Jesús Petit Da Costa
Noticiero Digital, 14-3-17
La Iglesia Católica ha sido siempre en Venezuela un
poder fáctico (o de hecho) determinante, tanto por un factor cuantitativo (los
venezolanos somos católicos en mayoría abrumadora) como por un factor
cualitativo (constituye el verdadero Poder Moral, estructurado como ejército de
la fe con disciplina vertical, que cuenta además con fuerza social indudable).
Como poder fáctico la Iglesia tiene, desde que se hizo religión del Imperio
Romano, una vocación política, que a partir de fines del siglo XIX fue dotando
de ideología actualizada, llamada Doctrina Social, la cual después de la
Segunda Guerra Mundial se convirtió en la tesis política de los partidos
demócratas cristianos que fueron fundándose en Europa y simultáneamente en
América. Aquí en Venezuela comenzó con la constitución de la UNE (Unión
Nacional de Estudiantes) en 1936 como rival de la Federación de Estudiantes de
Venezuela (FEV), dirigida por jóvenes de ideología socialista y comunista.
Luego los uneístas fundaron un partido político, el PAN (Partido de Acción
Nacional), hasta que decidieron constituir el Partido Socialcristiano COPEI en
1946.
Como verdadero Poder Moral, con vocación política, la
Iglesia ha sido la única que ha hecho el diagnóstico correcto de la situación
de Venezuela que se resume en estas dos frases: 1) “En la historia del país
ningún gobierno ha hecho sufrir tanto al pueblo como el actual”; y, 2) “la
causa fundamental es el empeño del Gobierno de imponer el sistema totalitario
recogido en el Plan de la Patria (llamado Socialismo del Siglo XXI), a pesar de
que el sistema socialista marxista ha fracasado en todos los países en que se
ha instaurado, dejando una estela de dolor y pobreza.”
A esta declaración la precedieron los pronunciamientos
categóricos del Cardenal Velasco, fallecido Arzobispo de Caracas, y el Cardenal
Castillo Lara, quien ya retirado de las más elevadas funciones que un
venezolano haya tenido en el Vaticano regresó a su patria para librar la lucha
postrera de su vida. Pero ocurre que en este momento, como lo dije antes: “la
Iglesia Católica Venezolana está sola en su digna y valiente posición, porque
no hay demócratas-cristianos en la MUD. Todos son marxistas o
socialdemócratas.” Y, por consiguiente: “Suplir esta deficiencia, como
alternativa, es fundamental para que la Doctrina Social de la Iglesia sea la
guía para la acción y para organizar el sistema político-económico que
sustituya al comunista actual”.
Consciente de esta falla, por la cual su mensaje no ha
tenido las consecuencias políticas que ha debido tener, la Iglesia se ha
dirigido a los laicos católicos, que somos los fieles, recordándonos nuestra
misión indicada en los Evangelios: “el verdadero cristiano es sal de la tierra
y luz del mundo. No esconde su luz, sino que la hace brillar delante de los
hombres para que sus buenas obras iluminen a la sociedad..Busca el bien común
guiado por una conciencia recta. ¿Cómo ser portadores de luz y esperanza en un
panorama de oscuridad y muerte? Este es el desafío que nos interpela más
profundamente como ciudadanos y como creyentes…Es necesario generar gestos
valientes e iniciativas innovadoras..El llamado es a ser protagonistas del
presente y del futuro de nuestro querido país..Es una responsabilidad
ineludible porque frente al mal nadie puede permanecer como simple espectador.”
Pero sucede, como los Obispos reconocen, que el movimiento
de laicos “busca refugio en los aleros de los templos” porque su actitud
siempre ha sido “más de devoción piadosa que de salida, riesgo y compromiso”.
Entonces no cabe esperar que sean los laicos como tales los que asuman la
misión fundamentalmente política de esta hora. Solamente los laicos políticos o
que se hagan políticos serán los que harán esta tarea, si emergen como los
nuevos líderes demócratas cristianos, en perfecta interacción con los Obispos
para contar con la fuerza social de la Iglesia que emana de ser el verdadero
Poder Moral.