Prudencio Bustos
Argañarás (Historiador)
Las autoridades de la Universidad Nacional
de Córdoba han decidido adelantar en 10 años la celebración del cuarto
centenario de esa benemérita y prestigiosa institución, tan cara a los
cordobeses. Un breve relato de su génesis ayudará a comprender esto.
En 1604, cinco años
después de la instalación de la
Compañía de Jesús en Córdoba, el prepósito general de la Orden , Claudio Aquaviva,
dispuso la creación de la Provincia Jesuítica del Paraguay y eligió a
nuestra ciudad para sede de su gobierno.
En 1608, el
provincial, Diego de Torres Bollo, dispuso la creación de un noviciado, para la
formación de los futuros sacerdotes, también en Córdoba, “por ser como el
centro y corazón de la
Gobernación , buen clima, vida barata y sobre todo de mayor
facilidad para ser visitada y atendida por el mismo Provincial”.
Dos años más tarde,
erigió el Colegio Máximo, una casa de altos estudios en la que se impartían
enseñanzas de Artes (Filosofía) y Teología, pero la escasez de recursos
dificultó su mantenimiento, por lo que en febrero de 1612 se decidió su
traslado a Santiago de Chile, y en Córdoba quedaron tan sólo los estudios
preliminares de Latinidad y Humanidades.
Idas y venidas.
Un hecho inesperado
permitió el regreso del Colegio Máximo a nuestra ciudad. El obispo fray
Fernando de Trejo y Sanabria suscribió ante el escribano Pedro de Cervantes, el
19 de junio de 1613, una escritura mediante la cual se comprometió, bajo la
garantía de todos sus bienes, a donar a la Compañía dentro del plazo de tres años, 40 mil
pesos para el sostenimiento de su Colegio Máximo.
Manifestaba en dicho
documento su pretensión de que en él, “los hijos de los vecinos de esta
Gobernación y de la del Paraguay se puedan graduar de bachilleres, licenciados,
doctores y maestros, dando para ello su Majestad licencia (...) para el bien
espiritual y eterno de españoles e indios”.
Por impulso de este
acto de munificencia, el regreso del Colegio se dispuso de inmediato y, ya en
febrero de 1614, se hallaba de nuevo en Córdoba. La donación fue ratificada por
el obispo en su testamento, otorgado en esta ciudad el 14 de diciembre de dicho
año; pero su muerte, ocurrida 10 días más tarde, impidió su cumplimiento
efectivo. El menoscabo que había sufrido su patrimonio hizo que los bienes que
dejó no alcanzaran a cubrir la cuarta parte de la cifra comprometida.
Pero el Colegio
estaba ya de regreso y contaba con medio centenar de alumnos, entre los que se
contaban, además de los seglares, los del Seminario de San Francisco Javier,
fundado por el mismo Trejo en 1613, y los del Noviciado jesuítico, antes
mencionado, instituciones que no deben confundirse con el Colegio Máximo.
Grados académicos.
Restaba aún el otorgamiento de grados académicos –que es lo que define a una
universidad, como bien dice la
Real Academia –, que requería la autorización del rey y del
Sumo Pontífice.
El 12 de agosto de
1620, don Felipe III concedió la suya y el 8 de agosto de 1621, el papa
Gregorio XV hizo lo propio mediante el breve In Supereminenti, que llegó a
Córdoba en 1622, acompañado del correspondiente pase real, fechado el 2 de
febrero de dicho año.
La oposición de los
dominicos, que aspiraban a obtener la misma autorización, fue superada mediante
una iniciativa de los estudiantes, que designaron a cuatro de ellos para
levantar una sumaria información destinada a acreditar la calidad de los
estudios.
Don Luis de Tejeda y
Guzmán –el primer poeta argentino–, don Manuel Luis de Cabrera, Adrián Cornejo
y Pedro Bustos de Albornoz se presentaron ante la Vicaría foránea en
representación de todos sus compañeros. Los testigos presentados, muchos de
ellos antiguos estudiantes de universidades europeas, coincidieron en afirmar
que los estudios tenían un alto nivel de excelencia y que a los exámenes los
hacían “con mucho rigor y mayor que en muchas universidades de España (...) con
mucha satisfacción de su facultad y admiración de todos”.
Aceptada la probanza,
al año siguiente los primeros egresados recibían sus grados de manos del obispo
Julián de Cortázar, en una solemne ceremonia que tuvo lugar en la ciudad de
Talavera del Esteco, hoy desaparecida. La facultad otorgada por Gregorio XV se
extendía por espacio de sólo 10 años. Vencidos estos, en 1634 Urbano VIII
expidió un nuevo breve que la extendía sin límite de tiempo.
Creación y cambio
nominal.
De lo dicho se
desprende que la
Universidad adquirió el carácter de tal en 1623, cuando
comenzó a ejercer la facultad de conceder grados. Nació así la real y
pontificia Universitas Cordubensis Tucumanae , que así fue llamada a partir de
dicha fecha.
Sobran los documentos
que así lo demuestran. En 1664, al iniciar Andrés de Rada sus célebres
Constituciones –que sustituyeron a las del Pedro de Oñate, de 1630–,
consignaba: “Tiene esta Universidad por titular a San Ignacio de Loyola”. Y don
Felipe IV, en una Real Cédula del 1° de abril del mismo año de 1664, afirmaba
que “en la Ciudad
de Córdova de la Provincia
del Tucumán hay Universidad fundada con licencia mía”.
De allí que negar la
existencia de la
Universidad antes de 1800, como algún autor ha hecho, es
negar la evidencia, aceptada por los propios monarcas. Lo que hizo Carlos IV el
1° de diciembre de dicho año fue elevarla a la categoría de Universidad Mayor,
bajo el nombre de San Carlos y Nuestra Señora de Monserrat.
El cambio fue sólo
nominal, ya que la enseñanza se continuó impartiendo de la misma manera y en el
mismo lugar que hasta entonces se venía haciendo y regenteada por los mismos
franciscanos, que habían sustituido a los jesuitas luego de su expulsión, en
1767. Recién el 11 de enero de 1808 el claustro, ahora en manos del clero
secular, eligió sus nuevas autoridades.
También es inexacta
la afirmación de que hasta esa fecha sólo se graduaban los sacerdotes. Una
pléyade de maestros, bachilleres y licenciados que no lo eran constituyen el
mentís más rotundo. La única restricción era el doctorado en Teología, que sí
exigía el orden sagrado, requisito eliminado en 1784 por la reforma del obispo
San Alberto.
En síntesis,
conmemoremos el año próximo los cuatro siglos de aquel acto de generosidad del
ilustre obispo criollo, figura prócer en los anales de nuestra historia, pero
dejando debidamente aclarado que no debe confundirse con la fundación de la Universidad , que todos
los argentinos celebraremos entusiastas dentro de 10 años.