Stefano
FONTANA, teólogo
catolicos-on-line, 2-11-15
Hace veinte años, el 25 de marzo de 1995, Juan Pablo
II publicaba la encíclica Evangelium Vitae “sobre el valor y la inviolabilidad
de la vida humana”. Con la excepción de quienes en estos años se han
comprometido y se comprometen por la vida, su balance no es satisfactorio. El
aborto ha pasado de ser una excepción a ser un derecho con el que la Iglesia
convive, pues raramente los pastores intervienen y hay una amplia parte que es
contraria a la movilización social y política sobre este tema.
¿Cuáles son las causas de este fracaso? La encíclica
de San Juan Pablo II sobre la vida se situaba en un contexto de pensamiento
filosófico y teológico constituido, además de por dicha encíclica, por la Fides
et Ratio (1998), sobre la relación entre fe y razón, y la Veritatis Splendor
(1993), sobre algunas cuestiones correspondientes a la moral. Es necesario
preguntarse si ese contexto ya no se considera válido o si ha penetrado en la
Iglesia un nuevo “paradigma”, en el que las reflexiones de la Evangelium Vitae
ya no encuentran el alcance necesario.
Según el paradigma "de las tres encíclicas",
el tema de la vida está situado dentro de un orden social natural porque los
hombres, tal como dice el hermosísimo párrafo 20 de la Evangelium Vitae, no
están amontonados los unos sobre los otros como piedras, sino que existe un
orden natural de la vida social y política que los hombres pueden conocer con
sus capacidades naturales y defender con sus voluntades naturales, a pesar de
que no consigan hacerlo nunca plenamente a causa del pecado original, a
consecuencia del cual también para alcanzar los propios fines naturales se
necesita la revelación y la gracia.
La Evangelium Vitae reenvía, por consiguiente, a la
dimensión de lo indisponible -entre ello, el misterio de la vida y la dignidad
de la procreación en estrecha continuidad con la Humanae Vitae de Pablo VI y la
Familiaris Consortio de Juan Pablo II-, que nosotros ya podemos conocer en el
plano natural pero que se convierte en plenamente comprensible en el plano
sobrenatural.
Y precisamente este encuentro es el tema de la Fides
et Ratio, según la cual el hombre es capaz de Dios porque es capaz del ser y
puede conocer el orden de las cosas y situar el conocimiento en un universo de
significado, en un "cosmos de la razón" como diría posteriormente
Benedicto XVI.
El hombre es capaz de moralidad (he aquí la Veritatis
Splendor) porque es capaz del ser. Su libertad se configura plenamente cuando
se deja vencer por la verdad, su conciencia se encuentra plenamente a sí misma
cuando está llena de la realidad, entre ley y conciencia no hay oposición en
cuanto la ley expresa la verdad del bien humano del que la conciencia tiene una
noción connatural. Porque el hombre es capaz del ser, ve las cosas ordenadas
finalísticamente a Dios y ello representa para él un deber moral. Ve también
elecciones que no pueden estar nunca ordenadas a Dios, que son intrinsecamente
desordenadas y que por consiguiente no se pueden hacer nunca.
Pero para el segundo paradigma, que mientras tanto ha
tomado el relevo, las cosas son distintas y los conceptos de naturaleza humana,
de orden natural y social, de pecado, de finalismo, de conciencia y de
moralidad han cambiado radicalmente.
La vida de fe, según este paradigma, acontece dentro
de la existencia histórica y no nos sitúa nunca delante del ser ni delante de
Dios como Ser, sino siempre delante, o mejor dentro, de nuestras situaciones,
que no podemos trascender. No tenemos acceso al ser y a la verdad, sino sólo a
nuestras progresivas interpretaciones desde el interior de la existencia. Dios
se revela de esta manera, no mediante verdades de orden trascendente que entran
en la historia, sino mediante la propia historia y su progresiva evolución. La
revelación es histórica y progresiva y acontece en todos los hombres, y no sólo
en la Iglesia.
En esta perspectiva es imposible hablar de un orden
natural y social. Desde el punto de vista existencial todo está mezclado con
todo: las personas, en las situaciones existenciales, están contemporáneamente
en la verdad y en el error, son masculinas y a la vez femeninas, creyentes y al
mismo tiempo ateas, justas y pecadoras. No podemos nunca saber si estamos en
pecado, no existen acciones intrínsecamente malas porque en la complejidad de
la existencia es necesario siempre interpretar, sabiendo que no acabaremos
nunca de hacerlo. La existencia es una sucesión de situaciones distintas entre
sí y el torbellino de fenómenos no permite conocer ninguna estructura
permanente y sólida.
Ya no hay enemigos, a pesar de que la Evangelium Vitae
habla de "enorme y dramático choque entre el bien y el mal, la muerte y la
vida, la ´cultura de la muerte´ y la ´cultura de la vida´" (n. 28), ni
batallas que combatir, ni procesos legislativos a los que influir con la fuerza
de la presencia y de la manifestación. La manifestación del 20 de junio de 2015
organizada por el Comité Defendamos a nuestros hijos, las vigilias de los
Centinelas en Pie o la oposición a la teoría de género son valorados hoy
negativamente, incluso por párrocos y obispos, como algo que contrasta con la
verdadera pastoral de la Iglesia, que no debería ser nunca de contraposición,
sino sólo de diálogo.
La suspensión de la Evangelium Vitae es debida al
progresivo debilitamiento del marco de pensamiento constituido por la unión de
las tres encíclicas de San Juan Pablo II, dentro de la cual se incluía -como si
estuviera en su propia casa- la encíclica sobre la vida. Han sido suficientes
sólo doce años desde la muerte de Juan Pablo II (2 de abril de 2005) y sólo un
año desde su canonización (27 de abril de 2014) para descuidar sus importantes
enseñanzas.
Sin embargo, hay que tener en cuenta dos cosas. La
primera es que estas teorías estaban ya prácticamente presentes en la época de
las tres encíclicas. La segunda es que en la Iglesia muchos fieles piensan
todavía hoy que éste es el camino que hay que seguir. Y entre estos me incluyo.