Por Carlos Pagni
Los estudiosos de la
economía internacional señalan, en la senda de la Agencia Internacional
de Energía (AIE), que la humanidad ha entrado en la "edad de oro del
gas". Se refieren a que la oferta de ese combustible se ha ampliado en 186
billones de metros cúbicos, gracias al desarrollo de una nueva tecnología: la
fractura de grandes formaciones de roca madre mediante la utilización de
gigantescas masas de agua. Con ese procedimiento se obtiene un nuevo producto,
el gas de esquisto ( shale gas ).
Para el columnista
del Financial Times Martin Wolf la aparición de estas nuevas cuencas de gas
impactará sobre la economía mundial más que la disolución de la eurozona.
"La nuestra es una civilización basada en los suministros baratos de
energía comercial", recuerda.
A esta provincia se
le abre un horizonte extraordinario. Si se explotaran esos yacimientos con una
intensidad de 1500 pozos por año -lo que significa invertir U$S 15.000
millones, el equivalente a una YPF, cada 365 días-, cuadruplicaría su PBI y
duplicaría su población en una década.
Sería, sin embargo,
un error pensar que este patrimonio gasífero garantiza un salto en el
desarrollo del país. Los recursos naturales no constituyen la clave de la
riqueza.
La nueva fuente de
energía requiere para ponerse en valor de ciertas condiciones políticas. La más
importante es un marco regulatorio estable para la inversión.
La explotación del
gas no convencional demanda muchísimo más capital que la de los hidrocarburos
clásicos. La Argentina
está lejísimos de poseerlo. Y no es cierto que las empresas petroleras son
indiferentes a la calidad del entorno político con tal de extraer su producto.
Esa premisa rige para países en los que la existencia de ese producto está
asegurada. No para aquellos que, como la Argentina , requieren de mucho dinero destinado a
la exploración, con el riesgo que eso entraña.
El otro desafío
consiste en producir esta nueva riqueza con el menor costo ambiental posible.
La fractura de la roca madre demanda grandísimas cantidades de agua que se
contamina con lubricantes. La explotación de los nuevos hidrocarburos desatará
un debate sobre el equilibrio ecológico más intenso que el que hoy rodea a la
minería. No es una controversia trivial para un país agropecuario, que depende
muchísimo de las virtudes de su suelo.
El nuevo negocio
energético plantea también un reto tecnológico y científico que obligará a las
empresas argentinas a mejorar su diálogo con la industria de los Estados
Unidos, que es donde más se ha avanzado en la explotación del gas de esquisto.
Liberia es un país
riquísimo en recursos naturales. Pero el 90% de los liberianos en condiciones
de trabajar está desempleado. A Suiza la pobreza de su suelo no le impidió un
desarrollo envidiable. Su activo son las instituciones. Ninguna sociedad está
condenada al éxito ni al fracaso. La revolución del gas abre para los
argentinos una enorme posibilidad. Pero el gas de esquisto y los demás
hidrocarburos no convencionales no conducen, por sí mismos, al progreso. Son
sólo una esperanza. Conviene recordarlo en un país en el que, como lamentaba
Julio Irazusta, el gran historiador nacionalista, "la riqueza conspira
contra la grandeza"..