativos de la
Conferencia de El Cairo ya estaban en marcha. Yo estaba
trabajando en eso y la declaración sobre el aborto estaba en curso, por lo que
el Papa dijo: «No. Se queda». En 2002, me llamó de nuevo y dijo: «Basta ya de la ONU , venga a Roma para ser el
presidente del Pontificio Consejo Justicia y la Paz ». Y así fue. Y entonces me hizo cardenal en
2003.
En Justicia y Paz,
usted fue el creador del Compendio de la Doctrina Social de
la Iglesia.
El papa Juan Pablo II
ya había recibido de los obispos latinoamericanos en 1998 la petición de un
documento sobre la doctrina social. Cuando fui en 2002 al Pontificio Consejo
Justicia y Paz, el Papa me instó a llevar a buen término este Compendio. En ese
momento, había un proyecto, pero no estaba terminado. Sobre el medio ambiente,
por ejemplo, sólo había un pequeño párrafo y yo lo convertí en un capítulo
entero, el décimo. Tardé dos años y el Compendio se publicó en octubre de 2004.
Inmediatamente después de la conferencia de prensa en la Oficina de Prensa de la Santa Sede , fui a
almorzar con Juan Pablo II con el libro en la mano. El Papa dijo solamente:
«¡Por fin!» Luego, durante el almuerzo, no hizo más que examinar el índice y
luego ir a la sección de referencias. El mayordomo le quitaba de vez en cuando
el libro de la mano para colocarle delante el plato. Comía algo, luego apartaba
el plato y tomaba de nuevo el libro. Al final del almuerzo, dijo esta otra
hermosa frase: «¡Verdaderamente es un buen libro!» Estas son las cosas que me
quedaron grabadas.
Juan Pablo II
insistió mucho sobre la familia y la vida: era muy consciente de que el futuro
de la humanidad se estaba jugando en esos asuntos. Por eso mismo, los abordó
desde el punto de vista de la ley natural. Hoy parece que esto se olvida...
Quizás no discutimos
sobre esos temas de la misma manera, pero se mantienen los fundamentos
principales que la Iglesia
ha sostenido siempre.
De otras maneras y
con distintos argumentos, el ataque a la familia continúa. ¿Cómo puede
responder la Iglesia ?
No hay conferencias internacionales...
Creo que el Sínodo
será una oportunidad para plantear el desafío, y las enseñanzas tradicionales
de la Iglesia
sobre la familia quedarán muy claras. El debate puede dar lugar a que se den
expresiones e intervenciones que no se correspondan con la doctrina de la Iglesia , pero finalmente
el sínodo no podrá hacer otra cosa que reafirmar lo que la Iglesia ha dicho siempre
acerca de la familia.
Hay quienes sostienen
abiertamente que la doctrina es una cosa, pero la pastoral otra.
La pastoral debe
tener en cuenta las situaciones concretas que se dan en distintos países y
diversos ambientes, pero la
Iglesia no podrá cambiar lo que siempre ha proclamado.
Usted también conoce
bien al Papa Francisco.
Lo conozco desde que
era arzobispo en Argentina. Hablé con él en Buenos Aires durante mis viajes y
luego también en Roma, después de su elección como Papa.
¿Encuentra alguna
similitud con Juan Pablo II?
Cada [papado], en sí
mismo, tiene sus propias características. Pero más allá de las apariencias
externas, creo que Francisco se parece mucho a Juan Pablo II, en la fidelidad a
la doctrina de la
Iglesia. Para Francisco, la familia también es fundamental.
Por otra parte, un Papa no puede hacer cosas nuevas, de las que nunca antes se
ha oído hablar. Sólo cambia el estilo, pero la doctrina es la que es y el Papa
debe proclamarla.
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El Cardenal Martino
es el Presidente de Honor del Dignitatis Humanae Institute