(I.-Lenguaje y marxismo cultural en la Iglesia)
Infocatólica,
6.11.16
“El hecho de que, durante décadas, la lucha contra el
marxismo clásico haya dejado de ser tratada como una prioridad para la Doctrina
Social Católica, ha debilitado la capacidad de los fieles, especialmente de los
políticos católicos, de reconocer y combatir el marxismo cultural.”
“El lenguaje claro es una condición importante para la
victoria en las batallas espirituales y culturales”.
La doctora Anca-María Cernea, miembro del Centro de
Diagnóstico y Tratamiento Victor Babes y miembro de la Asociación de Médicos
Católicos de Bucarest (Rumania), y que se ha desempeñado como Directora de
Asuntos Internacionales del Gobierno de Rumania (1998-2000), fue conocida en el mundo católico por su
valiente testimonio en el último Sínodo de las Familias -al que había sido
designada como auditora laica-, poniendo “el dedo en la llaga” que a muchos nos
arde últimamente.
En estos días tenemos el honor de recibirla como
invitada a nuestro país para brindar una serie de conferencias, de las cuales
ha dado noticia el p. Javier Olivera en su blog, y Dios mediante, también nos
ofrecerá, ya vuelta a su patria, una videoconferencia en el marco del próximo
Encuentro de Formación Católica de Bs.As.
Conversando con ella sobre una serie de cuestiones de
máximo interés para los católicos, hemos realizado esta entrevista que le
agradecemos profundamente, teniendo en cuenta el intenso trabajo que la ocupa
en estos días.
Dada su extensión, la publicaremos en dos partes para
mejor asimilación y aprovechamiento.
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1) Ud. ha
ganado gran notoriedad a raíz de su intervención en el último Sínodo de las
Familias; ¿podría contarnos cómo fue convocada y en qué consistía su
participación?
La notoriedad que llegó a tener mi humilde
intervención de 3 minutos en la plenaria del Sínodo de la familia 2015 dice
mucho de los tiempos que vivimos. Porque yo sólo dije cosas normales, cosas que
la Iglesia siempre ha enseñado, cité ejemplos de personas que han tomado en
serio aquellas enseñanzas, asumiendo todas sus consecuencias, traté de explicar
los desafíos anticristianos de hoy a la luz de la profecía de Fátima y de la
experiencia milenaria de la Iglesia con las herejías gnósticas, y pedí que la
Iglesia no dejara de luchar para salvar las almas del pecado y para convertir
el mundo. No había en mis palabras nada que justificara alguna sorpresa. Si
hubo sorpresa, eso quiere decir que algo no va bien en la Iglesia.
Inicialmente no era yo quien debía participar en el
Sínodo. Era la Dr. Maria-Elisabeta Dunca-Moisin, la Presidenta de nuestra
Asociación de Médicos Católicos de Bucarest. Ella no pudo ir, propuso a nuestros Señores Obispos que fuera
yo, y ellos aceptaron. Así fue que llegué a ser la auditora laica de Rumania.
Los auditores éramos unas 30 personas de varios países
del mundo. A diferencia de los Padres Sinodales, no podíamos votar. Pero
participábamos en los trabajos, tanto en las sesiones plenarias como en los
círculos lingüísticos. Teníamos la posibilidad de hacer cada uno una
intervención de 3 minutos una sola vez en la Plenaria. En los círculos,
podíamos tomar la palabra, si los Padres Sinodales nos lo permitían.
2) ¿Qué
consecuencias sobresalientes destacaría en este Sínodo, ya favorables como
desfavorables?
Confieso que salí para Roma muy preocupada, porque mi
marido y yo habíamos seguido muy de cerca los trabajos del Sínodo anterior
(2014) y habíamos visto los increíbles ataques contra la doctrina católica que
se dieron entonces, y que procedían lamentablemente, además, de altos jerarcas
de la Iglesia. Conociendo mis pecados y mis debilidades, me preguntaba qué
sería de mi pobre fe cuando viera de cerca algo parecido, en el seno mismo del
Vaticano. Además, me preocupaba la responsabilidad que asumía como
participante, aunque no tuviera mucha posibilidad de contribuir al resultado
final del Sínodo.
Dios me concedió la gracia de volver muy fortalecida
en mi fe en la Iglesia (creo que lo debo también a las oraciones de muchísimas
personas que estaban rezando por mí en Rumania), porque encontré, tanto entre
los Padres Sinodales, como entre los demás auditores, personas de fe verdadera,
de gran solidez teológica y moral, ejemplos de vida cristiana y de profunda
oración. Algunos venían de países donde muchos pagan con su vida la fidelidad
hacia Cristo. Todavía hay mucha santidad en la Iglesia Católica. Dios la va a
proteger, y a pesar de los ataques, las puertas del infierno no prevalecerán
contra ella.
A lo largo de las tres semanas del Sínodo, llegué a
convencerme de que los Padres que seguían fieles a la doctrina católica
prevalecían también desde el punto de vista numérico. Los revolucionarios eran
una minoría, y me pareció evidente que lo sabían; pero estaban muy bien
coordinados, tenían prioridad al expresarse en los medios de información y
alardeaban de gozar del apoyo del Papa.
Lamentablemente, el documento de trabajo que había
sido propuesto, el Instrumentum Laboris era muy malo desde el principio, y era de esperar que no fuera posible transformarlo
en un buen documento. Como resultado de los trabajos, se le quitaron muchos de
los defectos iniciales más graves. Sin embargo resultó un documento final
lleno de confusiones, que pudo ser interpretado de maneras diferentes, hasta
opuestas, y que no ayudó mucho a fortalecer la familia.
3) Tenemos
entendido que ud. preside la Asociación de Médicos Católicos de Bucarest,
¿cuándo se ha fundado esta asociación, y cuáles son sus principales objetivos,
en relación con las políticas oficiales de su país?
No soy yo la Presidenta, este es un error que proviene
del Sínodo, donde inicialmente tenía que ir la Dr. Maria-Elisabeta Dunca-Moisin.
Yo avisé y pedí por escrito que fuera corregido ese error, que pusieran
representante en vez de Presidenta, pero sólo cambiaron los nombres, el título
quedó igual. Mi marido y yo somos médicos los dos y miembros de la Asociación
de Médicos Católicos de Bucarest.
Ésta es una ONG dedicada a la protección y defensa de
la vida y de la dignidad humana, de la familia y de la libertad desde la
perspectiva de la enseñanza de la Iglesia Católica. Tenemos actividades en
diferentes campos: médico-social, educativo, legislativo y jurídico, tanto a
nivel nacional, como europeo e internacional.
4) En su
intervención en la sesión del 16/10 del Sínodo, ha llamado la atención sobre la
utilización indebida, por parte de la Iglesia, de un lenguaje propio de la
ideología marxista, que favorece una gran ambigüedad en el anuncio del
Evangelio, ¿a qué cree que se deba esta apropiación?
Creo que se debe en primer lugar al hecho de que el
Concilio Vaticano II no ha formulado explícitamente una condena del comunismo.
El comunismo es un error de naturaleza religiosa. A lo largo de los dos mil
años de su historia, la Iglesia había siempre cumplido su misión de velar por
las almas y de advertir al rebaño contra los lobos, es decir contra los
errores.
El comunismo es el error más homicida de toda la
historia de la humanidad. Y sin embargo, a partir de los años 60, cuando ya
decenas de millones habían sido asesinados en nombre del comunismo y otras
decenas de millones ya habían sido infectados en sus almas y sus mentes con el
virus del marxismo cultural, el problema del comunismo dejó de ser una
prioridad, como si se hubiera borrado del campo visual de la Iglesia, que dejó
de predicar sistemáticamente contra él, como lo hacía antes. Y muchos católicos
llegaron a pensar que las condenas anteriores del comunismo ya no eran válidas.
El lenguaje de las encíclicas después del Vaticano II
es diferente del de los Papas anteriores en lo que se refiere al comunismo. Los
documentos oficiales de la Iglesia ya no expresan el mismo anticomunismo intransigente,
sino una posición de neutralidad entre los “dos bloques", comunista y
“capitalista”. En la Doctrina Social Católica después del Vaticano II, el
rechazo del marxismo se fue haciendo menos radical, al mismo tiempo que la
hostilidad a la libertad económica aumentó. El lenguaje de las encíclicas
también sufrió una transformación desde el lenguaje cristiano normal al
lenguaje mediático ideológicamente contaminado.
Las defensas antimarxistas que los católicos tenían
antes, bajaron. Al mismo tiempo, la Iglesia fue el objeto de una infiltración
ideológica planeada por sus enemigos. Ya Antonio Gramsci, uno de los
principales autores del marxismo cultural, en los años 20-30 del siglo XX había
recomendado a sus compañeros comunistas que conquistaran la Iglesia Católica,
justamente porque ella era en aquel entonces el mayor enemigo del comunismo.
También se conocen los esfuerzos de la KGB para infiltrar y debilitar la
Iglesia Católica. Un ejemplo muy expresivo de tal operación KGB es la “teología
de la liberación”. Pero no es el único.
Una característica del marxismo cultural,
especialmente del gramscismo, es el politizarlo todo, pero pretendiendo que no
se trata de política sino de “ética” simplemente. Así es que muchas personas de
buena fe llegan a apoyar ciertas causas, sin darse cuenta de que en realidad lo
que hacen es política, y de que las causas que apoyan sirven a los intereses
comunistas: por ejemplo, el pacifismo, el desarme, la liberación de Palestina,
el ambientalismo, el aumento del papel de la ONU, etc.
El hecho de que, durante décadas, la lucha contra el
marxismo clásico haya dejado de ser tratada como una prioridad para la Doctrina
Social Católica, ha debilitado la capacidad de los fieles, especialmente de los
políticos católicos, de reconocer y combatir el marxismo cultural.
Los sermones que escuchamos habitualmente suelen
indicar como causa de la decadencia moral actual el “individualismo", y no
advierten contra la ideología del marxismo cultural, es decir contra un error de la naturaleza gnóstica, derivado de
la enseñanza satánica del marxismo clásico.
El lenguaje claro es una condición importante para la
victoria en las batallas espirituales y culturales: “Sea, pues, vuestra palabra: Sí, sí; no, no; pues lo
que se añade de más, procede del maligno.”
El vocabulario cristiano tiene todo lo que le hace
falta para describir la realidad. Simplemente debemos hablar cristiano. No
tenemos porqué utilizar herramientas de lenguaje de las ideologías que estamos
enfrentando; porque así les permitimos ocupar una posición de superioridad
moral y nosotros nos quedamos en una posición defensiva, como si tuviéramos que
pedir excusas porque existimos como cristianos. Incluso términos como
“paz", “justicia", “libertad", familiares al lenguaje cristiano,
están siendo utilizados ideológicamente, su significado original está siendo
distorsionado o invertido.
El deber de los pastores es hacer una distinción
clara. Deben predicar el Reino de Dios y Su justicia, no la “justicia”
socialista, entendida como control gubernamental sobre la economía, o
redistribución del ingreso. Deben predicar la paz así como nos la ofrece
Cristo, no como la definen las Naciones Unidas.
El uso de un lenguaje confuso, políticamente correcto,
ideológicamente contaminado, por líderes de la Iglesia, en lugar de la Palabra
de Dios, lleva a muchas sociedades católicas a la confusión moral y política, y
a derrotas en la guerra cultural. Los fieles se vuelven incapaces de
identificar el origen de los ataques contra la vida y la familia y de defenderlas
con éxito.
Utilizado por los pastores de la Iglesia este lenguaje
es una señal para los laicos que se dedican a la política de que “hay que girar
a la izquierda". Esto hace que ciertas opciones se vuelvan prácticamente
imposibles para los políticos católicos, como el apoyo al libre mercado, la
oposición al Estado-niñera o a la inmigración musulmana, el escepticismo con
respecto al “cambio climático” y al papel de la ONU. Porque si toman tales
posiciones, van a tener que decir cosas diferentes o contrarias a las que el
mundo oye de parte de la Iglesia. Y así quedan desacreditados como políticos
católicos, o bien quedan obligados a apoyar las causas de izquierda. Esta es
una de las razones por las que en tantos países con mayoría católica las
elecciones las ganan los marxistas culturales y los católicos no pueden ni
siquiera tener representación política en tanto tales.
5) Ud. se
ha referido a la “batalla cultural” que se libra en el interior mismo de la
Iglesia, ¿por qué cree que se ha abandonado esta terminología, evitándose
sistemáticamente, sobre todo, cualquier mención a la enemistad con el mundo?
¿Se trata de conceptos superados por la nueva cultura del encuentro que se nos
propone?
El Padre Michel, un sacerdote francés muy devoto y
sabio, amigo de nuestra familia, lo formuló así: “Antes, la Iglesia
evangelizaba, predicaba, enseñaba. Más tarde prefirió limitarse a dar
testimonio. Luego se contentó con manifestar una presencia. Y ahora sólo se
está poniendo a la escucha.”
Creo que esto lo resume todo. Y es lamentable, porque
eso de dejarse guiar por el mundo en vez de convertirlo no es precisamente lo
que Cristo mandó hacer a los apóstoles: “Id por todo el mundo y predicad el
evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el
que no creyere, será condenado.” Y San Pablo así comprendía su misión: “!ay de
mí si no anunciare el Evangelio!”
El mundo necesita la Salvación. No podemos afirmar que
amamos al prójimo si no queremos compartir con él la Buena Noticia.
Un famoso ateo, Penn Jillette, co-anfitrión de un
programa de televisión muy popular en América del Norte, dijo estas palabras:
“Si usted cree que hay un cielo y un infierno, y que uno podría ir al infierno
o no conseguir la vida eterna, o lo que sea, y usted piensa que no vale la pena
decírselo, porque sería incómodo… ¿Cuánto hay que odiar a alguien para no
predicar? ¿Cuánto hay que odiar a alguien para creer que es posible que haya
vida eterna, y no decírselo?”
6) En esta
“cultura del encuentro”, cumple un papel fundamental el empeño ecuménico. ¿Cree
que la manera actual de concebirlo –no tanto como instancia a la conversión,
sino evitando el abordaje de los puntos que nos diferencian de otras
confesiones- tiene alguna relación con el marxismo cultural?
Es difícil dar una respuesta a la vez breve y completa
a esta pregunta.
Ya se sabe que la decisión de que Vaticano II no
pronunciara una condena formal del comunismo se debió al empeño ecuménico. El Papa Juan XXIII querría
mucho que al Concilio asistiese un representante de la Iglesia Ortodoxa Rusa.
El cardenal francés Tisserand, representando la Santa Sede, concluyó con los
soviéticos el “pacto de Metz”, un acuerdo conforme al cual éstos últimos
permitirían la presencia del Metropolita Nicodemo de Moscú a cambio del silencio
del Concilio sobre el tema del comunismo. Como ya hemos visto, la ausencia de
esa condena dejó el rebaño católico sin una protección adecuada contra ese mal.
Más tarde, el mismo tipo de ecumenismo estuvo a la
raíz de la Ostpolitik vaticana que, en vez de apoyar a los católicos de los
países del Este, en plena era de la persecución comunista, trataba de complacer
a sus gobiernos, ilegítimos y asesinos. Eso causó muchísimas dificultades al
Cardenal Wyszynski, el santo pastor de la Iglesia Polaca, para no mencionar el
caso del Card.Joseph Mindzentycardenal Mindszenty de Hungría (foto al lado)
.Lamentablemente, hoy en día ocurre lo mismo, el Vaticano parece privilegiar
las relaciones ecuménico-diplomáticas con Rusia y China, en vez de apoyar a los
católicos de Ucrania, que tanto sufren por causa de la invasión rusa, y a los
católicos chinos, perseguidos y martirizados por el gobierno comunista a causa
su fidelidad a la Iglesia Católica.
No podemos dejar de mencionar que la KGB también tuvo
un “empeño ecuménico” propio. Por ejemplo, según mostró el historiador búlgaro
Momchil Metodiev en su libro sobre este tema, los soviéticos y sus subordinados
búlgaros emplearon a los ortodoxos búlgaros y al Consejo Mundial de las
Iglesias para promover globalmente los objetivos estratégicos soviéticos. Lo
mismo pasó con todas las iglesias ortodoxas de países comunistas.
El ecumenismo que pretende reducir la verdad a un
denominador común, negociado en conferencias internacionales, no lleva a ningún
resultado positivo, exceptuando el aspecto turístico. Otros métodos son mucho más eficaces para
conseguir resultados: la fidelidad a la fe en su integridad, la oración para la
unidad y la alianza fraterna con los demás cristianos al defender junto con
ellos la vida, la familia, la presencia cristiana en el espacio público, la
Civilización Cristiana.
Como dije en mi breve intervención de Sínodo, no sólo
los católicos estaban preocupados y rezando mucho, sino también otros
cristianos, sabiendo que si la Iglesia Católica hubiera cedido al espíritu del
mundo habría sido muy difícil que sus iglesias resistieran.
Durante su visita a Rumania, en 1999, el Santo Padre
Juan Pablo II habló de la comunión en el martirio de los católicos y ortodoxos
que han dado su vida para el Evangelio durante el régimen comunista.
(Finaliza en el siguiente post)