Madrid (España)
(AICA):23-9-14
El 9 de agosto pasado
se clausuró en la ciudad de Panamá el primer Congreso Latinoamericano de
Pastoral Familiar (Colpafa), organizado por el Consejo Episcopal
Latinoamericano (Celam), que reunió a más de 300 obispos, sacerdotes,
religiosos y laicos preocupados por el contexto actual que atraviesa la familia
como institución, con el deseo de profundizar su atención pastoral y meditar su
lugar en la acción evangelizadora de la Iglesia.
El congreso contó con
la presencia del presidente del Consejo Pontificio para la Familia , monseñor Vincenzo
Paglia, y fue coordinado por el presidente del Departamento de Familia, Vida y
Juventud del Celam, monseñor Raúl Martín, obispo de Santa Rosa en la Argentina.
El papa Francisco se
hizo presente mediante una carta que leyó monseñor Martín, en la que el
pontífice recordó a los participantes que la familia es un “centro de amor”,
donde reina el respeto y la comunión, que debe ser capaz de resistir a los
embates de la manipulación y de la dominación de los “centros de poder”
mundanos.
Pocos días después,
el escritor y profesor universitario de Panamá Miguel Antonio Espino Perigault
escribió un artículo, publicado por el portal Análisis Digital, del arzobispado
de Madrid, en el que bajo el título “La guerra del fin del mundo”, el escritor
panameño denuncia que se está llevando a cabo una verdadera guerra con el
objetivo de la destrucción de la familia, y cuyo cuartel general está en las
Naciones Unidas (ONU) “secuestrada por una pandilla de malandrines al servicio
de un funesto utópico Nuevo Orden Mundial”.
La guerra del fin del
mundo
La célebre novela
(1981) de Mario Vargas Llosa sobre la revolución de Canudos, a finales del
siglo diecinueve, en la región nordeste del Brasil, nos presta el título para
describir una realidad política de nuestros tiempos, calificados, en muchos
aspectos, de apocalípticos. Una realidad que supera a la descrita en la novela
de fondo histórico, mencionada; pues se trata de una realidad, no solamente
brasileña o latinoamericana, sino universal. Lo del fin del mundo es muy
apropiado para referirnos a una guerra real, que se lleva a cabo, casi
silenciosamente, contra la cultura cristiana y sus valores; contra la Cultura de la Vida , definida por san Juan
Pablo II. El campo de batalla es el lenguaje, y las armas la mentira y la
presión política. El objetivo principal es la destrucción de la familia.
El cuartel general
del enemigo se ubica en Nueva York -¿la nueva Babel?- sede de las Naciones
Unidas (ONU), secuestrada por una pandilla de malandrines al servicio de un
funesto utópico Nuevo Orden Mundial, materialista y anticristiano. Una guerra
que, al contrario de su función en la literatura, corrompe al lenguaje y lo
distorsiona asignando a palabras maliciosamente seleccionadas, significados
equívocos de un nuevo lenguaje de vocabulario engañoso, identificado como
“lenguaje de género”; un lenguaje que ha sido calificado como hijo bastardo del
neomarxismo y la revolución sexual de los años sesenta del siglo pasado.
Los ataques,
constantes y desde múltiples fuentes, se dirigen, principalmente, contra las palabras
“familia” y “matrimonio” para alterar su significado. Se complementa la
confusión con la utilización malintencionada de la palabra “género”, un término
ambiguo, según el lenguaje homónimo; un barbarismo aplicado, erróneamente, a la
sexualidad humana. Una palabrita irresponsablemente utilizada en el mundillo
esnob.
Los cambios en el
lenguaje se producen normalmente por los cambios culturales. Pero, aquí se
trata de forzar el cambio cultural transformando el lenguaje. Una estrategia y
táctica política ya utilizada, por ejemplo, en el idioma alemán por el nazismo,
en su momento.
El cambio de
significado de las palabras mencionadas, en documentos oficiales de una
organización como la ONU ,
facilita las presiones políticas para exigir a los países miembros cambios en
sus leyes, especialmente las relacionadas con la familia y el matrimonio.
Paralelamente a los
esfuerzos desde la ONU ,
hasta ahora fallidos, los grupos del homosexualismo político (LGBT) trabajan en
cada país por estos objetivos destructores. Su principal empeño es la
aprobación, en cada país, de la ley de Salud Sexual y Reproductiva, que elimina
la patria potestad y facilita la educación y práctica sexual y del
homosexualismo a los niños, como materia escolar.
Bajo la guía del papa
Francisco, la Iglesia
lleva adelante nuevas batallas por el fortalecimiento de la familia como célula
básica y “tejido de la sociedad”, como él la llama. Siguiendo la línea de los
últimos papas, Francisco convocó a un Sínodo Extraordinario sobre el tema para
el próximo mes de octubre, y un Sínodo General para 2015. En nuestro país,
Panamá, acaba de celebrarse el Primer Congreso Latinoamericano de Pastoral
Familiar, un importantísimo acontecimiento que pasó sin pena ni gloria,
organizado por el Consejo Episcopal Latinoamericano.
Además de la labor
evangelizadora de la Iglesia
en todo el mundo y la defensa de la cultura cristiana, el mundo civilizado
cuenta con la defensa de esos valores por parte de la Federación Rusa.
Pero no se logra el apoyo de los países latinoamericanos cuyas cancillerías
suelen seguir una política favorecedora del homosexualismo político. Esta
lamentable situación debe superarse. Para ello se requieren dirigentes con la
visión cristiana de la cultura y con el valor de defenderla. Y, lo más
importante, que el pueblo lo exija.+