Newsletter n.344 2011-04-08
El mercado no va demonizado, va humanizado. La tesis de la “Disminución económica” según S. Latouche y la Doctrina Social de la Iglesia. Dos paradigmas que se confrontan.
Stefano Zamagni
La propuesta de la “feliz disminución económica” tiene un ilustre precedente: la teoría del estado estacionario elaborada primero por el gran filósofo y economista inglés J. S. Mill, a mitad del Ochocientos. Mill habló del “estado estacionario” para significar una situación en la cual la tasa de crecimiento neto de la economía es igual a cero. En seguida, otros economistas y pensadores han formulado hipótesis analógicas. Recuerdo, entre otros a Nicholas Georgescu Roegen y su programa de “bio economía” que avanzó en los años Setenta del siglo pasado. No se debe más que maravillarse si, de tanto en tanto, la preocupación por la sostenibilidad y el miedo al futuro impulsa estudiosos de diversas estratos culturales (Por ej., J. S. Mill que era un gran liberal) a llevar adelante propuestas como aquella de la “feliz disminución económica”.
La posición de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) se destaca y se diferencia de esta última, no tanto sobre el plan del diagnóstico – muchos puntos de los cuales, son compartidos y ahora aceptados por todos – sino sobre aquello de la terapia. Para permanecer en la metáfora médica, sería como decir: existe un serio mal, en lugar de buscar curarlo de raíz – como es ciertamente posible, también es difícil – se renuncia a la eutanasia del paciente (más o menos lenta).
¿Por qué la Doctrina Social de la Iglesia no acepta la tesis de la Disminución Económica? La DSI no acepta – ni podría hacerlo – una prospectiva tal del discurso. Veamos por qué. Primero, va precisado que el concepto de desarrollo tiene poco de compartir con aquel de crecimiento económico. Etimológicamente, desarrollo significa “liberación de los ovillos”, esto es de los vínculos que limitan la libertad de la persona y de las agregaciones sociales en las cuales ella se exprime. Esta noción de desarrollo viene plenamente formulada en la época del humanismo civil y decisivo(siglo XV); a tal mirada, fue la contribuyó la Escuela de Pensamiento Franciscana: buscar las vías del desarrollo significa amar la libertad.
Tres son las dimensiones del desarrollo humano, tantas cuanto son las dimensiones de la libertad: la dimensión cuantitativo-material, que corresponde la libertad para; aquella socio-relacional, a la que corresponde la libertad de; aquella espiritual, a la que corresponde la libertad para. No está dicho que eliminando el crecimiento económico (cuantitativo) se tenga más desarrollo (cualitativo). En las condiciones actuales, es verdad que la dimensión cuantitativo-material hace agio sobre las otras dos, pero esto no legitima de hecho la conclusión que reduciendo (o anulando) el crecimiento económico– que hace referencia precisamente a la dimensión cuantitativa-material – se favorezca el avance de las otras dos dimensiones. En efecto, se puede demostrar – pero no es esta la sede – que es verdad lo contrario.
Aquí el porqué la DSI (y en manera especial la Caritas in Veritate, CV) habla de desarrollo humano integral, de un desarrollo, esto es, que debe tener en armónico y mutuo balance las tres dimensiones de cuales se habló ya. Esto se realiza a través de una mutación de la composición – y ya no del nivel – de la cesta de los bienes de consumo: menos bienes materiales, más bien relacionales y más bien inmateriales. ¿Es posible esto? Cierto que lo es, como la vena de estudios de la economía civil que desde hace tiempos está demostrando.
No la disminución económica sino la Economía civil El antídoto al actual modelo consumista – desde siempre condenada por la DSI – no es la disminución económica, sino más bien la economía civil – un programa de investigación y de pensamiento típicamente italiano que fue dominante en Europa hasta la mitad del Setecientos, y a continuación fue obnubilado por el programa de investigación de la economía política. Se notan las diferencias: mientras la economía civil tiene como finalidad el bien común, la economía política se encamina al bien total. Allá donde esta última retiene poder resolver los problemas de la esfera económico-social apoyándose sobre los principios del cambio de equivalentes y de redistribuciones por obra del Estado, la economía civil agrega a estos dos principios aquel de la reciprocidad, que es el precipitado práctico de la fraternidad.
La gran novedad de la CV esta en haber restituido a la fraternidad ( cfr. el cap. III) el roll central en la esfera de lo económico que la Revolución francesa y el utilitarismo de Bentham habían cancelado completamente. Es por esto que la CV está recibiendo atención y consensos nunca registrados en precedencia de una encíclica un poco en todas partes, a partir de Norte América. El mercado no va demonizado, va humanizado. Por paradójico que esto pueda ser, la tesis de la disminución económica se limita a poner el signo menos al paradigma de la economía política, pero no constituye la superación: es por este motivo que no se puede retener resolutiva de los tantos y graves problemas que afligen nuestras sociedades. Si se continua a demonizar el mercado, esto resulta de verdad un inferno.
El desafío en cambio es aquel de su humanización. La DSI nunca podrá aceptar regresiones de tipo: quien cultiva la concepción del tiempo como kairos, y ya no como cronos, sabe que las dificultades se superan mutando las prospectivas de observación acerca de la realidad – como nos recuerda la célebre frase de San Francisco – y no con acciones que reportarían atrás las manos de la historia. Si se puede entender la tentación del retorno “a la antigua”, no la puede cierto justificar quien – como la DSI – acoge en pleno una antropología personalista que, mientras refuta el individualismo, no puede abrazar el banco opuesto, aquel del comunitarismo. En ambos casos, el éxito final sería infantil el niquilismo.
Queda por augurarse que aquellos que, de buena fe, se inclinan por la feliz disminución económica lleguen a comprender el punto aquí dilucidado, y que sea pronto.