El
hombre de a pie es bombardeado todos los días por una enorme cantidad de
información mediática, en muchos casos distorsionada, retorcida, encubierta y
hasta directamente mentirosa, que genera una enorme confusión entre lo que es
lógico, verosímil y de sentido común.
Esa
información genera imágenes que rotulan a las cosas en buenas o malas, de
acuerdo al interés de quienes las potencian.
Muchas
veces responden a intereses políticos, en otros casos económicos y más aún
ideológicos. Un famoso actor argentino hace un spot televisivo sobre la mina de
carbón de Río Turbio en la
Patagonia austral diciendo que ello llevará al derretimiento
de los glaciares, y a cartón seguido la organización ambiental que lo
patrocina, de origen inglés, pide colaboración económica para sostener sus
actividades de “protección del medio ambiente”.
El
planteo corriente es que la quema de carbón, al igual que la de los
hidrocarburos líquidos y gaseosos, genera dióxido de carbono que es un gas de
efecto invernadero, esto es que se acumula en la atmósfera y potencia el
calentamiento del planeta y por lo tanto la evaporación de los hielos.
Hasta
ahora no está para nada claro cómo funciona realmente el ciclo del carbono a
escala global, tanto en su producción natural como en la humana o antropogénica
y sus mecanismos de secuestración.
Lo
que sí está claro es que los grandes productores de anhídrido carbónico son los
países industrializados del hemisferio norte, tanto Estados Unidos como algunos
de Europa y Asia.
Barrera
“elegante”
Entonces
la manera más elegante de compensar el desfase es obligar a los del sur, entre
ellos nosotros, a que no toquemos nada, que no produzcamos nada, que no nos
desarrollemos, o lo que es lo mismo que dejemos dormir nuestros recursos
naturales y que nos empobrezcamos.
Todo
ello para lograr el balance de equilibrio entre los gases de la muerte que
ellos producen (metano, dióxido de carbono, cloroflurocarbonos) y el gas de la
vida que producimos nosotros, o sea el oxígeno del gran continente verde que es
América del Sur.
Miles
de usinas térmicas a carbón funcionan en el hemisferio norte desde China a los
Estados Unidos. Sin embargo, atacan a la Argentina por una única planta en el lugar más
remoto de la Patagonia ,
como es Río Turbio.
Ahora
bien, esa mentira puesta todos los días en los medios televisivos, termina
convenciendo al ciudadano urbano de que es una realidad veraz. Lo que sí tiene
que quedar en claro es que ni una planta ni cien plantas que funcionen a carbón
en la Argentina
van a producir el más mínimo efecto sobre los glaciares.
Si
hay algo que necesitamos es precisamente energía y tenemos que obtenerla de
todas las fuentes convencionales y no convencionales que tiene el país. Porque
disponer de energía y consumirla ampliamente significa crecimiento.
Por
más que nos quieran hacer creer lo contrario. América del Sur tiene una
extraordinaria cordillera en su sector occidental que se extiende unos 9.000 km
de norte a sur. Alcanza alturas máximas en el Aconcagua, una montaña que roza
los 7 km de altura sobre el nivel del mar.
Los
Andes Centrales tienen en conjunto las mayores alturas, entre ellos los
volcanes más altos del mundo, como el caso de nuestro Llullaillaco. La línea de
las “nieves eternas” va subiendo desde cero metro en la Antártida , donde los
glaciares están a nivel del mar, hasta alcanzar alturas próximas a 6.000 metros
en la Puna
argentina.
La
línea de nieves
Es
interesante señalar un hecho casi desconocido y es que la línea de nieves
permanentes en la Puna
argentina es la más alta del mundo, o lo que es lo mismo decir que en cualquier
otro lugar del planeta donde haya nieves permanentes éstas arrancan a mucho
menor altura.
Para
que se forme un glaciar tienen que darse una serie de condiciones entre el
balance del agua caída y el agua evaporada y la posición de la isoterma de cero
grado centígrado. De nada vale que tengamos una región helada si la misma es un
desierto seco donde no se producen precipitaciones. Un cerro blanco en invierno
puede ser la simple caída de granizo y por lo tanto de duración efímera.
Para
que se forme un glaciar hace falta entonces una importante acumulación nívea y
que ésta se convierta en hielo y que éste hielo empiece a fluir lentamente en
función de la pendiente.
El
hielo continental patagónico tiene abundantes glaciares que caen hacia la
ladera atlántica de Argentina o hacia la ladera pacífica de Chile, y un ejemplo
destacado es el glaciar Perito Moreno.
Ahora
bien, cuando se habla de glaciares cordilleranos en la frontera de Argentina y
Chile, fuera de ese ámbito patagónico, no existe más ese ícono del Perito
Moreno. No hay miles de “Peritos Morenos” a lo largo de la Cordillera como se
trata de inculcar, sino simplemente manchones de hielo y acumulaciones varias
de nieve que son el relicto del último Máximo Glacial (LGM) que ocurrió en el
Pleistoceno entre 20 y 18 mil años atrás.
Como
dijimos, nuestra Puna seca tiene escaso hielo arriba de los 6.000 metros. Donde
sí se desarrolla un importante ambiente glacial es en la Cordillera Real de
Bolivia, donde los vientos húmedos amazónicos descargan hasta 5.000 milímetros
anuales en los valles de Yungas y el resto de la humedad se estrella contra la
cadena montañosa que bordea el Altiplano entre los cerros Illampu al norte y el
Illimani al sur, superando ambos los 6.400 metros.
Minerales
sí, hielo no
Ahora
bien, desde que Alvaro Alonso Barba escribió en 1640 su famosa obra “El arte de
los metales”, se sabe que donde hay minerales no hay hielo. Precisamente él
aconsejaba a los prospectores mineros de la época colonial que se fijaran
después de las nevadas aquellos lugares donde no se acumulaba la nieve porque
esa era una guía de que allí podía haber un depósito mineral.
Y
esto ocurre por una razón muy simple, y es que los minerales en su mayoría son
sales y la sal tiene la propiedad de evitar el congelamiento del agua. Esa es
la causa por la cual el agua marina del Ártico o del Antártico no están
congeladas a pesar de estar bajo cero grado y también el motivo por el cual se
agrega sal en los caminos para derretir la nieve.
De
todos modos, la minería se puede hacer en forma segura haya o no haya
glaciares, y así se realiza en Rusia, Canadá o Alaska, con grandes extensiones
cubiertas por los hielos. Finalmente, rescato una frase del ex diputado Luis
Felipe Sapag quien decía: “El desarrollo es inexorable; no es posible la vuelta
atrás en la dependencia de la humanidad respecto de la tecnología y la
utilización masiva de los recursos naturales: si se hiciera caso al reclamo
ultraecologista, en pocos meses desaparecería catastróficamente, por hambre y
enfermedades, la mitad de los seres humanos”.
Está
claro que el uso de los glaciares y otros íconos ambientales son una pantalla
engañosa en contra del desarrollo legítimo de los países aún subdesarrollados.
Por:
Geol. Ricardo Alonso
Estrucplan,
3-9-12