Por José Antonio Riesco
De pronto está de moda zaherir a las agrupaciones opositoras y, de modo especial, a sus dirigentes y candidatos. En ciertos casos lo hace la misma prensa que, antes del 14 de agosto (elecciones primarias), alentó en la opinión pública un clima triunfalista para los competidores de doña Cristina en la pugna electoral, si no para ganar al menos para no incurrir en un papelón. Ahora que cayeron al suelo los bríos de las cofradías rebeldes al ”modelo”, el gremio de columnistas y opinadores se ensaña con los caídos. Aunque todos estos convalidaron la regularidad del comicio, con sólo quejas administrativas, y ninguno tuvo, ni tiene, la virilidad suficiente para denunciar el fraude pre-electoral con que el oficialismo construyó su victoria; o sea el uso y abuso de los recursos del Estado (miles de millones) para ejercer el más grosero clientelismo. A veces lo hacen a la madrugada y no en voz alta, acaso por que es la hora en que anda Boudú..
Claro, después de haber hecho un circo de la política, los opositores no tienen mucho derecho a la piedad. Se fragmentaron en función de personalismos de segunda y tercera, con no menos de seis candidatos presidenciales y manejando las relaciones interpartidarias con la lógica del conventillo, en lo cual persisten hoy, eliminando toda posibilidad de que el cuerpo electoral, en medida razonable, los tome en serio. Entonces a nadie puede extrañar que el aparato gubernativo gane arriba, abajo y en todas partes.
Pero nuestros “capitanes de la derrota” no carecen de creatividad. En un supremo esfuerzo de inspiración –como la que tuvo César al cruzar el Rubicón-- acaban de lanzar la iniciativa de que, como cauce mágico para superar los males argentinos, procedamos a instalar un régimen “parlamentario”. Es decir, uno donde el poder principal del Estado se concentre en las representaciones legislativas y desde cuyo núcleo mayoritario (conformado con acuerdismos y trenzas) se establezcan las leyes, los planes y las decisiones fundamentales. Uno de los autores del globo así lanzado, ya dijo : “Lo tienen los ingleses y anda bien, también los alemanes y los japoneses, y si allá funciona por qué no ha de funcionar en la Argentina..?”
Esta supuesta idea-fuerza no es original. La prohíjan el epistemólogo argentino-canadiense Mario Bunge, el justice-inmobiliario Eugenio Raúl Zaffaroni. En una visita a Italia, la lanzó Eduardo Duhalde conversando con el eminente politólogo Giovanni Sartori, y quien le habría respondido con una sonrisa florentina. En lo mismo estaría militando el lider “progre” Hermes Binner que, conforme a los antecedentes de las cofradías del igualitarismo, espera compartir el reparto de oratoria y canonjías, en y desde las bancas, con el gobierno de turno que sea.
El “parlamentarismo” es antiguo, pero se afirmó en la lucha contra el absolutismo en la Edad Moderna, sobre todo en Inglaterra cuando, expulsados los Estuardo, el acuerdo inteligente y maduro entre “liberales y conservadores” (whigs y torys), sin excluir sobornos y corruptelas, consolidó la independencia de los jueces y ciertos poderes relevantes de las representaciones (impuestos y reclutamiento de tropas), más la elaboración de las políticas públicas mediante la cooperación de ministros y legisladores, de donde fue surgiendo eso del gobierno de “gabinete”. Luego, de la segunda mitad del siglo XIX en adelante, extendido el sistema a otras naciones, en lugar de los caucus y personajes confiables para el rey y los comunes, el rol correspondió a los partidos políticos, y en especial, a sus figuras dominantes.
Esto último es decisivo. El soporte sociopolítico del parlamentarismo está en los partidos políticos, y dentro de ello en la disciplina con que controlan el papel de las representaciones. Y antes de eso, cierto rigor en la selección de los dirigentes y candidatos con que las agrupaciones reclaman el reconocimiento de los electores. Unas condiciones de las cuales los ingleses llevan tradicionalmente el liderazgo, y así con las huellas que dejaron en las instituciones de la India, Australia, Canadá y Nueva Zelanda. Lo que no los exculpa de su historial colonialista y de agresiones internacionales.
Nosotros, en el pasado, tuvimos, aún en el régimen presidencialista, una actividad parlamentaria de excelente nivel, acaso por la calidad intelectual y personal de los diputados y senadores. En su trayectoria estuvieron Carlos Saavedra Lamas, Alfredo Palacios, Arturo M. Bas, Nicolás Repetto, Horacio Oyhanarte, Lisandro de la Torre, Ricardo Balbín, Mauricio Yadarola, Miguel A. Zabala Ortiz, Raúl Bustos Fierro, Ernesto Sanmartino, José Aguirre Cámara, Delia Degluomini de Parodi, Arturo Sampay y muchos otros. ¿Cuántos de éstos tenemos hoy..?
Visto desde la sociología política, el régimen parlamentario implica, en lo fundamental, transferir a las agrupaciones cívicas las altas competencias del gobierno. Si esas organizaciones no tienen calidad ni una base de doctrina y organicidad, es muy difícil que funcione el sistema. Y en su práctica es muy perniciosa la fragmentación entre ellas, ya que conspira contra la formación de la voluntad del Estado. Por algunas de estas causales naufragó la república española en los años 30 para culminar con la guerra civil. En Francia la 4ta. república fue un exponente de vicios similares y, a los males de la postguerra, se sumó la crisis de Indochina y de Argelia. El régimen de De Gaulle (la V República).fue, al final, un encuentro con la historia.
Un sistema institucional no puede transferirse de una nación a otra cuando sus tradiciones y su estructura étnico-cultural son diferentes. Lo que se puede hacer con una trilladora o un equipo de resonancia magnéticas no puede equipararse a las formas y contenidos de la vida política. Máxime cuando son muy diversos los grados de disciplina social, de los ciudadanos con un mínimo de autonomía mental y esto vale para el interior de las agrupaciones y para la sociedad plena. ¿Cómo estamos nosotros en materia de disciplina colectiva y de calidad de las organizaciones políticas..? Estas no son, ni mucho menos, para presentarlas a un concurso y en cuanto a los hábitos de orden no es exagerado decir que en la Argentina no hay disciplina ni en los cuarteles.
A lo más se conseguiría imponer el desequilibrio permanente en la relación de fuerzas cívicas y eso se proyectará al plano de las políticas fundamentales relativas a la convivencia y al planeamiento. Habrá debates y conflictos pero la sociedad será privada de gobierno que, normalmente, supone capacidad para elaborar y aplicar una determinada unidad de decisión y acción. Algo importante ante todo para la democracia.
En el siglo XIX esta cuestión sustantiva se resolvía dando primacía a la “deliberación”, algo esencial en el parlamento, hoy este lugar corresponde a la “decisión”, que es el núcleo del gobierno. Sin perjuicio de las diversas formas y gradas de la participación democrática, un régimen de malos oradores, intercambio de favores y más la tecnología de la “Banelco” no parece apto para la problemática nacional, la que existe y la que viene. No la soportaría una realidad dinámica y compleja como la actual.
Claro que el tema del “parlamentarismo” no agota el fondo de picardías que es propio de nuestra política; ya se dice a gritos que se trata de un tapujo para enmascarar una reforma constitucional que habilite la reelección indefinida de la actual Presidente. Los voceros oficiales lo niegan, pero ante cuociente de credibilidad que exhibe el oficialismo, la opinión pública practica, al menos, la duda metódica. La tentación de permanecer en el sillón de un cargo importante, es connatural al que lo consiguió, sobre todo si aporta honores y riquezas. Hay un magnetismo de la posición gubernativa que invita a quedarse; acaso por aquello de que “el poder corrompe” (Lord Acton). Y nunca falta un mucamo que, creyéndose útil y erudito, argumenta con la debida indignidad que “si Luis XIV se mantuvo 63 años en el trono, por qué no Nos”.
De pronto está de moda zaherir a las agrupaciones opositoras y, de modo especial, a sus dirigentes y candidatos. En ciertos casos lo hace la misma prensa que, antes del 14 de agosto (elecciones primarias), alentó en la opinión pública un clima triunfalista para los competidores de doña Cristina en la pugna electoral, si no para ganar al menos para no incurrir en un papelón. Ahora que cayeron al suelo los bríos de las cofradías rebeldes al ”modelo”, el gremio de columnistas y opinadores se ensaña con los caídos. Aunque todos estos convalidaron la regularidad del comicio, con sólo quejas administrativas, y ninguno tuvo, ni tiene, la virilidad suficiente para denunciar el fraude pre-electoral con que el oficialismo construyó su victoria; o sea el uso y abuso de los recursos del Estado (miles de millones) para ejercer el más grosero clientelismo. A veces lo hacen a la madrugada y no en voz alta, acaso por que es la hora en que anda Boudú..
Claro, después de haber hecho un circo de la política, los opositores no tienen mucho derecho a la piedad. Se fragmentaron en función de personalismos de segunda y tercera, con no menos de seis candidatos presidenciales y manejando las relaciones interpartidarias con la lógica del conventillo, en lo cual persisten hoy, eliminando toda posibilidad de que el cuerpo electoral, en medida razonable, los tome en serio. Entonces a nadie puede extrañar que el aparato gubernativo gane arriba, abajo y en todas partes.
Pero nuestros “capitanes de la derrota” no carecen de creatividad. En un supremo esfuerzo de inspiración –como la que tuvo César al cruzar el Rubicón-- acaban de lanzar la iniciativa de que, como cauce mágico para superar los males argentinos, procedamos a instalar un régimen “parlamentario”. Es decir, uno donde el poder principal del Estado se concentre en las representaciones legislativas y desde cuyo núcleo mayoritario (conformado con acuerdismos y trenzas) se establezcan las leyes, los planes y las decisiones fundamentales. Uno de los autores del globo así lanzado, ya dijo : “Lo tienen los ingleses y anda bien, también los alemanes y los japoneses, y si allá funciona por qué no ha de funcionar en la Argentina..?”
Esta supuesta idea-fuerza no es original. La prohíjan el epistemólogo argentino-canadiense Mario Bunge, el justice-inmobiliario Eugenio Raúl Zaffaroni. En una visita a Italia, la lanzó Eduardo Duhalde conversando con el eminente politólogo Giovanni Sartori, y quien le habría respondido con una sonrisa florentina. En lo mismo estaría militando el lider “progre” Hermes Binner que, conforme a los antecedentes de las cofradías del igualitarismo, espera compartir el reparto de oratoria y canonjías, en y desde las bancas, con el gobierno de turno que sea.
El “parlamentarismo” es antiguo, pero se afirmó en la lucha contra el absolutismo en la Edad Moderna, sobre todo en Inglaterra cuando, expulsados los Estuardo, el acuerdo inteligente y maduro entre “liberales y conservadores” (whigs y torys), sin excluir sobornos y corruptelas, consolidó la independencia de los jueces y ciertos poderes relevantes de las representaciones (impuestos y reclutamiento de tropas), más la elaboración de las políticas públicas mediante la cooperación de ministros y legisladores, de donde fue surgiendo eso del gobierno de “gabinete”. Luego, de la segunda mitad del siglo XIX en adelante, extendido el sistema a otras naciones, en lugar de los caucus y personajes confiables para el rey y los comunes, el rol correspondió a los partidos políticos, y en especial, a sus figuras dominantes.
Esto último es decisivo. El soporte sociopolítico del parlamentarismo está en los partidos políticos, y dentro de ello en la disciplina con que controlan el papel de las representaciones. Y antes de eso, cierto rigor en la selección de los dirigentes y candidatos con que las agrupaciones reclaman el reconocimiento de los electores. Unas condiciones de las cuales los ingleses llevan tradicionalmente el liderazgo, y así con las huellas que dejaron en las instituciones de la India, Australia, Canadá y Nueva Zelanda. Lo que no los exculpa de su historial colonialista y de agresiones internacionales.
Nosotros, en el pasado, tuvimos, aún en el régimen presidencialista, una actividad parlamentaria de excelente nivel, acaso por la calidad intelectual y personal de los diputados y senadores. En su trayectoria estuvieron Carlos Saavedra Lamas, Alfredo Palacios, Arturo M. Bas, Nicolás Repetto, Horacio Oyhanarte, Lisandro de la Torre, Ricardo Balbín, Mauricio Yadarola, Miguel A. Zabala Ortiz, Raúl Bustos Fierro, Ernesto Sanmartino, José Aguirre Cámara, Delia Degluomini de Parodi, Arturo Sampay y muchos otros. ¿Cuántos de éstos tenemos hoy..?
Visto desde la sociología política, el régimen parlamentario implica, en lo fundamental, transferir a las agrupaciones cívicas las altas competencias del gobierno. Si esas organizaciones no tienen calidad ni una base de doctrina y organicidad, es muy difícil que funcione el sistema. Y en su práctica es muy perniciosa la fragmentación entre ellas, ya que conspira contra la formación de la voluntad del Estado. Por algunas de estas causales naufragó la república española en los años 30 para culminar con la guerra civil. En Francia la 4ta. república fue un exponente de vicios similares y, a los males de la postguerra, se sumó la crisis de Indochina y de Argelia. El régimen de De Gaulle (la V República).fue, al final, un encuentro con la historia.
Un sistema institucional no puede transferirse de una nación a otra cuando sus tradiciones y su estructura étnico-cultural son diferentes. Lo que se puede hacer con una trilladora o un equipo de resonancia magnéticas no puede equipararse a las formas y contenidos de la vida política. Máxime cuando son muy diversos los grados de disciplina social, de los ciudadanos con un mínimo de autonomía mental y esto vale para el interior de las agrupaciones y para la sociedad plena. ¿Cómo estamos nosotros en materia de disciplina colectiva y de calidad de las organizaciones políticas..? Estas no son, ni mucho menos, para presentarlas a un concurso y en cuanto a los hábitos de orden no es exagerado decir que en la Argentina no hay disciplina ni en los cuarteles.
A lo más se conseguiría imponer el desequilibrio permanente en la relación de fuerzas cívicas y eso se proyectará al plano de las políticas fundamentales relativas a la convivencia y al planeamiento. Habrá debates y conflictos pero la sociedad será privada de gobierno que, normalmente, supone capacidad para elaborar y aplicar una determinada unidad de decisión y acción. Algo importante ante todo para la democracia.
En el siglo XIX esta cuestión sustantiva se resolvía dando primacía a la “deliberación”, algo esencial en el parlamento, hoy este lugar corresponde a la “decisión”, que es el núcleo del gobierno. Sin perjuicio de las diversas formas y gradas de la participación democrática, un régimen de malos oradores, intercambio de favores y más la tecnología de la “Banelco” no parece apto para la problemática nacional, la que existe y la que viene. No la soportaría una realidad dinámica y compleja como la actual.
Claro que el tema del “parlamentarismo” no agota el fondo de picardías que es propio de nuestra política; ya se dice a gritos que se trata de un tapujo para enmascarar una reforma constitucional que habilite la reelección indefinida de la actual Presidente. Los voceros oficiales lo niegan, pero ante cuociente de credibilidad que exhibe el oficialismo, la opinión pública practica, al menos, la duda metódica. La tentación de permanecer en el sillón de un cargo importante, es connatural al que lo consiguió, sobre todo si aporta honores y riquezas. Hay un magnetismo de la posición gubernativa que invita a quedarse; acaso por aquello de que “el poder corrompe” (Lord Acton). Y nunca falta un mucamo que, creyéndose útil y erudito, argumenta con la debida indignidad que “si Luis XIV se mantuvo 63 años en el trono, por qué no Nos”.