Por Lorena Oliva
La elección de Jorge
Bergoglio como líder mundial del catolicismo tuvo un fuerte impacto en el plano
político argentino: en los últimos meses, el Episcopado logró posicionarse como
un actor social de notable incidencia en ese terreno, como quedó evidenciado en
el proyecto del nuevo Código Civil del oficialismo.
¿Cuán novedoso es
este fenómeno? Juan Cruz Esquivel, doctor en Sociología especializado en
analizar el vínculo entre la Iglesia y el Estado, sostiene que, lejos de ser
nuevo, responde a una lógica histórica de vinculación entre ambas esferas -a la
que denomina "laicidad subsidiaria-, que se había desdibujado durante el
kirchnerismo.
"Oficialistas,
opositores, izquierda, derecha, conservadores, radicales, peronistas, todos por
igual buscan cierta legitimidad extrapolítica en el campo religioso, suponiendo
que eso les va a proveer una mejor performance electoral o una mayor aceptación
en la gestión de gobierno", sostiene Esquivel, también miembro del grupo
Sociedad, Cultura y Religión, que dirige Fortunato Mallimaci en el Conicet.
"En el caso del
Estado -continúa el especialista-, el hecho de buscar la legitimidad en el
campo religioso trae como contrapartida atender ciertos reclamos de las
instituciones religiosas, que muchas veces pueden comprometer la promoción de
ciertos derechos."
-A lo largo de la
década kirchnerista el vínculo del Episcopado con el gobierno nacional estuvo
más marcado por la tensión que por el entendimiento. Sin embargo, en los
últimos meses la Iglesia se ha convertido en un actor con mayor incidencia
política. ¿A qué se debe este cambio de posición?
-En buena parte de la
década kirchnerista hubo, entre el poder político nacional y el Episcopado,
varios puntos de desencuentro y, sobre todo, yo diría cierto relegamiento
relativo en ser reconocido como ámbito de consulta en determinadas áreas
sensibles para la institución, como pueden ser la educación, la sexualidad o
las políticas de planificación familiar. Pero, en simultáneo, si uno analiza
los vínculos a nivel provincial o municipal o, incluso, en varias carteras,
sobre todo en Desarrollo Social, lo que se veía era que los vínculos se
mantenían fluidos y estrechos, sobre todo a la hora de pensar el diseño y la
implementación de determinadas políticas públicas en la sociedad civil, allí
donde la Iglesia Católica, o varios de sus engranajes, funcionaban articulados
con el Estado a la hora de bajar esas políticas públicas.
-A nivel Estado
nacional-Episcopado, ¿fue la elección de Bergoglio en el Vaticano un factor de
cambio? -A partir del ascenso de Francisco, hay cambios y continuidades.
Continuidades porque los vínculos nunca desaparecieron entre lo político y lo
religioso. Pero es cierto que si uno toma en cuenta algunos indicadores, más
allá de cuestiones gestuales, como la visita de la Presidenta al Vaticano o su
presencia en el cierre de la Jornada Mundial de la Juventud, creo que, en la
modificación del Código Civil, el cambio del artículo 19 en el proyecto del
oficialismo en la Cámara de Diputados, según el cual se considera persona
incluso al embrión que no fue implantado en el seno materno, muestra que hay
una mayor permeabilidad a la posición eclesiástica con respecto a esos temas.
-Hace algunos meses,
la foto del saludo del Papa a la Presidenta y a Martín Insaurralde convertida
en afiche de campaña también fue una señal de cambio.
-Yo creo que eso
también expresa ciertos rasgos constitutivos de la cultura política argentina,
en la que oficialistas, opositores, izquierda, derecha, conservadores,
radicales, peronistas, todos por igual buscan cierta legitimidad extrapolítica,
en el campo religioso, suponiendo que eso les va a proveer una mejor performance
electoral o una mayor aceptación en la gestión de gobierno. Entonces, la foto
con el Papa, con un obispo, con el sacerdote local siempre ha sido valorada en
el ámbito de la política y más aún ahora con un papa argentino.
-¿Por qué cree que un
gobierno que venía haciendo del enfrentamiento con la Iglesia casi una bandera
ahora considera necesario dar este vuelco? -Bueno, por un lado, por la fuerte
legitimidad que tiene el papa Francisco al interior de la Argentina, donde, en
la disputa política, desde el oficialismo se pensó que no podían regalarle el
Papa a la oposición, por decirlo de alguna forma, es decir, no podían permitir
que la oposición capitalizara el vínculo con el Papa a expensas del
oficialismo.
-Entonces, ¿es todo
cuestión de pragmatismo?
-No, no lo creo. Los
actores se van recomponiendo. Hay quienes piensan que Francisco no es lo mismo
que Bergoglio en términos de posicionamiento y perfil. En el Vaticano, él ocupa
otro lugar y su sensibilidad latinoamericana lo lleva a definir temas de agenda
distintos a los de otros papas y tal vez más cercanos a las agendas de los
países latinoamericanos. En este sentido, también se puede pensar que
actualmente haya una confluencia de sensibilidades, de prioridades, de agenda
de políticas internacionales y locales que estén haciendo confluir en una mayor
proximidad o acercamiento al gobierno de Cristina Kirchner con el Vaticano.
-Esto de que lo
religioso otorgue legitimidad, ¿qué dice de la laicidad del Estado argentino?
-No hay un Estado, gobierno o régimen completamente laico. Hay diferentes
gradualidades. En ese sentido, la Argentina tiene su peculiaridad: nadie puede
negar que en nuestro país hay plena libertad religiosa, pero, en simultáneo, no
podríamos decir que hay igualdad religiosa. Porque la Iglesia Católica tiene un
estatus diferencial en la Constitución y hay una batería de legislaciones que
demuestran esta posición predominante de la Iglesia Católica con relación a los
demás cultos.
-Sin ir más lejos, el
artículo 2 de la Constitución.
-Sí, donde dice que
el Estado sostiene el culto católico apostólico romano. Yo tendería a hablar en
la Argentina de una laicidad subsidiaria. De un Estado que tiene componentes de
laicidad, es decir, los gobernantes se eligen a través de mecanismos que tienen
que ver con la soberanía popular, pero, muchas veces, a la hora de pensar o
implementar políticas, interpela a actores religiosos para operativizarlas de
cara al ciudadano.
-¿Como Cáritas, por
ejemplo?
-Sí, uno puede pensar
desde el financiamiento a los colegios privados confesionales; los comedores
comunitarios de Cáritas, que reciben financiamiento público; planes de vivienda
que son construidos por organizaciones católicas. hay un sinnúmero de
instancias en donde uno puede ver cómo el Estado, a la hora de implementar las
políticas públicas, apela a la estructura religiosa. Y lo interesante aquí es
que los propios actores religiosos también piensan su supervivencia en clave
del financiamiento y del soporte estatal. Es decir, la lógica de la subsidiaridad
no se da sólo desde la clase política hacia los actores religiosos, sino
también viceversa.
-No suena muy
"progresista" asumir que somos parte de un Estado laico, pero con
ciertas particularidades.-Yo creo que la laicidad no forma parte de un valor
reconocido por la propia cultura política. Porque algunas figuras religiosas
han estado presentes en la génesis de nuestra historia nacional, porque hasta
la década del ochenta del siglo XIX los cementerios pertenecían a instituciones
religiosas y los casamientos se celebraban en instituciones religiosas. También
en el siglo XX, en las décadas del treinta y del cuarenta la Iglesia Católica
tuvo un protagonismo central en el vínculo con el poder político; entonces, hay
una simbiosis entre lo político y lo religioso, como una díada fundante de
nuestra identidad nacional.
-Y en ese contexto,
¿cómo se inscriben los avances en materia de derechos civiles de los últimos
años, a pesar de la oposición eclesiástica?
-Sin duda, uno puede
pensarlos en clave de un Estado laico, sobre todo porque las instituciones
religiosas se mostraron refractarias a su aprobación. Pero me parece que la
aprobación de esta serie de normativas y su aplicación tuvieron más que ver con
la profundización de la democracia, con un reconocimiento o incorporación de
ciertos individuos a ciertos umbrales de ciudadanía, y no tanto en clave de
laicizar al Estado. Aunque por añadidura tenga que ver con un proceso de
laicización.
-Esto de no poder
pensar a la Iglesia sin el Estado y al Estado sin la Iglesia debe de tener
tantos costos como beneficios.
-De los dos lados, la
autonomía es un elemento que forma parte de los costos. En el caso del Estado,
el hecho de buscar la legitimidad en el campo religioso trae como contrapartida
atender ciertos reclamos de las instituciones religiosas, fundamentalmente del
catolicismo, que muchas veces pueden comprometer la promoción de derechos.
-¿Y del lado de la
Iglesia? -Muchas veces ser parte de "la oficialidad" tiene su costo
porque en los imaginarios colectivos la Iglesia es parte del Estado. Y eso
también tiene su costo porque cuando el Estado se ve debilitado o
deslegitimado, también puede salpicar a la propia institución religiosa.
-Como en la
dictadura, por ejemplo.
-Por ejemplo. En la
Argentina, la Iglesia tiene una actitud bifronte: busca legitimidad en la
sociedad civil, pero no pierde su vínculo con la sociedad política. Entonces,
creo que ahí hay un costo. También hay beneficios, no sólo por la transferencia
de recursos económicos, sino también porque es interpelada por el Estado en un
rol diferencial en relación con los demás cultos. Entonces, eso refuerza su
poder institucional.
-¿Cómo impacta este
rol diferencial en términos estrictamente religiosos? -Muchas veces no tiene su
correlato con las adhesiones en la fe religiosa. Desde nuestro centro, en el
programa Sociedad, Cultura y Religión, en el Conicet, hemos hecho un
relevamiento en 2008 y ahora hemos publicado un Atlas sobre las creencias
religiosas en la Argentina. En nuestros registros de 2008, el catolicismo
cuenta con el 76 por ciento. De esa cifra, muchos se definen como católicos en
términos nominales pero no tienen una práctica activa, ni su vida cotidiana se
ajusta a los parámetros doctrinarios de la Iglesia Católica.
-¿Cómo se explica que
quienes no tienen una práctica activa de todas maneras se definan a sí mismos
como católicos?
-Partamos de la base
de que el catolicismo es un espacio extenso y por más que tenga una estructura
vertical ésa es sólo una de sus caras, pero después hay una gran diversidad de
expresiones a nivel de la sociedad civil, en el ámbito de la religiosidad
popular, a través de determinadas órdenes o de comunidades que no
necesariamente se ajustan a los parámetros de la Iglesia como institución, pero
no por eso dejan de ser católicos. Y más aún en un contexto en el que las
instituciones han perdido esa eficacia de regulación de la vida cotidiana.
-Así y todo, la
Iglesia Católica sigue figurando entre las instituciones que mayor confianza
generan en la sociedad.-También aquí uno tiene que diferenciar el papel social
del papel religioso de la Iglesia Católica. Y en ese sentido hay un
reconocimiento a la labor social y educativa de la Iglesia, pero esto no
significa una traslación mecánica a una afiliación religiosa.
-¿Cómo califica hoy
en día el vínculo del Episcopado con el gobierno nacional? ¿Es más fluido a
partir de Francisco?
-Habría que dejar
pasar más tiempo para hacer un análisis más consolidado, pero yo creo que la
figura de Francisco en algún sentido va a poner este vínculo en segundo plano.
Hoy en día, la relación entre el Episcopado y el Gobierno no puede ser
analizada de manera muy diferente a cómo es el vínculo entre el Gobierno y el
Vaticano.
-¿Es razonable
esperar que el estilo de gestión que se viene perfilando en Francisco tenga un
"efecto contagio" en el Episcopado argentino? Pienso, por ejemplo, en
el pedido de disculpas del obispo por los abusos cometidos por un sacerdote en
San Isidro.
-La Iglesia argentina
siempre ha sido muy romanocéntrica. En un contexto en el que el papa es
argentino, la identificación es mucho mayor. Entonces, mirando los lineamientos
estratégicos en la gestión del pontificado de Francisco, uno puede pensar que
el mismo perfil se desarrolle en el episcopado nacional.
-En ese caso, ¿cuáles
serían los principales desafíos para el Episcopado argentino? -Uno lo puede
pensar en varios planos. Uno, hacia adentro de la institución: la Iglesia sufre
una crisis de vocaciones. Otro desafío es de cara a la sociedad civil: si bien
la Iglesia figura entre las instituciones con mayor credibilidad y
reconocimiento social, la Iglesia no es una ONG. Es una institución religiosa.
Entonces, si bien hace grandes esfuerzos para sostener su red educativa y para
tener una presencia social, no hay un correlato en la vida cotidiana: alumnos
que salen de escuelas religiosas no necesariamente reproducen el ideario, los
valores, los recursos axiológicos del catolicismo en la vida cotidiana y lo
mismo pasa en la sociedad civil, con lo cual también ahí el desafío es lograr
una acción pastoral para tener algunos vasos comunicantes más sólidos.
La Nación, 29-l2.l3