Guerra cultural contemporánea, familia y vida
Por Juan Carlos Monedero (h)
sábado, 29 de abril de 2017
Estamos aquí para hacer el homenaje de una gran persona, a quien tuvimos
la dicha de conocer. Lo vamos a recordar como sacerdote, combatiente de la
palabra, defensor de la cultura de la vida. Y, finalmente, como hijo doliente
de la Iglesia, a la que sirvió hasta el final de sus días con su tarea
apostólica, tanto oral como escrita, a través de libros, conferencias,
artículos.
Nacido el 16 de septiembre de 1947, el padre Juan
Claudio es ordenado sacerdote en el año 1972, por la prelatura del Opus Dei.
Tenía casi 25 años. Estudioso de la doctrina y eficaz comunicador de la misma,
su obra apostólica –tanto escrita como oral– refleja el pensamiento propio del
doctor católico, observación que –en el momento presente de la Iglesia–
conviene no tener por redundante. En efecto, mientras muchos teólogos piensan
la Revelación a partir de las categorías de la filosofía moderna e inmanentista
–que sostiene que el conocimiento de la realidad es imposible–, el padre Juan
Claudio, que no desconocía estas infiltraciones, seguía creyendo, pensando,
meditando y amando las verdades de siempre, que le vinieron por la tradición.
Una tradición que se preocupa por la fidelidad y no por las novedades, de
suerte tal que si personajes como Boff, Kung y Kasper se apoyaban en las
falacias propias del idealismo, el padre Juan Claudio encontraría en San
Agustín y Santo Tomás de Aquino su sostén y su inspiración.
Estos temas tan arduos fueron profundizados por el
padre –era doctor en Teología, por la Universidad de Navarra–, colocándose en
una situación y una circunstancia donde no podía, honestamente, callar. Y no
calló. Al contrario, puso todo su conocimiento, erudición y competencia al
servicio de la verdad, el bien y la belleza; y por eso es que fue, también, un
combatiente de la palabra. Y así queremos recordarlo: no fue un sacerdote que
hablase de generalidades. No tocó esos temas que a nadie le importan (los
típicos y desabridos asuntos que no generan ni fuertes adhesiones ni enérgicos
rechazos). Al contrario, se ocupó de lo que está en primer lugar de la agenda
cultural, con perfecta conciencia de las dificultades que esta empresa
seguramente iba a traer. Y que trajo.
Acompañado por la Licenciada Mónica del Río, directora
del boletín Notivida, el padre Juan Claudio fundó en 1998 el portal Noticias
Globales, cuya difusión superaría los límites de nuestro país para llegar a
toda Hispanoamérica. Desde este portal, supo proveer un material enorme de
investigaciones sobre políticas relacionadas con la vida humana y la familia –a
nivel nacional e internacional– a todo aquel que estuviese interesado,
enriqueciéndolo y capacitándolo. En el año 2001, se convirtió en editor de
Notivida, espacio que continúa abordando estos mismos asuntos, con un
seguimiento legal de la situación en la Argentina. Desde Noticias Globales, el
padre escribió numerosos artículos –todos los cuales pueden, todavía,
consultarse– donde denunció con toda claridad a los artífices de la
contracultura, cómplices de mortíferas prácticas como el aborto, la
anticoncepción y la eutanasia. Así, por ejemplo, el 28 de julio del 2014 sacó a
la luz un artículo titulado Bill Gates: aborto a control remoto. El 15 de marzo
del 2015, identificó con toda claridad las casi 400 empresas que –a lo largo y
ancho de todo el mundo– financian la propaganda homosexualista, entre ellas
Facebook, Apple, Google, Amazon, Microsoft, HSBC, Twitter, American Express,
JPMorgan, Walt Disney, etc.
En otra ocasión, se ocupó de las acciones de dos
instituciones educativas, en Estados Unidos y en Suecia respectivamente, contra
dos profesores que se oponían a las prácticas abortivas.
Puertas adentro de la Iglesia tampoco se hizo el
distraído, oficio bastante cómodo para ciertos laicos y sacerdotes con
excelente formación. Por ejemplo, el 14 de mayo del 2014 escribió un artículo
titulado Kasper siembra confusión. El 7 de septiembre del mismo año, cuestionó
la actitud del arzobispo de Nueva York –el Cardenal Dolan– quien públicamente
sostuvo no tener “ningún problema” con que personas identificadas pública y
notoriamente con el homosexualismo ideológico participaran activa y
visiblemente en el desfile en honor a San Patricio. En el año 2012, Noticias
Globales advirtió de las maniobras del pseudo teólogo Hans Kung, quien buscaba
premiar a una agrupación de superioras religiosas, que casualmente era la misma
que había sido intervenida por la Santa Sede en el año 2012 a causa de sus
desvaríos doctrinales. Kung premia el error y la confusión, muchísimos
aplauden, otros que saben que eso es malo callan, pero el padre Juan Claudio no
calló.
Su labor apostólica no fue, sin embargo, sólo denuncia
del mal sino también promoción del bien. En febrero del 2015, el padre Juan
Claudio concedió un amplio espacio al prólogo que el cardenal Robert Sarah
hiciera del libro Género, una cuestión política y cultural, donde el prelado
sostiene: “estamos ante una revolución que busca revocar el orden de la
creación del hombre y la mujer, (este orden que) Dios manda desde el principio
en su designio de amor eterno”. Asimismo, numerosas de las valientes
declaraciones del cardenal Burke encontraron eco en el boletín del padre. Como
mérito a su enorme empeño y dedicación, el Papa Benedicto XVI le otorgó en el
año 2011 el título de Capellán de Su Santidad. Asimismo, colaboró en numerosos
organismos de la Santa Sede, especialmente en el Pontificio Consejo para la
Familia, disuelto hace poco por el Papa Francisco.
¿Cuáles fueron los temas que ocuparon principal
importancia en su testimonio? Seguramente, por los títulos que hemos repasado,
muchos de los oyentes se habrán dado cuenta. En concreto, no hay lugar a dudas
de que la inteligencia y voluntad del padre Juan Claudio se dirigió hacia el
hombre. Pero el abordaje del hombre –esto es, de nosotros mismos– no podía prescindir
de la doble luz de la sana razón, por un lado, y de la Revelación Sobrenatural,
por otro. El padre Juan Claudio supo aceptar un descubrimiento que cambiaría su
vida. Encontró la piedra de toque de la moderna civilización: el odio al
hombre, cristalizado en prácticas de muerte: aborto, eutanasia, anticoncepción,
eugenesia. También proyectos y artificios ideológicos –como el seudo matrimonio
igualitario– fueron objeto de su reflexión. Una reflexión que, como hemos
mostrado, se convirtió en denuncia y en alerta. En infinidad de ocasiones se
pronunció sobre la ideología de género, mentalidad que pretende reflejarse en
la cultura, la legislación, las costumbres y hasta en la forma de hablar.
¿Por qué decimos que el odio al hombre es la clave de
bóveda de este asunto? Porque el hombre naturalmente se ama a sí mismo. En
efecto, el suicidio es antinatural. Sin embargo, el siglo XX y XXI han
experimentado un crecimiento exponencial de la capacidad y del ingenio del
hombre para dar muerte, eclipsar la vida de sus semejantes o incluso la propia:
por la eutanasia, se mata a los enfermos y a los
ancianos;
por la anticoncepción, se bloquea el efecto natural de
las relaciones sexuales, que es la creación de la vida;
por el aborto, se destruye a un niño inocente e indefenso;
por la eugenesia, se descarta a los débiles;
finalmente, promoviendo la actividad sexual
antinatural, lo que fue pensado por Dios como algo fértil es convertido en algo
estéril.
Todos los
caminos conducen a lo mismo: bloquear, limitar, restringir o incluso lisa y
llanamente eliminar la vida –y vida humana–, esto es, eliminar al hombre. Odio
al hombre cuya magnitud abre las puertas a la consideración de un agente
diabólico. En efecto, como el demonio no puede nada contra Dios, dirige sus
fuerzas contra nosotros. Lo estamos viendo. Y el padre lo sabía: sabía que
detrás de estas prácticas, de esta propaganda, de estas medidas gubernamentales
y culturales, estaba el demonio. Por eso es que habitualmente recomendaba rezar
la Oración a San Miguel Arcángel.
A la luz de lo expuesto, el ejemplo del padre Juan
Claudio –sin dudas, fue un defensor de la cultura de la vida– convocó a muchos
en el pasado y debe convocarnos en el presente. Convocarnos a esta lid: luchar
por el hombre y por la vida, pero no por esa humanidad o fraternidad difusa de
la Ilustración. No. Somos convocados a la defensa del ser humano –nosotros
mismos– en cuanto Imago Dei, es decir, en cuanto somos seres temporales pero
portadores de principios eternos, capaces de relacionarnos con Dios como
personas, libres y amantes; defensores de la vida, sí, pero no de una vida
jamás definida o imprecisamente pensada sino de la vida que es participación de
esa Otra Vida que es Cristo mismo: Yo soy la Vida, según las palabras de Juan
14, 6.
El
padre dejó este mundo el 23 de diciembre del pasado año pero nos ha dejado
muchas cosas. En primer lugar, como se dijo, nos deja su ejemplo. Apoyó
numerosas causas que consideraba justas, emprendimientos concretos e
identificables, como el mencionado boletín Notivida y Noticias Globales. Pero
también sostuvo y promovió otros espacios, donde incluso fue numerosas veces
invitado a hablar, como el Círculo de Formación San Bernardo de Claraval.
En segundo lugar, nos deja su agudeza, su viveza
criolla si se permite la expresión. Era bueno pero no era ingenuo. Quienes lo
conocieron más de cerca aseguran que todo lo relativo al término género le
preocupaba, incluso antes de entrar en los detalles. Denunciaba la expresión
salud reproductiva o planificación familiar como equivalente al aborto. No era
cándido y no favorecía que la gente se engañase. Insistía en que los católicos
debíamos visualizarnos, no escondernos, sino que se nos vea a través de
acciones tan sencillas como, por ejemplo, una simple panfleteada, un ciclo de
conferencias. Teníamos que estar en la calle, no sólo escribir detrás de una
computadora –por bueno que sea el texto– sino estar en la realidad real. Con un
humor que también aleccionaba, solía quejarse de los católicos provida que
consideraban “muy fuertes” los carteles con imágenes muy claras sobre aborto. Y
en una ocasión llegó a decir que esos carteles permanecieron sólo en los
locales “cuyos dueños” eran “personas que realmente quieren dar la cara y que
no lo van a sacar aunque venga el obispo o el párroco a decirle: Sacalo”[1].
En tercer lugar, nos deja su última obra: ‘Poder
Global’, que merece un párrafo aparte. Ya hemos dicho que una constante de su
labor fue la denuncia de las instituciones –de alcance internacional– que
trabajan, coordinadamente, por imponer una nueva mentalidad. En efecto, tanto
desde las páginas de El desarrollo sustentable como de su último libro, el
padre Juan Claudio enumera prolijamente a incontables entidades que promueven y
financian lo que se conoce como cultura de la muerte. No es casual que la
promoción de estas prácticas esté ineludiblemente acompañada de campañas que
tienden a presentar la homosexualidad como algo natural. Y aquí tenemos que
detenernos un segundo, porque hay muchos que ven con claridad la maldad del
aborto pero no ven el desorden que supone ciertas conductas sexuales.
Como siempre, el asunto se comprende mejor si vamos a
los principios, los orígenes. En efecto, si el universo surge de un proceso
evolutivo darwinista –totalmente ciego y carente de fines– como sostienen los
modernos ideólogos, entonces no hay Dios. Si no hay Dios, tampoco hay ni puede
haber nada como un orden divino. No puede haber ni orden divino ni orden
natural; tampoco puede haber conducta sexual normal porque llamar “normal” a un
comportamiento implica reconocer una norma, una pauta, un límite, un orden.
Pero según los ideólogos no hay orden. Por tanto, la legitimidad de la conducta
homosexual se sigue con la misma lógica con que las piezas de un dominó se
golpean unas a otras. Una auténtica cadena de negaciones, que tiene su punto de
partida en la originaria negación del logos.
Ahora bien, si no hay Dios, ni hay orden, ni conducta
sexual normal, entonces todas las conductas sexuales son válidas y legítimas.
Pero, en este caso, ¿cómo juzgar los actos de violación? ¿Cómo juzgar la
pedofilia u otras aberraciones?
Para no quedar atrapados en este callejón sin salida,
tenemos que volver –es forzoso– al orden, tenemos que restaurar el logos en la
sociedad –esto es, restaurar a Cristo–, y la única manera de hacer eso es
practicando y viviendo alegremente la verdad. Hablar, hacer verdad, como decía
el querido padre Castellani. Y el ejemplo del padre Juan Claudio debe
impulsarnos a ello.
El padre Juan Claudio nos deja asimismo su ejemplo
como persona capaz de ejercitarse y capacitarse en este auténtico arte de dar a
conocer la verdad; cada uno desde su lugar y sus posibilidades, está obligado a
hacer lo que pueda: remover obstáculos, regalar un buen libro, promover buenos
ciclos de conferencias, aportar económicamente, difundir y defender a los
buenos intelectuales, colaborando activamente con las personas y estructuras
que –en el medio de numerosos obstáculos– están militando por estos ideales.
Doctrina, sí, pero no esterilidad sino doctrina unida
al poder de la acción. Decía el padre que “Tener la doctrina clara, y callarse
o hablar a media lengua, tratando de quedar bien, es una cobardía para salvar
el "buen nombre", y que todos te aplaudan..., cuando por el contrario
si todos me aplauden, tengo que desconfiar de estar siendo un buen cristiano”.
Doctrina unida a la acción, pero no a cualquier acción
como si todas valiesen lo mismo. Porque el padre no fue un activista
irresponsable sino prudente. Escritor, responsable de un blog, y conferencista,
fue autor de varios libros, artículos, ponencias; participó en numerosos
congresos, así como en reuniones nacionales e internacionales. Varias de sus
obras han sido traducidas y publicadas en otros países. No fue la espontaneidad
o del momento lo que sostuvo su magna tarea. Fue el compromiso sostenido en
sólidas razones, fue su capacitación continua, no un mero impulso de reacción
contra algo malo. Lo suyo no fue una acción precipitada sino una acción
prudente.
Su preocupación por la crisis de la Iglesia no era una
mera generalidad: ya hemos visto cómo el padre identificaba a los responsables,
con nombre y apellido. A diferencia de quienes temen descender a los detalles,
esquivando el bulto, el padre Juan Claudio decía a quien lo quería escuchar que
le preocupaba –y mucho– el tercermundismo, los abusos litúrgicos y por supuesto
el falso ecumenismo. El padre había aprendido y ya celebraba la misa
tridentina; sabemos también que autorizaba a los fieles a asistir a las misas celebradas
por los sacerdotes de la Fraternidad San Pío X, conocedor de que una liturgia
declarada válida por la máxima autoridad de la Iglesia no podía ser “abolida”
por el paso del tiempo, cualquiera fuese el pretexto.
Asimismo, el padre lamentaba la difusión de ese slogan
falaz según el cual “Tenemos que ser positivos” dado que en algunas ocasiones
eso implicaba no decir la verdad o al menos suavizar su proclamación. En ese
sentido, es pertinente recordar las palabras de Julieta Gabriela Lardies,
delegada por la Red Federal de Familias–Misiones, quien sostuvo recientemente:
“No querer confrontar cuando es obligatorio hacerlo es propio del alma que
–aunque reconozca intelectualmente la verdad– prefiere no arriesgarse en cuanto
a su testimonio, no sea que pierda amistades por decir lo verdadero. (Esta
actitud) Revela falta de esperanza, falta de confianza en la propia verdad,
falta de confianza en la fuerza demoledora de la verdad”.
La Providencia le permitió al padre conocer arquetipos
concretos. Entre ellos, Jerome Lejeune era un objeto de su admiración como
modelo provida: un hombre pobre que no buscó su propio beneficio, que perdió el
Nobel por oponerse al aborto, que vivió batallando entre múltiples
contradicciones. El padre repetía a quienes lo escuchaban que era precisamente
eso –la pobreza– lo que había que esperar en esta batalla. Se lo pierde todo,
se va a perder todo porque hoy en día quienes combaten contra las pretensiones
homicidas del Nuevo Orden Mundial son, de manera forzosa, políticamente incorrectos.
Así pensaba el padre, son sus palabras. Este hostigamiento no puede ser más
claro, a la luz de la reciente repercusión –en la provincia de Santa Fe– en
torno a una psicóloga de Grávida, que tuvo la decencia, el coraje y el heroísmo
de acompañar a una niña de 11 años, embarazada tras una violación, salvando así
la vida del hijo de la pequeña (la cual, engañada por grupos abortistas, creía
que la interrupción del embarazo no acabaría con la vida de su hijo). Es decir,
esta mujer no sumó a la injusticia de la violación otra injusticia –el aborto–
sino que atendió ambas vidas. Sin embargo, dado que la ideología genera una
fuerte cerrazón en las personas, los abortistas han desencadenado una feroz
campaña contra esta mujer, presionando al Colegio de Psicólogos de Santa Fe,
buscando –por todos los medios– que tenga lugar una sanción (cosa que ocurrió:
se le suspendió la matrícula alegando “faltas éticas”, tal como informa
recientemente el boletín Notivida). A Dios gracias, el niño ya nació pero la
discusión acaba de cobrar notoriedad mediática.
Es necesario decir, además, que el padre Juan Claudio
estaba muy preocupado por la situación de la Iglesia en este pontificado. A
través de innumerables conocidos –él se informaba directo, no a través de los
medios de comunicación– se enteró de que muchas iniciativas eclesiales en torno
al sostenimiento de la cultura de la vida –erigidas sobre todo en la época de
Juan Pablo II– están siendo desmanteladas, descabezadas. Por ejemplo: se cerró
el Pontificio Consejo de la Familia –como ya dijimos–, se le está quitando
importancia a la Academia para la vida, mientras que los nuevos responsables en
dichas áreas no tienen –habida cuenta sus antecedentes– la misma línea que los
anteriores. Sin dudas, el padre fue hijo doliente de la Iglesia, lejos de toda
obsecuencia, al mejor estilo de Santa Catalina de Sienta, cuya memoria
recordamos precisamente hoy.
Es mucho lo que pensaba, lo que escribió y lo que dijo
el padre Juan Claudio. Sin embargo, incluso ocupándose de estos temas, no se
desvinculó de su realidad familiar y doméstica; se interesaba mucho por su
familia, por su madre especialmente. A veces no la podía ver tan seguido como
hubiera querido, pero por testimonio de los allegados podemos decir que la
tenía siempre en mente, lo que se materializaba llamándola por teléfono. Este
mismo cuidado recomendaba a sus cercanos: “cuida a tu mamá, dedicale
tiempo...”. Asimismo, quienes más lo conocieron atestiguan que tenía un gran
corazón, que se plasmaba no sólo en los temas teóricos sino también en los
consejos propios del mundo afectivo y emocional. Era un sacerdote que dedicaba
tiempo a esas almas, un tiempo que a él no le sobraba. Son muchos los
testimonios de su generosidad: el padre se buscaba un lugar y un momento para
atender a todos. A pesar de que, en determinados momentos, pareciese distante y
“acorazado”, tenía un gran corazón. Y también un muy buen sentido del humor,
condición ineludible para librar este combate de proporciones realmente
históricas.
Su último libro vio la luz el mismo día de su partida.
Contiene la denuncia del mayor ataque que se concibió hasta ahora contra el
cristianismo, sobre todo contra la Iglesia Católica y la civilización
cristiana. Leamos un fragmento de mismo: “«Los falsos profetas y los falsos maestros
han logrado el mayor éxito posible»” dice el padre, citando a Juan Pablo II. Y
luego hizo suyas las palabras del Beato Pío IX: «seamos firmes: nada de
conciliación; nada de transacción vedada e imposible…». Su última obra es muy
clara y muy valiente: si estuviera vivo, creemos, le habrían hecho la vida
imposible. Quienes lo conocen cuentan que, en sus últimos días, la única
preocupación del padre Juan Claudio era que el libro saliera pronto.
Quiera Dios que podamos continuar la pelea que él libró, con lucidez,
coraje, prudencia, arrojo, osadía y generosidad. Muchas gracias.
(Palabras pronunciadas el 29 de abril del año 2017,
Festividad de Santa Catalina de Siena,
en la Biblioteca de la Manzana de las Luces)