El millonario Carlos
Slim propuso una jornada semanal de tres días con 11 horas de actividad y un
retiro laboral tardío; despertó un debate que involucra cuestiones sociales y
necesidades de la economía
Por Silvia Stang
Un límite máximo a la
cantidad de horas de trabajo. La primera disposición de la normativa laboral
internacional estuvo referida a un tema que, casi un siglo después, es también
protagonista de un debate en el que entra en juego una compleja serie de
factores.
¿Cuánto tiempo del
día, de la semana, de la vida misma, se le dedica al trabajo? ¿Es razonable la
relación entre la cantidad de horas dedicadas a producir y las ocupadas en
otras cuestiones? ¿Cómo se logra un equilibrio? ¿De qué manera repercute en la
economía de toda una sociedad la manera en que se organizan las tareas de cada
trabajador? ¿Es viable la idea de redistribuir el empleo con una reducción de
las jornadas, sobre todo en sociedades afectadas por el desempleo, pero también
por la insuficiencia de ingresos?
Tras el desastre de la Primera Guerra
Mundial, la
Organización Internacional del Trabajo (OIT), nacida por
aquel entonces, se propuso hacer un aporte a "la paz social". Su convenio
número 1, de 1919 y al que adhirieron decenas de países, fijó la regla que es
aún hoy la más frecuente en gran parte del planeta: una semana laboral de no
más de 48 horas, repartidas en 8 horas de jornada diaria regular. En primer
lugar dirigida a la industria, la construcción y el transporte, la directiva se
extendió luego al comercio y los servicios.
Ya en un nuevo siglo,
y aun cuando no se ha limpiado al mundo de situaciones de alta desigualdad y
hasta de esclavitud, hoy la tecnología, las nuevas formas de organización
familiar y social, las crisis recurrentes del empleo y la mayor esperanza de
vida, entre otros factores, llevan a repensar cuánto y cómo se trabaja.
Hace pocos días, el
segundo hombre más rico del planeta (según el ranking de la revista Forbes) fue
quien le puso el despertador al debate: en una conferencia en Paraguay, frente
a ex presidentes de diferentes países y a hombres de negocios, el millonario
empresario mexicano Carlos Slim insistió en una idea a la que ya se había referido.
Slim sugiere que se
trabaje tres días a la semana en jornadas de 11 horas. A la vez, sostiene que
es necesario retrasar la edad de jubilación. El esquema, razona este magnate de
74 años, ayudaría a aliviar problemas como el desempleo y las dificultades de
los Estados para financiar los sistemas previsionales. Además, las personas
tendrían más tiempo libre y eso generaría más fuentes de trabajo en las
actividades de esparcimiento.
En una entrevista
publicada por el diario español El País en 2012, Slim afirmó que en un mundo de
"sociedades de servicios", donde lo importante es "la
experiencia y el conocimiento", no debería sostenerse un sistema pensado
para cuando el protagonismo lo tenía el esfuerzo físico. "Si se hacen los
números de cuánto cuesta el valor actual de la jubilación de la población
activa con empleo y sin empleo, resulta insostenible", dijo. En su
razonamiento, ajustar la edad de retiro tendría que ir de la mano de la
reducción de la semana laboral.
Son tres las
cuestiones abarcadas: el tiempo dedicado al trabajo; la organización y
distribución de ese tiempo, y la duración de la vida activa de las personas.
Respecto del primer
punto, existe un debate orientado a la reducción de jornadas. No es diferente
de lo que ocurría en la primera mitad del siglo XX. Tras los convenios de las
primeras décadas, en 1935 la OIT
promovió otro para fijar una semana de 40 horas, al que adhirieron menos países
que a la regla de un máximo de 48 horas. La intención fue redistribuir el
empleo, tras los efectos de la crisis del 30.
Ése fue en parte el
objetivo declarado por la ley que instauró en Francia, 14 años atrás, la
jornada semanal de 35 horas, una medida con defensores y detractores. En la
práctica, hoy en ese país con reglas que permiten una distribución horaria con
cierta flexibilidad a lo largo del año, se trabaja un promedio de 38 horas
semanales; la cifra es superior a la de la norma y aquí hay que considerar que
la estadística -publicada por la
OCDE- contempla el empleo total, con cuentapropistas incluidos.
En Alemania, ese promedio es de 35,5 horas; en España, de 38,4, y en Italia, de
37,5 horas.
Un informe de la OIT señala que en la primera
década del siglo hubo en los países desarrollados una tendencia a la baja del
tiempo de trabajo, algo que no resultó tan claro en el resto del mundo. Entre
los países con datos publicados por la
OCDE , encabeza el ranking, por mayor cantidad de horas,
Turquía, con 48,9 horas; le siguen Corea (44,6) y México (43,3).
En la Argentina se trabaja
unas 40 horas a la semana, y en los últimos años la tendencia fue al alza. Los
promedios, claro, están influidos por un conjunto de variables. Los
cuentapropistas declaran estar en sus tareas muchas más horas que los
asalariados, y entre los varones el índice es mucho más alto que entre las
mujeres. Pero, como en otros países de la región, en el nuestro tiene fuerte
incidencia la informalidad, muchas veces signada por la subocupación.
Del total de ocupados
y según datos del Indec, 35,9% trabaja en su tarea principal entre 35 y 45
horas por semana. ¿El resto? Un tercio trabaja menos de 35 horas y otro
porcentaje similar tiene una sobrecarga (7% trabaja más de 60 horas a la
semana).
Con aquella intención
de redistribuir puestos, un proyecto de ley del diputado kirchnerista y abogado
del sindicalismo, Héctor Recalde, plantea reducir la jornada fijada por la ley
11.544, de 48 a 45 horas semanales.
A miles de
kilómetros, las autoridades de la ciudad sueca de Gotemburgo van más a fondo
con su apuesta local: se redujo allí de ocho a seis horas la jornada diaria de
la mitad de los trabajadores, con la idea de comparar, al cabo de un período,
qué pasa con la productividad. Es que es éste un factor fundamental en los
análisis de las propuestas.
Y en este punto,
tiene su peso el tema de la distribución del tiempo.
ORGANIZAR EL TIEMPO
"Es posible
mejorar la productividad gracias a los beneficios psicológicos de cumplir
horarios más cortos o a una gestión y organización más efectivos del uso del
tiempo", advierte el documento titulado "El tiempo de trabajo en el
siglo XXI", hecho por un equipo de técnicos de OIT, que remarca que la
llamada semana estándar, de 5 días por 8 horas, predomina aún en muchos países,
aunque "al parecer, está en lento declive" a manos de opciones como
la llamada "semana comprimida", una definición bajo la cual entra la
propuesta de Slim.
Un estudio de campo
publicado por Lonnie Golden, un profesor de Economía y Estudios Laborales de la Penn State University,
mostró que en 18 industrias de los Estados Unidos, el incremento en un 10% de
las horas trabajadas repercutió en una caída de 2,4% de la producción horaria.
En la opinión de
Daniel Funes de Rioja, el vicepresidente de la Unión Industrial
Argentina que preside la Organización Internacional de Empleadores, podría
haber ventajas en materia de productividad si los distintos tipos de jornada
laboral se establecen en función de necesidades y preferencias de
organizaciones y trabajadores, y mediante acuerdos sectoriales o por unidades
productivas, y no por imposiciones generales.
El dirigente no cree
en la viabilidad generalizada de las ideas de Slim. "No es lo mismo la
actividad industrial que una de servicios; si hay sectores que pueden cubrir su
demanda de producción con 33 horas semanales, es una cosa; pero si se necesitan
turnos de relevo habrá que ver factores como los costos y la disponibilidad de
mano de obra calificada", señala. Entre otros puntos, agrega, el análisis
debe incluir qué pasa con las remuneraciones.
El tema salarial es
clave, sobre todo cuando se habla de reformas que -si bien tienen en la mira un
mayor equilibrio entre lo laboral y otros aspectos de la vida- se plantean
muchas veces en situaciones de crisis. En el caso de la ciudad sueca, no se
reducen los salarios de quienes trabajan menos horas: la ventaja para el
empleador, en caso de resultar efectiva la experiencia, debe estar en una
mejora de la productividad.
Otro aspecto cada vez
más relevante del mercado laboral es que, sobre todo a mayores niveles de
calificación, las personas valoran cómo repercutirá un empleo en su calidad de
vida, a veces por sobre el dinero. El tema aparece como inquietud en las
entrevistas laborales, porque la relación entre quien busca trabajo y el
empleador "se democratizó", según describe Marcela Romero, gerenta
comercial de Selección Permanente de la firma Manpower.
La alternativa
flexible de la "semana comprimida" tiene algunas formas prácticas más
parecidas a lo convencional que la propuesta de Slim. Una de las más conocidas
es la de agregar tiempo de trabajo entre lunes y jueves para liberar horas del
viernes. Según un estudio de SEL Consultores, en la Argentina un tercio de
las firmas líderes tiene estas políticas, aunque en más de la mitad de los
casos, el beneficio no llega a la totalidad de los empleados.
A favor de la jornada
diaria prolongada dentro de una semana reducida, estudios citados en el informe
de la OIT
mostraron una suba del riesgo de lesiones entre quienes trabajan más de 60
horas en la semana, pero ese efecto no se advirtió en días de 12 horas o más de
labor. La cuestión es debatida: "El aumento de la jornada y la reducción
de días trabajados me parece una desventaja. La discontinuidad genera estrés y
ansiedad y no favorece la productividad; necesitamos un ritmo
equilibrado", opina el psicólogo laboral Gabriel Schwartz. Algo que
influye favorablemente, según la
OIT , es que los trabajadores sientan que ejercen control
sobre sus horarios.
"Hay diferentes
modalidades de flexibilidad, como la semana comprimida y el horario flexible
[empresas que definen una banda horaria para elegir hora de ingreso y de
salida], y parte de esto es también la organización con los compañeros, el
empoderamiento del equipo de trabajo", afirma Patricia Debeljuh, directora
del Centro Conciliación Familia y Empresa de la Escuela de Negocios IAE.
La situación actual, remarca, implica que en líneas generales se tienda a
trabajar más, algo que se agrava con las demoras en el transporte. "No es
sólo la cuestión del tiempo, sino también el hecho de que las tensiones se
llevan al plano familiar", agrega. El costado positivo está en las
prácticas que inician algunas empresas para tratar de armonizar, porque
entienden que así se logran mejores resultados.
La tercera pata de la
cuestión del tiempo de trabajo es la edad de retiro. "Las personas
mantienen una mejor calidad de vida hasta una edad mucho más avanzada que
antes, y tienen la posibilidad y la necesidad de realizar actividades
productivas, que les permitan aportar valor y seguir generando vínculos",
dice Schwartz.
Pero las tensiones
son fuertes cada vez que un país se propone elevar la edad jubilatoria, algo
que preocupa sobre todo en Europa por su pirámide poblacional envejecida (ver
aparte). Para Fabio Bertranou, especialista en mercado laboral de la Oficina de la OIT en la Argentina y experto en
temas previsionales, podrían pensarse modalidades de trabajo parcial, con
tareas que se puedan hacer al tiempo de estar ya jubilado, en un esquema de
transición y, sí o sí, de adhesión voluntaria.
Una vez más, la
flexibilidad, pero sólo si trae ventajas para todos, aparece como el camino
ideal..