Félix
Luna (*)
Acaso
la áspera polémica entablada entre indigenistas e hispanistas neutralizó un
poco la vocación que algunos intelectuales y escritores, en ambos lados del
Atlántico, manifestaron por pensar con serenidad la significación trascendente
el acontecimiento.
….
Pues
lo singular de la presencia hispana en el nuevo continente fue precisamente la
creación de algo que es distinto a los elementos que le dieron origen. Este
fenómeno no fue común en los procesos de conquista que se han dado a lo largo
de la historia de la humanidad.
En
general, los conquistadores imponían sus propia cultura a los sometidos –caso
de los bárbaros cuando ocuparon los restos del imperio Romano- o se limitaron a
explotarlos sin tomar mayor contacto con los conquistados –caso de los ingleses
en la India. El
desembarco español en América fue otra cosa: en muy poco tiempo hubo una
contaminación recíproca, una mezcla que se dio en el campo de lo racial, lo
lingüístico, lo artístico, lo religioso, lo social. Hasta en la gastronomía se
operó esta mixtura, y así como los europeos pudieron, poco después del
descubrimiento, conocer la papa, el maíz, el tomate, el tabaco o el chocolate,
los pueblos del nuevo continente adoptaron a su vez “los frutos de Castilla”,
el trigo, el aceite, el vino y tantos otros productos. Reitero: fue una
confluencia y nosotros somos sus destinatarios y protagonistas; un Paraná y un
Uruguay, diferentes en su realidad geográfica, dieron vida al Plata.
No
fue un encuentro, como suele decirse con cierto tono trivial, tampoco fue un
genocidio ni un proceso civilizador. El Plata es diferente a las vertientes que
el dan vida y nosotros, los pueblos hispanohablantes de América, somos una
entidad distinta a la realidad anterior a los españoles pero también a los españoles
mismos.
(*)
La Voz del
Interior, 12-10-92