InfoCatólica, 6-3-17
La propuesta académica de un manual de Moral Social,
su necesario rigor científico, no es incompatible con un marco más amplio de
destinatarios no especializados, supuesto su triple objeto:el comportamiento
personal en el plano social, las estructuras sociopolíticas que regulan la vida
social y los valores culturales presentes en la esfera social.
Esto es lo que ocurre con “Moral socioeconómica y
política”, editado por la Universidad de Navarra (EUNSA), el último libro del teólogo Roberto Esteban
Duque, un sacerdote cuya dedicación a la investigación y el ensayo ha quedado
acreditada en varias de sus obras
anteriores, mostrándose capaz de articular el discurso teológico con el
análisis social y político.
Pensaba que un cura de pueblo libraba otras batallas
Cualquier trabajo exige preparación y dedicación
permanente. El sacerdote librará mejor cualquier batalla con una buena
formación académica. Lo prevalente es el encuentro con Dios en la oración, la
Eucaristía y el contacto diario con las personas, pero una parte considerable
del tiempo será justo reservarla a la propia formación. En realidad, nunca
imaginaba una dedicación tan enérgica y pregnante al estudio. Y menos todavía
especializarme en algo como Teología Moral, donde terminé por ocupar la mayor
parte del tiempo. Pero tampoco entraba en mis cálculos ser sacerdote. En todo
caso, mi vocación de estudio nunca estuvo separada de mi pasión por anunciar el
Evangelio, que es el mayor y más gratificante de mis empeños.
Sospecho que la docencia habrá sido un destino
inevitable cuando se han publicado dos manuales de moral
No es un obligatorio colofón a una trayectoria personal.
El sacerdote está puesto al servicio de una Diócesis. Sólo cuando el obispo
considera necesario, por diversas circunstancias, realizar ese servicio uno
debe estar disponible.
Vayamos con su nuevo libro. ¿Qué es “Moral
socioeconómica y política”?
Un texto necesario, si bien con las limitaciones
propias de un manual, por cuanto recoge temas de gran actualidad en la moral
social y económica, como la economía de mercado o el liberalismo económico, la
propiedad o la economía del bien común; problemas urgentes de ética política,
en un tiempo de relativismo cultural, donde se pretenden homologar los
comportamientos y estilos de vida; y también los principios morales del Estado
y del bien común que deberán regir la vida política. Todo ello precedido por las
raíces bíblicas de la doctrina moral en relación con la convivencia y los
fundamentos de la moral social, económica y política: la dignidad de la persona
y los derechos que derivan de dicha dignidad.
El sistema dominante en la actualidad es la economía de
mercado, un sistema económico basado en la propiedad privada y en la libertad
de iniciativa de los sujetos económicos, y donde la coordinación de las
actividades se deja en manos del mercado. ¿Cuál es la doctrina de la Iglesia
sobre la economía de mercado?
Para la doctrina social católica, la economía de
mercado constituye la forma fundamental del ordenamiento económico, con la
condición de que se le confiera un ideal verdaderamente humano.El Magisterio de
la Iglesia dirige sus críticas no contra la economía de mercado, sino contra el
conjunto de ideas y valores que la sustentan, como es el caso de la ideología
liberal. Ha sido el error en las ideas y en los valores lo que ha hecho del
sistema económico un peligro para el hombre. La Iglesia parte de una concepción
integral del hombre como ser racional y libre, creado por Dios, sujeto de
derechos y obligaciones, social por naturaleza y redimido por Cristo. Existen
una pluralidad de ideologías y valores, de visiones del hombre y de la
sociedad, que no resultan compatibles con esa imagen y que no contribuyen al
bien del hombre.
La economía de mercado es un instrumento técnico que
produce excelentes resultados en términos de eficiencia. Sin embargo,
moralmente se encuentra en estado deficitario, debido a un sistema de valores
que no responde a la verdad del hombre ni a su fin. Sólo la conversión del
corazón, que lleve a nuevas ideas y valores perfectamente asentados en la
naturaleza del hombre y en la doctrina social de la Iglesia, permitirá la
reforma de las instituciones y del Estado, así como la corrección de las
costumbres, capaz de garantizar el respeto a la dignidad de la persona, la
atención al bien común y la solidaridad entre los hombres y los pueblos. La
Iglesia, en fin, no rechaza la economía de mercado siempre que se apoye en un
conjunto de ideas y valores éticamente correctos, y se desarrolle en una gama
de instituciones y normas sociales inspiradas en los mismos valores.
¿Y respecto a la propiedad privada?
La propiedad se fundamenta en la Biblia y en la
Tradición. Es de derecho natural el destino, el uso y la apropiación por parte
del hombre. Ahora bien, la tradición cristiana no ha sostenido nunca este
derecho (el de propiedad privada) como absoluto e intocable. Al contrario,
siempre lo ha entendido en el contexto más amplio del derecho común a todos a
usar los bienes de la entera creación: el derecho a la propiedad privada como
subordinado al derecho al uso común, al destino universal de los bienes. Por lo
demás, el Magisterio admite, en determinadas circunstancias, la legitimidad de
la socialización e incluso de la estatificación de algunos medios, que se hará
conforme a cuatro principios que deberán respetarse: principio de la propiedad
privada, principio del bien común, principio de subsidiariedad y principio de
solidaridad.
¿Qué aporta su manual respecto a los manuales ya
existentes?
Cada autor posee su propio estilo y acentúa aspectos
distintos a la hora de tratar las diversas cuestiones. Más allá de esta
diferencia, presento un manual con un sólido armazón de filosofía moral, algo
inusitado en este tipo de obras, así como una abundante producción de
pensamiento cultural y contemporáneo, con la descripción de la fluctuante
actividad social y política de la historia reciente, que contribuyen a
enriquecer un texto de moral social que no se aparta en lo esencial de los
contenidos propuestos por la constitución pastoral Gaudium et spes. Por lo
demás, tampoco creo que exista un manual que recoja el pontificado del papa
Francisco, como aquí también se hace, abundando incluso en su pensamiento
social. En realidad, el Magisterio y la doctrina de la Iglesia recorren la obra
de un modo transversal.
En esa “fluctuante actividad social y política”, ¿qué
papel desempeña la Iglesia?
La Iglesia no puede desinteresarse del ámbito social,
no es indiferente a cuanto en la sociedad se decide, a la calidad moral de la
vida social. La sociedad, y con ella la política, la economía, el trabajo, el
derecho, la cultura no constituyen un ámbito meramente secular y mundano, y por
ello marginal y extraño al mensaje y a la economía de la salvación. La
sociedad, con todo lo que en ella se realiza, atañe al hombre. También en el
campo social, como dondequiera se planteen cuestiones sobre moral, jamás puede
la Iglesia descuidar ni olvidar el mandato de vigilancia y de magisterio que le
ha sido impuesto por Dios. Asimismo, la Iglesia no quiere ser un agente
político, pero mantiene un gran interés por el bien de la comunidad política.
Con su doctrina social, argumentada con aquello que es conforme con la
naturaleza del hombre, la Iglesia contribuye a realizar lo que es justo,
ayudando a anteponer las exigencias de la justicia a los intereses personales,
partidistas o de un Estado.
Parece que las relaciones de la Iglesia con el Estado
son buenas si las comparamos con gobiernos anteriores, más beligerantes quizá
con sus legislaciones progresistas
Hace unos días leía un artículo interesante en The
Economist, donde el profesor Pasquale Annicchino se preguntaba: “¿puede haber
un líder político católico?". La evidencia sugiere -decía- que cualquier
aspirante que intente revertir las cuestiones bioéticas reproductivas está
condenado a fracasar en tiempos de grandes cambios culturales y en unas sociedades
cada vez más secularizadas. Si exceptuamos Estados Unidos, con los efectos
inciertos del enojoso huracán Trump, o la Polonia poscomunista, ni siquiera un
líder católico como Françoise Fillon (en horas bajas por los indicios de
malversación de fondos públicos y abuso de bienes sociales), comprometido a no
legislar la gestación subrogada o la inseminación artificial, estaría dispuesto
a revocar la legislación liberal sobre el aborto porque, en su opinión, “no es
de interés público reabrir ese debate”. El Partido Popular en España,
anquilosado en el homo oeconomicus, ha menospreciado el debate cultural e
ideológico porque, a su juicio, no le reportaría un mejor rédito electoral
reabrirlo o “revertir las cuestiones bioéticas”. El debate cultural o ideológico
está cedido estratégicamente a la izquierda. Sólo el tiempo dirá si el espacio
ideológico de la derecha española está polarizado en el PP de Rajoy, porque,
como sostenía Giuseppe Mazzini, “las promesas son olvidadas por los príncipes,
nunca por el pueblo”.
Las relaciones de la Iglesia con el Estado son
relaciones pactadas en unos Acuerdos, donde existe un mandato constitucional de
cooperación con la Iglesia católica y las diversas confesiones religiosas. En
mi opinión, ningún gobierno democrático ha sido capaz de elaborar una línea
cultural y política sobre la cuestión religiosa. Por lo que respecta a la
institución de la Iglesia, la débil reacción de la actual jerarquía católica
ante la deriva ideológica provocada por leyes inicuas, como las que destruyen
la familia, revela una Iglesia entumecida y domesticada. La teología se
encuentra sumida en una grave crisis intelectual y el clero está siendo abatido
por la religión secular. Incluso algunos prelados ofrecen un lamentable
espectáculo de ambigüedades con la canonización de la subjetividad de la
conciencia desde tribunas de alta responsabilidad eclesiástica, a raíz de la
publicación de la exhortación apostólica Amoris laetitia.
¿Cómo deberían ser entonces esas relaciones?
Hay que reconocer la existencia de valores morales que
preceden y son independientes del Estado, y que deberán informar la actividad
política. Una auténtica laicidad de Estado evitará dos extremos: la imposición
coercitiva de una teoría moral convirtiéndose en un Estado ético, así como el
rechazo de las instancias morales provenientes de tradiciones culturales o
religiosas. La ética política tiene una dependencia relativa de la ética
personal, y el Estado no puede imponer una deriva individualista moralmente
inaceptable para el bien común.
Esa distinción implica, en segundo lugar, que el
Estado no puede gobernar las conciencias, puesto que el fundamento moral de la
política se encuentra fuera de ella, y que la Iglesia no posee ningún poder
político coercitivo, puesto que su pertenencia a ella es voluntaria y su
potestad es espiritual y no política. De esta manera, Estado e Iglesia se
adecúan a sus propias funciones, garantizando así la libertad religiosa y
social.
Finalmente, hay que favorecer un clima de armonía y
colaboración entre la Iglesia y el Estado. Tanto una como otra no pueden dejar
de encontrarse. La función de la religión es de naturaleza espiritual, pero en
cuanto inserta en una realidad histórica precisa estructura social y dimensión
jurídica en el seno de la sociedad civil. Por su parte, el Estado reconocerá
los fines y bienes de la comunidad religiosa, dentro de los límites del bien
común, sin interponerse en su organización interna. Asimismo, la Iglesia, sin la pretensión de
sustituir al Estado, no se quedará al margen de la lucha por la justicia,
siendo ésta también tarea del Estado. Tanto la Iglesia como el Estado están al
servicio del hombre; ambas comunidades podrán cumplir la propia función con
tanta mayor eficacia para bien de todos, cuanto más sana y mejor sea la
cooperación entre ellas. Si el Estado ignora a la Iglesia se pondrá en
contradicción consigo mismo, al obstaculizar los derechos y deberes de los
ciudadanos católicos.
Tiempos de profunda secularización que no encuentran
fácil respuesta
Así es, lo cual nos llevaría a una exigencia de
formación permanente a la que intenta dar respuesta la aparición de “Moral
socioeconómica y política”. Si no queremos caer en un periodo de secularización
ética y sociopolítica, donde los actos humanos sólo se explican por su
referencia a la sociedad y no por la naturaleza, reeditar un tiempo posmoderno
por reacción al moderno ilustrado, o un confuso pensamiento débil y
fragmentario, el desarrollo integral de la persona humana deberá estar en el
centro de cualquier estudio que pretende elaborar la doctrina social, sabiendo
que los problemas de la reflexión ético-teológica son siempre difíciles a causa
de su novedad y las aspiraciones éticas de nuestro tiempo con el fin de
realizar una acertada síntesis entre lo viejo y lo nuevo.
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Roberto Esteban Duque es sacerdote y doctor en
Teología Moral. Profesor de Teología Moral en el Seminario Mayor de Cuenca, es
autor de obras de tipo académico (La concupiscencia en el Magisterio de Juan
Pablo II y A la búsqueda de la felicidad. Estudio sobre el tema de la felicidad
en los manuales de Teología Moral en España 1979-1993) y otras dirigidas a
público no especializado (Ensayo sobre la muerte, La verdad del amor, La
dificultad para creer, La voz de la conciencia y La exigencia de la santidad).
En la actualidad, es párroco de Honrubia, columnista en La Gaceta y colaborador
de la revista Palabra. En ediciones EUNSA ha publicado Teología Moral Especial.