Giampaolo Crepaldi
Arcivescovo–Vescovo di Trieste (Italia)
Conferencia en Quito, Ecuador, Julio
2013
1. La doctrina social de la Iglesia (DSI)
frecuentemente se pone a la prueba con las urgencias de nuestra época. De
hecho, surge del encuentro entre el Evangelio y los problemas siempre nuevos
que la humanidad debe enfrentar. La doctrina social de la Iglesia no es una teoría,
ni una ideología o una sabiduría humana, sino que expone las consecuencias del
encuentro con Cristo Salvador para la vida comunitaria, para la política, la
sociedad, la economía, la cultura, el trabajo. La doctrina social de la Iglesia surge del
encuentro de la Iglesia
con el mundo en vistas de la evangelización, es decir, para el anuncio de
Cristo; es anuncio de Cristo en las realidades temporales. Es por esta razón
que las urgencias que la humanidad enfrenta en cada época le interesan
directamente. León XIII, en 1891, en la Rerum novarum, había hablado de los obreros en la
nueva sociedad industrial. Esa era la urgencia de aquel tiempo. Pablo VI, en la Populorum progressio,
habló del desarrollo, porque esa era la urgencia de su época. Benedicto XVI, en
la Caritas in
veritate, ha hablado del poder excesivo de la técnica, porque ésta es la
urgencia de nuestra época. De todas maneras, es necesario recordar que la
doctrina social de la Iglesia
no va detrás de las cuestiones de actualidad solamente para estar actualizada,
como podría hacer un periódico o un noticiero. La actualidad surge no tanto de
los temas considerados cuanto del Evangelio, que es siempre nuevo. La doctrina
social de la Iglesia
no hace una crónica de novedades, sino que lee los acontecimientos humanos a la
luz del Evangelio. De esta manera fortalece las mentes y los corazones,
ofreciendo esperanza al hombre desorientado. Cada época tiene sus propias
urgencias, ya que la vida terrena no conoce la ausencia de preocupaciones.
Todavía, la luz del Evangelio ilumina y da fuerza a quien trabaja por la
justicia y por la paz.
2. Hoy en día todos están de acuerdo en
afirmar que existe una urgencia económica de carácter mundial: no sería una
novedad. Muchas veces, en el pasado, han surgido situaciones similares. La Quadragesimo anno, di
Pio XI fue escrita después de la tremenda crisis financiera de 1929, muy
parecida a la que vivimos actualmente. Sin embargo, en esta ocasión muchos
piensan que en esta crisis económica hay algo más, y más grave, incluso
respecto a la gran crisis del 1929. La
separación de la finanza de la economía real se ha hecho muy marcada porque la
finanza se ha convertido en una ideología, en un estilo de vida, en una visión
del mundo, perdiendo de vista sus legítimos fines. La explosión de la finanza y
su separación de la economía y de la vida real se justifican en una filosofía:
la del endeudamiento, del consumo antes que de la producción, de la riqueza que
hay que gastar, de la anticipación inmediata de beneficios que deberían madurar
solamente a futuro. Podríamos llamarla la “filosofía de la carta de crédito”.
Yo consumo, me endeudo, voy a pagar a fin de mes o el mes próximo, o el próximo
año. Antes se decía: trabajo, gano, ahorro, gasto. Hoy ya no es más así; hay
una manía de tener ya hoy el mañana. Alguien lo llama “presentismo”, es decir,
la absolutización del presente, desinteresándose por el futuro. Otros lo llaman
“consumismo”, es decir, la exaltación del consumo por encima de otras fases del
ciclo productivo. Come se puede ver, no se trata solamente de finanza o de
economía, sino de una visión de la vida. A esta forma de ver la vida la
doctrina social de la Iglesia
contrapone la responsabilidad hacia las generaciones futuras, la solidaridad
hacia las personas que no pueden mantener el ritmo de este consumismo, la
subsidiariedad de la finanza, que es sólo uno de los instrumentos de la
economía real, y la subsidiariedad de la economía real en referencia a la
dignidad de la persona humana, la justicia, la tutela de la familia.
3. La urgencia financiera es, en definitiva,
una falta de confianza en el futuro. Se pretende consumir ya hoy lo que se
piensa en producir mañana. Así se hipoteca el futuro de nuestros hijos y de
nuestras familias, cargándoles nuestras deudas, prefiriendo una especulación
que genera valor, pero no un valor real. Esta desconfianza en el futuro es
evidente también en otra urgencia de nuestra época: la crisis demográfica. Hay
quien lamentablemente sigue hablando de “bomba demográfica”, es decir, de un
aumento de la población mundial que llegaría a ser insostenible. Si embargo,
esto ya no lo cree nadie. Más bien la verdad es lo contrario. Algunos
estudiosos de gran prestigio consideran que la crisis económica y financiera
que comenzó en el 2008 en los Estados Unidos tenga como origen precisamente la
disminución de la población que requería que se aprovechara al máximo el
consumo de las familias, que disminuían en cantidad, incluso ofreciéndoles
préstamos fáciles para adquirir, por ejemplo, su vivienda. La Caritas in veritate de
Benedicto XVI toca la cuestión de la crisis demográfica con sabiduría y
realismo, poniendo en evidencia que las naciones que tienen un futuro son
precisamente aquellas con una población mayoritariamente joven, mientras que
las demás están destinadas a decaer. Ésta es la situación de los países
europeos, por ejemplo, los cuales están viviendo un “invierno demográfico” que
los debilita espiritualmente y materialmente. La doctrina social de la Iglesia señala con insistencia
la importancia de la familia, la apertura a la vida, la solidaridad entre las
generaciones. Si analizamos la situación actual veremos que estas
recomendaciones se confirman, y no sólo por los valores que expresan, sino
también por las consecuencias benéficas para la vida económica y del trabajo.
Una sociedad individualista, cerrada a la vida, centrada sólo en el presente,
es débil incluso como sistema productivo y económico porque en definitiva lo
más importante es la consistencia del sistema moral de una nación.
4. Así se puede comprender mejor la
importancia de la urgencia de la negación del derecho a la vida en nuestras
sociedades. La apertura a la vida, afirma la Caritas in veritate, es fundamental para el
desarrollo de los pueblos. En cambio, hoy en día los ordenamientos jurídicos de
todas las naciones desarrolladas reconocen la posibilidad de recurrir al aborto
con la ayuda del Estado. De la misma manera, reconocen también la posibilidad
de inducir a la muerte a un enfermo terminal, aún cuando se trata de un niño.
América Latina está siendo fuertemente presionada, desde el interno y a nivel
internacional, para que introduzca en sus propios ordenamientos jurídicos estas
leyes contrarias a la vida. En los Estados Unidos, sin embargo, se nota una
tendencia a replantearse la cuestión: en el último año se han formalizado 32
restricciones de la legislación sobre el aborto. En América Latina, al
contrario, están aumentando los países que legalizan el aborto. ¡Que no se
piense que estas leyes que son contrarias a la vida no tengan fuertes y
negativas repercusiones en la vida social y económica de esos países! Y no se
trata de leyes aisladas, que consideran casos aislados; se trata de leyes que
tienen un fuerte impacto en la convivencia social. Si una sociedad no se abre
generosamente a la aceptación en el acto en el cual la vida nace, no podrá
tampoco ser acogedora en otras situaciones de la vida social y económica. Una
sociedad que promueve la dureza de corazón produce frutos negativos en todas partes.
¿Cómo se podría esperar que exista un sentido de ayuda y de solidaridad hacia
los más débiles, hacia los trabajadores desocupados, hacia los jóvenes que
buscan trabajo, hacia los pobres, siendo
duros e indiferentes cuando se mata a quien solamente quiere nacer? Un feto en
el vientre materno es “el más débil entre los débiles”. La opción preferencial
por los pobres que hace la doctrina social de la Iglesia comienza aquí,
extendiéndose después a otras formas de pobreza. Para ser pobres es necesario
“ser”. El impedimento a “entrar en la vida” es la primera forma de pobreza.
5. La crisis económica es una falta de
confianza y esperanza en el futuro, como lo es también la urgencia demográfica
y el desafío del derecho a la vida. La doctrina social de la Iglesia también puede ser
considerada como una visión de las cosas más llena de esperanza. El hombre
moderno muchas veces vive angustiado, buscando con esfuerzo la felicidad, aún
si para alcanzarla a veces se vuelve contra sí mismo. Vive como si Dios no existiera,
pero viviendo sin Dios es también indiferente al sentido de su vida. Si
entonces la vida es carente de sentido, ¿por qué habría que sacrificarse para
acogerla en el seno materno? ¿Para qué formar una familia y educar a los hijos?
¿Para qué construir una empresa y hacerla funcionar bien para que beneficie a
todos? ¿Qué sentido tiene luchar por la justicia y por la paz? Si la vida es
carente de sentido, entonces nada tiene sentido, o todo puede tener un sentido
contrario. Por su parte, la doctrina social de la Iglesia abre la
perspectiva de la esperanza. Me gusta pensar que la encíclica de Benedicto XVI,
Spe salvi, sea también una encíclica social. Nuestra voluntad debe seguir a la
razón, que la precede. Pero también la razón puede caer en la desesperación. En
este caso, la razón debe seguir a la esperanza, que la sostiene. La doctrina
social de la Iglesia
ofrece al hombre la esperanza de poder conocer la ley natural que Dios Creador
ha puesto en las cosas. El mundo no fue hecho por casualidad. Incluso la vida
social entra en el proyecto creativo de Dios, ya que debe respetar algunos
principios y fines naturales. La vida, el matrimonio, la familia, la libertad
de educación, la justicia, la paz, son ante todo exigencias naturales, que
derivan de la naturaleza humana; no son obligaciones sin alternativas, sino
instancias de libertad para poder ser verdaderamente personas humanas. Por otra
parte, la doctrina social de la
Iglesia ofrece la esperanza a los hombres, porque prueba que
el mal ha sido ya vencido por el Salvador, que el Reino de Dios ya ha
comenzado, que la providencia divina guía nuestra historia, que todo está
destinado a cumplirse. Sin embargo, decir que el mal ha sido ya vencido no
significa que el mal no exista más en nuestra historia, o que no se tenga que
luchar contra él; más bien quiere decir que con la gracia de Dios se puede
combatir y vencer, significa que podemos ser libres, que la verdad nos hace
libres. De aquí surgen enormes energías espirituales para nuestra sociedad, y
por esto decimos que la doctrina social de la Iglesia es también un modo
de animar la sociedad humana. Ella demuestra cómo las relaciones humanas pueden
volverse áridas y cómo el futuro puede perder su significado si se prescinde de
Dios.
6. Hago referencia a estos temas porque hoy
también nos encontramos frente a otra urgencia de la cual se tiene que ocupar
la doctrina social de la
Iglesia : la urgencia educativa. Este tema ha sido varias
veces considerado por Benedicto XVI, y se ha realmente convertido en un problema
universal. En todas partes la educación está hoy en crisis. Pensándolo bien,
también aquí encontramos la misma falta de esperanza en el futuro a la cual
antes me he referido. No se logra educar cuando no se sabe quién es aquel al
cual queremos educar y para cuál futuro sea necesario prepararlo. Para el
presente consumista no sirve educar. El consumismo, en sentido amplio, como una
visión de la vida, impide la educación. Pero sobre todo la impide la
incertidumbre actual referida a la existencia del hombre. La característica de
nuestra cultura contemporánea no es ya tanto el choque de las antropologías,
que en verdad siempre ha existido, sino el contraste entre quien niega de la
existencia de la antropología y quien afirma que es ciertamente posible conocer
al hombre. Hoy en día el pluralismo se extiende no solamente a las distintas
antropologías, sino sobre todo a la cultura que niega la existencia misma de
una antropología. De esta manera, para ser respetuosos del pluralismo no se
toma posición en referencia al hombre. Aquí reside la crisis de nuestras
instituciones educativas, comenzando por la familia y pasando por la escuela,
la cual con frecuencia se convierte en el lugar donde todas las posiciones se
miden críticamente. De por sí, esto es positivo, pero se corre el riesgo de no
ser constructivos sino dispersivos. Por lo general, en los programas escolares
no se dice que tipo de persona se quiere educar. El respeto por las opiniones
de los otros puede desviar de la intención de enseñar la verdad. Por ejemplo,
desde el momento que en las sociedades occidentales avanzadas se difunden
formas de convivencia fuera del matrimonio, se hace muy difícil educar al
matrimonio y la familia. La escuela ya casi no educa más en estos valores.
Afirmar la verdad y educar en la verdad puede ser considerado ofensivo para
quien se inspira en verdades diferentes.
7. Esto nos lleva a considerar la urgencia
democrática, también hoy muy difundida, incluso en sistemas formalmente
democráticos. La democracia no es lugar donde se acercan las opiniones que son
distintas, sino más bien donde juntas buscan la verdad y se dejan guiar por
ella. Esto nos lleva a decir, siguiendo la doctrina social de la Iglesia , que la democracia
no es libertad sin verdad, ya que de esta manera podría transformarse en una
sutil forma de totalitarismo. No se trata de establecer las “normas de
tránsito” para que todas las opiniones puedan circular libremente sin chocarse.
Ésta sería una democracia solamente procedural y no substancial. Por otra parte,
sería una democracia individualista que se limita a establecer las normas sólo
para garantizar que cada uno pueda hacer lo que quiera. La democracia
selecciona las opciones, con libertad y participación, pero efectivamente las
selecciona. A algunas no les concede el derecho de circular porque las
considera contrarias al bien de la persona y al bien común. La democracia se
apoya en los valores vinculados a la dignidad trascendente de la persona
humana; sobre estos valores, respetando la libertad y las leyes, no se puede
transigir. Cuando se pierde la fidelidad personal a estos valores en la
mentalidad común, entonces también la democracia está en peligro. Por ello es
necesario educar a la democracia. ¡Es paradójico que en las dictaduras no sea
necesario educar y en cambio en las democracias sí! Y sin embargo algunas veces
sucede lo contrario. Aquí confluyen la urgencia democrática y la urgencia
educativa, de la cual he hecho antes mención. Las democracias no se pueden
renunciar a educar en los valores humanos, porque la democracia puede,
democráticamente, dañar al hombre. Así, sería tal formalmente, pero no
substancialmente.
8. Quisiera ahora concluir este breve viaje
por las urgencias contemporáneas. Todas las cuestiones que he mencionado
coinciden en un aspecto: hoy en día, la urgencia principal es la antropológica.
Esta urgencia resume todas las demás. Perdiendo el sentido de la persona humana
y dejando de lado la noción de naturaleza humana, se hace muy difícil enfrentar
todos los problemas humanos. Y no hay sólo problemas técnicos. Todo se refiere
sintéticamente a la persona, que es el verdadero principio, sujeto y fin de la
vida social, como afirma el Concilio Vaticano II. Y lo es de tal manera, como
un todo, que no puede ser desarmado en partes. Sin embargo es necesario que nos
hagamos otra pregunta: la crisis antropológica, ¿se puede explicar por sí
misma? ¡No! ¡No se puede explicar por sí misma, porque el nivel humano no es el
último posible! Esta crisis se explica con la crisis teológica. En la medida en
que se pierde la conciencia de Dios, desaparece también la conciencia del
hombre. El concepto de persona surgió con el cristianismo cuando reflexionando
sobre las Personas divinas los Padres de la Iglesia y los primeros concilios ecuménicos
encontraron elementos claves para comprender mejor la persona humana. Así, a la
persona homini se llegó partiendo de la Persona Domini. Es
por lo tanto lógico que, si se pierde una, se pierda también la otra. Y la
norma del origen vale también como norma para el fin, naturalmente invertida.
Digo esto para demostrar cuánto la expectativa de que la doctrina social de la Iglesia pueda dar
respuesta a las urgencias del momento presente, como así también la misma
posibilidad de aceptar este desafío, dependa fundamentalmente de la nueva
evangelización. Es una nueva fase de la relación entre la evangelización y la
promoción humana, que – como decía Pablo VI en la Evangelii nuntiandi - se
complementan recíprocamente.
Osservatorio
Internazionale Cardinale Van Thuân, 7-7-13