Editorial-La Nación
Ante la escasez
creciente de divisas y la caída de reservas, el gobierno nacional ha decidido
que la solución debe pasar por la limitación de las importaciones, disfrazando
un burdo proteccionismo como una "política" de sustitución de
importaciones, y por la aplicación de todo tipo de restricciones sobre el
mercado de cambios.
Los perjuicios
ocasionados por estas medidas sobre la economía real ya son evidentes. La
Secretaría de Comercio ha dispuesto reducciones en los plazos en los que los
exportadores se obligan a liquidar sus divisas y ha establecido tiempos
excesivamente cortos que en muchos casos son imposibles de cumplir. Muchos
exportadores, al mismo tiempo, se encuentran imposibilitados de mantener sus ventas
al exterior porque no pueden adquirir insumos importados.
Se observa tanta
irracionalidad como la que determinó la exigencia de que cada importador
exporte por el mismo monto. Hoy encontramos empresarios de los sectores
industrial y tecnológico exportando arroz, aceitunas o maní para poder importar
insumos. Hay menos diversidad de productos en las góndolas de los
supermercados, faltan electrodomésticos y muchas líneas de producción se han
suspendido por falta de insumos. Al reducir la competencia, las medidas
proteccionistas también han contribuido a alimentar la inflación.
Todo indica que la
escasez de divisas se agravará en lugar de aliviarse. El actual desequilibrio
en el mercado de cambios refleja una manipulación de la cotización de la divisa
y la fuga sistemática de capitales por falta de confianza. Como en otros
períodos de nuestra historia económica reciente, el tipo de cambio es utilizado
por el Gobierno como ancla antiinflacionaria. Consecuentemente, se ha retrasado
frente a la evolución de los precios internos, lo cual afecta negativamente la
competitividad de los sectores exportadores.
Lamentablemente, las
medidas adoptadas por el Gobierno, que incluyen procedimientos policiales que
incluso comprenden arrestos y clausuras, y buscan intimidar a los operadores de
cambio, contribuyen a crear más desconfianza en los agentes económicos,
generando un círculo vicioso. La gente ya aprendió cómo sortear estas
interferencias gubernamentales en el mercado de cambios y, como consecuencia,
su efecto se va diluyendo. Insistir en este camino presagia mayor volatilidad y
desconfianza, y por ende mayor desempleo y menor inversión, como ya ocurrió en
el pasado.
Estas medidas también
están causando un grave perjuicio a la imagen de nuestro país en el exterior. Global
Trade Alert, una agencia independiente que monitorea las restricciones al
comercio internacional que se aplican alrededor del mundo, ha dado a conocer un
informe del que surge que la Argentina ocupa la primera posición como el país
que ha aplicado la mayor cantidad de trabas a las importaciones. Es decir,
somos los campeones mundiales del proteccionismo. Esta agencia identificó 191
trabas en nuestro país, más que todo el resto de América latina y superando por
amplio margen a Brasil, que tiene 86, a México (23), a Perú (18), a Uruguay (4)
y a Chile, que posee sólo dos. Este es otro de los tristes logros de los que
puede jactarse el secretario de Comercio, Guillermo Moreno.
Sin embargo, en el
colmo de la hipocresía, en las últimas 48 horas, tanto el canciller Héctor
Timerman, en París, como la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, durante
el acto por el 25 de Mayo en Bariloche, expresaron que la Argentina es uno de
los países más abiertos a las inversiones extranjeras en el mundo, al tiempo
que cuestionaron las medidas proteccionistas de Europa y de ciertos países
centrales, como los Estados Unidos y Japón. Si bien es cierto que casi todos
los países aplican políticas proteccionistas, el problema de la Argentina pasa
por los permanentes cambios en las reglas de juego, que desconciertan y
desalientan a cualquier inversor.
Cuarenta países han
elevado protestas a la Organización Mundial de Comercio, de la que la Argentina
es miembro, por las trabas al comercio impuestas por el Gobierno. En los foros
internacionales se ha destacado repetidamente el apartamiento de nuestro país
de las reglas de convivencia comercial. La Unión Europea y el gobierno de los
Estados Unidos también lo han hecho. Pero quienes se han expresado con mayor
desagrado han sido nuestros socios del Mercosur. La ruptura de los acuerdos
previos ha sido flagrante. Brasil ya expresó su malestar y preocupación. En
economías de menor tamaño, como las de Uruguay y Paraguay, el efecto ha sido
más sensible y la ofensa mayor.
Frente a la turbulencia
que se avecina, el Gobierno no debería malgastar sus esfuerzos en trabar
importaciones, perseguir cambistas o tenedores de dólares, o intentar forjar
acuerdos de trueque de dudoso alcance y ejecución con dictaduras de Africa,
sino dedicarse a alentar la inversión y la confianza garantizando la seguridad
jurídica y reglas de juego estables, y asegurándose que todos los argentinos
tengan acceso a educación, seguridad, salud y una Justicia independiente..