por Martha Meier
El Comercio
(Perú), 07 DE MAYO DEL 2014
El colectivo
“Legaliza Perú” realizó su marcha anual exigiendo la legalización de la
marihuana. Así que tras el lobby de las abortistas ahora tenemos que soportar
el lobby pastrulo.
El colectivo quiere despenalizar el cultivo casero para
consumo individual. Ya, ‘cuñau’. El pretexto suena lógico: romper el vínculo de
los consumidores, es decir del adicto, con los narcotraficantes. Lo que no
dicen es que generalmente esos “narcotraficantes” son un amigo de
ellos que ya anda sembrando. Suena inofensivo y hasta tierno eso de cuidar una
plantita en casa para consumirla, como uno hace con las hierbas aromáticas.
Pero la marihuana no es la droga blanda que algunos nos quieren hacer creer.
No. Estamos hablando de una sustancia muy adictiva (hasta 10% se hará
dependiente) y que afecta la salud mental y la seguridad propia y de terceros.
Un estudio chileno (Laumon, 2005) mostró que de 1.000 muertos en accidentes de
tránsito, 2,5% de los conductores tenía en sangre niveles de Tetra Hidro
Canabinol o THC, el principio activo de la marihuana. Otros estudios (Hartman
& Huestis, 2013) dicen que el consumo se asocia al deterioro en la
capacidad de conducción de autos.
Cultivar esa planta
en casa es casi tan peligroso como dejar un arma al alcance de un niño, de una
persona depresiva o de un violento: no en todos los casos el niño matará a otro jugando, ni el depresivo se suicidará o el violento
asesinará a su mujer o a su vecino. La desgracia ocurrirá en contados casos,
sí, pero sucederá. Así que para qué tentar al diablo.
La plantita en casa
puede derivar en adicción del consumidor, llevar a que los jóvenes se inicien
aún más tempranamente en el vicio, convertir al hogar en un fumadero, con todas
sus implicancias: conductas sexuales de riesgo, desorden, relacionarse con
personas adictas a otras drogas, embarazos no planeados, entre otras.
Lo menos que necesita
un país que aspira a salir del subdesarrollo es fomentar la dependencia de
ninguna sustancia. La marihuana, hoy hibridada y hasta transgénica, es 30 veces
más potente que la fumada en los 70. Se han desarrollado variedades con altos
niveles de psicoactivos que profundizan sus efectos: alucinaciones, distorsión
de la percepción, paranoia y conductas de riesgo.
La hoja interfiere
con la concentración, afecta la memoria, la coordinación motora y la
motivación, deprime, lleva al bajo rendimiento académico y laboral. Un buena
receta para la mediocridad. Está demostrado, de paso, que es la puerta de
entrada a otras drogas más potentes y que contiene hasta 70% más agentes
cancerígenos que un cigarrillo.
En el 2008 diversas
investigaciones realizadas en Australia mostraron los vínculos de sus uso
frecuente con cambios en la estructura cerebral. Otros estudios señalan su
conexión con la psicosis. Ayer justamente en esta misma página el periodista
Tito Castro se preguntaba: “¿Qué está pasando con la salud mental de los
limeños que cada vez son más frecuentes estas acciones psicópatas?”,
refiriéndose a la ola de crímenes perpetrados por jóvenes contra sus padres y
otros familiares.
¿Esos jóvenes han
estado expuestos a las drogas? Seguramente. ¿Son producto de entornos
inestables? Es posible. ¿Es esa inestabilidad familiar producto de las drogas?
Quizá. Entonces, ¿hay alguna razón para propiciar que se cultive marihuana en
los hogares? No.