DON BOSCO

DON BOSCO
"BUENOS CRISTIANOS Y HONRADOS CIUDADANOS"

Una gran posibilidad, que tiene implícito un gran desafío




Por Carlos Pagni


Los estudiosos de la economía internacional señalan, en la senda de la Agencia Internacional de Energía (AIE), que la humanidad ha entrado en la "edad de oro del gas". Se refieren a que la oferta de ese combustible se ha ampliado en 186 billones de metros cúbicos, gracias al desarrollo de una nueva tecnología: la fractura de grandes formaciones de roca madre mediante la utilización de gigantescas masas de agua. Con ese procedimiento se obtiene un nuevo producto, el gas de esquisto ( shale gas ).

Para el columnista del Financial Times Martin Wolf la aparición de estas nuevas cuencas de gas impactará sobre la economía mundial más que la disolución de la eurozona. "La nuestra es una civilización basada en los suministros baratos de energía comercial", recuerda.

La Argentina tiene una ventaja inestimable para incorporarse a esta nueva escena. La AIE determinó que posee el tercer reservorio mundial de gas de esquisto, después de China y los Estados Unidos. El 11,7% de los recursos del planeta está encerrado en subsuelo argentino, sobre todo en los grandes yacimientos de Vaca Muerta y Los Molles, en Neuquén.

A esta provincia se le abre un horizonte extraordinario. Si se explotaran esos yacimientos con una intensidad de 1500 pozos por año -lo que significa invertir U$S 15.000 millones, el equivalente a una YPF, cada 365 días-, cuadruplicaría su PBI y duplicaría su población en una década.

Sería, sin embargo, un error pensar que este patrimonio gasífero garantiza un salto en el desarrollo del país. Los recursos naturales no constituyen la clave de la riqueza.

La nueva fuente de energía requiere para ponerse en valor de ciertas condiciones políticas. La más importante es un marco regulatorio estable para la inversión.

La explotación del gas no convencional demanda muchísimo más capital que la de los hidrocarburos clásicos. La Argentina está lejísimos de poseerlo. Y no es cierto que las empresas petroleras son indiferentes a la calidad del entorno político con tal de extraer su producto. Esa premisa rige para países en los que la existencia de ese producto está asegurada. No para aquellos que, como la Argentina, requieren de mucho dinero destinado a la exploración, con el riesgo que eso entraña.

El otro desafío consiste en producir esta nueva riqueza con el menor costo ambiental posible. La fractura de la roca madre demanda grandísimas cantidades de agua que se contamina con lubricantes. La explotación de los nuevos hidrocarburos desatará un debate sobre el equilibrio ecológico más intenso que el que hoy rodea a la minería. No es una controversia trivial para un país agropecuario, que depende muchísimo de las virtudes de su suelo.

El nuevo negocio energético plantea también un reto tecnológico y científico que obligará a las empresas argentinas a mejorar su diálogo con la industria de los Estados Unidos, que es donde más se ha avanzado en la explotación del gas de esquisto.

Liberia es un país riquísimo en recursos naturales. Pero el 90% de los liberianos en condiciones de trabajar está desempleado. A Suiza la pobreza de su suelo no le impidió un desarrollo envidiable. Su activo son las instituciones. Ninguna sociedad está condenada al éxito ni al fracaso. La revolución del gas abre para los argentinos una enorme posibilidad. Pero el gas de esquisto y los demás hidrocarburos no convencionales no conducen, por sí mismos, al progreso. Son sólo una esperanza. Conviene recordarlo en un país en el que, como lamentaba Julio Irazusta, el gran historiador nacionalista, "la riqueza conspira contra la grandeza"..

La Nación, 27-5-12