Carta pastoral del Arzobispo de Córdoba
Queridos hermanos y
hermanas:
Tengo el
agrado de dirigirme a ustedes, a través de esta carta pastoral, para hacer un
importante anuncio que nos concierne a todos y nos compromete de un modo
especial: la realización de un nuevo Sínodo arquidiocesano. El episodio de la
Visitación de María Santísima a su pariente Isabel, su narración en el
evangelio según san Lucas (cf. Lc. 1, 39-45) y las recientes y ricas enseñanzas
del Papa Francisco, nos brindan la inspiración necesaria para reflexionar
acerca de este importante acontecimiento eclesial: “María partió y fue
sin demora a un pueblo de la montaña de Judá. Entró en la casa de Zacarías y
saludó a Isabel. Apenas esta oyó el saludo de María, el niño saltó de alegría
en su seno, e Isabel, llena del Espíritu Santo, exclamó: ¡Tú eres bendita entre
todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que
la madre de mi Señor venga a visitarme? Apenas oí tu saludo, el niño saltó de
alegría en mi seno. Feliz de ti por haber creído que se cumplirá lo que te fue
anunciado de parte del Señor.”
1. La visita de María a su prima y la visita de Dios a su Pueblo
En la
Solemnidad de Nuestra Señora del Rosario del Milagro, Patrona de nuestra
Arquidiócesis, este evangelio nos
permite contemplar a María como símbolo y realidad de toda la Iglesia que se
pone al servicio del cuidado de la vida. Ella es “la servidora del Señor” (1,38)
y de los hermanos. Saliendo al encuentro, en actitud misionera, posibilita que
Dios visite a su Pueblo. En el saludo de María se derrama el Espíritu de Dios: “en
cuanto oí tu saludo el niño saltó de alegría en mí seno e Isabel se llenó del
Espíritu Santo” (1,41). En la palabra de María está la Palabra
de Dios. En la compañía de la Madre se encuentra contenida la presencia del
Hijo. En la visita de la Virgen se hace perceptible la cercanía de Dios, no
sólo para Isabel sino, además, para Juan Bautista que se estremece al palpar la
proximidad de la gracia. Hay un encuentro visible entre María e Isabel y un
encuentro no visible, aunque perceptible y real, entre Jesús y Juan Bautista.
El Señor y el último profeta, por primera vez, se encuentran y se reconocen.
María es allí mediadora, servidora,
peregrina y misionera. Dios -junto a su Pueblo- es el Peregrino, el Caminante.
Jesús se dice y se hace, a sí mismo, Camino (cf. Jn 14,6). Resucitado
transita con los suyos (cf. Lc 24, 13-35). Las primeras
comunidades se llamaban “los del camino” (Hch 9,2). Esta
imagen del camino, muy profunda en la Biblia, habla de dinamismo, movimiento, viaje,
peregrinación, itinerario, andanza, desplazamiento y traslado. El camino es una
identidad. Somos el camino que hacemos y hacemos el camino que somos. Aún hoy
los cristianos, junto a María, salimos hacia una tierra de promesas, buscando
las huellas invisibles de Dios por los senderos de la historia.
2. Salida misionera de la
Iglesia: el llamado del Papa Francisco
La visita
de María, salida de servicio, nos hace pensar en el dinamismo de la Iglesia.
Como afirma el Papa Francisco en la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium:
“la salida misionera es el paradigma de toda obra de la Iglesia. Hace
falta pasar de una pastoral de mera conservación a una decididamente misionera.
Avanzar en el camino de la conversión pastoral no puede dejar las cosas como
están. Es preciso abandonar el cómodo criterio del «siempre se ha hecho así».
Repensar los objetivos, las estructuras, el estilo y los métodos
evangelizadores de las propias comunidades. Lo importante es no caminar solos. Cada
Iglesia particular, porción de la Iglesia católica bajo la guía de su obispo,
está llamada a la conversión misionera, en una salida constante hacia las
periferias de su propio territorio y hacia los nuevos ámbitos socioculturales;
a entrar en un proceso decidido de discernimiento, purificación y reforma. Hoy
suele hablarse de un exceso de diagnóstico que no siempre está acompañado de
propuestas superadoras, realmente aplicables. Aliento a todas las comunidades a
una siempre vigilante capacidad de estudiar los signos de los tiempos. La
Iglesia en salida es de puertas abiertas. Salir hacia los demás para llegar a
las periferias humanas no implica correr sin rumbo y sin sentido. Muchas veces
es detener el paso, dejar de lado la ansiedad, mirar a los ojos y escuchar,
renunciar a las urgencias, acompañar al que se quedó al costado del camino.
Tenemos un tesoro de vida. No es lo mismo haber conocido a Jesús que no
conocerlo. Caminar con Él que caminar a tientas. Escucharlo que ignorar su
Palabra. Contemplarlo, adorarlo, descansar en Él, que no poder hacerlo. Tratar
de construir el mundo con su evangelio que hacerlo sólo con la propia razón. El
verdadero misionero sabe que Jesús camina con Él, habla con Él, trabaja con Él.
Percibe a Jesús vivo. Buscamos lo que Él busca, amamos lo que Él ama”. Cada
uno debe tener esta secreta convicción: “Yo soy una
misión en esta tierra y para eso estoy en este mundo. Hay que reconocerse
a sí mismo en esa misión de iluminar, bendecir, vivificar, levantar, sanar y
liberar”. Es preciso volver al primer anuncio de la fe para ser felices y
descubrir la vida en plenitud. Tenemos que “salir para encontrar a
Dios, escuchar, bendecir, caminar con la gente. Se trata de
un cambio en el testimonio. La Iglesia no crece por proselitismo sino por
atracción. El testimonio despierta curiosidad. Con el testimonio podemos
incidir en los núcleos más profundos, allí donde nace la cultura. Estamos
recorriendo juntos un camino y lo hacemos siguiendo las huellas de muchos que
nos han precedido”.
3. Un nuevo Sínodo para
profundizar la gracia de nuestro camino eclesial
Para
asumir el anuncio renovado del evangelio y propiciar, con mayor compromiso
nuestro Plan Pastoral, luego de orar, consultar y discernir -como Obispo
y Pastor de esta Arquidiócesis- deseo ser fiel a una gracia inspiradora y
anunciar a todo el Pueblo de Dios la intención de convocar un nuevo Sínodo, el
decimoprimero de nuestro peregrinar. Nuestra Arquidiócesis es muy rica en
su historia eclesial y sinodal. Es la que más Sínodos ha realizado. Somos la
Iglesia particular de mayor sinodalidad en Argentina. Desde su origen, los
Sínodos estuvieron presentes en esta tierra organizando la misión
evangelizadora. ¿Qué es un Sínodo? Es una asamblea representativa de todo el
Pueblo de Dios que camina en una Iglesia particular, la cual es convocada por
su Obispo para encontrarse fraternalmente,
dialogar, discernir, celebrar y legislar sobre algunos aspectos de la
vida eclesial que sean de particular interés. Es -ante todo- una gracia de
Dios: histórica, profética y extraordinaria. Es una gracia histórica: señala
distintas etapas en el proceso de una determinada comunidad eclesial. Es una
gracia profética: discierne los signos de los tiempos en una comunidad
que se pone a la escucha de lo que Dios quiere y pide de ella. Supone estar
contemplativamente atento a lo “que el Espíritu dice” (cf. Ap 2,7.11) en el
discernimiento comunitario. Es una gracia extraordinaria: marca un antes y un
después en la memoria eclesial. Nos hace conscientes y corresponsables del
rumbo a seguir. No es un don ordinario y habitual. Es singular y significativo. El sujeto eclesial del Sínodo es la comunidad
entera. Todos somos agentes sinodales, destinatarios e interlocutores. Hay quienes, por su rol y
función, están más comprometidos. Sin embargo, todo bautizado –miembro de esta
Iglesia- está convocado, desde su lugar, a participar.
4. El XI
Sínodo: continuidad y novedad a la vez
Nuestra Iglesia de Córdoba no empieza a caminar ahora, con este
nuevo Sínodo. Lo viene haciendo desde su origen. Todo Sínodo genera
expectativas y resistencias y supone una conversión pastoral y una revisión
continua del espíritu, las actitudes, las estructuras y el estilo de Iglesia
que somos. Ciertamente hay una línea de continuidad y discontinuidad con los
Sínodos anteriores. A la luz del nuevo seguramente se resignificará el
anterior, debido a que es el más cercano en el tiempo y sigue conservando
interesantes perspectivas. Seguramente se cobrará una nueva visión de todo lo
realizado en estos años con nuestro Plan Pastoral. Cada nuevo Sínodo –a
su vez- es una gracia distinta en el
ensayo de nuevos caminos. Manifiesta la autoconciencia eclesial, con
luces y sombras, desde una historia compartida, un pasado rico, un presente
desafiante y un futuro colmado de promesas. Pasado, presente y futuro de esta
Iglesia particular que hace memoria y actualiza su camino. Un Sínodo constituye
un itinerario pascual con gozos y entregas. Cierra y abre ciclos. Es un
acontecimiento eclesial que nace de la inspiración del Espíritu y se confirma,
con la asistencia del discernimiento de la comunidad, escuchando a los que
caminan junto a nosotros, sintiendo la vida del cuerpo eclesial y protagonizando
los nuevos rostros de la Iglesia. Este andar sinodal se realiza en un proceso.
Empezaremos la etapa preparatoria, la cual supone la predisposición favorable y
activa de toda la comunidad en la dimensión espiritual, teológica y pastoral
para recibir y vivir tal gracia. Un Sínodo no se improvisa y es mucho más que
una reunión de toda una Iglesia particular. No hay que identificarlo, sin más,
con su Documento final. Ése será seguramente uno de sus frutos, aunque
ciertamente no agotará la riqueza de toda la experiencia sinodal. Tampoco el
Sínodo es una realidad que se agregue a todo lo que venimos haciendo, algo
añadido. Es la explicitación de lo que venimos realizando y la confirmación de
que nuestro Plan Pastoral ha sido siempre un
camino con espíritu sinodal: fraterno,
colegiado, participativo y dialogado, inspirado en el horizonte de la Iglesia-Comunión.
Tenemos –entonces- que vivir este tiempo en estado sinodal, disfrutando
de la experiencia de caminar juntos. Este Sínodo es para toda nuestra Iglesia
particular y para toda la sociedad cordobesa a la que queremos servir sin
invadir, ni imponer. Deseamos, hacia adentro y hacia afuera, un diálogo de
encuentro e inculturación que nos permita cuestionarnos acerca de qué Iglesia
conformamos, qué estilo de ministerio sacerdotal y de ministerios laicales
deseamos vivir, qué carismas propician mejor la comunión, qué estructuras
eclesiales necesitan ser revisadas, qué protagonismo deben asumir los laicos,
qué realidades socio-culturales promueven el ejercicio de nuevas ciudadanías,
qué participación es preciso asumir en el modelo de país que soñamos, qué
diálogo promover con la sociedad, qué aporte potenciar -a partir de los nuevos
contextos emergentes- de las familias, las nuevas pobrezas, las diversas
juventudes, las nuevas expresiones espirituales, la religiosidad popular, etc.
Estas son, entre muchas otras, las situaciones por las que debemos sentirnos
cuestionados en este Sínodo.
5. La
sinodalidad, expresión de la Iglesia-Comunión
Un Sínodo nos permite ser permeables a toda la realidad eclesial
y social tomando conciencia de que estamos vivos. Nos reconocemos en camino y
lo hacemos transitando un diseño de Iglesia y una manera concreta de encarnarlo y
vivirlo. Como
en todas las épocas de la historia, también hoy tenemos una forma determinada
de ser Iglesia: hablar de Iglesia-Comunión, Iglesia-Participación;
Iglesia-Enlace; Iglesia Colegiada; Iglesia dialogal son diversas
maneras de afirmar la permanente sinodalidad eclesial. Las expresiones
del Papa Francisco -“La Iglesia no es
un museo de santos sino un hospital de pecadores”; “no es una ONG” sino la
“Casa de todos”, “Hospital de Campaña”, Comunidad de “puertas
abierta”; de “periferias existenciales” y “en salida”- nos
ayudan a descubrir las nuevas metáforas y representaciones de la comunidad
eclesial: Iglesia abierta, Samaritana y con rostro humano. El Sínodo es
expresión de nuestro estado de misionalidad: salida y envío para la comunión.
Misión y comunión conforman una sola expresión sinodal: “la comunión
esencialmente se configura como comunión misionera. Es vital que hoy la Iglesia
salga a anunciar el evangelio a todos, en todos los lugares y en todas las
ocasiones”. Es por eso que no queremos ser ajenos a nuestro entorno, sus
voces, reclamos, cuestionamientos, búsquedas, sufrimientos y logros. Somos
parte de este presente. Lo protagonizamos.
6. María, la Iglesia y nuestra
Arquidiócesis en salida
Al
terminar esta Carta Pastoral vuelvo la mirada al evangelio de la visitación, el
cual es el texto inspirador de este
nuevo Sínodo. Allí contemplamos a María, discípula y misionera que -desde
siempre- ha hecho suyo nuestro camino, poniendo a toda la Arquidiócesis en
movimiento y salida. ¿Cuáles son los objetivos de este nuevo Sínodo?: el
anuncio del evangelio, especialmente el primer anuncio de la fe en este
presente de Argentina y de Córdoba; además es la respuesta de nuestra comunidad
al llamado de los últimos Papas de una Iglesia en diálogo y en salida y, por
último y no menos importante, para seguir profundizando la gracia comunitaria
de nuestro Plan Pastoral. En este presente, Dios quiere darnos una nueva
y especial oportunidad de gracia, privilegio y desafío que nos alienta con la
esperanza de seguir construyendo juntos: aunque parezca que a veces las sombras
opacan los horizontes, la mano invisible y providente de Dios siempre enciende
luces. Lo que para algunos es anochecer,
para otros es amanecer. Sabemos que no basta analizar la realidad desde una
mirada meramente sociológica. Es preciso, además, interpretarla desde la
contemplación de la fe: preguntarnos por la voluntad de Dios, descubriendo su
designio de salvación en acción. En todo esto nos auxilia María “la Madre de
la Iglesia evangelizadora. Sin ella no terminamos de comprender el espíritu de
la nueva evangelización. Es la misionera que se acerca para acompañarnos. Como
verdadera Madre, camina con nosotros, camina en la fe. Su excepcional
peregrinación representa un punto de referencia constante para la Iglesia. Ella
se dejó conducir por el Espíritu hacia un destino de servicio. Hay un estilo
mariano en la actividad evangelizadora de la Iglesia. María es nuestra Señora
de la prontitud, la que sale para auxiliar a los demás sin demora. Esta
dinámica de caminar hacia los demás es lo que hace de ella un modelo eclesial
para la evangelización. A la Madre del evangelio viviente le pedimos que
interceda para que esta invitación, a una nueva etapa evangelizadora, sea
acogida”. Para finalizar les pido que oremos la misma plegaria con la que
el Papa Francisco cierra la Exhortación Apostólica “Evangelii Guadium”:
“Virgen y
Madre María,
tú que, movida por el Espíritu,
acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe,
ayúdanos a decir nuestro «sí»
ante la urgencia de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.
tú que, movida por el Espíritu,
acogiste al Verbo de la vida
en la profundidad de tu humilde fe,
ayúdanos a decir nuestro «sí»
ante la urgencia de hacer resonar la Buena Noticia de Jesús.
Tú, llena de la presencia de Cristo,
llevaste la alegría a Juan el Bautista,
haciéndolo exultar en el seno de su madre.
Consíguenos un nuevo ardor para llevar a todos el evangelio de la vida.
Danos la audacia de buscar nuevos caminos.
Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos para que la alegría del evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.
llevaste la alegría a Juan el Bautista,
haciéndolo exultar en el seno de su madre.
Consíguenos un nuevo ardor para llevar a todos el evangelio de la vida.
Danos la audacia de buscar nuevos caminos.
Estrella de la nueva evangelización,
ayúdanos para que la alegría del evangelio
llegue hasta los confines de la tierra
y ninguna periferia se prive de su luz.
Madre del
evangelio viviente,
manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros.
manantial de alegría para los pequeños,
ruega por nosotros.
Amén”.
+ Carlos J. Ñañez
4 de Octubre de 2015.
Nuestra Señora del Rosario del Milagro,
Patrona de la Arquidiócesis de Córdoba.
Anexo
El
Plan Pastoral y el XI Sínodo: un mismo caminar como Iglesia arquidiocesana
Existe
una conexión pastoral muy estrecha entre el Plan Pastoral y el próximo
Sínodo. El Plan Pastoral ha preparado, en cierto modo, un camino, un
estilo y un espíritu sinodal en nuestra Arquidiócesis y, por otra lado, este
Sínodo del siglo XXI que viviremos resignificará y confirmará el camino
eclesial realizado a lo largo de estos años. Ésta es una buena ocasión para
hacer una memoria agradecida del Plan Pastoral Arquidiocesano, el cual
tuvo su origen en el proceso iniciado a partir del año 1999 con la
preparación del gran Jubileo del año 2000,
el Encuentro Eucarístico Nacional
de ese mismo año y la Consulta de la Conferencia Episcopal Argentina al iniciar
la revisión del Documento Líneas Pastorales para la Nueva Evangelización. Con
las primeras Jornadas Pastorales, en el año 2000, respondimos a la invitación
que el Papa Juan Pablo II hiciera a toda la Iglesia y que, posteriormente,
reafirmara el Papa Benedicto XVI: un renovado anuncio del evangelio en el
ámbito de las Iglesias locales (cf. NMI, 29). En esa etapa preliminar fuimos
poniendo nombre a lo vivido y los frutos visibles de esos primeros años
constituyeron las Líneas y los Criterios Pastorales (2001-2002). Las Líneas trazaban un punto de
partida que permitían explicitar una dirección y los Criterios
concretaban el modo de vivir y caminar eclesialmente.
A partir de los años
2003-2006 comenzó, específicamente, la elaboración del Plan Pastoral y
delineamos el Rostro Ideal de nuestra Iglesia, plasmado en siete ideas
fuerza junto a la elaboración del Diagnóstico Pastoral que contenía los
aspectos más desafiantes de la realidad en siete núcleos diagnósticos. Durante
el año 2006 se identificaron Cuatro Procesos Fundamentales y los
momentos del itinerario pastoral: kerygmático, comunitario y misional.
En cada uno de ellos se propusieron planes cortos. En la actualidad ya estamos
en el tercer plan corto (2014-2016) del momento comunitario. A lo largo del
recorrido, han existido diversos grados de recepción y compromiso con el Plan
Pastoral, críticas constructivas y aportes valiosos junto a una intensa
participación. Nos dispusimos a un “salir” en comunidad, de todos y a
todos.. Vamos percibiendo que el Plan Pastoral no es algo más por
hacer, sumado a todo lo que ya se realiza. Es un espíritu común que nos anima a
evangelizar y se recrea de acuerdo a la
realidad de cada comunidad. Este renovado anuncio del evangelio se une a una larga
historia. Somos herederos de una vida y una tradición que se remontan a los
orígenes de nuestra Arquidiócesis.
A la vez tenemos conciencia que necesitamos situarnos en un nuevo paradigma
de conversión pastoral, el Sínodo será una oportunidad de asumir,
verdaderamente, una evangelización nueva en sus expresiones, métodos y ardor.