Infocaótica, 22 y 24-9-2016
El análisis filosófico del trabajo según Santo Tomás.
Algunos de los textos más importantes del Angélico
sobre el trabajo manual son obras de circunstancia, escritas para defender a
los frailes de las ordenes mendigantes contra ciertas críticas: sus adversarios
les echaban en cara la pereza y la explotación del pueblo cristiano; en vez de
ganarse la vida trabajando, los frailes preferían pedir limosna, para dedicarse
completamente al estudio y quitar a los seglares los puestos en la enseñanza
universitaria. Uno de estos textos es la Quaestio quodlibetalis VII, q.7, a.1.
En su respuesta a aquellas críticas Santo Tomás
procede metodológicamente.
En el primer artículo se estudia el problema sobre
si es precepto divino que todos los hombres trabajen de sus manos, —lo que san
Pablo parece decir en 2 Tesal. 3, 10 («él que no quiere trabajar, no coma»)—,
texto que era el grito de combate de los seglares en su lucha contra los
mendigantes. Ahora bien, escribe Santo Tomás, para juzgar de una cosa, hace
falta considerar su fin. El fin del trabajo manual es triple: cesar de
holgazanear; subyugar el cuerpo; ganarse la vida. Las dos primeras finalidades
pueden ser alcanzadas igualmente ocupándose con cosas espirituales. Con
relación a la tercera finalidad el trabajo manual parece imponerse, y tanto más
que la naturaleza ha instituido las cosas de tal modo que el hombre ha recibido
su intelecto y sus manos para producir lo que le hace falta para vivir. Por
consiguiente, la labor manual ha sido ordenada por la ley natural.
Sin embargo hace falta distinguir en las ordenaciones
de la ley natural entre preceptos que tienen por objeto remediar insuficiencias
de los hombres individuales (alimentarse; practicar las virtudes); otros, al
contrario, que tienden a remediar insuficiencias de los hombres en su
totalidad. El precepto de Génesis 1, 28 «Procread y multiplicaos, y henchid la
tierra» vale para los hombres en cuanto constituyen el género humano, pero no
prescribe que cada individuo debe engendrar descendientes. Los hombres son
considerados como una comunidad en la cual las tareas pueden y deben dividirse.
Esta diversificación resulta en primer lugar de la providencia divina, pero
también de las disposiciones y habilidades distintas de los individuos.
Desde
luego, por su labor manual uno puede satisfacer las necesidades tanto propias
como las de otras personas. Si uno encuentra una manera en la cual puede
ganarse lícitamente la vida, el precepto no le obliga a trabajar con sus manos.
Si uno objeta que sería fatal si todos los hombres se
substrajesen a la obligación del trabajo manual (como los mendigantes), santo
Tomás responde que el trabajo espiritual es tan difícil que es reservado a
pocos elegirlo. Esto vale también para la vida contemplativa. No trabajar por
pereza es malo.
Después de esta exposición fundamental Santo Tomás
propone una división de los sentidos de la expresión «labor manual». La mano es
un instrumento del espíritu. La labor manual presupone siempre una actividad
intelectual. Así cualquier trabajo que se hace con instrumentos está también
entendido como «labor manual» y además cualquier otro «trabajo» que el hombre
ejecuta para ganarse lícitamente la vida. Por consiguiente las artes liberales
son también formas de trabajo manual.
Efectivamente entre la labor manual en un sentido
estricto y la contemplación se encuentra un grupo de actividades que llamamos
«trabajo intelectual». La vida contemplativa ocupa el rango más alto.
En efecto, todas las demás actividades están
organizadas en atención a la felicidad del hombre que consiste en la
contemplación. A medida que crece el componente intelectual del trabajo, llega a
ser más grande su dignidad...
Resulta de este análisis que la labor manual tiene su
propia dignidad donde el origen está en el hecho de que procede de la persona
humana: el hombre trabajando intenta producir una perfección más grande en el
mundo. Así alcanza una semejanza más grande con Dios quien es la Causa primera
de todas las cosas. Puesto que el trabajo procede de la persona humana, exhibe
una variedad muy grande de modalidades. El animal, al contrario, actúa siempre
de la misma manera.
[...] según Santo Tomás, la labor manual no solamente
es necesaria para los hombres sino que tiene su dignidad y sus méritos: provee
a las necesidades propias y ajenas; ayuda a evitar los vicios; colabora con
Dios en el perfeccionamiento del mundo. En los casos en que un hombre trabaja
al servicio de otro, nota el Angélico, que el hombre no es jamás esclavo de su
dueño en su espíritu. El obrero que trabaja para su dueño tiene derecho a una
justa recompensa. Santo Tomás subraya que debe hacerse una proporción entre la utilidad
de trabajo y la remuneración. El pago debe ser equivalente a la cantidad del
trabajo, su calidad, su grado de dificultad y las circunstancias del obrero.
En el opúsculo Contra impugnantes Dei cultum et
religionem reitera su posición sobre la obligación de la labor manual. No es
razonable afirmar que cada uno debe trabajar con sus propias manos puesto que
es lícito que el hombre viva de lo suyo o de lo que le es debido. Quienes
sirvan al bien común por trabajos espirituales tienen el derecho de ser sustentados
por los demás. Esto es evidente porque la utilidad espiritual es más importante
que la utilidad material.
El fin del trabajo es el descanso. El descanso
definitivo se alcanza solamente cuando el hombre llega a su destinación eterna.
Es preciso interrumpir a ciertos intervalos el trabajo, porque el hombre
necesita el descanso del cuerpo y del espíritu. Tampoco puede utilizar el
hombre sus facultades espirituales sin cansarse en virtud de la necesaria
colaboración de sus facultades orgánicas. Necesita el descanso también en este
trabajo.
Una reflexión teológica sobre el trabajo.
El análisis filosófico propone los elementos
principales de una reflexión sobre el trabajo. Sin embargo, para comprender el
trabajo en el contexto de la vida humana histórica hace falta además una
consideración teológica [...] la teología católica ha dedicado poca atención a
la consideración del trabajo como una operación que se inhiere en la marcha del
hombre hacia su fin celestial. En nuestro siglo la revolución de las estructuras
del trabajo por un lado, la ideología marxista del homo oeconomicus por otro,
han provocado una reflexión más intensa. Para Santo Tomás la Sagrada Biblia es
la fuente principal de su teología del trabajo. Ciertos textos bíblicos
proponen los principios que sostienen e iluminan el análisis.
He aquí los
principales: Génesis 3,17: «Con trabajo comerás de ella (la tierra) todo el
tiempo de tu vida»; Ecclesiàstico 7,16: «No aborrezcas la labor por trabajos ni
la agricultura que es cosa del Altísimo»; 31,3-4: «Fatígase el pobre por sus
necesidades, y si descansa, es para verse en la indigencia»; 1 Cor 10,31: «Ya
comáis, ya bebáis o ya hagáis alguna cosa, hacedlo todo para gloria de Dios»; 1
Tes 4,11: «Os esforzéis para llevar una vida quieta, laboriosa en vuestros
negocios y trabajando con vuestras manos como os hemos recomendado»; 2 Tes
3,10: «El que no quiere trabajar, no coma». Hay que añadir la doctrina del
pecado original, el ejemplo de Cristo y de los apóstoles que trabajaban con sus
propias manos.
Mientras que el economista considera el rendimiento
inmediato del trabajo, el teólogo estudia su relación con la vida sobrenatural.
Como un acto humano el trabajo debe inherirse en el orden de las virtudes: es
obvio que la prudencia debe regir el tipo y el modo del trabajo que uno está
por ejecutar. Cuando se trabaja al servicio de otros y se exige una
remuneración es la justicia la que regula las modalidades.
En vista de las dificultades que provienen del
cansancio y de las distracciones de atención deben intervenir también la
fortaleza y la temperancia. En la vida espiritual el trabajo libera del ocio
que según Santo Tomás es el origen de muchos males.
Pero el trabajo está también relacionado con las
virtudes teológicas: por la fe el cristiano sabe que trabajando bien él
colabora con Dios en su administración del mundo y prepara la Parusía del
Señor. Es consciente que la providencia divina le ayuda y le dará lo que él y
los suyos necesitan. En su esperanza cristiana aguarda el obrero «la recompensa
conforme a su trabajo» (1 Cor. 3,8). Más importante todavía es la perspectiva
del amor sobrenatural: si el trabajo del cristiano es animado por el amor posee
un valor particular de mérito en vista de la visión de Dios. Nota Santo Tomás
que el que trabaja con más caridad, recibirá un premio más grande, aunque su
trabajo sea menos importante.
Con relación al amor con el cual el cristiano ejecuta
su trabajo, hay que añadir que el trabajo tiene una función social: a través de
su trabajo para los otros él rinde servicio, subviene a las necesidades de sus
prójimos y tiene la posibilidad de dar limosnas. Así sigue el ejemplo y la
doctrina de Jesús mismo que ha puesto su vida al servicio de todos y dijo que
no había venido para dominar sino para servir.
El animal no trabaja porque no piensa, el ángel no
trabaja porque no tiene cuerpo, pero para el hombre el trabajo es la expresión
de su naturaleza. Lejos de ser una pena, el trabajo en todas sus formas es de
por sí el acto más natural del hombre; es necesario para el género humano, la
construcción de la sociedad y la promoción del bienestar y de la cultura. El
trabajo es nuestro modo de trato con el mundo y la naturaleza. Pero,
contrariamente a lo que afirma el marxismo, el hombre no está sometido a la
materia y no se universaliza trabajando para el bien común. Al contrario, por
el trabajo alcanza su propio perfeccionamiento. En vista de la urgente
necesidad, en la que tantos hombres se encuentran, de trabajar mucho y casi sin
parar, es preciso insistir sobre la finalidad del trabajo y el primado de la
vida contemplativa.
Por otro lado, a medida que la tecnología y la
economía contemporáneas permiten reducir la duración del trabajo conviene
recordar las leyes de la vida moral y los peligros del ocio. La doctrina
profunda y equilibrada de Santo Tomás nos procura los principios siempre
válidos para semejante reflexión.
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Tomado de:
Elders, L. EL PENSAMIENTO DE SANTO TOMÁS DE AQUINO
SOBRE EL TRABAJO, pp. 1075-1080.