Omar Ebrahime
Osservatorio
Internazionale Cardinale Van Thuan,
2015-11-12
El 7 de diciembre de 1965, el Concilio Vaticano II,
cerrando los trabajos, daba a conocer su constitución pastoral sobre la Iglesia
en el mundo contemporáneo: la Gaudium e Spes. Definida por algunos como la 'Magna Charta' de la asamblea romana, por
otros como la nueva brújula pastoral para la misión de la Catholica a partir de
ese momento, el documento conciliar ha marcado un punto importante en la
relación entre la Iglesia y el mundo en los tiempos modernos. Para recordar el
acontecimiento, el Consejo Pontificio "Justicia y Paz" ha organizado
en Roma una reunión internacional, de dos días de duración, con numerosos
estudiosos y delegados de los centros de estudio de la Doctrina Social de la
Iglesia procedentes de los cinco continentes, con una especial implicación de
las jóvenes generaciones que hoy son llamadas a testimoniar de nuevo
públicamente el precioso legado recibido de los Padres conciliares.
La reunión, que ha sido inaugurada en el Vaticano en
el Aula Nueva del sinodo, ha proseguido después con una Santa Misa precisamente
en San Pedro y ha concluido en el Church Palace de la Domus Mariae, ha
recorrido los momentos más importantes del acontecimiento que tuvo lugar hace
cincuenta años, resaltando el valor de la Traditio en la vida de la Iglesia precisamente
a partir del texto de la Gaudium et Spes, definido por el cardenal Turkson
-presidente del Dicasterio organizador- un “mensaje vivo, que nos habla (aún)
hoy” como se ve -por ejemplo-, en los continuos llamamientos al primado de la
dignidad humana como criterio vinculante de la acción personal en la vida
pública y el respeto al orden social. Los relatores que han intervenido han
examinado, uno por uno, los grandes temas de la modernidad comparándolos con el
texto conciliar, iniciando por la nueva concepción de la libertad individual
que se afirmó en Occidente a partir de la Revolución Francesa (1789), tema que
afrontó en su relación el profesor Henri-Paul Hude, director del Departamento
de Ética del Centro de Investigación de las Écoles de Coëtquidan de París.
Hude partió de la constatación de que la idea de
libertad en Occidente es entendida hoy, normalmente, como deseo ilimitado de
autodeterminación sin ningún tipo de unión o vínculo con otras personas o con
las 'estructuras' de la realidad externa. Además, la ideología del libertarismo
a nivel político, por ejemplo, alimentada también por intereses y poderes
financieros relevantes, representa precisamente el fruto de esta convicción
cada vez más difundida a nivel popular. La visión cristiana era, y es,
diferente no sólo por la propia tradición filosófica y teológica de referencia
(que no puede no prever la intervención de la Gracia como medio imprescindible
que ayuda a permanecer firmes en el camino justo de la libertad), sino también
por un realismo más sano, y está trazada a grandes rasgos en un párrafo del
documento, el número 17, y después profundizada en otros.
La libertad es además un atributo fundamental de Dios
y del que el Creador hace partícipe gratuitamente al hombre que, por
consiguiente, no sólo está hecho bíblicamente a Su imagen (como refleja el
Genesis) como persona amada por la eternidad e infinitamente más: la libertad
humana representa, en última instancia, el signo peculiar del valor absoluto de
la criatura ab origine sobre todo el resto de la creación. El profesor,
posteriormente, ha comentado la relación entre la libertad y la ley natural
subrayando como esta última -hoy en clima de pleno relativismo ético, negado
por la mayoría, o puesto en discusión, con el mismo criterio de un convencional
artificio cultural- tiene, históricamente, en su fundamento bastantes
'apologistas' no confesionales a partir de la época pagana y pre-cristiana,
como es el caso de Aristóteles.
Ciertamente, no basta enunciar los principios o
describir simplemente las utilidades o las ventajas para cada individuo y la
colectividad entera para que vuelvan, de improviso, a ser vividos con
convicción por nuestros contemporáneos, pero -esta es la conclusión de Hude- la
renovada reflexión de la Iglesia sobre la cuestión de la libertad testimonia,
como deseaba Pablo VI, la voluntad de volver a ponerse con paciencia a la
escucha de los dramas de la moderna humanidad herida -hoy ya post-moderna- con
esa paciencia incansable que sólo los auténticos misioneros, como estudiosos
fascinados por el misterio del alma humana, saben tener. Porque la conversión
profunda del corazón y de los comportamiento no es nunca cuestión de un solo
día.
Cambiando escenario, si la modernidad ha determinado
transformaciones notables en los principales ámbitos sociales, el económico
-sobre todo en los últimos decenios- ha conocido a nivel global,
innegablemente, uno de los procesos más avanzados. De ello se ha ocupado
especialmente el profesor Stefano Zamagni, docente de economía en la Universidad
de Bolonia, que ha hecho un recorrido sobre la historia social de los últimos
cuarenta años individuando dos grandes directrices que hacen de línea divisoria
con los viejos paradigmas: la tercera revolución industrial (indicada como la
llegada de la tecnología digital) y, naturalmente, el proceso vertiginoso y
cada vez más rápido del movimiento global de personas, mercancías y redes
denominado “globalización”.
Lejos de demonizar o exaltar acriticamente la una o la
otra, Zamagni ha subrayado que los dos fenómenos son en sí moralmente neutros,
es decir, sin particulares contraindicaciones, pero que dependen
fundamentalmente del uso que el hombre hace de ellos cada vez. Sin embargo, lo
que se observa desde el punto de vista estadístico es que en estos años han
disminuido las desigualdades nacionales (el índice medio de pobreza ha
disminuido, por lo que la pobreza absoluta es 'menos absoluta') y en cambio han
aumentado, desgraciadamente, a nivel internacional, donde la brecha entre los
grandes y los indigentes del mundo se ha ampliado. El problema principal, que
hay que afrontar con urgencia según el estudioso, atañe a la creciente
“financiación de la economía” en base a la cual un único ámbito de mercado, ni
siquiera el más representativo, prevalece sobre los otros según una lógica
hegemónica totalmente autorreferencial (“la finanza por la finanza, un fin en
sí misma”) que tiende a privar de significado y de poder la dimensión social
del trabajo humano.
A este nudo fundamental está unido un segundo aspecto,
muy importante, a saber: el peligro real de que a largo plazo prevalezca este
tipo de concepción exclusivista y sectaria del mercado sobre la libre vida
democrática de cada país e incluso, que indique los objetivos que hay que que
alcanzar (como sugiere algún caso reciente). Si el proceso no se detiene la
previsión, efectivamente, es que la política representativa verá restringirse
cada vez más sus espacios, no en beneficio de las energías creativas de la
sociedad civil y de la libre expresión de los cuerpos que la forman, sino en
interés exclusivo de los lobby de los técnicos (la verdadera nueva 'clase
dominante'), como se llaman hoy, o de los tecnócratas de profesión que no han
sido elegidos por nadie, lo que a final es lo mismo. La vía de salida frente a
este impasse se podrá encontrar, según Zamagni, en una reforma sustancial de la
filosofía del sistema fiscal vigente (“gravando más las rentas del trabajo
dependiente”), afirmando así un mayor pluralismo de los sujetos empresariales
en el mercado, en el que se tenga presente la dimensión social del bien común
según la lógica del principio de subsidiariedad por lo que más y múltiples
serán las formas y las modalidades de poder expresar y crear empresas, en una
governance política final más fuerte a nivel nacional y más transparente a
nivel global.
El otro acontecimiento que ha marcado los tiempos
recientes, la revolución digital, ha sido objeto de las intervenciones del
padre indio Irudayasamy Plavendran, doctorando en la Pontificia Universidad
Salesiana, y del profesor polaco Cezary Koscielniak, docente en la Universidad
Adam Mickiewicz de Poznan, introducidos por monseñor Mario Celli, Presidente
del Consejo Pontificio para las Comunicaciones Sociales. La primera
intervención surge de una reflexión del propio Celli, según el cual en nuestras
sociedades “las comunicaciones ya han generado un ambiente de vida”, lo que
lleva a reflexionar sobre el cambio de paradigma determinado por la cultura
digital e invita a todos los cristianos, laicos y religiosos, a afrontar con
mentalidad misionera también estos nuevos e inmensos espacios virtuales.
Obviamente, el desafío es extremamente complejo y presenta tanto riesgos como
oportunidades. Si bien las ventajas se pueden intuir más fácilmente (anulación
de las distancias entre personas en continentes distintos, aumento exponencial
de las posibilidades de intercambios de información, culturales y contactos
prácticamente gratis, redes de amistades y colaboraciones a distancia, etc.),
los problemas no están sólo relacionados con la virtualidad líquida de las
relaciones humanas sino también, y sobre todo, a nivel educativo, el hecho de
que la cultura de la imagen tiende a sustituir siempre más a la del texto
escrito que, por otra parte, en este particular contexto responde a lógicas
discontinuas (los vínculos que reenvían a otros vínculos en un proceso
potencialmente infinito de conexiones sin solución de continuidad) y no
lineares.
Sin embargo, precisamente es en este ambiente (sobre
todo a nivel juvenil, mayoritario como difusión) donde los cristianos están
llamados a testimoniar la fe y la esperanza con renovada convicción y
entusiasmo. De distinta índole ha sido la intervención de Koscielniak el cual,
partiendo de la definición de 'cultura' en el número 58 de la Gaudium et Spes,
ha recordado a este propósito el magisterio de Juan Pablo II deteniéndose sobre
el hecho de que la verdadera cultura debe, o debería, servir a la santificación
de la persona humana y que, por otra parte, Cristo sigue siendo ayer, hoy y
siempre el parámetro de juicio último de la calidad de la propia cultura que se
ofrece. Al contrario, lo que se nota actualmente, sobre todo en Europa
Occidental, es el “Chri-exit”, como lo ha definido significativamente el
estudioso acuñando un neologismo anglo-latino: “la exclusión deliberada de
Cristo de la cultura de referencia de la sociedad”, lo que no significa,
evidentemente, tener también o sólo
aversión hacia la imagen sagrada del Hijo de Dios, o los símbolos que hacen referencia
a Él, sino también, y sobre todo, sentir hostilidad hacia la dimensión pública
del Cristianismo en cuanto tal, por lo que llamarse públicamente creyentes es
aceptado cada vez menos en los ámbitos normales de la vida secular. Por esto,
es cada vez más imperativo que los cristianos creen redes de unión, también en
las redes sociales, superando las tentaciones opuestas que representan el
egoísmo narcisista y el aislamiento espiritual en privado.
Por otra parte,
Koscielniak ha concluido citando a Juan Pablo II en uno de los pasajes tal vez más
significativos de esta reunión internacional:
“una fe que no se convierte en cultura es una fe no plenamente acogida,
no enteramente pensada, no fielmente vivida” señalando inevitablemente a la
insignificancia que representa esa agorà tan confundida como a veces
desorientadora que es la sociedad europea de nuestros días.
Por última, notable en sus contenidos y profundidad ha
sido la relación sobre la antropología cristiana del amor e ideologías de
género de Laura Consoli, doctoranda en Roma en el Pontificio Instituto Juan
Pablo II para los estudios sobre el matrimonio y la familia. La investigadora
ha ofrecido, de hecho, un análisis de la antropología teológica de Juan Pablo
II sobre el amor humano, a partir de sus escritos más densos sobre el punto que
precede cronológicamente el pontificato, como Amor y responsabilidad y Persona
y acción. El resultado ha sido un cuadro de una extraordinaria riqueza que
-como observó el biografo más prolífico del Papa, el escritor y ensayista
estadounidense George Weigel-, debe aún ser en gran parte explorado dentro de
la propia Iglesia. Cuando lo haya sido, representará probablemente una
explosión de gracias inagotables. De hecho, como hicieron pocos antes que él,
Wojtyla ha dedicado cientos de páginas de su ilimitada reflexión teológica y
filosófica precisamente al matrimonio y al amor humano, analizando a 360 grados
el alma como la psique y las identidades del hombre y de la mujer, llamados
mutuamente 'por vocación original' a ser generadores de belleza mediante su participación
personal al plano maravilloso de la creación divina en ese lugar único de
aprendizaje de la gramática y del lenguaje del amor que es el matrimonio.
Todo sobre la base de una firme antropología teológica
realista y radicada en el primado perenne del Evangelio y de la Sagrada
Escritura porque si es verdad que la Gracia es necesaria para amar plenamente,
no lo es menos que sin el auxilio del sacramento difícilmente la unión conyugal
asumirá el rostro de esa comunión recíproca en el don oblativo que hace de la
familia una alianza única para la vida. Desde este punto de vista, el mensaje
de Wojtyla se ha revelado sencillamente “profético”, y es precisamente gracias
a estas reflexiones que se puede comprender plenamente la desorientación entre
los sexos que caracteriza marcadamente nuestra contemporaneidad si pensamos
solo, por ejemplo, en las reflexiones sobre la belleza del cuerpo como reflejo
de la “imago divina” que hay que custodiar y redescubrir si se la compara con
el materialismo dialéctico y utilitarista de las distintas ideologías de
género, antiguas y nuevas. Tampoco hay que olvidarse de las páginas que Wojtyla
dedica al “genio femenino”, compendiadas en su máxima expresión en la Carta a
las mujeres (1995) y en la Mulieris Dignitatem (1988), en las que la identidad
femenina aparece en toda su deslumbrante belleza: fuente y custodia de la vida
que nace, madre y maestra en la educación de los hombres que vendrán,
complemento indispensable (en el sentido de 'ontológicamente' indispensable, no
solamente físico, moral o psíquico) en la realización plena de la humanidad
redimida como deseada por Dios.
Un auténtico tesoro a disposición de quien esté
dispuesto a escucharlo y acogerlo, sobre todo si de la filosofía wojtyliana se
pasa después al plano real de las políticas concretas dedicadas al apoyo y el
reforzamiento de la familia como sujeto social, no como núcleo abstracto de
individuos tal como han sido aprobadas por los Estados occidentales en los
últimos años: una laguna grave que aún espera ser colmada, en Italia y no solo
allí.