Rubén Revello
*Sacerdote. Director del Instituto de Bioética,
Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Católica Argentina (UCA).
Perfil, 25-2-18
Como estudiante de Medicina, varias veces mis maestros
me repetían: “Cuando estén tratando a una paciente embarazada, recuerden
siempre que no están cuidando la vida de una paciente, sino de dos: la madre y
el niño”. Esta verdad evidente aún hoy se aplica, dos pacientes, dos personas,
dos seres humanos que el médico se comprometió a cuidar y curar, según su buen
saber y entender.
Esto no es una moda circunstancial o la influencia del
pensamiento religioso, como algunos pretenden
señalar a fin de evitar la respuesta que aniquila el argumento en favor
del aborto; esa postura surge del ámbito de la medicina, propuesta por los
primeros médicos modernos en el s. V antes de Cristo. Hipócrates, el padre de
la medicina, al formular su juramento, código fundamental del arte médico,
específicamente, señala ese compromiso, “No daré a nadie, aunque me lo pida,
ningún fármaco letal, ni haré semejante sugerencia. Igualmente tampoco
proporcionaré a mujer alguna un pesario abortivo”.
El juramento hipocrático actualizado en la Convención
de Ginebra conserva esa visión: “Mantendré el máximo respeto por la vida humana
desde el momento de la concepción; no usaré mis conocimientos médicos en contra
de las leyes de humanidad, incluso bajo amenaza”.
Los argumentos en favor del aborto irrestricto hasta
la semana 14 solo consideran los deseos de una parte e ignoran los derechos
fundamentales de la otra. Cuando “deseo” tiene el mismo rango argumentativo que
“derechos fundamentales” todo el edificio de los derechos humanos tiembla.
El falso argumento en favor del llamado “derecho a
decidir” nada dice del derecho a decidir de la mujer/varón que está siendo
gestado y le niegan la continuidad de su existencia. La ideología favorable al
aborto podrá tratar de instalar la idea de que solo existe una persona –la que
pide el aborto– pero el dato científico duro, la biología, la embriología, la
praxis médica milenaria, la deontología médica, así como las ciencias humanas
como el derecho, la filosofía y la antropología, demuestran que esa postura es
falsa.
Nadie puede decidir quién vive y quién no tiene
derecho a seguir viviendo, este es el derecho humano fundamental a partir del
cual todo el resto de la estructura de DD.HH. toma forma.
Estos argumentos nada tienen de religiosos, son hechos
que cualquier persona puede corroborar y, por lo tanto, tienen la fuerza de la
realidad. En este debate, ignorar la realidad no parece ser un camino propio de
la dignidad humana, sobre todo en temas que afectan la vida y la muerte de las
personas.
Al comienzo señalé: “Estamos ante dos pacientes”, a
esa situación quiero referirme ahora: la madre-paciente. Todos coincidimos en
que el índice de muertes perinatales debe descender drásticamente, no puede
haber más riesgo de muertes por maternidad.
Pero los números que se argumentan ocultan que la
mayor parte de esas lamentables muertes son causadas por la pobreza y la
marginación social, la falta de acceso a controles de embarazo, la falta de
alimentación, de medicamentos e instrucción adecuada y el abandono de la mujer
embarazada a su propia suerte.
Quien aborta tiene que tener otras opciones, porque a
quien es abortado se le niega cualquier opción. Exploremos las condiciones
favorables a la vida de ambas.