Decir una verdad para defender una
mentira
Por Juan Carlos
Monedero (h)
Un folleto arrojado
en la vía pública –y que llegara a nuestras manos al advertir su tema:
Violencia de género– ha disparado este artículo. Porque, efectivamente, creemos
que la retórica de la agresividad sufrida por las mujeres –de la forma que sea–
es sólo una pantalla que enmascara intenciones y objetivos mucho más oscuros.
Con ésto no se quiere
negar la existencia de esta agresividad sino objetar la legitimidad de ese
discurso. Y si pretendemos objetarla es porque bajo esos términos puede
entenderse muchas cosas. Algunas, por ejemplo, son malas: el acoso verbal hacia
una mujer, la humillación a la esposa por parte del marido, la agresividad
física para con ella e incluso la trata de personas. Otras no, aunque nos las
quieran vender como si lo fueran. Por éso, para no ser cómplices de la
confusión, debemos hacer las siguientes aclaraciones.
1. La reprobación de
estas agresividades sólo es “la punta de lanza” de la propaganda del
pensamiento de género. Debe saberse que el rótulo de “violencia de género”
encubre otras cosas que son muy buenas. Se dirá que llevar a término un
embarazo no deseado es violencia de género, justificando el aborto; que el
oficio de ama de casa también lo es, plantando la sospecha en el hogar; que la
vocación de madre es violencia contra la mujer, sembrando la semilla de
pensamientos anticonceptivos.
El plan es sencillo:
el descrédito de las cosas malas debe proyectarse sobre las buenas,
ensuciándolas. La fuerza de esa indignación frente al mal –ese montar en cólera
ante la injusticia– será conducida –mejor dicho: utilizada– contra el bien. Se
condena la agresividad hacia las mujeres a los efectos de manipular esa adhesión.
Se dice una verdad para defender una mentira.
2. Fue pretextando
estos casos que se sancionó –el 11 de marzo del 2009– la ley 26.485, denominada
“Ley de protección integral para prevenir, sancionar y erradicar la violencia
contra las mujeres en los ámbitos en que desarrollen sus relaciones
interpersonales”. Con semejante título, parecería que quien osara criticar la
ley justifica la violencia contra la mujer. Así, de un lado, las mujeres
luchando por “ser respetadas”. Del otro, arrinconados, los malvados varones a
quienes sólo se nos permite asentir servilmente con la cabeza.
3. Como era de
esperar, los diarios se hicieron eco de esta terminología nada inocente. Por
ejemplo, Clarín –que para algunos “ahora es bueno” porque pelea contra el
gobierno– tiene una sección denominada Violencia de Género, en donde notas
tales como la muerte de una mujer a manos de su ex marido –antes ubicadas en la
sección Policiales– ocupan ahora esa plana.
La noticia recibe,
por el peso mismo de esta palabra, una determinada “lectura”: antes, se trataba
de un atentado contra la justicia; palabra que, por sí misma, nos remitía a la
verdad. Ahora, el marco ha cambiado. Son problemas de género. El marco en el
que se leen y se comprenden este tipo de noticias es la perspectiva de género;
y luego, la falsa disyuntiva: ¿condena usted el hecho sucedido?
Si decimos sin más
que lo condenamos, habiendo aceptado esa palabra talismán, nos obligarán a
aceptar también toda la galaxia de ideas que gira en torno a esa palabra. Pero
si –en cambio– decimos que no lo condenamos en los mismos términos que ellos,
astutamente nos acusarán de justificar la violencia contra la mujer. Es la
falacia de las muchas preguntas; en efecto, se habla de varias cosas que pasan
como si fueran una y la misma.
4. Debe comprenderse
lo siguiente: la verdadera intención de estos ideólogos y de sus propagandistas
no es eliminar las injusticias que la mujer pueda padecer. Ésa es sólo una
pantalla. En realidad, pretenden legitimar tanto la promiscuidad sexual como el
aborto, dos pilares de la mentalidad anticonceptiva.
Que no nos confundan
con estadísticas imposibles de comprobar. Que no nos confundan con su
palabrería vana y su griterío desaforado. Las palabras “violencia de género”
son un anzuelo: por ellas, se subordina la vida del niño por nacer a la
elección de su madre. Y si la madre decide quitarle la vida “interrumpiendo su
embarazo”, todo aquél que busque salvar al hijo ejercerá una inaceptable
violencia contra su supuesta “libertad reproductiva”. Ésto no es una deducción
nuestra ni una proyección arbitraria. Está en la ley mencionada, cuyo decreto
reglamentario (1011/2010) es aún más explícito. Dice la ley:
“Artículo 6°.
Modalidades. A los efectos de esta ley se entiende por modalidades las formas
en que se manifiestan los distintos tipos de violencia contra las mujeres en
los diferentes ámbitos, quedando especialmente comprendidas las siguientes: (…)
d) Violencia contra la libertad reproductiva: aquella que vulnere el derecho de
las mujeres a decidir libre y responsablemente el número de embarazos o el
intervalo entre los nacimientos…”.
En una palabra:
afirmar que la vida del hijo no es objeto del capricho de su madre, será
violencia de género. Ésto es lo que buscan; si definen los términos del debate,
definen asimismo el pensamiento que determinará el resultado de ese debate.
5. ¿Cómo escapar de
este callejón sin salida?
El camino para evitar
estos males está en la inteligencia, “aquello que Dios más ama en el hombre”,
según expresión de Santo Tomás. Sólo el cultivo permanente del discernimiento y
la vigilancia constante del lenguaje puede impedir que caigamos en la
confusión. De lo contrario, seremos víctimas de la guerra de las palabras, hoy
desatada sin filtro alguno en nuestra sociedad. Que Cristo, Palabra Encarnada,
se haga presente en nuestras gargantas para que nuestra voz sea un eco de la Voz. Si por nuestro
testimonio salvásemos una sola vida, valió la pena.
27 de abril de 2013