DON BOSCO

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"BUENOS CRISTIANOS Y HONRADOS CIUDADANOS"

ZOMBIS QUE NO QUEREMOS VER



Por Claudio Gleser
La Voz del Interior, 19-10-15

N os encanta mirarlos en la pantalla, sea la del cine, la televisión, la computadora o el smartphone . Nos alucina la forma en que se arrastran casi en cámara lenta, con sus ropas harapientas e inmundas, sus manos laceradas y pálidas, sus rostros desfigurados y esos ojos demoníacos que causan pánico y terror, y que hacen que no nos podamos despegar ni un minuto de la pantalla.

El fenómeno de los zombis, esa fantasía de muertos que un buen día regresan a la vida para convertirse en seres inertes, sin sentimientos, que vagan en grupos para vengarse de todos los humanos, data de décadas. Hoy, películas y series (con The Walking Dead a la cabeza) explotan el fenómeno sabiendo que existe una audiencia cautiva que dará su dinero y tiempo por consumir todo lo que se haga, se escriba o se filme. Qué decir de libros, tratados o jornadas que abordan la temática.

Y, en este fenómeno, ficción y realidad tienen una particular relación. En nuestra vida cotidiana existen zombis que también se mueven sin pausa por barrios de Córdoba, tanto de noche y madrugada como de día. Pero son zombis que no generan la más mínima atracción; más bien todo lo contrario, en el mejor de los casos.

Y cuando no causan aversión o repugnancia, directamente provocan indiferencia. Los ignoramos, no les damos la más mínima importancia, hacemos que no existen, que no están.

Son aquellos chicos y jóvenes que sucumbieron a las drogas y que allí yacen, perdidos, muertos en vida, en un mundo de exclusiones obscenas y absolutas.

Y lo más terrible es que año tras año cientos de ellos siguen cayendo en las redes de organizaciones narco que los coptan y los usan como carne de cañón (ya sea como “soldados”, dealers o lo que sea) y los sumergen en un cruel mundo de violencia y criminalidad que sólo termina en muerte, dolor, venganza y más muerte.

Muchos de ellos son zombis que andan armados y zanjan sus disputas a balazo limpio. Y cuando las drogas no los vuelven muertos en vida, son las cárceles o correccionales (llámense “centros socioeducativos” Complejo Esperanza, o como sea) los que los terminan por destruir.

A esos zombis la sociedad los mira desde lejos, con pasividad e indiferencia. Total, como decía Bertolt Brecht, es un mundo que aún no toca mi puerta. Por ahora, no lo hace.

En uno de los juicios por el trágico motín de la Penitenciaría de Córdoba (ocurrido en 2005), uno de los presos con más luces y neuronas que fue condenado por haber sido uno de los cabecillas de la revuelta fue Ricardo Serravalle. Lejos de la brutalidad de otros reos, Serravalle (hoy libre) siempre “peleó” con la ley en la mano por mejorar el tratamiento de los presos, que se les pague por su trabajo y se los aleje de las drogas. “Las cárceles están llenas de zombis. Son los que se ‘merquean’. Y cada vez son más jóvenes. Al Estado les conviene que estén drogados, porque así no piensan y no reaccionan. Y a la sociedad no le importa en absoluto; total, están encerrados”, decía Serravalle.

Los zombis siguen en la pantalla y muchos disfrutan, pochoclo y cerveza en mano. Pero hay muchos otros que se arrastran a nuestro lado y aún decimos que no los vemos.