Nuevo totalitarismo y
católicos distraídos.
Observatorio Cardenal Van Thuan, 10 marzo 2017
La aprobación definitiva en Francia de la ley que
penalizará a quien intente, a través de internet, disuadir a las mujeres de
abortar es un nuevo signo de que el umbral del totalitarismo ha sido superado.
Este umbral ha sido superado cuando el Estado no sólo permite el mal, sino que
obliga a hacerlo y considera un crimen hacer el bien; cuando no sólo admite por
ley desviaciones del derecho natural sino que las impone, obligando a un
derecho innatural; y cuando se convierten en no negociables los principios
contrarios a los no negociables.
Todos ven que este umbral ha sido ya superado en muchos
casos. Ha sido superado cuando, por ejemplo, el Tribunal Supremo de los Estados
Unidos obligó a todos los estados federales a aceptar por ley el matrimonio
entre personas homosexuales. O cuando el Parlamento francés aprobó la ley
Taubira acerca del “matrimonio para todos” sin conceder la objeción de
conciencia a los alcaldes. Lo hemos visto cuando en Italia se aprobó la ley
Cirinnà sobre las uniones civiles. A partir de este momento, de hecho,
cualquier política familiar beneficia siempre a las uniones civiles. El
resultado es, por consiguiente, que ninguna administración pública puede
eximirse de hacer el mal: todas están obligadas a hacerlo. En Italia ha sido
recientemente obligada cuando el Hospital San Camilo de Roma convocó unas
oposiciones sólo para médicos abortistas.
Hace tiempo que hemos emprendido este camino. En la
historia las cosas pueden cambiar. Pero esto no nos exime de valorar las
tendencias en marcha que, desde este punto de vista, son muy preocupantes.
Admitamos que se aprueban las proyectos de ley que se han presentado en el
Parlamento italiano. El resultado sería un Estado que impone hacer el mal: a
los periodistas, los docentes, los funcionarios, los médicos, los
farmacéuticos, al personal sanitario… Pensemos, por ejemplo, en el proyecto de
ley sobre la eutanasia actualmente en discusión en el Parlamento italiano. El
médico estaría obligado a respetar las disposiciones anticipadas de tratamiento
del paciente aunque éste, entretanto, haya cambiado de idea o él mismo, el
médico, sea éticamente contrario. Estaremos obligados a matar, a deseducar a
nuestros jóvenes en las escuelas, a presentar automáticamente la homosexualidad
como algo normal.
Estaremos obligados. Nos obligarán nuestro Estado, la
Unión Europea y los organismos internacionales. Hace unos días el Parlamento
europeo solicitó aumentar la financiación del aborto en el mundo para compensar
los cortes de la nueva administración americana.
Miremos a nuestro alrededor: no hay una gran toma de
conciencia de la situación. ¿Verdaderamente creemos que se puede afrontar esta
situación sólo con el diálogo? No sabemos si habrá diálogo y cuál será el nivel
más allá del cual los católicos dirán que “no”y se eximirán del mismo. ¿Qué
umbral hay que superar para que se diga “no” al Estado o “no” a Europa?
Muchos se preguntan qué hacer. Ciertamente lo primero
que hay que hacer es volver a lo que se debería haber hecho: comprometerse y
luchar por los principios no negociables. Tras el “caso San Camilo” mencionado
antes, la actitud general de los católicos ha sido protestar porque de este
modo “se desnaturaliza la ley 194”. Así, los católicos han actuado como
defensores de la ley que permite el aborto. Hace mucho tiempo que los católicos
han dejado de luchar contra esta ley y ahora son sus paladines. Es la lógica
del mal menor que pasa factura. Los católicos han cesado también de luchar
contra la alteración de la ley 40 sobre la fecundación asistida. Lo mismo para
la ley Cirinnà. Pues bien, lo primero que hay que hacer es empezar de nuevo a
luchar.
Además de estar “dentro” combatiendo, los católicos
deberían también empezar a pensar en construir botes salvavidas y arcas de Noé.
Iniciativas y obras -sobre todo escuelas lo primero- libres porque viven fuera
del ámbito del Estado. Como hicieron después de la Unidad de Italia, pero con
formas nuevas. Si la obligación de hacer el mal se convierte en institucional,
es necesario salir lo más posible de las instituciones.
Stefano Fontana