Por: Horacio Fazio
Fuente: Gestiopolis
I. El impacto
ambiental como problema interdisciplinario
Evaluar el impacto
ambiental de obras públicas o privadas tiene diversos alcances que corresponde
establecer para una debida comprensión del tema. En primer lugar, cuando
hacemos referencia a lo ambiental no nos estamos refiriendo sólo al medio
físico (que posibilita la vida en todas sus formas) sino también a los seres
vivos, en particular -pero no solo- a los seres humanos y sus relaciones
sociales en sentido amplio, emergentes de la vida en comunidad, esto es,
relaciones económicas, políticas, culturales, etc. En otras palabras, el
ambiente es todo: el medio físico que posibilita la vida y la vida misma. En
cambio, cuando hablamos en lengua castellana de medio ambiente (expresión
todavía mayoritariamente utilizada), comprobaremos que consciente o
inconscientemente nos estamos refiriendo a “algo” diferente o externo a
nosotros mismos. En el primer caso -ambiente- partimos de una visión sistémica,
global, integral; el medio físico es instrumento pero también fin en sí mismo.
En el segundo -medio ambiente- hacemos referencia a una problemática externa,
parcial, fragmentada; el medio físico es sólo instrumental. Esto no es una
cuestión semántica sino que hace referencia a concepciones diferentes de la
problemática en cuestión. Tampoco significa que todo aquél que utiliza el
término “ambiente” presupone una posición correcta o apropiada frente a un
problema determinado y, por el contrario, quienes hacen referencia al “medio
ambiente” tienen posiciones cuestionables. Planteamos la cuestión con la
modesta finalidad de que conviene, cuando nos expresamos, evitar ambigüedades o
errores de concepción; por ejemplo, “ambiente humano” podría parecernos una
expresión casi -por decirlo de alguna manera- progresista y, sin embargo, lleva
implícita una concepción homocentrista. El ambiente es humano, animal, vegetal
y físico.
En segundo lugar, el
referirnos a obras -si bien, de cierta envergadura- públicas o privadas,
significa hablar de actos económicos, de economía. Y aquí corresponde aclarar
que no se referencia la cuestión a lo que entendemos vulgarmente por economía,
esto es, las acciones que relacionan determinados medios (materiales,
monetarios, etc.) con determinado fin (normalmente, la maximización del lucro).
Si el propósito es evaluar el impacto ambiental de ciertas obras públicas o
privadas que previsiblemente afectarán el ambiente circundante se ha
generalizado en todos los países el procedimiento de elaboración de una
Evaluación de Impacto Ambiental (EIA); en este caso, el objetivo del lucro
aparece -o debiera aparecer- en un segundo plano y fuera de la EIA propiamente dicha. Nos
interesa analizar en esta oportunidad la
EIA en un sentido global y no detallado en sus aspectos
técnicos procedimentales. En realidad, si se coincide en la concepción del
ambiente antes expuesta, deberíamos evaluar el impacto ambiental de todos -o
casi todos- los actos económicos ya que directa o indirectamente los mismos se
concretan utilizando medios que modifican el ambiente. La economía en sí misma
debiera soportar la prueba de una EIA. Y ello no es una mera expresión potencial
de deseos para la vida contemporánea, sino que sería aplicable a la historia de
la humanidad y a los efectos ambientales de la búsqueda del sustento humano y
de determinado contexto de convivencia en todos los tiempos. Por otra parte, el
impacto ambiental del accionar económico humano en el sentido expuesto tiene
implicancias éticas tanto en relación a la naturaleza inerte como a los seres
vivos y, dentro de estos últimos, a la humanidad, tanto en relación a las
actuales generaciones como a las futuras. En realidad, son innumerables las
combinaciones relacionales entre naturaleza y seres vivos sobre las cuales
pueda aplicarse una lectura ética: ¿Hay un orden de preeminencia entre los
seres vivos en relación al uso de la naturaleza? ¿Las futuras generaciones
humanas no tienen derecho a ciertas condiciones ambientales? ¿La explotación de
la naturaleza se fundamenta de igual manera cuando se trata del sustento
humano, o sea de necesidades objetivas de sobrevivencia, que cuando se trata de
la satisfacción de fines ilimitados, o sea, deseos subjetivos? Los actos
económicos en general, y las obras susceptibles de aplicárseles una EIA, no son
neutrales éticamente. Dentro del proceso que constituye una EIA, justamente
todos aquellos aspectos relacionados con la evaluación que conlleven juicios de
valor tienen que ver de alguna manera con la ética. Evaluación, justamente, no
es mera descripción sino más bien valoración, validación.
Lo expuesto nos lleva
a concluir en primera instancia que los problemas ambientales en general y, en
particular, una EIA no puede abordarse a partir de la aplicación de
conocimientos o saberes fragmentados sino que una evaluación para que sea tal,
debe simultáneamente aplicar un análisis económico y un análisis ético junto a
los efectos en el medio físico. Vemos entonces que este cruce
interdisciplinario de los saberes intervinientes en la problemática de la EIA -ambiente, economía y
ética- nos proporciona el marco adecuado para introducirnos al estudio del
impacto ambiental de la actividad humana.
Nuestro propósito es
reflexionar sobre las relaciones entre la economía, el ambiente y la ética. A
partir de la relativamente reciente irrupción de la cuestión ambiental en la
sociedad contemporánea, trataremos de analizar las implicaciones e interrelaciones
ético-económicas del accionar humano. En este marco, aclaremos desde el
principio el alcance que le damos a las tres problemáticas implicadas. En
economía, nos interesa analizar las motivaciones y los condicionamientos del
comportamiento humano en la consecución de las necesidades y deseos. En materia
ambiental, haremos hincapié en el carácter finito del mundo natural. Por
último, respecto a la ética -reflexión filosófica sobre la moral y las
costumbres- corresponde destacar por un lado, la valoración implícita de la
naturaleza (paisaje, recursos naturales, aire, seres vivos, etc.) en los actos
económicos, y por el otro, el grado de significación que le otorgamos a las
futuras generaciones en cuanto a sus derechos a disponer de determinado ambiente,
apto para proporcionar los recursos necesarios para una razonable calidad de
vida.
II. Economía, ética y
ambiente
La cuestión
ético-económico-ambiental en la sociedad contemporánea se resume en un sólo
interrogante: ¿cómo es posible conciliar un ambiente finito con necesidades
humanas que se plantean como ilimitadas? A partir de esta pregunta -y sus
posibles respuestas- podremos avanzar en el análisis de las motivaciones y
condicionamientos del comportamiento económico –enmarcado en el cumplimiento del
imperativo natural del sustento humano- y diferenciar auténticas necesidades
vitales de meros deseos circunstanciales, a los efectos de minimizar el impacto
ambiental de nuestros actos y optimizar el uso de recursos naturales no
renovables y de renovación relativa.
Que el planeta Tierra
que habitamos sea finito parecería ser un dato de la realidad que no requeriría
mayores explicaciones. Y sin embargo, ante el creciente deterioro ambiental,
hay que partir de este obvio dato para tomar conciencia de la magnitud del
problema. En realidad, no sólo debemos relacionar un mundo limitado con las
necesidades materiales del sustento humano, sino también debemos tomar en
cuenta las necesidades del “sustento no humano”, esto es, de todo el espectro
biológico: animales y vegetales. En definitiva, la finitud terráquea obliga a
garantizar las condiciones materiales de posibilidad de la vida en todas sus
formas.
No parecería que
exista un argumento razonable que contradiga tal afirmación, a menos que
creamos que los seres humanos, o una parte de ellos, en su afán de satisfacer
no sólo sus necesidades, sino también cualesquiera de sus deseos, tienen
derecho a la explotación de la naturaleza sin límite alguno, y sin tomar en
cuenta las necesidades propias del resto de las formas de vida. Incluso en ese
caso, que de hecho no se aleja demasiado de la realidad actual en que vivimos,
subsisten, entre otras, dos importantes cuestiones que cuestionan tal actitud.
En primer lugar, la humanidad como tal, requiere para su propia subsistencia
biológica, de un medio físico mínimamente apto para las formas de vida no
humanas; además, es materialmente imposible y ambientalmente desastroso –aparte
de otras razones, no menos importantes- generalizar el nivel de consumo de
recursos naturales y el impacto contaminante de los países del Norte. Como
consecuencia de esto último, no se desprende que los países del Sur deban
resignar su derecho a alcanzar un nivel de desarrollo razonable para sus
poblaciones, sino más bien, que la disminución de la voracidad de unos,
sostenga el aumento de recursos disponibles para el sustento humano y una vida
digna de los otros.
Tratar el problema
del sustento humano es adentrarse en el problema económico (POLANYI). En
efecto, ¿de qué trata la economía si no es del sustento humano? La economía, en
el sentido más amplio, se ocupa (o debería ocuparse), nada más (ni nada menos)
del sustento humano. Ésta, es probable que sea la definición más simple -pero
no menos profunda- de la economía. En todo caso, creemos que es la definición
más apropiada de la economía desde una perspectiva ambiental, ya que se trata
del sustento humano de todos y no de la voracidad humana de algunos. Por otra
parte, esta caracterización de la economía, o si se quiere, del problema
económico, tiene la enorme ventaja de ser sustantiva y no formal: sustento
humano = necesidades humanas. Otra ventaja no menor de la caracterización del
problema económico como sustento humano, es justamente su alusión directa a la
sustentabilidad: no se trata sólo de -valiéndonos del ambiente y de los
recursos naturales disponibles- satisfacer las necesidades vitales de las
generaciones presentes, sino también las de las generaciones futuras.
Veamos ahora con más
detalle las necesidades humanas. Dos son los aspectos del problema que aquí son
relevantes: en qué consisten las necesidades humanas y si tienen o no un
límite. Estos dos aspectos están interrelacionados, esto es, tenemos que
analizarlos en forma conjunta ya que la caracterización de uno de ellos, implica
la del otro.
Si sostenemos que las
necesidades humanas son aquellas que mediante su satisfacción y a través del
trabajo de la sociedad en su conjunto, proporcionan o garantizan una vida digna
para toda la especie humana en los inicios del tercer milenio –proposición
razonable y difícilmente cuestionable- nos estamos refiriendo en principio, a
las necesidades de alimento, vestimenta, vivienda y servicios básicos, salud,
educación básica y esparcimiento. Son necesidades vitales y su satisfacción
tiene un límite, por encima del cual, entramos en el subjetivo y discrecional
terreno de los deseos (Cf. ARISTÓTELES, Política, Libro I, Cap. 8 y 9). No
existen necesidades vitales ilimitadas porque sería un contrasentido; si son
necesidades, no pueden ser ilimitadas, ya que se extinguen, se agotan, se
limitan , en el acto mismo de su satisfacción.
Lo que sí son
ilimitados son los deseos humanos: acceder a una vivienda propia estándar con
sus servicios básicos, significa haber satisfecho (limitado) la necesidad de
vivienda; una casa de fin de semana o destinada a las vacaciones, son opciones
–no necesariamente cuestionables- en una escala subjetiva de deseos que pueden
llegar a ser ilimitados, dependiendo ello de lo que normalmente se designa como
escala de valores o proyecto de vida.
En este contexto,
resulta razonable sostener que en la interrelación global de necesidades,
deseos y recursos finitos, estos últimos deberían ser destinados primariamente
a la satisfacción de las necesidades.
Finalmente, debemos
tomar en cuenta a los recursos materiales que nos proporciona la naturaleza
para nuestro sustento –necesidades vitales- y satisfacer nuestros deseos, esto
es, los recursos naturales disponibles, a la vista del estado actual de la
naturaleza como consecuencia de su explotación por parte de la humanidad, sobre
todo en los últimos 250 años.
Considerar a las
fuentes de energía de origen fósil –carbón, gas y petróleo- como recursos no
renovables, no merece mayor explicación; lo mismo puede decirse de los recursos
minerales en general. Aquí, el argumento de que con nuevas tecnologías en el
futuro podremos detectar nuevas reservas o explotar las que hoy resultan
antieconómicas, resulta endeble o, en todo caso, de validez acotada en el
tiempo: la finitud de los recursos es inmodificable, Debemos mencionar
asimismo, que la pérdida de biodiversidad puede equipararse al agotamiento de
los recursos no renovables, con la diferencia que se trataría de un hecho de mayor
gravedad, si es que admitimos asignarle a la vida –en cualquiera de sus formas-
mayor consideración que a la materia inerte. En este caso, el conocimiento
científico puede jugar un rol determinante, atento a que en ciertos casos
puedan aplicarse en el futuro tecnologías genéticas, hoy en vías de
experimentación, para la preservación de especies.
Atención especial nos
debe merecer el caso de los recursos naturales que hasta hace pocos años eran
considerados en forma indiscutible como renovables: aire, tierra y agua. El
aire puro –en contraposición al aire contaminado- dista mucho de ser hoy un
recurso renovable. El proceso de desertización hace irrecuperables vastas zonas
geográficas, hasta ayer tierras cultivables. El agua potable o de fácil
potabilización, probablemente sea el recurso vital más escaso en los próximos
años.
De lo antedicho se
desprende que considerar en la actualidad a los recursos naturales como
renovables, es, en sentido estricto, incorrecto. Hoy por hoy son, o van camino
a ser, todos no renovables.
Por otra parte, el
valor intrínseco de los recursos naturales trasciende en alguna medida las
fronteras nacionales de los países. Como parte del ambiente planetario se nos
presentan como una cuestión global para el conjunto de la humanidad; es un
hecho cada vez más reconocido y mucho más lo será en el futuro. Pero esta
globalidad ambiental entra en contradicción con la particularidad de las
nacionalidades que hoy conviven en el mundo, en particular, las acciones
económicas modificatorias del ambiente que se producen en cada país en
particular. El carácter global de los problemas ambientales -en particular, la
sustentabilidad, y dentro de ésta, el cuidado de los derechos e intereses de
las generaciones futuras- es sólo y necesariamente compatible con una toma de
conciencia de la humanidad que en este planeta finito somos todos “ciudadanos
del mundo”. Por supuesto que hay un mayor grado de responsabilidad de los
países (y sectores sociales) con mayor riqueza material y que a su vez son los
principales contaminadores y consumidores de recursos naturales. Demás está
mencionar, la importancia de transmitir este elemental principio, sobre todo
desde los inicios de la escolaridad (NUSSBAUM).
El tema de la
ciudadanía mundial es una cuestión ya planteada por los estoicos.
Recientemente, la filósofa norteamericana Martha Nussbaum, ha replanteado el
problema desde una perspectiva de mucho interés para todos aquellos preocupados
por el ambiente. Concretamente, la autora cuestiona el patriotismo localista de
su país (EE.UU), y por extensión de todos los países (y sectores) ricos y,
entre otros ejemplos, aborda la cuestión ambiental: "Al aire le traen sin
cuidado las fronteras nacionales. Este hecho tan simple puede servir para que
los niños aprendan a reconocer que, nos guste o no, vivimos en un mundo en el
que los destinos de las naciones están estrechamente relacionados entre sí en
cuanto se refiere a las materias primas básicas y a la supervivencia
misma...Sea cual fuere la explicación que finalmente adoptemos sobre estas
cuestiones, cualquier deliberación que se precie de inteligente sobre ecología
(como, también, sobre el abastecimiento de alimentos y la población) requiere
una planificación global, un conocimiento global y el reconocimiento de un futuro
compartido".
III. Impacto
ambiental y Cambio Climático
Decíamos más arriba
que la actividad económica toda debiera resistir la prueba de una Evaluación de
Impacto Ambiental. Pues bien, una forma certera de hacerlo es adentrarnos en la
problemática del Cambio Climático del planeta como producto del accionar
económico humano desde mediados del siglo XVIII.
El clima terrestre es
el resultado de la interacción de distintas variables consideradas como la
temperatura, el nivel de precipitaciones, la presión atmosférica, etc. Dado que
al analizar el Cambio Climático (CC) el problema más relevante es el aumento de
la temperatura –por eso hablamos de calentamiento global- en la superficie
planetaria, se hace necesario explicar cómo se origina en forma natural este
proceso en el planeta Tierra en su interacción con el Sol.
Si la Tierra no tuviera atmósfera
(nitrógeno, oxígeno, dióxido de carbono, ozono, vapor de agua, etc.) la
radiación solar que recibiría se reflejaría en la superficie terrestre y
rebotaría hacia el espacio; la temperatura promedio de nuestro planeta sería de
-18º; inviable para la vida. Es la atmósfera la que opera como una capa
protectora permitiendo traspasar la radiación solar (de onda corta) hacia la
superficie terrestre y también reflejar y rebotar hacia el espacio, ya no toda,
sino parte de la radiación solar que recibimos como radiación terrestre (de
onda larga). En forma simplificada, durante el día terrestre, la mayor parte de
la energía solar traspasa la atmósfera -aunque una fracción rebota al espacio-
y llega a la superficie planetaria; durante la noche, la mayor parte de la
energía solar arribada a la
Tierra rebota al espacio, aunque una fracción es retenida por
la atmósfera con sus gases de efecto invernadero “natural” que la componen,
permitiendo continuar calentando la superficie terrestre durante el período
nocturno. Es este mecanismo el que permite que la temperatura media terrestre
sea de 15º, lo que posibilita la vida y su evolución tal como la conocemos.
Este efecto invernadero “natural” del planeta Tierra, nos diferencia del resto
de los planetas del Sistema Solar y de cualquier otro orden.
Por otra parte, el
efecto invernadero “natural” se ha visto potenciado en los últimos 2 siglos con
la aparición de los gases de efecto invernadero (GEI) originados por la
actividad económica, particularmente desde la Revolución Industrial.
Allí comienza la utilización masiva de combustibles fósiles como fuente de
energía: carbón, petróleo y gas natural. En poco más de 200 años, la humanidad
ha consumido la mayor parte de recursos naturales no renovables –fósiles-
generados naturalmente en cientos de millones de años.
La quema de estos
recursos naturales no renovables en diferentes actividades humanas como la
producción agraria e industrial, el transporte, tratamiento del aire, etc.,
produce la mayor parte del dióxido de carbono –CO2- que a su vez es el
principal componente de los GEI, gases de efecto invernadero “artificial” y que
se suma al “natural” antes descrito, conformando un efecto invernadero
exacerbado que provoca hoy el calentamiento global del planeta.
La concentración de
CO2 en la etapa preindustrial era menos de 300 ppm (partes por millón) y ha
tenido un crecimiento sostenido hasta el presente, lo cual ha provocado un
aumento de la temperatura media del planeta en cercana a 1º C. La tendencia es
francamente creciente y traerá consecuencias que afectarán la vida humana
cualesquiera sean las regiones que consideremos. Todos los países contribuyen
al cambio CC, tanto en el Norte como en el Sur, aunque no todos lo hacen en
igual proporción ni todos se ven afectados con iguales consecuencias.
Desde una perspectiva
histórica, el problema ambiental del aumento de los GEI por consumo exponencial
de recursos naturales, sobre todo no renovables, eclosiona, como hemos dicho,
en el transcurso del siglo XVIII con la Revolución Industrial.
La degradación ambiental acaecida y el CC a ella asociada, ha sido
independiente de las formas de organización que se han dado los sistemas
económicos que han tenido vigencia a partir de entonces, incluyendo todas las
variantes del capitalismo y del socialismo o, si se prefiere, todas las
economías centralizadas o descentralizadas. Lo que sí se aprecia es que existen
sensibles diferencias relativas entre países respecto a cuánto contaminan y,
además, ciertos países -Japón, países nórdicos europeos- logran determinados
objetivos económicos y sociales con menor costo ambiental en relación a otros
países.
La actividad humana
desde la
Revolución Industrial al presente ha potenciado el fenómeno
natural del Efecto Invernadero ocasionando un calentamiento global del planeta
producto por el uso intensivo de combustibles fósiles (carbón, petróleo, gas) y
el consiguiente aumento de emisión de gases contaminantes de la atmósfera
conformando un Efecto Invernadero “artificial” con consecuencias a nivel físico
(sequías, inundaciones, aumento del nivel del mar), biológico (pérdida de la
biodiversidad, afectación de los ritmos naturales) y socioeconómico
(inseguridad alimentaria, migraciones masivas, salud). Corresponde aclarar que
cuando nos referimos al proceso de industrialización iniciado en el siglo XVIII
que conocemos como Revolución Industrial, no significa que se lo caracterice
como un hecho puntual histórico y causal de los efectos climáticos posteriores,
sino como un proceso histórico de transformación social sistémica (política,
económica, científica, tecnológica) que se inicia en esa época y que llega a
nuestros días; con todas sus ventajas y progresos, pero también con sus costos
sociales y ambientales, entre estos últimos, el CC es probablemente el
principal.
Los cambios
civilizatorios que se vienen sucediendo, si bien se mira, es que desde finales
del Siglo XVIII conforman en realidad un cambio de era del que no nos
apercibimos si no tenemos bien presentes ciertos acontecimientos: hasta hace
apenas dos siglos y medio nuestra civilización estaba asentada básicamente en
áreas rurales; sólo se conocía una única energía: el fuego; existía una sola
energía mecánica: los músculos. (Teilhard de Chardin, ``El Fenómeno Humano´´;
Taurus, Madrid, 1967, 4ta. edición, cap.3). Esta nueva era civilizatoria por la
que aún atravesamos, significa que “estamos acabando de desprendernos de las
últimas amarras que nos retenían todavía en el Neolítico” (Ibíd.; parafraseando
al prehistoriador francés Henri Breuil).
Es inmenso el
progreso humano alcanzado en menos de 3 siglos. Pero ha tenido sus costos
planetarios, siendo probablemente el principal el Cambio Climático. Resulta
imperativo minimizar el impacto ambiental de la actividad económica sobre todo
si tomamos conciencia que las decisiones de corto plazo tienen efecto en el
largo o muy largo plazo. En otras palabras, aunque en forma hipotética hoy
mismo la humanidad en su conjunto dejase de provocar totalmente por su
actividad económica el ya mencionado efecto invernadero “artificial” y al él
asociado CC, no se retornaría a un equilibrio atmosférico natural hasta dentro
de varias generaciones humanas.
Sería un error
considerar que las soluciones para evitar o disminuir el CC provendrán solo
desde el campo científico y/o tecnológico. Nuevamente aquí se presenta la
cuestión de que ante un tema ambiental crucial para la humanidad como el que
nos ocupa, se hace necesario abordarlo en forma interdisciplinaria. Las
tecnologías ahorradoras de energía o las energías alternativas son parte de la
solución pero no alcanzan a ser la solución, entre otras cosas, por la magnitud
del problema. Un buen comienzo sería reflexionar sobre cuestiones más
profundas, tales como el alcance de satisfacer las auténticas necesidades para
una vida digna para todos los seres humanos con su consiguiente costo ambiental
en términos de la inevitable contaminación provocada de acuerdo al estado
actual del conocimiento científico y tecnológico. Más temprano que tarde habrá
que diferenciar el costo ambiental (inevitable) de satisfacer dichas
necesidades del costo ambiental (evitable) de satisfacer los deseos desmedidos
de solo una parte minoritaria de la humanidad.
IV. Alcances y
limitaciones de la
Evaluación de Impacto Ambiental
Finalmente, digamos
que la Evaluación
de Impacto Ambiental ha demostrado sobradamente ser un instrumento válido y
probado en todos los países, incluso, más allá de las modalidades de sus
respectivos sistemas económicos. Pero es necesario reconocer, en muchos casos,
sus limitaciones. En efecto, en el caso de proyectos privados -la mayoría, en
el contexto económico mundial actual- es la empresa comitente la que contrata a
consultores que elaboran una EIA que luego será presentada por ante el
correspondiente organismo gubernamental o ente regulatorio. Y aquí está el
problema, más allá de la ética profesional que se presupone tengan los
consultores contratados. La relación entre quién paga y quién tiene que
proporcionar un servicio puede llegar a crear una relación interesada, no
objetiva o influenciable. En la evaluación propiamente dicha, por ejemplo,
pueden aparecer muchas “zonas grises” o al considerar determinados supuestos
para ciertas variables de riesgo futuro pueden llegar a aplicarse discutibles
criterios de discrecionalidad. Todos sabemos de qué estamos hablando y
justamente estas circunstancias reflejan las limitaciones de la EIA como instrumento válido
para prever, advertir o mitigar efectos ambientales no deseados por la
comunidad y, se supone, por el gobierno respectivo. Para ser más concretos,
tomemos por ejemplo los dos últimos desastres ambientales a nivel mundial: la
explosión de la plataforma petrolera de British Petroleum en el Golfo de México
y el colapso de la central nuclear Fukushima de Japón.
De acuerdo con el
análisis sobre el impacto ambiental de la plataforma enviado por BP al gobierno
de EEUU en 2009, la petrolera aseguraba que un accidente que pudiera dañar el
litoral, las costas y la fauna de los estados del Golfo de México era "muy
poco probable o imposible". El documento señalaba que, aunque un
hipotético vertido podría causar daños leves, "la distancia de la
plataforma en la costa (77 kilómetros) y los mecanismos de respuesta aseguran
que no habrá impactos significativos" (www.ecoticias.com) ¿Cómo se
fundamenta el grado de probabilidad o imposibilidad? ¿Cuáles fueron los
argumentos para asegurar que ante un “hipotético vertido” los efectos no
llegarían a la costa?
Respecto a la Central Nuclear de
Fukushima el interrogante que surge es muy simple: a sabiendas que el
territorio de Japón tiene uno de los riesgos sismológicos más altos del mundo
¿Cómo se definió la resistencia de la Central a determinado nivel de la escala
sismológica al momento de su construcción? ¿Se llegó a comparar el mayor costo
de construcción para asegurar la máxima protección posible con el costo
económico y humano de un sismo tal como el acontecido?
La única forma de
evitar los inconvenientes planteados probablemente sea cambiar la relación de
pago por contraprestación de servicios existente entre comitente -generalmente
una empresa privada con intereses que puedan no coincidir con los de la
comunidad- y consultor ambiental. Sería factible implementar, o por lo menos
discutir de la forma más amplia posible, una secuencia de acciones como la que
consignamos seguidamente:
Una empresa privada
decide implementar un proyecto con impacto ambiental y acuerda con el ente
gubernamental responsable el costo de la evaluación de dicho impacto.
Dicha empresa, al
igual que todas las empresas en igual situación, depositan por ante el ente
gubernamental la suma correspondiente al costo de la EIA a realizar.
El ente gubernamental
llama a concurso público nacional o internacional de consultores de EIA y
procede a la selección.
Dicho ente –en
defensa de los intereses de la comunidad- es el que en definitiva paga al
consultor quien estará obligado a presentar un estudio objetivo de EIA según el
estado actual de conocimiento, siendo responsable de sus consecuencias a futuro
por imprevisiones que razonablemente debieran haberse tomado en cuenta.
No es un tema
sencillo pero sí relevante y requiere una amplia discusión de todos los
estamentos de la sociedad interesados en tan importante cuestión (legisladores,
entes públicos y privados, Ong's, asociaciones de profesionales, consultores,
etc.).
estrucplan.com.ar,
8-2-13
Bibliografía
BUNGE Mario (1982),
“Economía y Filosofía”; Tecnos, Madrid.
FAZIO Horacio (2005),
“Racionalidad económica y ambiente: medios, fines y tiempo”; Tesis de
doctorado, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires; inédita
(próxima publicación por EUDEBA bajo el título de “Economía, Ética y
Ambiente”).
FAZIO Horacio (2010),
“Desafíos del siglo XXI: El Cambio Climático y sus consecuencias en las
condiciones de vida”, en “Crisis, Transformación y Crecimiento”, Daniel Filmus
(Coordinador); EUDEBA.
NUSSBAUM Martha C.
(1999), "Los límites del patriotismo", Paidós, Barcelona; [1996,
Beacon Press, Boston].
POLANYI Karl (1994),
“El sustento del hombre”; Mondadori, Barcelona; [1977], 1994.