POR HÉCTOR A. HUEGO
La liberación del
esperado evento transgénico Intacta es una excelente noticia para el agro. La
decisión, anunciada esta semana en un acto en el que compartieron cartel el
Ministerio de Agricultura y la compañía Monsanto (que desarrolló la novedad),
tiene implicancias técnicas concretas: la RR2/Bt promete más rendimiento y al
mismo tiempo ahorro de insecticidas. Pero sobre todo, concatena un elevado
flujo institucional.
La foto del ministro
de Agricultura, Norberto Yauhar, el secretario Lorenzo Basso, el subsecretario
Oscar Solís, junto al presidente y vicepresidente de la multinacional, es sin
duda muy fuerte. Basta recordar que este gobierno, en sus primeros años de
gestión, había iniciado un juicio contra Monsanto cuando esta compañía trabó el
desembarco de derivados de soja RR por contener un gen por el cual la Argentina
no reconocía regalías que remunerasen la propiedad intelectual.
Ahora no sólo estuvo
la foto. La acompañaron los discursos, en los que tanto Yauhar como Basso
reivindicaron con vehemencia los derechos de propiedad de los obtentores. Y
acompañaron sus palabras con el anuncio de un próximo envío al Congreso del
esperado proyecto de ley de semillas, fundamental para recrear un clima de
confianza entre las empresas y organizaciones dedicadas a la investigación
genética.
Hacía 16 años que no
se liberaba un evento transgénico en autógamas. Todo el mundo conoce el impacto
generado por el lanzamiento de la soja RR en 1996. Hacía tres años que la
producción de soja se había estancado en las 15 millones de toneladas. A partir
de entonces no dejó de crecer, hasta superar las 50 millones de toneladas el
año pasado.
Los beneficios se
difundieron por toda la economía y la sociedad. La soja es por lejos el
principal producto de la canasta exportadora, con un aporte de 25.000 millones
de dólares. No sólo lideró la Segunda Revolución de las Pampas, sino que
convirtió a la Argentina en un país viable. No fue ni la muñeca K ni el viento
de cola quienes sacaron a la Argentina de la crisis del 2002. Tampoco fue la
soja.
Fue la soja RR.
La RR desató una
cascada de inversiones en valor agregado. Esto ya venía, pero se aceleró de
modo tal que en poco tiempo surgió el cluster sojero más competitivo del
planeta. Harinas de alto contenido proteico, aceite, lecitina, biodiesel,
glicerina. Argentina es líder mundial en todos estos productos devenidos en
estratégicos para la industria alimenticia y la provisión de energía renovable.
El gobierno fue muy
eficaz en capturar la renta tecnológica generada por la revolución sojera,
apelando a los derechos de exportación que actualmente alcanzan un disparatado
35%. Pero esta es otra discusión.
En el caso de la
tecnología Intacta, no cabe esperar un salto tan espectacular como el de la
original RR. Los técnicos de Monsanto hablan de rindes superiores en un 11%,
por una mejor performance del gen de resistencia al herbicida, ahora ubicado en
otro cromosoma. Y se suma el efecto de control de insectos para el norte.
Son 5/6 millones de
toneladas extra, que a los precios actuales significan unos 4.000 millones de
dólares adicionales. Es decir, como la exportación de autos en el año récord.
Y, sin embargo, esto es solo un punto de partida. Restablecer el flujo de la
biotecnología, asegurar el marco institucional que respete los derechos de
propiedad intelectual, promete mucho más, y no solo en soja. El trigo, el
algodón, el arroz, esperan también un nuevo marco institucional, que no solo
proteja los eventos biotecnológicos sino también el germoplasma sobre el que se
inserta el transgen.
Así como la semana
pasada planteamos la desazón por el desatino con el biodiesel, ahora no se puede
menos que reconocer el acierto de esta decisión. Una de cal y una de arena.
Clarin, 24-8-12