Jurista argentino explica las raíces gnósticas de la
ideología de género
Secretaría RIES, el 22.10.18
Con el título “La ideología de género se basa en una
creencia religiosa”, el diario argentino La Prensa ha publicado un artículo de
José Durand Mendioroz, abogado y profesor, en el que subraya el origen
“religioso” y no científico de la ideología de género: la gnosis de comienzos
de la era cristiana. Por su interés, lo reproducimos a continuación.
La educación sexual escolar se mencionó reiteradamente
durante el debate de la ley de aborto –desde ambos sectores contendientes– como
una acción posible dirigida a prevenir abortos. Sin embargo no todos entendemos
lo mismo por educación sexual “integral”, ni coincidimos con la orientación
ideológica que se pretende imponer bajo el pretexto de que es “laica” y
“científica” y que por lo tanto debe ser obligatoria, aún con la oposición de
sus padres “por el interés superior del niño”.
Pero el fundamento de la ideología de género no es ni
laico ni científico. En efecto, la absolutización de la autonomía del “yo” y el
consiguiente desprecio de los condicionamientos de la corporeidad humana, se
originan en creencias religiosas que provienen de los albores de la historia.
En honor a la brevedad voy a referirme a aquellas que recibieron el nombre
genérico de “gnosticismo” alrededor de los primeros años de nuestra era.
En realidad se trataba de diversas tradiciones
“gnósticas” que proliferaron en los albores del Imperio Romano en toda la
cuenca del Mediterráneo, así como en el antiguo Irán, la Mesopotamia y, por
cierto, en la India. De acuerdo a Mircea Eliade, se trataba de creencias
religiosas que predominaron en la cultura e inclusive incidieron con suerte
dispar en las grandes religiones monoteístas.
En síntesis, las tradiciones gnósticas coinciden en
calificar la creación del universo material como algo esencialmente malo,
incluyéndose en tal categoría la corporeidad del ser humano. Esta creencia
sostiene que el alma, en forma previa a su existencia corpórea, existe como
parte de un todo divino. La encarnación supone un desprendimiento y caída de
una “partícula” o chispa de divinidad y el olvido de aquella dignidad
primordial, para ser encerrada en la “cárcel” del cuerpo. De ello resulta una
antropología dualista: cuerpo y espíritu no forman una unidad sustancial sino
que se escinden, sometiéndose el primero en forma incondicionada a los
designios del espíritu.
“Detrás de las leyes sobre los nuevos derechos hay una
nueva religión”. Tal es el título de un comentario de Stéfano Fontana sobre una
comunicación de Michel Pillon empero, de inmediato aclara: “Bien visto, esta
religión no es nueva, pues ya habían pensado en ella los Cátaros en la Edad
Media. La que ha sido llamada herejía albigense tenía por dogma fundamental la
separación del espíritu, por esencia bueno y puro, del cuerpo, con el que
podías hacer lo que quisieras, incluido suprimirlo con el suicidio (acto que
recibía grandes alabanzas) o extenuarlo en los placeres más variados, con
excepción de la procreación, juzgada malvada en sí misma”.
El artículo hace un interesante repaso del proceso de
los cambios legislativos en Francia e Italia, similares a los que se gestionan
en esta parte del mundo. Respecto de la ley de matrimonio entre personas del
mismo sexo, manifiesta: “las investigaciones demuestran que son más favorables
al matrimonio homosexual quienes se declaran ‘no creyentes’, aunque en realidad
se remiten a una creencia colectiva: ‘Esta consiste en afirmar que en el
matrimonio los cuerpos no tienen ninguna importancia’. Se trata de una ‘verdad’
que no es en absoluto evidente y que tampoco puede ser demostrada. ¿De dónde
procede esta creencia colectiva?”. De la nueva religión, el “neocatarismo”,
sostiene el autor.
Del mismo modo “la PMA (reproducción asistida) y la
GPA (útero de alquiler) empiezan a ser aprobadas. Se adivina que detrás de
estas dos manipulaciones del cuerpo humano por un capricho del espíritu intenta
imponerse un nuevo artículo de fe: que el cuerpo humano pueda ser vendido y
comprado según su valor comercial”.
En definitiva “la idea de que el cuerpo es un
instrumento tiene por resultado, por ejemplo, la indiferencia a su sexualidad,
(…) o el rechazo del propio cuerpo, con el derecho a cambiar de sexo o a elegir
cuando morir; o incluso el rechazo de la vida autónoma del cuerpo, base de la
interrupción voluntaria del embarazo”.
Mircea Eliade afirma que el gnóstico puede derivar
tanto en un ascetismo extremo como en una liberación de lo concupiscible, que
recorre también un arco desde las técnicas sexuales y los ritos orgiásticos de
las escuelas tántricas de la India a las orgías de las sectas gnósticas
libertinas. Cabe aclarar que las creencias de cátaros y albigenses son las
proyecciones medioevales más conocidas, junto a la alquimia, al hermetismo, y
al teosofismo, de la gran matriz del pensamiento gnóstico, el que en sus líneas
esenciales ha llegado a nuestros días con renovado vigor.
En realidad, podría decirse que en la Posmodernidad
está en proceso de constituirse en el pensamiento hegemónico, precisamente por
la influencia de la ideología de género, de las “nuevas espiritualidades” y de
diversas sociedades como las masónicas, que reivindican una tradición gnóstica.
Aunque mucha gente no sepa que sus bases ideológicas son gnósticas,
parafraseando a Monsieur Jourdain, el personaje de Moliére, muchos podrían
exclamar: “¡Por vida de Dios! ¡Más de cuarenta años que soy gnóstico sin
saberlo!…”.
La realidad pluri cultural de nuestra sociedad, en la
que tanto se ha insistido, conlleva la exigencia de evitar la imposición de
cualquier uniformidad en lo que respecta a los contenidos y metodologías
concretos de la educación sexual escolar, más cuando se basa en la arbitraria y
científicamente insostenible afirmación de que la sexualidad es una
construcción meramente cultural donde la corporeidad no tiene un papel
fundamental.