En Venezuela no hubo ninguna revolución y el "socialismo bolivariano" es un mito.
Julio César Moreno
(Periodista)
Se vienen días de
elecciones, que no serán días de rosas. Mañana se elegirá presidente en
Venezuela y el 2 de noviembre, en Estados Unidos. La gran pregunta es si se
puede producir un cambio de rumbo real a partir de estas dos contiendas
electorales.
La respuesta es no.
Todo seguirá más o menos igual que hasta hoy. Los grandes cambios –si es que
los hay– vendrán en el mediano y largo plazo. Y de la mano de la evolución de
la crisis económica y financiera internacional.
Si esa crisis amaina
y la economía se endereza, puede haber cambios globales. De lo contrario, es
improbable. La gran novedad en Venezuela es que por primera vez, desde que
llegó al poder, Hugo Chávez se enfrentará con un candidato, Henrique Capriles,
que le está disputando la elección palmo a palmo y que cerró su campaña con un
gigantesco acto popular en Caracas, capital del país, una ciudad donde el
chavismo nunca pudo hacer pie.
Las encuestas son muy
variables, aunque se espera una victoria de Chávez, que de todos modos no
tendría el halo triunfalista que tuvo en otras oportunidades.
Pero hay otra
cuestión, mucho más importante y menos difundida: en Venezuela no hubo ninguna
revolución y el “socialismo bolivariano” es un mito.
Una periodista
caraqueña escribió que, gracias a los negocios con el Estado, toda una casta de
empresarios, funcionarios y banqueros se convirtió en la elite más rica y
ostentosa del país. Es decir que los pobres no están de un lado, con Chávez, y
los ricos con la oposición. Hay ricos que forman parte del régimen chavista y
otros que están en la oposición, y los pobres están en toda Venezuela y votarán
por unos u otros.
Venezuela es un país
contradictorio y ambivalente: el chavismo proclama una revolución que nunca se
hizo y que se parece más a la Rusia poscomunista, en la que a la sombra de un
Estado autoritario creció con ímpetu una nueva y poderosa burguesía, conjunción
esta que nuca estuvo en las hipótesis de Vladimir Lenin o Josef Stalin ni del
comunismo internacional.
La Argentina no
tiene, pues, nada que aprender del socialismo bolivariano de Chávez. En nuestra
historia nacional hay fuentes de inspiración más ricas y prometedoras para
construir el futuro: representadas por figuras como Bartolomé Mitre, Domingo
Faustino Sarmiento, Nicolás Avellaneda y Julio Argentino Roca, y después
Hipólito Yrigoyen, Marcelo T. de Alvear y el primer Juan Perón.
La Argentina llegó a
ser el primer país de América latina en desarrollo económico, educación y
salud. A esa tradición habría que volver, aunque haya que admitir que hubo
muchos retrocesos y que las fracturas y los conflictos políticos y sociales entorpecieron
una senda histórica que nunca debió ser abandonada.
En nuestro país,
habrá elecciones legislativas el año que viene. Y también habrá fuerte
oposición a la línea autoritaria, hegemónica y reeleccionista del kirchnerismo.
Ya se la ve en estos
días: se la vio en el cacerolazo y se la ve en el radicalismo, el socialismo,
la CGT de Hugo Moyano, los gobernadores y dirigentes del peronismo disidente,
que no se sienten amedrentados por el poder kirchnerista, cada vez más alejado
del diálogo, el consenso y los principios republicanos.
En las elecciones,
nadie regala nada, menos cuando hay un gobierno cada vez más intolerante con la
oposición, a la que no se priva de atacar todos los días, desde la Presidenta,
ministros y funcionarios hasta grupos de choque como La Cámpora y otros, cada
vez más enquistados en el poder del Estado nacional.
La Voz del Interior,
6-10-12