Pablo Yurman
(ArgentinosAlerta.org),
30-4-14
El presidente
uruguayo, José “Pepe” Múgica se ha convertido en una especie de ídolo de cuanto
libre-pensador libertario habita, no sólo la patria chica uruguaya, sino en el
resto del mundo. Y no es poca la expectativa que se ha generado en torno a la
legalización del consumo, pero también de la producción y distribución de
marihuana.
Curioso derrotero el
del presidente Múgica: de ex guerrillero tupamaro a líder del progresismo
latinoamericano, parece haber trocado los ideales revolucionarios propios de
las décadas de 1960 y 1970 que en torno a figuras como la del Che Guevara
querían cambiar el mundo por vía de la revolución social, por uno más módico
que lejos de cambiar la historia, la sociedad y la persona, permita a ésta
enviciarse y autoevadirse de las crudas realidades de nuestros pueblos, pero
sin afán de cambio alguno.
En ese plan en clave
de claudicación, el Estado otrora burgués-capitalista cómplice de la
explotación de los proletarios, es ahora pergeñado como proveedor oficial de
sustancias alucinógenas.
El Estado oriental
producirá toneladas del célebre cáñamo, nada menos que en campos pertenecientes
al ejército. Llamativo que de un modelo mitrista de fuerzas armadas para los
países suramericanos, centinelas del librecambio británico y con hipótesis de
conflicto que miraban más hacia adentro que hacia fuera, se pase a un modelo
más acorde con el siglo XXI y, como sacado de la novela de Aldous Huxley “Un
mundo Feliz”, garante de dulces raciones de “soma” para la juventud
rioplatense.
Acaso cambien las
formas de dominación, pero curiosamente el objetivo pareciera ser siempre el
mismo: garantizar que los pueblos, y especial sus jóvenes, sean incapaces de
liberar nada, ni sus países ni, ahora, sus propias personas.
Alguien calificó a
Múgica como sabio. A través de la legalización del consumo de marihuana que
promueve con ahínco, se lo ve más funcional a George Soros, Ted Turner o Henry
Kissinger, que a las viejas utopías setentistas.
Legalización y
Narcotráfico
Es casi un lugar
común la afirmación por parte de los promotores de la legalización de la droga,
específicamente la marihuana, que tal medida acabaría de un día para el otro
con el temible narcotráfico y su obvia consecuencia, los delitos que le son
conexos. Pero ello no es así. De hecho, la legalización no ha acabado con el
narcotráfico ni siquiera en Holanda, en donde las mafias integradas sobre todo
por ciudadanos de ese país, de origen antillano, están permanentemente
monitoreadas por la policía.
¿Cómo legalizar
cualquier fenómeno, desde la eutanasia hasta el canibalismo?
En primer lugar,
legalizar la producción, distribución y consumo de marihuana no garantiza en lo
más mínimo que desaparezca el narcotráfico respecto de otras drogas como la
cocaína, el LSD y otras:
Quienes ya consumen
estas últimas, las llamadas “pesadas”, difícilmente vuelvan a consumir
marihuana, sustancia alucinógena menor a la que incluso ven como una simple
droga de inicio, casi para novatos. Para ese tipo de consumidores, que no son
pocos, seguirá existiendo el mercado ilegal como hasta el día de hoy en todo
los países.
En segundo lugar, la
norma uruguaya establece que el abastecimiento estatal gratuito (es decir, que
paga el resto de los contribuyentes) de cannabis es sólo para ciudadanos de esa
nacionalidad, mayores de edad, inscriptos a tal fin en un registro oficial.
Ahora bien, ¿y los
menores de edad que también consumen drogas? ¿O acaso vamos a creer que los
menores y adolescentes no consumen? Los estudios, y la simple mirada de la
realidad, indican que la edad de inicio baja cada día más.
De manera que menores
que consuman cannabis tendrán que seguir procurándose la sustancia en el
mercado ilegal. O en el mercado oficial pero recurriendo a algún funcionario
público proclive a la coima (los uruguayos podrán ser menos corruptos que otros
pueblos, pero son tan humanos como nosotros).
Un tercer aspecto no
menos importante que los anteriores en orden a desmitificar el modelo uruguayo:
El estado proveerá
hasta 40 gramos de marihuana por mes por consumidor.
Podrá parecer mucho,
pero indudablemente hay muchos consumidores que con eso no tienen más que para
parte del mes. Como ocurre con el salario, muchos no van a “llegar a fin de
mes”.
Entonces, aquellos
que necesitan más de 40 gramos mensuales (por caso, quien fuma dos “porros”
diarios excede holgadamente la cifra) ¿habremos de suponer que como ciudadanos
ejemplares se abstendrán de consumir la última semana o los últimos diez días
hasta que se les habilite la cuenta correspondiente al mes siguiente?. Es
posible, pero también lo es que busquen la droga cuyo cupo ya consumieron,
acudiendo al narco más cercano.
De manera que pese a
que se tomen los aparentes recaudos que impone el parlamento uruguayo, ese
modelo no acabará con el narcotráfico. O terminará legalizando todas las
drogas, lo que siguiendo la lógica “mugiqueana” sería lo más razonable, o lo
que único que logrará será colocar al Estado como un narco más, pero con el
escudo nacional en sus búnkers.
El drama de fondo
pasa por un Estado que claudica en procurar la virtud de sus ciudadanos
(procurar, no imponer) y termina siendo solo capaz de administrar sus vicios y
degradaciones.
“Enseña Fédor
Dostoievsky que el secreto de la existencia humana no sólo está en vivir, sino
también en saber para qué se vive. Elevar a la masa hasta convertirla en
pueblo, transformar a los sumergidos en emergidos –proceso más bien cultural
que social- no depende de un sistema económico o de una forma de gobierno sino,
inescindiblemente, de lo que llamamos el sentido de la vida. Y la vida cobra
sentido cuando la apartamos de la búsqueda egoísta del placer y le otorgamos la
dimensión de un servicio.” (Alejandro Pandra, “Origen y destino de la patria”).
Esa falta de sentido
de trascendencia de la propia existencia explica, acaso, el fenomenal aumento
del consumo de estupefacientes propio de la posmodernidad. Múgica parece
apostar sólo a un estado que administre dosis de “soma” que garanticen “un
mundo feliz” como en la novela de Huxley.