se hizo así. Palabras de dos
cardenales
BY SANDRO
MAGISTER / ON 7 ABRIL, 2016
InfoVaticana
Son Baldisseri y Schönborn, a quienes el papa
Francisco eligió para presentar como le gusta a él la exhortación post-sinodal.
Ya han dicho lo que piensan. El primero en una carta, el segundo en una
entrevista
“Unidad
doctrinal en la pluralidad pastoral”. Éste es el “auténtico espíritu” de la
exhortación post-sinodal “Amoris lætitia” que se hará pública mañana, según lo
que ha sido anticipado por el diario “Avvenire”, propiedad de la Conferencia
Episcopal Italiana.
La fórmula es muy elástica, y será curioso ver cómo se
concretizará en los 325 parágrafos del kilométrico documento y sobre todo en la
praxis multiforme que se desarrollará en el conjunto de la Iglesia mundial.
Para proporcionar la clave de lectura oficial de la
exhortación, el papa Francisco ha elegido a dos cardenales: el secretario
general del sínodo, Lorenzo Baldisseri, y el arzobispo de Viena, Christoph
Schönborn (en la foto), uno y otro partidarios de una praxis pastoral nueva en
los puntos más controvertidos, en particular en la comunión a los divorciados
que se han vuelto a casar.
Baldisseri ha apoyado este cambio de orientación en la
carta que envió días pasados a los obispos de todo el mundo, una carta de dos
páginas cuyo texto fue difundido en su casi totalidad el 2 de abril por ACI
Stampa:
Verso “Amoris
lætitia”, le indicazioni ai vescovi
En ella él dice entre otras cosas:
“El problema no es el de cambiar la doctrina, sino de
inculturar los principales generales, a fin que puedan ser comprendidos y
practicados. Nuestro lenguaje debe animar y convalidar cada paso de cada
familia real”.
Y también:
“Es necesario recontextualizar la doctrina al servicio
de la misión pastoral de la Iglesia. La doctrina es interpretada en relación al
núcleo del kerygma cristiano y a la luz del contexto pastoral en el que se
aplicará, recordando siempre que la ‘suprema lex’ debe ser la ‘salus
animarum’”.
Ésta es la renovación – explica Baldisseri en la carta
– que Francisco solicita incesantemente, cuando insiste sobre la necesidad de
un “discernimiento ignaciano”, de una “mentalidad dialógica”, de un pensamiento
deliberadamente “incompleto” para dar espacio al otro.
El cardenal Schönborn, por el contrario, ha estado en
silencio en la vigilia de la publicación de la “Amoris lætitia”. Pero su
pensamiento es conocido y lo ha expresado muchas veces, en el arco del período
sinodal.
La exposición más elaborada y “autorizada” está en la
entrevista que el cardenal ha dado a “La Civiltà Cattolica”, publicada el 26 de
setiembre del 2015, llevada a cabo por el padre padre Antonio Spadaro, director
de la revista e íntimo del papa Francisco.
El texto íntegro de la entrevista está entre los pocos
artículos que “La Civiltà Cattolica” permite leer on line también a los no
abonados, signo del rol de guía que le atribuye:
Matrimonio e conversione pastorale. Intervista al
cardinale Schönborn
A continuación se reproduce y traduce en varios
idiomas el pasaje en el que Schönborn afronta la cuestión de la comunión de los
divorciados que se han vuelto a casar.
Su argumentación en apoyo de un cambio en la praxis
pastoral es amplia y articulada. Schönborn, que pertenece a la Orden de los
Dominicos, se hace fuerte no sólo por su competencia teológica sino también por
su experiencia de hijo de padres divorciados que se han vuelto a casar.
Él también insiste en la salvaguardia de la doctrina,
pero sin excluir decisiones pastorales que admiten a la comunión a quienes
hasta hoy están impedidos.
En un cierto punto dice efectivamente:
“Hay también situaciones en las que el sacerdote, como
acompañante que conoce a las personas en el fuero interno, puede llegar a
decir: ‘Vuestra situación es tal que, en conciencia, en vuestra conciencia y en
la mía de pastor, veo el lugar de ustedes en la vida sacramental de la
Iglesia’”.
Más adelante, en la entrevista, Schönborn apoya una
nueva aproximación también sobre la cuestión de la homosexualidad, diciendo
entre otras cosas, respecto a las convivencias entre personas del mismo sexo:
“El juicio sobre los actos homosexuales como tales es
necesario, ¡pero la Iglesia no debe mirar primero al dormitorio, sino al
comedor! Es necesario acompañar”.
Pero volvamos a los divorciados que se han vuelto a
casar. Desde mañana todos podrán verificar cuántas de estas posiciones del
cardenal se encuentran en la exhortación del papa Francisco.
“Hay situaciones en las que el sacerdote puede llegar
a decir…”
por Christoph Schönborn
[…] P. – Por un lado es necesario y es justo tener
criterios objetivos, tenemos necesidad de ellos, pero por otro lado esos
criterios no agotan toda la realidad…
R. – Pongo un ejemplo muy simple que se refiere a un
hombre y a una mujer. Su primer matrimonio fue civil, porque él ya estaba
divorciado, por eso ellos se casan por civil. Este matrimonio fracasó y se
separan. La mujer contrae un segundo matrimonio. En este caso, el esposo no se
había casado por Iglesia y ella se había casado solamente por civil. Por eso
pudieron celebrar sacramentalmente el matrimonio. Objetivamente es justificable
y es correcto. ¿Pero qué habría sucedido si el primer esposo de la mujer no se
hubiera divorciado? Si fue religioso el primer matrimonio, el cual fracasó por
distintos motivos y ha llevado a una segunda unión, ésta sería irregular.
Esto debe hacernos dóciles al orden objetivo, pero
también atentos a la complejidad de la vida. Hay casos en los que sólo en una
segunda o también en una tercera unión las personas descubren realmente la fe.
Conozco una persona que siendo muy joven vivió un primer matrimonio religioso,
aparentemente sin fe. Este matrimonio fracasó, y a él le siguió un segundo y
luego también un tercer matrimonio civil. Sólo ahora, por primera vez, esta
persona ha descubierto la fe y se ha convertido en creyente. En consecuencia,
no se trata de poner aparte los criterios objetivos, sino que en el
acompañamiento debo estar junto a la persona en su camino.
P. – ¿Entonces que se puede hacer estas
circunstancias?
R. – Los criterios objetivos nos dicen claramente que
una persona, todavía unida por un matrimonio sacramental, no podrá participar
en forma plena en la vida sacramental de la Iglesia. Subjetivamente, ella vive
esta situación como una conversión, como un verdadero descubrimiento en la
propia vida, al punto que se podría decir, de alguna manera – en forma
diferente pero análoga al “privilegio paulino” –, que por el bien de la fe se
puede dar un paso que va más allá de lo que diría objetivamente la regla.
Pienso que nos encontramos frente a un elemento que tendrá mucha importancia
durante el próximo sínodo. En este sentido, no oculto que yo había quedado
conmovido por el hecho que un modo de argumentar puramente formal maneje el
hacha de lo “intrinsece malum”, es decir, del acto considerado siempre
moralmente malo, independientemente de las intenciones y de las circunstancias.
P. – Usted está tocando un punto muy importante.
¿Podría profundizarlo? Cuál es el problema vinculado a lo que se define
“intrinsece malum”?
R. – En la práctica se excluye toda referencia al
argumento de conveniencia que, para santo Tomás [de Aquino], es siempre un modo
de expresar prudencia. No es ni utilitarismo ni un pragmatismo fácil, sino un
modo de expresar un sentido de justicia, de conveniencia, de armonía. Sobre la
cuestión del divorcio, esta figura argumentativa ha sido sistemáticamente
excluida por nuestros moralistas intransigentes. Si se lo comprende mal, lo
“intrinsece malum” suprime la discusión sobre las circunstancias y sobre las
situaciones de la vida, complejas por definición.
Un acto humano jamás es simple, el riesgo es el de
«pegar» en forma falsa la verdadera articulación entre objeto, circunstancia y
finalidad, que por el contrario serían leídos a la luz de la libertad y de la
atracción al bien. Se reduce el acto libre al acto físico, de tal forma que la
nitidez de la lógica suprime toda discusión moral y toda circunstancia. Lo paradójico
es que focalizándose en lo “intrinsece malum” se pierde toda la riqueza, o
también diría toda la belleza de una articulación moral, la cual resulta
inevitablemente aniquilada. No sólo se torna unívoco el análisis moral de las
situaciones, sino que también quedan separadas y fuera de una mirada global las
consecuencias dramáticas de los divorcios: los efectos económicos, pedagógicos,
psicológicos, etc.
Esto es verdad para todo lo que se refiere a los temas
del matrimonio y de la familia. La obsesión de lo “intrinsece malum” ha
empobrecido de tal manera el debate que estamos privados de un amplio abanico
de argumentaciones en favor de la unicidad, de la indisolubilidad, de la
apertura a la vida y del fundamento humano de la doctrina de la Iglesia. Hemos
perdido el gusto de un discurso sobre estas realidades humanas. Uno de los
elementos cardinales del sínodo es la realidad de la familia cristiana, no
desde un punto de vista excluyente, sino inclusivo. La familia cristiana es una
gracia, un don de Dios. Es una misión, y por su naturaleza – si se vive en modo
cristiano – es algo que hay que recibir.
Recuerdo una propuesta de peregrinación para familias,
en la cual los organizadores querían invitar exclusivamente a las que practican
el control natural de los nacimientos. Durante un encuentro de la Conferencia
Episcopal [Austríaca] les preguntamos cómo harían: “¿Seleccionan sólo a las que
practican el control en un 100%? ¿Cómo hacen?”. De estas expresiones un poco
caricaturescas nos damos cuenta que, si se vive la familia cristiana desde esta
óptica, esas familias se vuelven inevitablemente sectarias, en un mundo aparte.
¡Si se buscan seguridades, no somos cristianos si nos centramos sólo en
nosotros mismos!
P. – Algunos quieren tener criterios objetivos para
poder permitir regularmente a las personas que viven en una unión irregular a
que participen en la vida sacramental de la Iglesia. Pero algunos padres
sinodales hicieron referencia a la necesidad de un discernimiento pastoral. Se
ha hablado también de una praxis penitencial en relación con las parejas de
divorciados que se han vuelto a casar y que piden el acceso a los sacramentos…
R. – Si ha habido un matrimonio sacramental válido,
una segunda unión queda como una unión irregular. Por el contrario, existe toda
una dimensión del acompañamiento espiritual y pastoral de las personas que
caminan en una situación de irregularidad, en la que será necesario discernir
entre el todo y la nada. No se puede transformar una situación irregular en
regular, sino que existen también caminos de curación y de profundización,
caminos en los que la ley es vivida paso a paso.
Hay también situaciones en las que el sacerdote, como
acompañante que conoce a las personas en el fuero interno, puede llegar a
decir: “Vuestra situación es tal que, en conciencia, en vuestra conciencia y en
la mía de pastor, veo el lugar de ustedes en la vida sacramental de la
Iglesia”.
P. – ¿Cómo evitar decisiones arbitrarias?
R. – El problema ya existe, porque varios pastores
hacen estas elecciones a la ligera. Pero el laissez-faire no ha sido jamás un
criterio para rechazar un buen acompañamiento pastoral. Será siempre un deber
del pastor encontrar un camino que corresponda a la verdad y a la vida de las
personas que él acompaña, quizás sin poder explicar a todos por qué ellos toman
una decisión en vez de otra. La Iglesia es sacramento de salvación. Hay muchos
caminos y muchas dimensiones a explorar para beneficio de la “salus animarum”.
P. – Se trata entonces de recepción y acompañamiento…
R. – El papa Francisco nos dijo a los obispos
austríacos lo que ha dicho también a muchos otros: “Acompañen, acompañen”.
Propuse a nuestra diócesis un camino de acompañamiento de las personas que se
encuentran viviendo situaciones matrimoniales irregulares, para salir de esta
problemática difundida por los medios de comunicación masivos y que se ha
convertido en una especie de test para el pontificado del papa Francisco: “¿Al
final será misericordioso con los que viven en situaciones irregulares?”. Se
esperan soluciones generales, mientras que la actitud del buen pastor es ante
todo la de acompañar a las personas que viven un divorcio y un nuevo matrimonio
en sus situaciones personales.
El primer punto sobre el cual quiero detenerme son las
heridas y los sufrimientos. Ante todo es necesario observar antes de juzgar.
Pero sobre todo, cuando se habla de misericordia, siempre recuerdo que la
primera misericordia a pedir no es la de la Iglesia, sino que es la
misericordia hacia nuestros mismos hijos. Yo formulo siempre estas primeras
preguntas: “¿Han tenido ustedes un fracaso matrimonial? ¿Han hecho pesar la
carga de este fracaso, el peso de vuestro conflicto sobre las espaldas de
vuestros hijos? ¿Sus hijos han sido tomados como rehenes a causa de vuestro
conflicto? Porque si ustedes dicen que la Iglesia no tiene misericordia con las
nuevas uniones, es necesario antes preguntar cuál es la misericordia de ustedes
hacia sus hijos. Con demasiada frecuencia son los hijos los que cargan con el
peso del conflicto de ustedes y del fracaso de ustedes para toda su vida”.
P. – Y además está la situación del cónyuge
abandonado, además de la de los hijos.
R. – Se habla muy poco de estas personas tan
numerosas, quienes quedan solas después de un divorcio, quedan apartadas y
sufren a causa de la soledad provocada por el abandono de su cónyuge. ¿Hay en
la Iglesia una atención especial para estas personas? ¿Se intenta seguirlas y
acompañarlas? Pero hay otras preguntas: ¿los divorciados que se han vuelto a
casar se han esforzado lo suficiente para reconciliarse con el cónyuge que han
dejado para llevar a cabo una nueva unión? ¿O han entrado en la nueva unión con
todo el peso de sus rencores, quizás también con el peso de su odio hacia el
cónyuge que los ha abandonado? Y por último, la cuestión más delicada que nadie
responde en su lugar: ¿cómo se sitúa la conciencia de ustedes frente a Dios?
Ustedes se prometieron fidelidad recíproca para toda la vida, han experimentado
un fracaso… ¿qué le dice esto a las conciencias de ustedes? No lo digo para
presionarlos con un sentimiento de culpa, pero la cuestión sigue en pie: he
prometido algo que no he podido mantener. La fidelidad es un gran valor. No he
podido mantener lo que he prometido, y no hemos podido mantenerlo
recíprocamente.
P. – Pero estas preguntas abren un camino de
penitencia y de reconciliación, de otro modo no tendrían sentido…
R. – Todo esto puede y debería preparar para un camino
de humildad y no para ver la cuestión del acceso a la vida sacramental de la
Iglesia únicamente bajo la perspectiva de una exigencia, sino más que nada como
una invitación a un camino de conversión que puede abrir nuevas dimensiones de
encuentro con el Señor rico de misericordia.
Siempre es necesario ver también lo que hay de
positivo en las situaciones de miseria, incluso en las situaciones más
difíciles. Con frecuencia, en las familias “patchwork” se encuentran ejemplos
de generosidad sorprendente. Sé que escandalizo a alguno al decir esto… Pero
siempre se puede aprender algo de las personas que viven objetivamente en
situaciones irregulares. El papa Francisco quiere educarnos en esto.
P. – ¿Puede decirme algo de su experiencia pastoral?
¿Hay situaciones particulares que le vienen a la mente y que le parecen
significativas?
R. – Tengo un recuerdo inolvidable de la época en la
que yo era alumno en Saulchoir, con los dominicos en París. Todavía no era
sacerdote. Bajo el puente del Sena que llevaba al convento de Évry vivía una
pareja sin hogar. Ella había sido prostituta, él no sé que había hecho en la
vida. No estaban casados ni frecuentaban la Iglesia, pero cada vez que yo
pasaba por allí me decía: “Mi Dios, se ayudan mutuamente a caminar en una vida
tan dura”. Y cuando veía gestos de
ternura entre ellos, me he dicho: “¡Mi Dios, es hermoso que estos dos pobres se
ayuden entre sí, qué grande!”. Dios está presente en esta pobreza, en esta
ternura.
Es necesario salir de esta perspectiva tan limitada
del acceso a los sacramentos para las situaciones irregulares. La pregunta es:
“¿Dónde está Dios en sus vidas? ¿Y de qué modo yo, como pastor, puedo discernir
la presencia de Dios en sus vidas? ¿Y cómo pueden ellos ayudarme a discernir
mayormente la obra de Dios en una vida?”. ¡Debemos saber leer la Palabra de
Dios “in actu” entre las líneas rectas de la vida y no sólo entre las líneas
rectas de los incunables!
P. – ¿Para la misericordia de Dios existen situaciones
irrecuperables al punto tal que la Iglesia sólo puede excluir definitivamente el
acceso al sacramento de la reconciliación y a la Eucaristía?
R. – Ciertamente pueden existir situaciones de
auto-exclusión, cuando Jesús dice: “Pero ustedes no han querido”. Frente a
esto, en cierto modo, Dios está desarmado, porque nos ha dado la libertad… Y la
Iglesia debe reconocer y aceptar la libertad de decir no. Es difícil querer
conciliar a toda costa situaciones de vida complejas con una plena
participación en la vida de la Iglesia. Esto no impedirá jamás ni esperar ni
rezar, y será siempre una invitación a confiar una situación de este tipo a la
providencia de Dios, quien puede ofrecer continuamente instrumentos de
salvación. La puerta jámás está cerrada. […]
Traducción en
español de José Arturo Quarracino, Temperley, Buenos Aires, Argentina.