in memoriam
Santiago MARTÍN, sacerdote
Como suele suceder, la muerte de alguien que ha sido
verdaderamente grande sirve para apreciar aún más sus valores. Así ha pasado
con la Madre Angélica.
No era una mujer cualquiera, ni una simple monja de
clausura. Ni tampoco era la fundadora de la primera cadena de televisión
católica mundial. Era una mujer, era una monja y era una fundadora -también
fundó un monasterio de clarisas y una congregación franciscana masculina-
porque era, antes que todo eso, otra cosa. Era una persona profundamente
enamorada de Dios. Quizá este aspecto, el de la intimidad de su alma, sea el
que pueda quedar oculto ante la grandeza de las c osas que hizo y por eso me
parece más importante destacarlo. Como escribió Saint-Exupery, “lo esencial es
invisible a los ojos”, pero eso “esencial” es lo que explica lo que los ojos
ven, del mismo modo que las invisibles raíces son las que permiten que existan
los ricos frutos de los árboles.
Tuve ocasión de conocer personalmente a la Madre
Angélica en los primeros tiempos de mi colaboración con EWTN, la cadena de
televisión que ella fundó. Ella me abrió las puertas de ese hogar suyo que era
el mundo entero, al cual llegaban las ondas de su emisora. Allí, en ese hogar
sin paredes, me encontré, me encontraron, muchos de los que después se
convertirían en amigos y en compañeros de esta aventura de fundar una obra de
Dios dedicada a amar y hacer amar al Amor.
La Madre Angélica, lo mismo que hizo
con otros, me permitió ofrecer la espiritualidad del agradecimiento a través de
su canal y el resultado es, en buena medida, consecuencia de eso. La presencia
de los Franciscanos de María en 38 países y con 700 comunidades o escuelas de
agradecimiento no hubiera sido posible, probablemente, si no hubiera existido
este instrumento que la Madre Angélica puso a mi disposición. Repito, no he
sido el único en beneficiarse de su catolicidad, de su apertura a todo lo que
era de Dios, pero al menos en mi caso el fruto ha sido muy abundante y es de
justicia hacerlo constar y agradecerlo.
Pero no sólo percibí en la Madre Angélica un gran amor
a la Iglesia, sino también y ante todo una gran confianza en Dios. No fue una
“manager” que hizo cálculos mercantiles y puso en marcha una obra de éxito
donde otros habían fracasado porque tuviera más medios, más inteligencia o más
contactos humanos. Fue una creyente que confiaba en Dios y echaba para
adelante, incluso cuando parecía que el camino se había terminado y sólo existía
el abismo.
Ella misma cuenta una experiencia muy significativa de los primeros
momentos de la fundación de EWTN. Había comprado el equipo que necesitaba para
poner en marcha la emisora y se había endeudado al máximo; los donativos habían
llegado pero no eran suficientes y el plazo para pagar se agotaba. Pasando por
uno de los pasillos de la emisora oyó un teléfono y se dio cuenta de que nadie
contestaba; aunque tenía prisa, se detuvo y respondió a la llamada; al otro
lado del teléfono había un hombre que quería hablar con ella; cuando se
identificó, le contó su historia. Se trataba de un millonario que, como tantos,
estaba hastiado de la vida y había decidido suicidarse, amargado por los
remordimientos y por el vacío que sentía; alguien le había dado un pequeño
folleto con unos pensamientos de la Madre Angélica y justo antes de quitarse la
vida empezó a leer esas sencillas páginas; entonces ocurrió el milagro y aquel
hombre entrevió otro tipo de vida y descubrió que esa vida, en la que él no era
el centro de todo, no sólo tenía sentido sino que merecía la pena. Renunció al
suicidio y se puso a buscar a la autora del folleto que le había salvado para
darle las gracias. Cuando la encontró, a través de aquella llamada telefónica,
contestada por casualidad en un pasillo vacío, le dijo que qué podía hacer para
agradecerle lo que había hecho por él. La Madre le respondió: mi emisora está a
punto de cerrar porque tengo una deuda por valor de tanto dinero y él,
inmediatamente, le envió lo que necesitaba.
La Madre Angélica fue alguien que amó a Dios y que
creyó en Dios. Cuando otros, incluso de la Iglesia, pensaron que había que
hacer medios de comunicación católicos que influyeran en la política, ella
apostó por unos medios que expusieran abiertamente el mensaje cristiano sin
ambigüedades, incluida la defensa de la vida. Cuando todos le decían que eso no
podría sobrevivir, ella confió en la Divina Providencia y siguió adelante. Amó
y creyó. Por eso triunfó. Un primer triunfo fue el canal que puso en marcha,
pero el más importante es el segundo, el que posiblemente ya ha obtenido: ser
admitida con los ángeles, con los santos, con la Virgen, en el cielo.