El
Líbero, 18 de octubre, 2018
No se
trata de oponerse al uso recreacional de drogas por adultos, donde cada cual
deberá ejercer su criterio y responsabilidad. Se trata simplemente de evitar
promover un engaño, aquel según el cual existe una droga que no solo sirve para
relajarse un rato o reírse, sino que además es el remedio milagroso para un
número casi infinito de enfermedades.
Juan
Carlos Said - Médico Internista
“El
cigarrillo más recomendado por los doctores”. “El cigarrillo más efectivo para
la tos”. “El mejor cigarrillo para mantener dientes saludables”. Semejantes
avisos publicitarios, que hoy en día nos parecen absurdos, eran muy comunes
hasta los años 60, cuando el cigarrillo era promovido por la industria del
tabaco no solo como algo divertido, sino también como beneficioso para la
salud. La estrategia es antigua y la han usado todas las industrias en rubros
semejantes: la cerveza era promovida como un suplemento para mujeres
embarazadas y el vino como algo beneficioso para el corazón. Algo semejante
parece suceder hoy en día con la marihuana, que ya tiene su propia industria,
con empresas que cotizan en bolsa y que repentinamente parece haberse
convertido en la buscada “panacea”, la cura para todas las enfermedades y el
alivio para todos los dolores.
En
momentos en que se discute acerca de la despenalización de esta droga, es
importante separar el debate y mantenerlo así: no se puede discutir al mismo
tiempo respecto al uso recreacional de drogas y alcohol mezclándolo con sus
supuestas propiedades medicinales. El debate respecto a las propiedades
medicinales es uno de naturaleza científica. El debate respecto al uso
recreacional es otro: uno valórico.
Desde
una perspectiva valórica, en un sentido liberal, lo que una persona fume o
cultive en su casa, para su propio uso, no debería ser un problema del estado.
El consumo de drogas, en sus distintas variantes, es un fenómeno histórico que,
si bien no debe ser promovido, no tiene sentido tampoco perseguirlo y
prohibirlo a nivel individual. Como sostiene una placa a la entrada del barrio
rojo en Holanda: “El hombre sabio, no orina contra el viento”.
Los argumentos
a favor de las propiedades medicinales de la marihuana son muy débiles.
Desde
el punto de vista científico, el debate en torno a la marihuana ha alcanzado,
sin embargo, otras aristas, mucho más peligrosas. Ya no se trataría solo de una
droga para pasarlo bien un rato, sino de algo que hay que dárselo a niños con
epilepsia, personas con esclerosis múltiple o pacientes con cáncer terminal o
anorexia. Así, en la página web de una fundación chilena que promueve el
autocultivo de marihuana con fines medicinales, al entrar a la sección
donaciones, aparece una foto de dos niños y dice: “Hazlo por quienes más lo
necesitan”, como si el origen del sufrimiento de muchos pequeños en Chile fuera
la falta de marihuana medicinal.
Los
argumentos a favor de las propiedades medicinales de la marihuana son muy
débiles. Recientemente, Epistemonikos -grupo de médicos chilenos dedicado a
evaluar evidencia científica- publicó una serie de revisiones en que analizaron
el conjunto de los mejores estudios disponibles (que en medicina se llaman
estudios aleatorizados controlados) que hubieran evaluado el uso de marihuana o
sus derivados contra el mejor tratamiento disponible para distintas
enfermedades: cáncer terminal, esclerosis múltiple, fibromialgia, anorexia, baja
de peso asociada a VIH, etc. Los resultados fueron decepcionantes: la marihuana
o sus derivados no resultaron beneficiosos y, muy por el contrario, se
asociaron a distintos efectos adversos.
La
marihuana no es la primera sustancia derivada de una planta que se usa como
droga recreacional y de la cual se ha planteado un beneficio como medicamento.
Lo
interesante es que la mayoría de los estudios probaron dosis conocidas,
aisladas en forma sintética de tetrahidrocanabinol, el compuesto activo de la
marihuana, descartando así otros compuestos más tóxicos. La marihuana cultivada
y fumada en casa, en tanto, tiene más compuestos tóxicos, puede no alcanzar
concentraciones significativas del compuesto activo de la marihuana en el
paciente y, en el largo plazo, se asocia probablemente a los mismos efectos
adversos que fumar tabaco, o exponerse al humo de estufas a leña: cáncer de
pulmón y enfisema pulmonar.
Por
otra parte, la marihuana no es la primera sustancia derivada de una planta que
se usa como droga recreacional y de la cual se ha planteado un beneficio como
medicamento. De la flor de la amapola se deriva el opio que se fuma, sin ningún
beneficio médico, o la heroína, una droga muy adictiva y potencialmente letal.
También se derivan una serie de medicamentos analgésicos como la morfina, el
tramadol y el fentanyl, que han demostrado ser efectivos en el manejo del
dolor. En ningún caso, el mayor beneficio médico se obtiene de quemar en una pipa
la amapola cultivada en la casa.
Es muy
probable que si seguimos difundiendo esta sustancia como algo maravilloso y
saludable (que no lo es), nos suceda lo mismo que con el tabaco en los años 60:
cuando efectivamente hubo plena conciencia de que se trataba de algo
recreacional, sin beneficios para la salud, ya la mitad de la población fumaba.
No se trata de oponerse al uso recreacional de drogas por adultos, donde cada
cual deberá ejercer su criterio y responsabilidad. Se trata simplemente de
evitar promover un engaño, aquel según el cual existe una droga que no solo
sirve para relajarse un rato o reírse, sino que además es el remedio milagroso
para un número casi infinito de enfermedades.