David Alandete (El
País, de Madrid)
En pocas ocasiones ha tenido Roma tanta
influencia en una campaña electoral estadounidense. Es cierto, en 1960 John
Kennedy se convirtió en el primer presidente católico de Estados Unidos. Pero
hasta ahora, las bases católicas nunca habían sido tan activas, ni se habían
dividido tanto en su defensa o rechazo de la ortodoxia vaticana.
Los aspirantes a
vicepresidente son ambos católicos e ilustran perfectamente esa división. Joe
Biden, demócrata, defiende el derecho a la interrupción del embarazo y el
matrimonio gay. A su oponente, Paul Ryan, monaguillo de pequeño, lo protegen
algunos obispos, a pesar de su defensa de recortes en los programas de ayuda
social.
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