José Castro
Garayzábal
(Productor
agropecuario, expresidente de la Unión Industrial de Córdoba)
En el Centenario,
Argentina era el país más importante de Sudamérica y dentro de los 10 mayores
por su producto bruto per cápita. Se lo consideraba el futuro competidor de
Estados Unidos.
En el Bicentenario,
según las mediciones del Banco Mundial, ocupamos el puesto número 57 en el
ranking mundial, por producto bruto per cápita, luego de Uruguay y Chile, y
ocupamos el tercer puesto en Latinoamérica por producto bruto total, luego de
Brasil y México, y, según las proyecciones, pronto seremos superados por
Colombia.
Todo esto ocurre sin
que hayan cambiado las condiciones naturales en nuestro territorio, con una
población sin problemas raciales o religiosos. Es necesario analizar las causas
que nos llevaron a esta decadencia.
Existen fracasos de
nuestra dirigencia política, empresaria, sindical y judicial.
Nuestra dirigencia
política, en general, ha aplicado políticas de populismo clientelar y
demagógicas.
Nuestra dirigencia
empresaria carece de una burguesía comprometida con los destinos del país.
Otros países de Sudamérica la tienen, en particular Brasil.
Nuestra dirigencia
sindical tuvo origen político y no profesional; además, desvió recursos
destinados a un fin específico para otros fines (caso de obras sociales).
Nuestra dirigencia
judicial se caracterizó por la demora en las decisiones que le son propias.
Justicia tardía no es justicia justa. Además, muchas veces, se vio influenciada
por otros poderes, con lo que quebrantó el mandato constitucional de división
de poderes.
No podemos
adjudicarle a un partido en particular este resultado, ya que todos de una
manera u otra han ejercido el poder. Sí encontramos elementos comunes en nuestra
sociedad para que esta decadencia haya ocurrido.
En primer lugar, la
falta de consensos básicos de nuestra dirigencia sobre políticas que lleven al
país, en el mediano y largo plazo, al futuro que merecemos.
El desconocimiento de
nuestro sistema federal de gobierno, la concentración del poder en el Gobierno
nacional. Falta de planificación expresa de objetivos a mediano y largo plazo
sobre la base de acuerdos básicos resultantes del consenso de toda nuestra
dirigencia, y con garantías de seguridad jurídica.
No es necesario
inventar, basta observar las políticas de los países desarrollados y asegurar a
la población educación de excelencia, fomentar el trabajo y limitar los
subsidios a personas que realmente los necesitan.
Para ello es
necesario resignar intereses individuales, sectoriales o de grupos y tener como
meta el interés general.
Si así no lo hacemos,
terminaremos peleando todos contra todos y nuestro país y su sociedad
continuarán en decadencia.
A título personal,
señalo temas fundamentales sobre los que deben acordarse políticas a largo
plazo:
Los gobiernos
nacional, provincial o municipal no pueden gastar más de lo que ingresa, ya que
es esta la causa de la inflación.
Los créditos que se
soliciten deberán ser exclusivamente para obras públicas necesarias para el
desarrollo.
Pacto federal fiscal
que acuerde la distribución de recursos entre provincias y Nación.
Acuerdo sobre el
traslado de la Capital
Federal (desde la época de los griegos se decía que las
capitales no debían estar en un puerto, puesto que las políticas las manejarían
los comerciantes); esto pondría fin al subsidio permanente del interior del
país hacia Buenos Aires y la injusta distribución de recursos.
Un plan a largo plazo
de obras de infraestructuras necesarias para el progreso y desarrollo (Brasil
lo acaba de anunciar para duplicar las vías de comunicación existentes).
Abandonar nuestras
tendencias al autoritarismo y la corrupción sin castigos ejemplares, como lo
hace Brasil.
Ruego a Dios para que
mis hijos y nietos puedan vivir en ese país.