IMDOSOC, Febrero 19,
2013
A propósito de los
últimos acontecimientos, resulta oportuno tocar el tema del Papa, tema que
habrá que analizar desde las alturas de la Fe , motivo por el cual nos viene como anillo al
dedo una frase de san Anselmo: “Credo ut intelligam” (“Creo para entender”), ya
que si no lo hacemos de este modo estamos perdidos.
Empezaremos diciendo
que a san Pedro, el primer papa, es el mismo Cristo quien lo confirma sobre los
demás apóstoles. Y al ratificarlo le otorgó a plenitud un triple poder:
enseñar, santificar y gobernar.
Ahora bien, esta
misión habrá de durar hasta el fin del mundo por dos muy importantes razones:
Porque la Iglesia habrá de durar
también hasta el final, razón por la cual necesita un jefe visible.
Porque la Iglesia debe permanecer
tal y como Cristo la fundó.
Como era de esperar,
Pedro tendría que morir, por lo cual su sucesor habría de ser un Pastor único y
visible con los mismos poderes que tenía Pedro y que son los mismos poderes de
Cristo.
El sucesor inmediato
de Pedro fue san Lino, el segundo Papa, y desde entonces viene una larga lista
de pontífices que llega hasta nuestros días.
Y es así como el Papa
―llámese san Gregorio Magno o Inocencio III― no es Pedro con identidad física,
aunque sí lo es con identidad de divina autoridad.
Como podemos
observar, no es necesaria la identidad física, o sea que Pedro no hubiera
muerto y viviese hasta el final de los tiempos. Como tampoco es necesaria la
identidad física de Cristo con el sacerdote que consagra o que absuelve de los
pecados.
¿Por qué razón,
cuando consagra, habla el sacerdote como si fuera Cristo?¿Por qué absuelve los
pecados con un poder que sólo Dios tiene? Muy simple: por el poder que Cristo
le dio a Pedro y que de Pedro reciben los obispos quienes, a su vez, delegan en
los presbíteros.
Mientras la Iglesia exista ―lo cual
será hasta el final de los tiempos―, su fundamento será siempre Pedro, o sea el
Papa, sucesor de Pedro. Y es que Cristo instituyó la Iglesia de tal manera que
habría de durar hasta el fin del mundo; por lo tanto, la sucesión en la Cátedra de Pedro jamás
habrá de interrumpirse.
Repetimos lo que
dijimos al principio: esto hay que verlo desde las alturas de la fe, de lo
contrario estamos perdidos. “Credo ut intelligam”.
El Papa, aun sin ser
santo, podrá canonizar declarando al mundo entero que un católico virtuoso es
ya un bienaventurado digno de recibir veneración.
Y respecto a quien
habrá de ocupar el Trono de San Pedro, es Cristo mismo quien elige a cada Papa
valiéndose de elementos humanos como son los Cardenales, e incluso
aprovechándose de las pasiones y designios de los hombres.
Cuando, a la muerte
de León XIII, todo hacía suponer que en el cónclave habría de salir elegido un
poderoso Cardenal de la Curia ,
ocurrió que fueron tan intensas las presiones del emperador de Austria-Hungría
que los Cardenales eligieron a otro. Y fue así como eligieron a quien sería san
Pío X, uno de los mejores Papas que la Iglesia ha tenido en el último siglo.
Ni duda cabe que es
Dios quien escribe derecho sobre renglones torcidos.
Por todo lo anterior,
el Papa, llámese como se llame, es Pedro pero no con la identidad física del
pescador de Galilea, sino más bien con la identidad propia de quien ha recibido
desde lo Alto la divina autoridad.
Y así como Cristo le
dio a Pedro las llaves diciéndole que lo que atase en la tierra atado quedaría
en el Cielo, de igual modo, el Cardenal que sale elegido en el cónclave recibe
también de Cristo el mismo poder.
Nemesio Rodríguez
Lois