HA-JOON CHANG
ECONOMISTA, UNIVERSIDAD DE CAMBRIDGE
Un fantasma recorre
Europa”, empezaba el Manifiesto Comunista de 1848. Hoy, el fantasma no es el
comunismo, sino la haraganería.
Lejos están los días
en que las clases altas tenían pánico de la turba que quería destruirlos y
confiscarles las propiedades. Hoy su enemigo es el ejército de vagos, cuyo
estilo de vida indolente y hedonista, financiado por los impuestos exorbitantes
a los ricos, le está chupando la sangre a la economía.
En Gran Bretaña, el
gobierno critica todo el tiempo a esos holgazanes beneficiarios de planes
sociales que duermen la mona después de duras noches viendo Sky Sports y
apostando online. Su descaro, apañado por el anterior gobierno laborista, se
nos dice, es la causa de los enormes déficits de los que el país está
intentando deshacerse.
En la eurozona,
muchos creen que la crisis financiera proviene, en última instancia, de los
holgazanes griegos y españoles, que vivieron de los muy esforzados alemanes y
holandeses, mientras ellos se la pasaban tomando café y jugando a las cartas. A
menos que esa gente se ponga a trabajar en serio, se dice, los problemas de la
zona del euro no tendrán solución.
El problema con ese
relato moral es que, bueno, es sólo un relato.
En primer lugar, es
importante reiterar que los déficits fiscales de los países europeos obedecen,
en gran medida, a la caída de los ingresos fiscales que siguió a la recesión de
origen financiero y no a la suba del gasto social. Destripar el estado de
bienestar no va a remediar la causa subyacente de los déficits.
Más aún: en términos
generales, los más pobres suele ser los que más trabajan. Normalmente tienen
empleos de más horas y condiciones laborales más difíciles. Salvo por una
pequeña minoría, son pobres pese al estado de bienestar, no a causa del mismo.
Según la OCDE , los griegos, ese famoso
país de haraganes, trabajaron un promedio de 2.032 horas en 2011, muy poco
menos que los surcoreanos, presuntos adictos al trabajo (2.090 horas). Ese
mismo año, los alemanes trabajaron sólo 1.413 horas (70% que los griegos),
mientras que Holanda fue oficialmente la nación “más holgazana” del mundo, con
apenas 1.379 horas de trabajo por año. Estas cifras nos dicen que, sea lo que
sea que Grecia tenga de malo, no es la haraganería de su gente.
Ahora bien, si el
relato de la holgazanería tiene cimientos tan endebles, ¿por qué lo cree el
común de la gente? Porque en los últimos treinta años de dominio de la
ideología libremercadista, muchos de nosotros terminamos creyendo en el mito
del individuo plenamente a cargo de su destino.
Hoy por hoy, resulta
políticamente difícil criticar al pobre por su incompetencia, entonces se habla
de su vagancia, que es indefendible. Pero el resultado final es el
desmantelamiento de un conjunto de políticas e instituciones que ayudan a todos
los pobres con el argumento de que así se castiga a los holgazanes.
La belleza de esta
visión del mundo –para quienes se benefician desproporcionadamente con el
sistema actual– es que, al reducir todo a los individuos, se desvía la atención
de la gente de las causas estructurales de la pobreza y la desigualdad.
Con desventajas que
se arrastran desde la infancia, a los pobres les resulta difícil ganar la
carrera aun en el mercado más justo. Los mercados suelen ser manipulados a
favor de los ricos, como hemos visto en la seguidilla de escándalos en torno a
la venta de productos financieros fraudulentos y la estafa con la tasa Libor.
Al transformar el
debate en un relato moral sobre la haraganería, los ricos y poderosos pueden
desviar la atención de la gente de todos esos problemas estructurales que
generan más pobreza y desigualdad que la necesaria.
Todo esto no quiere
decir que los talentos y esfuerzos individuales no deban ser recompensados. Los
intentos por eliminarlos por completo pueden crear sociedades presumiblemente
equitativas pero fundamentalmente injustas, como en los ex países socialistas.
Sin embargo, es
imprescindible reconocer que la pobreza y la desigualdad también tienen
orígenes estructurales e iniciar un debate real sobre cómo cambiar estas cosas.
Librarse del debate del mito pernicioso e infundado de los vagos es un primer
paso muy importante en esa dirección.
Clarín, ieco, 24-2-13