Alberto Buela
La sociedad argentina que se ha caracterizado siempre por su creatividad y espontaneidad parece que entró en una edad crepuscular. Cultural y políticamente todo es previsible. No existe la sorpresa. El pensamiento único expresado por la totalidad de los mass media (no existe ninguna diferencia sustancial entre Clarín-La Nación y Página 12-El Argentino) nos viene a decir todos los días qué debemos hacer y cómo debemos pensar.
El bofetazo que le pegó Cristina Kirchner a la oposición el 14 de agosto, la desarmó del todo. Y si bien, siempre hubo opositores, nunca una oposición. El haber sacado el 50% de los votos, los puso KO, groguis a todos.
El gobierno se afirmó en su poder de forma omnímoda, no permite en su seno ningún disenso. El disenso está prohibido. Ayer nomás, un pobre fiscal, funcionario de carrera, sólo afirmó que el caso contrabando de armas por Menem y cia, se resolvió políticamente pero no jurídicamente por el arreglo Menem-Kirchner, y le pegaron una patada en el traste que, el pobre, todavía está volando. Qué estabilidad laboral para los funcionarios de carrera ni ocho cuartos. Afuera y se acabó. Y casos como éste hay medio centenar en estos últimos tiempos. Sin ir más lejos, nosotros mismos fuimos privados de una módica asesoría de 2.700 pesos por osar decir por radio Rivadavia el 22/8/2009 que “Kirchner no escucha a nadie. Que la única pedagogía que entiende es la de la catástrofe. Que las internas abiertas no son ninguna reforma política sino un engaño para inmovilizar por adelantado a la oposición”.
El gobierno, más allá de la dialéctica inventada por el propio gobierno: Clarín vs. Progresismo, ha totalizado la opinión pública: El mensaje de Cristina K. en las Naciones Unidas fue transmitido al unísono por siete de los diez canales de televisión más importantes de Argentina. Y eso mismo pasa cuando lanza sus publicitados planes de: bicicletas para todos o cocinas para todos o computadoras para todos o automóviles para todos. Planes que el poco tiempo se diluyen y nunca llegan a la vida práctica concreta del pueblo a quien dicen beneficiar.
Uno de los rasgos del “totalitarismo dulce” aparece cuando los medios son condicionados desde un gobierno a través la abultada publicidad oficial. Su objetivo es: la distorsión de la realidad.
Es decir, que se ha ido creando una “realidad mediática” en la que finalmente se termina creyendo. La consecuencia de ello es “un totalitarismo dulce”, una mordaza con somnífero que nos hace creer en lo que soñamos, o para decirlo en criollo, nos vende gato por liebre.
Este totalitarismo dulce permite a la izquierda ver y escribir bondades sobre un gobierno que se dice progresista, por lo que dice y no por lo que hace. La ceguera de la izquierda siempre ha sido sintomática respecto de los regímenes totalitarios. Así se enteró de los campos de concentración (Gulag) de Pepe Stalin después que éste mandara al bombo a 23 millones de rusos y a 10 millones de ucranianos (Holodomor). Hoy la izquierda en la Argentina se sumó con pito y cadena al gobierno de los KK. Y para no ser menos, la derecha también (la Cámara empresarial con “demendicurren”, perdón, de Mendiguren y cía hasta los grupos concentrados de la economía como Grobocopatel (soja), Eltzain (agropecuarios), Milding (electricidad), Eskenazi (petróleo), etc.
La realidad ha dejado de ser la realidad para pasar a ser “un noúmeno incognoscible”, solo se ve y se habla del “fenómeno”, de aquello que “aparece por los media.” El pueblo, el principal agente político que opera sobre la realidad ha perdido su protagonismo, ha dejado de actuar, pues por él y en nombre de él actúan “los clientes”. Esto es, todos aquellos que, o trabajan para el gobierno y tienen puestos en el Estado o son beneficiarios de los subsidios del gobierno.
Esto mató toda espontaneidad, toda imprevisibilidad. Todo es previsible y todo es necesario. Desapareció el mundo de la libertad (este artículo se parece a una meditación kantiana, donde la necesidad que pertenece al orden de la naturaleza se comió a la libertad que pertenece al orden humano).
Se sabe desde Roma para acá que los clientes no son libres sino que están enfeudados con sus patrones, en este caso con el gobierno argentino. Esto explica el triunfo por el 50% y los triunfos por venir y la falta de propuestas alternativas. Así como la falta de agentes políticos que quieran jugar en serio y no hacer “como sí ” fueran enemigos del gobierno, cuando no lo son.
Estamos ya en el “totalitarismo dulce” que es el primer rasgo de “la postdemocracia”, que como dijimos en otra ocasión, se caracteriza por: 1) gobiernos sedicentes democráticos se transforman en cratólogos, esto es, en gobiernos a los que lo único que les interesa es el poder y sus beneficios. 2) Un gobierno donde la palabra democracia continua siendo utilizada, pero en realidad, lo que recubre es algo muy próximo a la oligarquía”. 3) Otro de los síntomas de la postdemocracia es la exaltación de la defensa de los derechos humanos de tercera generación hasta transformarlos en ideología y la pérdida e incumplimiento constante y cada vez más profundo de los derechos de primera y segunda generación.
Ya no son las masas las que se transforman en dictaduras, sino que la dictadura sutil y porfiada la ejercen, más y más, los gobiernos que se autotitulan social-democráticos.
Y mientras tanto el peronismo ha sido transformado en una bosta, más precisamente en una boñiga, que es la bosta líquida, ya que la bosta sólida se denomina retaca y por lo menos sirve para hacer fuego y calentarse. Así el peronismo como boñiga es el que levanta la oposición. Es el que encarnan los personajes de “la monserga peroniana” de las frases hechas y del pensamiento establecido. Los Rukauf, los Duhalde, los Bancalari, los Pepe, los Barrionuevo, los Saá y un infinito “los” que nos da pena.
El totalitarismo “dulce” se da en los sistemas “sedicentes” democráticos, pseudos democráticos o que sólo cumplen con la formalidad democrática, cuando el oficialismo desde el poder puede manejar a su gusto e piacere, la oposición. Distinta es la hegemonía que se produce cuando el discurso político de una nación está homogeneizado por un solo partido.
¿ Qué nos está permitido esperar a todos aquellos patriotas nacional-populares?.
Una redoblada lucha para romper con la inercia política actual en donde todo marcha viento en popa para unos pocos que se enriquecen a costilla de “los muchos”, pero llevando adelante la bandera de “esos muchos”.
Hemos llegado al simulacro perfecto, a la estafa política, al cinismo más agudo de la postmodernidad, aquel que hace creer al perjudicado (el pueblo) que está siendo beneficiado por aquel (el gobierno) que, en los hechos, lo está perjudicando.
No está en mi ánimo enumerar la retahíla de casos que avalan esta opinión (contratos leoninos con las petroleras, las mineras a cielo abierto, la depredación de los bosques y los mares, la destrucción de la marina mercante, de los ferrocarriles, los negociados infinitos de todo tipo, la educación anonadada, la falta de fuentes de trabajo, la inexistencia de la justicia y un largo etcétera).
Si nosotros, los auténticos peronistas, los nacionalistas, los nacional-populares no retomamos la lucha por romper con el cinismo político del totalitarismo dulce, sólo vamos a poder esperar, lo mismo que esperaba Heidegger cuando estaban entrando las tropas rusas en Berlín: Que el final no se demore.
Politológicamente sólo hay dos salidas al totalitarismo, dulce o cruel: o se rompe la inercia política con acciones políticas en contrario o se espera que el totalitarismo como Saturno, según decía Mirabeau, se coma a sus propios hijos. Y esto último puede llevar un cierto tiempo.
(*) alberto.buela@gmail.com