Por Salvatore
Martinez*
Quisiera comenzar con
dos afirmaciones preliminares de principio.
-La Iglesia no es, ni podría
transformarse nunca en un sujeto político. Como afirma el santo padre Benedicto
XVI “perdería su independencia y autoridad morales identificándose con una
única vía política y con posturas parciales y opinables”.
-La Iglesia no está llamada a
la formación de partidos: se transformaría en una religión civil. La Comunidad cristiana, sin
embargo, está llamada a formar en Cristo hombres nuevos, capaces de hacer nueva
incluso la política; hombres y mujeres de corazón nuevo, capaces de hacer nuevo
el corazón de las instituciones políticas.
Si el “Verbo se hizo
carne”, esta “ley del amor” sirve también para la política e influye también en
la conciencia de los laicos cristianos; nos empuja a afirmar de nuevo nuestra
fe en los contextos sociales en los que Cristo no está, se ha descuidado o se
ofende.
Por lo demás, el papa
Benedicto XVI es muy explícito: “No hay ningún ordenamiento estatal justo que
pueda hacer superfluo el servicio del amor. Quien quiere desentenderse del amor
se dispone a desentenderse del hombre en cuanto a hombre”.
Por tanto, la
construcción de la civilización del amor nos interpela. Nos incumbe a nosotros
poner en el contexto y los sufrimientos del mundo de los hombres y de las
instituciones la semilla de la vida nueva, de un nuevo amor de Dios que “se
revela en la responsabilidad por el otro”.
Nos corresponde a
nosotros discernir lo que hemos de hacer y como debemos hacerlo para que el
mensaje social de la Iglesia ,
su Doctrina Social, no se devalúe o sea ignorado, en primer lugar en la
formación de muchos cristianos. Tenemos, en la Doctrina Social de
la Iglesia ,
un punto de referencia unitario de juicio sobre la realidad social, un
pensamiento que conjuga fe y razón en virtud de la verdad que contiene.
Es imprescindible la
nueva evangelización de la política, para liberar nuestro tiempo del espíritu
del error que, con el poder del engaño, está cambiando la medida divina del
hombre y su destino eterno, multiplicando sin descanso las estructuras de
pecado.
Veo dos grandes retos
de fondo en el compromiso de los católicos en la política.
-El primer reto de la
nueva evangelización de la política es impedir que sea marginada nuestra fe
cristiana en la vida pública de las naciones. Como recordó Benedicto XVI, “la Iglesia no tiene
soluciones técnicas que ofrecer” y no pretende “entrometerse en las políticas
de los Estados”. “Comunidad Eclesial” y “Comunidad Política” son realidades
distintas, con representaciones diversas, pero que deben volver a dialogar.
Nosotros podemos conseguir que este diálogo, si ha sido interrumpido, se restablezca
y sea fecundo, creíble, que vuelva a poner al hombre en el centro, en una
sociedad a medida del mismo, para conseguir un desarrollo humano integral. No
podemos permitir que nuestra laicidad cristiana se calle, que sea relegada a la
esfera privada. San Agustín nos advirtió: “No reduzcáis el Evangelio a una
verdad privada para no ser privados del mismo”. Es inaceptable que, en muchas
naciones “los creyentes deban suprimir una parte de sí mismos --su fe- para ser
ciudadanos activos”. No debería ser necesario renegar de Dios para poder
disfrutar nuestros propios derechos; todavía más grave es “¡Dar a César lo que
es de Dios!”.
-El segundo reto de
la nueva evangelización de la política se da en el aspecto económico y
mercantil de la globalización. Estimulando el consumismo irracional se pone en
el centro el aspecto material del hombre, prejuzgando así la apertura del
hombre mismo a la trascendencia, a Dios. Se querría un “cristianismo
utilitario” que sirva para resolver los problemas materiales del hombre, reduciendo
el aspecto salvífico de nuestra fe a un puro humanismo, a una filantropía atea.
Dios, confinado al más allá, y el hombre reducido a la insignificancia. El
actual escenario de la historia, como bien sabemos, es de profunda crisis, una
crisis planetaria que, antes que nada, es una “crisis espiritual”. La crisis
económica y política de nuestros días es la consecuencia de la crisis
espiritual que está atravesando la vida de los hombres, incluso de muchos
creyentes. He aquí porque tenemos el deber de pensar en una nueva
evangelización de los estilos de vida y de las instituciones que rigen el
destino de los hombres y de los pueblos. El siervo de Dios Pablo VI negaba el
concepto de esta manera: “Es indispensable alcanzar y casi trastornar, mediante
la fuerza del Evangelio, los criterios de juicio, los valores determinantes,
los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y
los modelos de vida de la humanidad, que contrastan con la palabra de Dios y
con el diseño de salvación”.
Desde hace casi tres
años, regularmente, el papa Benedicto XVI pide nuevas generaciones de católicos
comprometidos con la política: “Afirmo la necesidad y la urgencia de la
formación evangélica y del acompañamiento pastoral de una nueva generación de
católicos comprometidos en la política, que sean coherentes con la fe
profesada, que tengan rigor moral, capacidad de juicio cultural, competencia
profesional y pasión de servicio por el bien común”. Son “cinco”, según el
pontífice, las virtudes, las actitudes indispensables necesarias y que hay que
fomentar en los que quieren dedicarse a la realización del “bien común”
mediante el compromiso político:
-“Coherentes con la
fe profesada”, no con las ideas propias o con las de la opinión pública.
-“Rigor moral”,
porque no se puede minimizar la gravedad de la “cuestión moral”, incluso entre
los católicos.
-“Capacidad de juicio
cultural”, es decir de discernimiento, fruto de estudio, de meditación, de
capacidad de distinguir un bien individual del bien común.
-“Competencia
profesional”, porque la política es un arte, una vocación y no se improvisa.
-“Pasión de
servicio”, no por el honor personal o por el agradecimiento de unos pocos.
Cabe mencionar que el
Pontífice habla de “formación evangélica”, no de formación política. Por tanto,
es necesario volver al Evangelio. El beato Juan Pablo II, con un firme
discernimiento, sentenciaba: “No hay solución para la cuestión social fuera del
Evangelio”. Es el Evangelio la mejor escuela de laicidad posible para la humanidad,
porque nadie más que Jesús ha enseñado a los hombres el arte de vivir, para
decir con hechos cómo se ama, cómo se está de parte de la gente hasta dar la
vida por los propios amigos.
En conclusión,
considero que nunca habrá un tiempo más favorable que este para la nueva
evangelización, después del vacío producido por la caída de las grandes
ideologías. “El nuestro es un mundo que debe ser creado nuevamente con
confianza en el pensamiento cristiano”, afirmaba en el exilio, el gran
sacerdote y estadista, Luigi Sturzo.
Somos la primera
generación del primer siglo del tercer milenio. En nosotros recae una
responsabilidad tremenda, única: ¡introducir a Cristo en este nuevo milenio de
historia cristiana! Nos recuerda san Juan Crisóstomo: “Si eres cristiano es imposible
que no dejes tu huella en el mundo; si eres cristiano es imposible que no
produzcas efecto. Es contradictorio decir que un cristiano no puede hacer nada
por el mundo, así como lo sería si dijésemos que el sol no puede dar luz”.
Es necesaria más humildad
y más confianza en la acción del Espíritu Santo. En la época de recesión ¡no
está en recesión el Espíritu de Dios! El Espíritu no nos pide responder en la
intimidad de la fe ni con un entusiasmo desencarnado. Es nuestra
responsabilidad de fe que este mundo caótico sea ordenado por el Espíritu de
Dios y disponible a las auténticas necesidades del hombre.
Que nuestra oración y
nuestra sumisión a la voluntad de Dios nos den una nueva evangelización de la
sociedad y de la política, un nuevo Pentecostés de amor, el milagro de una
política nueva, de políticos nuevos.
* Salvatore Martinez
es presidente de la
Renovación en el Espíritu en Italia
Zenit