Padre Raúl Hasbun
Revista Humanitas
Si bien el Gobierno actual ha logrado el
record de desestabilizar, en menos de 80 días, todas las certezas en lo tocante
a educación, tributación, inversión, ahorro, emprendimiento, empleo, vivienda,
agricultura, elección y número de parlamentarios, Constitución Política y
protección de la vida intrauterina, en este último punto hay razonables
augurios de que, de aprobarse una ley de aborto, deberá superar el veto
presidencial.
Esta certeza se extiende también a los
argumentos que fundamentarán el veto.
El primero es la experiencia comparada.
Los países que han liberalizado este mal social
saben que en los EE.UU. su número se triplicó en los primeros diez años,
para luego instalarse como una costumbre. Lo mismo sucedió en España.
El segundo es la evidencia científica. La
biología moderna sabe que hay una vida humana nueva desde el momento de su
concepción. Por algo los también modernos sistemas jurídicos han transformado
el ADN en la “prueba reina” de identidad personal, incluso en hipótesis de
devastación corporal.
El tercero es el criterio y grado de
civilización de un país: se mide por la protección de los más necesitados. No
valora al sujeto por los afectos que suscita ni por la utilidad que presta.
Sólo por existir.
El cuarto es nuestro ordenamiento
constitucional. Nos obliga expresamente a proteger la vida desde el momento de
la concepción, otorgando al embrión el status de persona.
El quinto es el derecho a la objeción de
conciencia y no discriminación, bienes jurídicos que se lesionan si el médico
es obligado a obrar contra su imperativo más profundo e íntimo.
El sexto es la libertad de empresa y de
asociación, puestas en entredicho cuando
la ley fuerza, a instituciones de aprobación y vida centenarias, a contrariar
sus principios fundacionales.
El séptimo es el juramento hipocrático: el
Mercosur ha asumido las Declaraciones de Helsinki y Tokyo, que rechazan aceptar
el aborto como acto médico. La medicina sólo puede actuar a favor de la vida.
El octavo es la idiosincrasia de nuestro
pueblo. Su cultura solidaria prefiere promocionar a la mujer y a su creatura,
otorgando libertad de optar por otras vías y con ello salvar a las dos. A la
mujer sola y desamparada hay que rodearla de protección solidaria en vez de
facilitarle el aborto.