ForumLibertas.com,
2-6-14
El arzobispo de
Valladolid y presidente de la Conferencia Episcopal Española ha subrayado, con
motivo de la presentación del libro Pensamiento social cristiano abierto al
siglo XXI, la implicación de los católicos en la vida social, señalando que no
se posee el monopolio de la interpretación sobre dicha realidad. El libro es el
resultado del trabajo colectivo de profesores de distintas universidades y
centros de la Compañía de Jesús, y su punto de partida, según sus propias
manifestaciones, es la Caritas in veritate.
José Cols, uno de los
coautores, presentaba lo que a nuestro juicio es una clave esencial de la
fuerza singular de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). Su carácter
holístico, integral, frente a la fragmentación del saber actual, poniendo por
ejemplo como Benedicto XVI “habla de ecología y aborto en su defensa de la
vida”. El pensamiento social de la Iglesia presenta, y eso lo decimos nosotros,
un modelo alternativo a la situación actual, y no solo unos cuantos principios
y criterios desperdigados que se eligen a gusto del consumidor, como si de un
supermercado de ideas se tratara.
Se dice, y es cierto,
que los propios católicos desconocen su doctrina social, pero no será por la
falta de libros y textos de índole diversa. Más bien aquí existe la primera
dejación cristiana, de la mano de obispados, parroquias y congregaciones, que
simplemente la abandonan al margen, a base de darle un tratamiento
academicista, alejando a los fieles de toda reflexión sobre la realidad. Este
es el primer y decisivo déficit a corregir. Los parroquianos han de poder
tratar los hechos políticos, económicos y sociales a la luz de la Doctrina
Social de la Iglesia.
La segunda cuestión
pertenece al ámbito más académico: las escuelas y universidades católicas deben
impartir el conocimiento de la DSI, no como una “maría” sino como un distintivo
de su especificidad positiva, porque para valorarla no es necesario partir
estrictamente de la fe; basta con la razón bien construida.
El tercer déficit,
pero este incomprensible por su enormidad, radica en la ausencia de
aplicaciones. Parece como si no hubiera ningún interés en trabajar para aplicar
aquella doctrina a realidades concretas. El que la Iglesia, su pensamiento
social, no sea un programa político no puede ser obstáculo para evitar la tarea
de traducirlo en políticas publicas concretas, cuestionables claro está,
plurales y por ello nada dogmáticas, pero que sin duda serian formidables
elementos de reconstrucción social y económica.
Pero aún queda una
cuarta cuestión. De la misma manera que el ayudar al enfermo, pongamos por
caso, se tradujo en las instituciones hospitalarias, también la aplicación de
la doctrina social requiere de un sujeto colectivo que se ocupe de su
traducción práctica, un sujeto histórico que es la propia Iglesia, y un sujeto
político que son los cristianos, junto con todos aquellos que sin serlo
comparten sus mismos fines. De lo contrario, la DSI se convierte en una
variante del angelismo más desencarnado.