por eso sólo
descansa en Él” (Sal. 62,6)
(26 de febrero de 2017) -Aica
Frente a la prueba, Israel dijo: “Dios me ha
olvidado”. Pero el profeta le responde con palabras del Señor”: ¿acaso olvida
una madre a su niño de pecho? Mira, aunque ellas lo pudieran hacer, yo no te
olvido” (Is.15).
Frente al exilio de Babilonia y la angustia del
pueblo, el profeta le dice que no teman, que la presencia amorosa de Dios es
más grande que el de una madre. Él ha llamado a las creaturas a la vida en un
acto de amor, el más grande acto de Dios y este acto de amor caracteriza el
mensaje de salvación que se realizará plenamente en Jesús: que Dios es padre
providente, que no tienta ni castiga, que no manda males ni permite el mal.
Jesús nos enseña que su Padre, nuestro Padre que está en los cielos, es
misericordioso y providente y que todos somos queridos y cuidados por Él: “no andéis
preocupados por vuestra vida, que comeréis o que vestiréis (Mt. 6,25).
Estamos llenos de afanes y de angustias porque
contamos demasiado con nuestros propios recursos y buscamos demasiado nuestros
propios afanes; sin tener en cuenta la providencia y el amor de Dios. Estamos
convencidos que en los medios humanos está nuestra salvación.
El salmo responsorial nos recuerda que “sólo en Dios
descansa mi alma”, que su providencia, sustenta nuestra vida, Él es nuestro
descanso, nuestra roca, nuestra salvación.
Por eso Jesús nos dice: “no se puede servir a Dios y
al dinero… donde esté tu corazón allí estará tu tesoro”. Y nuestro corazón
tiene que estar puesto en Dios, que es el Señor de la vida y el custodio de
nuestra alma.
El hombre de hoy se caracteriza por tener un amor
desmedido a los bienes de la tierra, en especial al dinero, y es capaz de
posponer a la familia y a las realidades más hermosas de su vida personal -como
tener un corazón justo y puro, una voluntad constante en el bien- por el dinero
habido a cualquier costa.
Cuando el dinero se enseñorea de nuestras vidas, se
convierte en un pésimo amo, nos tiraniza quitándonos la libertad de servir al
prójimo y en consecuencia a Dios Nuestro Señor. Nos ata a los afanes de la vida
y nos quita el amor por ella, si carecemos de él. No creer en la providencia es
tener falta de fe, lo que nos hace dejar a Dios de lado y nos quita la
confianza en Dios y en la vida; falta de fe que influye en la cantidad de
suicidios que padecemos en la sociedad de hoy, especialmente de gente joven.
El amor a Dios y la confianza en su Providencia nos
hace libres y nos hace ver la vida con otros ojos, nos permite mirar la vida
bajo el misterio del amor providencial del Señor, librándonos de los afanes de
la tierra y su tiranía, haciéndonos felices y generosos con los demás.
Todos tenemos la tentación de dejarnos llevar por el
amor al dinero y poner nuestra confianza en nosotros mismos dejando a Dios de
lado. Así arruinamos nuestra vida y nos convertimos en hombres paganos; hombres
sin Dios.
Que María, Madre de Dios, llene nuestros corazones con
el amor a Dios y a su Providencia. Amén.
Mons. Marcelo Raúl Martorell, obispo de Puerto Iguazú