Eduardo Ferreyra
Presidente de FAEC
La romántica
filosofía ecologista en boga nos quiere hacer creer que las prácticas y
costumbres de antaño eran mejores, más amigables para el ambiente, y que la
felicidad que se ha perdido fue robada por la tecnología moderna y el
crecimiento de la población. Veamos que hay de cierto en ello.
Los recuerdos que mi
padre nos fue entregando a lo largo de su vida, aún están frescos en mi memoria
y puedo pasárselos a mis hijos –o a quien quiera escucharlos– para que puedan
comparar lo que han perdido de la "vieja forma de vida" y lo que han
ganado con la nueva. Si es que hubo una pérdida o una ganancia. El mundo en el que
crecieron nuestros padres y abuelos no era muy fragante, para empezar. El olor
que predominaba era el del guano de caballo, tanto en el campo como en las
ciudades, donde los carruajes tirados por caballos eran algo común.
El otro olor
dominante era el sudor y el de los cuerpos sin bañar. La ducha diaria era casi
desconocida, y el baño de los sábados a la noche era la costumbre en todo el
mundo. Los desodorantes y antiranspi-rantes no existían y la capa de ozono
tenía un espesor normal –el mismo que tiene actualmente.
El interior de las
casas tenía un ambiente mohoso y húmedo, impregnado del agridulce olor de las
lám-paras de kerosén y de las estufas a leña. Era la época de los sulkys y los
carros, de la leche en bote-llas de vidrio y tapitas de cartón, del panadero
que pasaba todos los días repartiendo el pan en su jardinera y se encontraba
muchas veces con el carro del verdulero o del carbonero, que hacían su reparto.
No piense que esto sucedía a fines del siglo 19: yo recuerdo que hacia 1948
esto que les cuento lo veía todos los días.
Pocas ciudades tenían
pavimento y, en caso de tenerlo, eran adoquines de granito o de madera de
quebracho o quina. Según el tiempo, era polvoriento o barroso y la norma era
preparar un viaje a otra ciudad como ahora nos prepararíamos para ir al Camel
Trophy.
Hasta 1911, los
automóviles eran pocos, hechos a mano, y lo bastante caros como para que sólo
fuese un lujo de los ricos y la nobleza europea. No existía el
"rent-a-car" o el alquiler de videos. El entreteni-miento entonces
era el teatro, el cine mudo, el parque de diversiones o las kermeses. Los niños
juga-ban con soldaditos de plomo y los mordían para darles otra forma (y no
sufrían debilidad mental), o el Meccano, la pelota de trapo, el trompo o las
figuritas; las niñas con sus muñecas de cabeza de porce-lana (hoy objetos de
colección) que todavía no habían aprendido a hablar ni tenían un novio buen
mozo como el de Barbie. Jugábamos a "las visitas" o al
"doctor", a veces a las escondidas, al rango y mida, al pavo oscuro,
indios y "conbois" . . .
Épocas que hoy
miramos con nostalgia, pero sólo porque éramos niños y todo lo que hoy
recordamos nos parece hermoso. La bruma del tiempo hizo borrosos todos los
malos momentos: como cuando debíamos ir al dentista, por ejemplo, o cuando nos
operaron de amígdalas (a mí me operaron a los tres años y ha quedado grabado
como una de las peores torturas que he sufrido en mi vida!). También recuerdo
que a los dos años de edad (1940) me salvaron de morir de difteria porque se
consiguió traer de los EEUU un frasco de sulfamida. Un tío consiguió curarse la
tuberculosis en 1948 porque justo se había descubierto la estreptomicina. Otra
tía murió en 1943 porque aún no existían antibióticos dispo-nibles.
Mi padre nació en
1891, cuando la electricidad recién había llegado a Córdoba; un viaje a Buenos
Aires llevaba varios días para completarse, a menos de que se viajase en tren
–que hacía pocos años que se usaban como gran novedad ... Un viaje a Europa era
casi un viaje a otra galaxia y a otro tiempo. Los viajes eran en barcos a
vapor. En las ciudades la gente caminaba, y los primeros transportes públicos
eran vagones tirados por caballos, y mucho más tarde vinieron los tranvías
eléctricos; los primeros autos pisaban a los perros (y niños) todos los días.
La gente no se
aventuraba muy lejos de sus casas. Los fines de semana (largos o cortos) no se
pla-neaban a más de 15 kilómetros de distancia. Carlos Paz era una región
lejana. Mar del Plata quedaba en el planeta Marte. Ushuaia estaba reservada
para los criminales. Bariloche era una nota en las memorias del Perito Moreno.
El turismo, tal como lo entendemos ahora, no existía.
La electrificación de
las ciudades es algo que se completó recién a mediados del siglo 20. La
electricidad en el hogar significaba bombillas de luz de 15 o 25 watts,
colgando de un cable en el centro de las habitaciones. No importaba dónde
estuviese uno parado, siempre se proyectaba sombra sobre lo que se estaba
haciendo. Los apliques de pared eran un lujo de los ricos, lo mismo que las
lámparas de mesa. Y pasó mucho tiempo hasta que la electricidad se extendió a
los artefactos del hogar.
Hasta muy entrado el
siglo 20 no habían heladeras o "freezers"; las comidas se mantenían
en jaulas fiambreras o heladeras a hielo. Era un trabajo de los niños de la
casa vaciar la bandeja de lata que recogía el agua del hielo derretido. Y
cuidado con volcar una gota sobre el piso!
No había termostatos
para la calefacción en los hogares, porque no había calefacción central... ni
aire acondicionado. Poco a poco, las salamandras reemplazaron a las estufas de
leña y uno aprendía desde muy joven a dejar preparado el fuego durante la
noche; cómo remover las brasas y sacudir las cenizas, y cómo dejar siempre una
abertura para no morir asfixiados por el monóxido de carbono. Eran días
hermosos y románticos.
En nuestra niñez, no
habían tostadoras de pan ni aspiradoras de polvo o lustradoras. Las alfombras
se sacudían a puro músculo y algunos millonarios habían podido comprar esas
aspiradoras Electrolux en Europa. Sólo los muy ricos tenían lavadoras de ropa;
el resto la lavaba en tinas de agua caliente con jabón de potasa, sin la ayuda
de enzimas ni detergentes inteligentes. La única ayuda era una tabla de lavar...
La mayoría de las planchas eran a carbón y las tintorerías eran cosas del
futuro y de los japo-neses que vendrían después de la Segunda Guerra
Mundial.
La cocina era un
santuario donde todo se hacía a mano y con mucho trabajo. No se conocían
licuadoras ni batidoras, microondas o lavavajillas. Los ricos tenían cocinas
eléctricas, la incipiente clase media tenía cocinas y estufas a kerosén; los
pobres cocinaban a leña o guano de vaca.
El trabajo del hogar
era aburrido y monótono; no había ni radio ni mucho menos televisión, las
videoca-seteras recién llegaron a fines de los años 70. La música se tocaba en
Victrolas que había que darles cuerda, y si un disco de pasta se caía al suelo,
era historia! Aunque había teléfonos, hablar a otro país era una hazaña, y una
hazaña cara. Olvídese de los satélites y los celulares. No había computadoras,
ni procesadores de palabras, ni radios a transistores. ¿CD, DVD, Blue tooth,
I-Pod, chip personal, MP3...? ¿Qué es eso?
Las calculadoras de
oficina eran accionadas a manivela y para escribir a máquina era necesario
dedos de acero y kilos de goma de borrar. Era una época hermosa, donde no
existían plásticos (sólo la bake-lita), ni estructuras de concreto pretensado,
ni fibras plásticas. ¿Nylon, polietileno, polipropileno, PVC? ¡Que lindo
hubiese sido! Se sobrevivía, sin embargo...
La primera fibra
sintética fue el "Rayon", inventado en 1927. Las telas eran de origen
natural: lino, algodón, lana, seda. Tratemos de imaginarnos lo que sería
intentar hoy vestir a todo el mundo con esas fibras. En consecuencia, la gente
tenía poca ropa, es decir, se cambiaba de ropa con poca frecuencia. El gran
adelanto vino con las famosas camisas "wash & wear" o
"lavilisto" como le decíamos aquí, recién a comienzos de los años 60.
Lo que realmente
importa
Uno podría seguir
describiendo así, por días enteros, las cosas que no teníamos antes y que
nuestros padres ni siquiera soñaron tener. No hablemos de las herramientas
modernas con las que cualquiera puede hoy fabricar un avión en su garaje.
Herramientas que no las tenían ni las fábricas Krupp cuando rearmaron al
ejército alemán en los años 30, y que cualquier hojalatero puede comprar a
crédito para instalar su tallercito con máquinas de control numérico,
pantógrafos computarizados, soldadoras de argón, arco eléctrico, plotters, y
materiales que la moderna metalurgia permite acceder a un costo increíblemnete
bajo.
Déjenme hablarles de
lo que realmente importa en nuestras vidas y es eso mismo: la vida y la manera
digna en que la ciencia y la tecnología nos permite vivir actualmente. Hasta el
más pobre de los habitantes de la
Tierra tiene la posibilidad de acceder a la oportunidad de
desarrollar una actividad productiva lícita que le permita mantener a una
familia con decoro... siempre que no exista un sistema político opresivo que se
lo impida, al crear condiciones de esclavitud como lo hace el sistema
neocolonial o el comunista.
Se trata de los
avances que la ciencia –y las tecnologías derivadas de ella– han provocado en
materia de producción de alimentos y medicina. Cuando muchos de nosotros éramos
jóvenes, los alimentos frescos sólo se podían comer en la estación en que se
producían. Algunas frutas y legumbres podían ser enlatadas y preservadas, pero
el proceso de conservación y enlatado de alimentos no era bien comprendido y
resultaba inseguro, lleno de casos de botulismo, salmonellosis, cólera y otras
intoxicaciones comunes.
Recién cuando se
introdujeron los vagones y contenedores refrigerados (con freón) se pudo
distribuir ampliamente los alimentos frescos, ya fueran carnes, frutas o
verduras –y durante todo el año. La refrigeración expandió enormemente el
mercado para todos los productos que pudieran conservarse, y ello hizo que se
pudiese producir más alimentos porque no se iban a podrir durante el transporte
o el almacenamiento.
Este gran crecimiento
del mercado permitió que la demanda de alimentos fuese mayor y, por
consiguiente, se desarrollaron nuevas tecnologías que permitiesen aumentar no
sólo la producción, sino también el rendimiento de cualquier instalación
productiva. Rápidamente, la producción de alimentos creció, mientras que el
área sembrada fue disminuyendo –cosa que el reverendo Malthus jamás pudo
imaginar al enunciar su nefasta teoría de "la Creciente Disminución
de los Rendimientos", allá por 1795 – hasta tener hoy una reducción, en
los Estados Unidos, de unas 200 millones de hectáreas en sembrados y una
cuadruplicación de la producción de alimentos.
En los "años
dorados de antaño", un hongo se transformó en plaga infestando los
cultivos de papa de Irlanda en la década de 1840. Como la papa era la base de
la alimentación, la tercera parte de la población de Irlanda murió de hambre,
otra tercera parte emigró a los Estados Unidos y el resto aumentó su ancestral
odio por Inglaterra y lo mantuvo hasta nuestros días. ¿Qué hubiese sucedido en
Irlanda si en esa época se hubiese dispuesto de un fungicida como el Captan?
Quizás no existiría el IRA, y no habrían tantos policías irlandeses en Nueva
York.
La papa es un buen ejemplo
de cómo las nuevas tecnologías introdujeron cambios espectaculares en la
agricultura y las posibilidades de alimentar más gente con menor superficie
cultivada. Es, además, una excelente lección para quienes creen que "lo
natural es mejor" y que lo único que se necesita es la rotación de
cultivos y la fertilización con abonos naturales. En la década del 20, con
buenas tierras y abonos animales, un rinde excepcional era de 75 bolsas de 100
libras de papa por acre. Aún en los años 40, los mejores métodos producían
apenas 82 bolsas por acre.
Entonces vino el
advenimiento de la
Nueva Agricultura , tan odiada por los ecologistas, con
fertilizantes químicos y pesticidas, y el rendimiento se fue a las nubes: en
1950 se obtenían 165 bolsas por acre, en 1960 se lograban 208, en 1970 ya eran
247, y en los años 80 se llegó a las 275 bolsas de 100 libras por cada acre
sembrado. Un incremento de casi el 300% en la producción!
En los años 30, la
erosión de los suelos creó un serio problema en los Estados Unidos. El famoso
"dust bowl" (o "tazón de polvo") del medio oeste
norteamericano provocó la ruina de miles de granjeros y desencadenó la famosa
crisis de los años 30, contribuyendo a la depresión económica que se extendió a
todo el mundo. Las técnicas de arado en curvas de nivel, las barreras de viento
y un mejor manejo de la tierra ayudaron en el problema, pero la innovación más
importante fue la introducción de los herbicidas para control de las malezas
que hizo innecesario la remoción inútil de la tierra.
Los pesticidas
redujeron los costos agrícolas un 33% al controlar malezas, insectos, mohos y
podredumbre en cosechas, frutas y verduras. Por otra parte, contribuyeron a la
salud de la población al mantener los alimentos libres de ratas, lauchas,
cucarachas y gorgojos. A través del uso de preservantes para la madera de
cercas, casas, porches, graneros, etc., se ha ahorrado una cantidad de madera
equivalente a un bosque del tamaño dos veces más grande que el estado de Nueva
Inglaterra, en EEUU. Sin embargo, los ecologistas quieren prohibir todo esto y
volver a los "dorados tiempos de antaño". ¿Quiere usted lo mismo?
La agricultura
moderna hizo posible producir más alimentos, aves de corral, productos lácteos
y fibras en menos superficie de tierra. Esto significa que se puede devolver
más espacio para bosques y usos recreativos como parques nacionales. De las 3,6
millones de millas cuadradas de los Estados Unidos, el 32% son bosques o zonas
forestadas. A causa de esto, el crecimiento anual de madera es hoy 3,5 veces
mayor que en los años 20. El área forestada ha crecido un 18% entre 1952 y
1977. Al paso que vamos, pronto no habrá lugar para ciudades ni seres humanos:
sólo habrá árboles y mariposas!
El principal peligro
para el futuro de los bosques en los Estados Unidos es actualmente la política
de manejos de áreas boscosas impulsada por los ecologistas, porque en los
Parques Nacionales y áreas silvestres no se permite el manejo controlado de
plagas ni otro tipo de mejoras. Esto provoca los enormes incendios que han
asolado los últimos años a los bosques del país del norte y la proliferación de
plagas que diezman a los árboles. La teoría ecologista es que "la
naturaleza sabe más". La experiencia nos demuestra que no.
Como acertadamente
sostiene el Dr. Norman Borlaug, premio Nobel 1970, "Sin la disponibilidad
y uso adecuado de fertilizantes, herbicidas, insecticidas y fungicidas, no se
podrían satisfacer las demandas mundiales de alimentos". Esto ha mejorado
de manera notable la nutrición, la dieta y el estado de salud de la mayor parte
de la población del mundo, pero aunque de por sí esto resulta asombroso, no
tiene parangón con la mejoría que se produjo en la medicina y en el estado
sanitario de la población mundial.
El Miedo a los
cancerígenos
A lo largo de
nuestras vidas estamos expuestos a todo tipo de substancias de origen natural
que se encuentran en el aire, el agua y los alimentos que ingerimos. La
mayoría, por no decir todas, son cancerígenas en mayor o menor medida.
Los ecologistas nos
aterran con cuentos de los cancerígenos que nos amenazan cuando comemos
alimentos tratados con pesticidas, sin decirnos que las plantas producen
pesticidas, de manera natural, para defenderse de las plagas. Estos pesticidas
son 10.000 veces más numerosos y unas 1.000 veces más potentes como
cancerígenos que los residuos de pesticidas sintéticos que se encuentran en los
alimentos. Es una falacia impúdica el que los productos químicos sintéticos
sean más tóxicos o venenosos que los "naturales". La verdad es que
no existe absolutamente ninguna diferencia entre los productos químicos
naturales y los sintéticos.
Pero los ignorantes
oponentes a los esfuerzos del hombre para mejorar las condiciones de vida sobre
el planeta le hizo creer a la gente que cantidades extremadamente pequeñas de
sustancias químicas industriales pueden resultar tóxicas o cancerígenas, y que
todo lo sintético puede causar cáncer. Esto es mentira. No es la substancia lo
peligroso sino la dosis. Como ya sostuvo Paracelso, el padre de la toxicología,
"Todo es veneno, y nada es veneno: sólo la dosis es el veneno". El
oxígeno, vital para la vida, en exceso resulta mortal!
El arsénico, el
cadmio y el cromo, por ejemplo, no sólo son venenosos de por sí, sino que están
en la lista de substancias cancerígenas. Pero estas y otras substancias muy
cancerígenas están presentes en nuestros organismos en cantidades diversas, y
una deficiencia de ellas provoca normalmente distintas enfermedades y
alteraciones en el comportamiento del organismo. ¿Cuánto arsénico tenemos
normalmente en nuestro organismo? Cien mil moléculas en cada una de las células
del cuerpo. ¿Cuánto cadmio? 2 millones de moléculas por célula. ¿Cuánto cromo?
700 mil moléculas por célula. Multiplique estas cifras por los billones de
células que conforman un organismo y tendrá una idea aproximada.
Por su parte, los
ecologistas tienen un "caballo de batalla", una bandera con la que
arremeten contra cualquier substancia: es la absurda teoría que sostiene que
"una sola molécula puede provocar cáncer" porque puede alterar a la
molécula del ADN y causar así cáncer o mutaciones o deformidades genéticas.
Hasta el día de hoy, simplemente, no han podido dar la explicación científica
de por qué una sola molécula extra de cromo –por ejemplo– entre los varios
billones que ya tenemos en el cuerpo, provocará ese cáncer. Para decirlo con
las palabras correctas, la teoría es una idiotez.
Pero las teorías
idiotas parecen tener un atractivo irresistible para las multitudes que le
encantan las historias de horror y sentirse siempre en peligro. Si no fuese
así, por qué tanta gente creyó en Hitler? O ¿por qué tanta gente adora subirse
y aterrorizarse en las Montañas Rusas? El ser humano tiene a veces
comportamientos extraños, pero cuando decide ser idiota, ya no hay manera
alguna en que se le pueda proteger contra su propia estupidez.
Los ecologistas
sostienen que mediante sus prohibiciones protegen a la gente de las sustancias
cancerígenas y evitan que la población enferme. Para evitar el contacto con
sustancias cancerígenas se debería prohibir toda la comida que ingerimos, todos
los líquidos que bebemos, incluida el agua mineral Perrier, y encerrarnos todos
desnudos en una cápsula hermética que pueda impedir la acción de los rayos
cósmicos. Suena muy, pero muy estúpido, no es cierto? Las teorías ecologistas
le deberían sonar así de estúpidas a la gente, sólo si pudiesen conocer la
verdad de los hechos.
Diferencias en Salud
En los "años
dorados del pasado", los mismos que añoran los ecologistas -que no les
tocó vivir en ellos- las infecciones y enfermedades de la niñez eran un flagelo
al que la gente ya se había resignado. Era un hecho aceptado que en todas las
familias hubiesen dos o tres niños que no alcanzasen la pubertad o la
adolescencia. Hoy, la muerte de un niño es una tragedia inaceptable –ayer era
un hecho aceptado y tomado en cuenta al planificar la familia. Las epidemias
eran cosas comunes y todos hemos conocido y pasado por casos de sarampión, tos
convulsa, rubeola, escarlatina, difteria, neumonía y otras que ya ni se
registran en la literatura médica.
La poliomielitis, que
dejaba inválidos a diestra y siniestra o confinados de por vida en pulmotores,
es cosa del pasado; y la viruela desapareció del mundo –con la consiguiente
consternación de los ecolo-gistas que vieron desaparecer una especie más de la
faz del planeta. También desapareció la "fiebre cerebral", una
infección por meningococos, para la que no existían antibióticos. Muchos niños
sufrían de reumatismo infantil que les dejaba los corazones debilitados de por
vida.
Si uno sobrevivía a
la niñez, aún le esperaban enfermedades como la tuberculosis, o el
hipotiroidismo, por deficiencia de yodo en la dieta. La ciencia remedió esto
con el simple agregado de yodo en la sal de mesa. Todas la mejoras que se
hicieron para la salud se consiguieron a través de la correcta implemen-tación
de la tecnología –de todas y cada una de las tecnologías que haya desarrollado
el hombre a lo largo de la historia.
Algunas fueron usadas
de manera errónea, y produjeron equivocaciones como las bombas atómicas, las
armas de destrucción masiva y el narcotráfico. Sin embargo, el hombre ha
remediado todos y cada uno de esos errores, aplicando esas tecnologías al
mejoramiento de las condiciones de vida de todos los habitantes del planeta.
Para compensar por
las bombas atómicas se aplicó la tecnología nuclear a la producción de energía
eléctrica con reactores atómicos –la manera más segura y ecológica de producir
electricidad; o el desarrollo de la medicina nuclear con sus diagnósticos y
tratamientos que permiten salvar y extender el período de vida de millones de
personas.
Los avances en la
tecnología que se producen por el desarrollo de cada nueva arma –como las que
se usaron para devastar a Irak– se aplican en seguida al uso de la industria y
el comercio, y en pocos años esos avances tecnológicos los tenemos en nuestras
cocinas, en nuestros automóviles, en nues-tras computadoras y en todas las
nuevas técnicas quirúrgicas, agrícolas o mecánicas.
El mejoramiento que
se produjo en nuestras formas de vida es el resultado de una mejor comprensión
de la fisiología, bioquímica, nutrición y los fármacos que hoy usamos. La
creencia en que los "buenos días de antaño" eran simples, benignos y
amables, está errada! La realidad es que esos días eran sucios, hediondos y
llenos de penurias y enfermedades.
Cuando comenzó el
siglo 20, la vida humana dependía casi totalmente de los designios de una
natura-leza poco benévola y la disponibilidad de algunos recursos y medicinas
naturales. Esto ya no es cierto para nuestros días actuales. En los últimos 50
años hemos visto una mejora y un progreso en la forma de vivir de toda la
humanidad, como no se había visto en toda la historia desde sus comienzos!
Tene-mos el privilegio de haber vivido durante las más extraordinarias cinco
décadas de la historia de la humanidad.
No debe resultarnos
sorprendente que algunas personas no puedan ajustarse a esto ni puedan
enten-der los cambios que se han producido. Nuestra misión, en adelante, es
asegurarnos de que no haya nadie que nos impida que, mediante el uso adecuado e
inteligente de la ciencia, seamos celosos y concientes guardianes de nuestro
hogar, la Tierra.
Lo Viejo y lo Nuevo
A la gente no le
gustan los cambios. El único tipo de cambio que acepta y desea de buena gana es
el dejar de ser pobre y pasar a ser rico, o abandonar la celda de una prisión
para asolearse en una playa del Caribe. En otras palabras, la gente acepta y
desea los cambios que mejoran su situación, o les permite avizorar una mejoría
a corto o mediano plazo. La gente se preocupa y asusta por lo desco-nocido.
Entonces, ¿por qué
asustarse porque la Tierra
será dos grados más caliente dentro de 100 años, o la capa de ozono habrá
disminuido un 10%? Una viejecita que escuchaba una conferencia en el Planetario
escuchó al astrónomo hablar sobre los días finales del Sol y el sistema
planetario. Se levantó y pregun-tó, muy preocupada: "¿Dentro de cuántos
años dijo usted? - "Cinco millones de años, señora", respondió el
científico. "¿Ah, menos mal! Creía que había dicho cinco mil...",
suspiró aliviada la anciana.
A la mayoría de la
gente le asusta la oscuridad, miedo atávico que venimos arrastrando hace
millones de años, porque no podemos ver en la oscuridad y no sabemos los
peligros que se ocultan en ella. Tenemos un instintivo miedo a lo desconocido,
y nada más lógico y natural que ello, porque lo desco-nocido puede ser
peligroso. Puede comernos, o puede hacernos daño.
La gente le teme
instintivamente a las nuevas tecnologías porque sabe que las tecnologías
cambian el medio en el que vivimos y que, si no es demasiado incómodo o
molesto, ¿para qué cambiarlo? Mejor dejémoslo como está. Este es el argumento
que forma los cimientos de todos las sociedades fundamentalistas o retrógradas,
que lo han convertido en filosofía de vida o religión. Es la base de las
sociedades menonitas y cuáqueras, del hinduísmo, y la mayoría de las religiones
orientales y musulma-nas.
También es la base
del Principio de Precaución de la religión ecologista de Gaia, el culto a la Madre Tierra , que
instando a ser precavidos, por miedo a un todavía desconocido peligro, obliga a
las socie-dades a abandonar el desarrollo y el progreso. Se trata de gente que
desde que nacen han sufrido una educación –verdadero lavado de cerebro- que les
mantiene en un atraso y una opresión que los occi-dentales consideramos
lamentable.
Pero la gente le teme
a los efectos que las nuevas tecnologías puedan tener sobre su modo de vida sin
entrar a considerar los beneficios que se derivarán de esas nuevas tecnologías
y la primera reacción –diríamos instintiva- es la de oponerse por "el
miedo a la oscuridad". No es nada nuevo. La historia está llena de
ejemplos. Déjenme extractar del Diario del Congreso de los Estados Unidos la
siguiente declaración de un congresista alertando sobre un nuevo peligro para
el pueblo norteamericano:
"Esto comienza
una nueva era en la historia de la civilización. Nunca antes la sociedad se ha
enfrentado con un poder de tan potencial peligro y al mismo tiempo tan lleno de
pro-mesas para el futuro del hombre y para la paz mundial. La amenaza para
nuestro pue-blo ... debería llamar a una acción legislativa inmediata, aún
cuando las implicaciones militares y económicas no fuesen tan
abrumadoras."
¿Cuál era el peligro
inmediato y tan terrible? ¿La energía nuclear, la famosa Guerra de las
Galaxias? ¿Nuevas armas de destrucción masiva, la construcción de una nueva
Estación Espacial? ¿Las nuevas técnicas de ingeniería genética?
Nada de eso. El año
era 1857 y el tema era el motor de combustión interna. Lo que demuestra la
proverbial falta de visión de futuro de la mayoría de los políticos
profesionales.
Vivimos en una
sociedad tecnológica y científicamente avanzada, pero filosóficamente atrasada.
La educación pública es hoy un instrumento que prepara al hombre para cumplir
con objetivos geopolíticos dictados por los más elevados estratos del poder
mundial. Se lo prepara para que acepte, sin discusión, un sistema de vida que
Platón y Sócrates se hubiesen sentido asqueados al verlo –para no hacer
men-ción a Jesucristo.
Sin embargo, nuestra
sociedad no se basa solamente en filosofías voluntaristas, de pretendidas
buenas intenciones. La civilización actual se basa en hechos y en el
conocimiento. No se basa en la emoción pura, aunque muchos se muestran
apasionados por algunas causas. Tampoco se basa en la compasión, la
preocupación por el prójimo o la simpatía, por loables que esos sentimientos
nos puedan parecer.
Menos aún, nuestra
sociedad no se basa –ni podría hacerlo -en histeria o protestas. Se basa en
hechos, fríos, concretos, verificables, demostrables y repetibles
–desarrollados a través de miles de años de la intuición científica y el
pragmatismo de la tecnología. No es, por supuesto, una sociedad perfecta
–apenas es lo mejor que hemos podido conseguir. No permitamos que nos quiten lo
que nuestros abuelos nos legaron con tanto esfuerzo y sacrificio. Y trabajemos
para que ese legado sea acrecentado y puedan gozarlo nuestros descendientes.
Estrucplan, 29-11-13
Fuente: Mitos y
Fraudes