Por Carlos Pagni
lanacion.com.ar
El 27 de enero de
2002, la ciudad de La Plata
se conmovió por una inundación que la sumergió casi por completo . Los vecinos
más afectados fueron los de la zona norte. Los mismos que hoy están bajo el
agua.
Dos meses más tarde,
esas víctimas reclamaron en una asamblea por las obras hidráulicas que les
venían prometiendo desde mucho tiempo atrás. Uno de los vecinos, José Salum, que
había visto en su casa cómo el agua llegaba a los 70 centímetros de altura,
inició un reclamo contra la comuna en la Justicia por 160.000 pesos. Ocho años después le
dieron la razón. Recibió una indemnización de 4100 pesos.
El juez Federico
Arias explicó en la sentencia que las inundaciones ya eran un fenómeno habitual
y que los gobiernos municipal y provincial eran responsables por el
mantenimiento insuficiente de desagües, alcantarillas y arroyos.
Un año más tarde,
ante la noticia de que Santa Fe había quedado bajo el agua, la prensa local
publicó: "La Plata
volvería a inundarse ante grandes precipitaciones".
El intendente era,
por entonces, Julio Alak. El actual ministro de Justicia. El 8 de agosto de
2004, 31 meses después del desastre, el vicepresidente de la universidad local
y el ex decano del Observatorio, en una ceremonia solemne, entregaron a Alak un
estudio sobre la cuenca del arroyo El Gato, que incluyó "el procesamiento
de la información planialtimétrica del cauce y del sistema pluvial, el análisis
estadístico de las precipitaciones intensas y la modelación hidrodinámica del
sistema de desagües" destinado a "prevenir futuras inundaciones en la
zona norte del distrito". Es la más dañada en estos días. En aquel
momento, la municipalidad se comprometió a crear un módulo de operación y
monitoreo hidráulico e hidrológico y un sistema de alerta en la cuenca de El
Gato, con un sistema de sensores para prevenir emergencias y actuar en tiempo
real. Fue a raíz de que -se dijo- las inundaciones de enero de 2002 revelaron
la necesidad de crear un sistema capaz de prevenir un fenómeno similar.
Los bomberos buscaron ayer cuerpos en el
arroyo El Gato, que Cristina Kirchner dijo que estaba intubado. Foto: LA NACION / Fabián Marelli
Tres años más tarde,
el 3 de marzo de 2005, los platenses quedaron de nuevo anegados. Otra
"lluvia sin precedente" arrasó con los hogares de 90.000 personas.
Los más perjudicados fueron los que vivían en la cuenca de los arroyos
Carnaval, Martín y, sobre todo, El Gato. Es decir, los de siempre.
Hubo que tomar una
decisión. El 7 de junio Alak licitó por 4 millones de pesos la ampliación de un
"conducto aliviador" que corre por debajo de la avenida 19. Y volvió
a prometer "un estudio de la cuenca del arroyo El Gato, realizado por la Universidad de La Plata ". Ganó el
concurso la empresa Coninsa SA, que en octubre de 2005 comenzó las
excavaciones.
Alak dejó la
intendencia en manos de otro peronista, Pablo Bruera, el 10 de diciembre de
2007. Pero antes de hacerlo, el 28 de abril de ese año, inauguró el
"conducto aliviador", aunque no estaba terminado. Un mes después,
quienes vivían en las inmediaciones de la obra despotricaban por los cortes de
tránsito para continuar los trabajos.
El 28 de febrero
siguiente, Bruera debió enfrentar otra inundación similar a las anteriores, con
los mismos afectados. El 18 de mayo dijo que "se está trabajando en la
elaboración, por primera vez, de un plan director, para saber con exactitud
cuáles son las obras básicas que necesita todo el distrito y evitar que nos
pase lo que ya vivimos [?] Durante años la actitud fue cerrar los ojos ante los
problemas hidráulicos generados por la expansión urbana y los pavimentos sin
desagües". Después presentó un plan director elaborado por un comité de
crisis.
El 28 de agosto de
2008, pasados seis meses de la nueva desgracia, desde los barrios castigados se
organizó una marcha para reclamar las obras del Plan Maestro Hidráulico. Los
inundados dijeron en una declaración que estaban "cansados de que los
funcionarios miren para otro lado sin hacer las obras prometidas ".
Los vecinos del Gran La Plata siguieron padeciendo
los desbordes, que a veces afectaron a otras zonas, como ocurrió con Berisso en
marzo de 2010. Así se llegó, sin alteraciones, hasta la tragedia de estos días.
Esta presentación de
los hechos peca por injusta. Deja la impresión de que los máximos responsables
del problema son Alak y Bruera, los dos intendentes de los últimos 22 años. Y
eso es falso. Las ambiciosas obras que se prometieron y jamás se realizaron
fueron acordadas con la provincia de Buenos Aires. A la vez, la provincia sería
financiada por la Nación.
En los tres niveles hay funcionarios de la misma fuerza
política.
Fideicomiso
El 29 de noviembre de
2006, el gobierno nacional creó un fideicomiso destinado, entre otros
objetivos, a la "mitigación de inundaciones", que se alimenta con un
impuesto sobre las naftas. La responsable de esa caja es la Subsecretaría de
Recursos Hídricos, que hoy está a cargo de Edgardo Bortolozzi, un experto en
siniestros ambientales. El 11 de noviembre del año pasado, Fernando Bertello
publicó en LA NACION
que 16 millones de pesos de ese fondo fueron desviados a Tecnópolis, la muestra
que exhibe la modernización de la década ganada. La Subsecretaría de
Recursos Hídricos depende del secretario de Obras Públicas, José López, y del
ministro de Planificación, Julio De Vido.
También tiene
responsabilidades en estas crisis el Consejo Hídrico Federal, un organismo
interprovincial cuya presidencia está hoy vacante. Le corresponde a la
provincia de Buenos Aires, pero Daniel Scioli no designó todavía a su
representante.
Ayer en La Plata la tensión pública
comenzó a subir, incluso con escenas de violencia. Scioli y Alicia Kirchner
pudieron palparlo cuando llegaron al centro de asistencia de la Cruz Roja. La
dirigencia política ha sido desafiada como nunca en su capacidad para asistir a
los que están en la emergencia.
La tentación
comprensible de la población es repetir " Piove, governo ladro! ". Es
la expresión con la que los italianos satirizan la inclinación a culpar a
quienes gobiernan por todo lo que ocurre de malo. Pero la tragedia de La Plata merece esa exclamación
de manera casi literal. No es el resultado de una catástrofe climática, sino
política.
Se suma al luctuoso
inventario que integran el desastre de Cromagnon, la masacre de Once, las
inundaciones habituales en la ciudad de Buenos Aires, el exterminio en cámara
lenta que llevan a cabo todos los días la violencia de los delincuentes y los
accidentes de tránsito.
Esa colección expresa
una realidad difícil de aceptar: que la Argentina ya no es la nación inclusiva, sin
discriminaciones raciales, cuya ascendente clase media acotaba el conflicto
social, equipada con un sistema educativo y sanitario ejemplar en la región, y
dotada de todos los climas y todas las riquezas naturales. Esa descripción es
un retrato en sepia. Fue sustituida por la imagen de una sociedad y, sobre
todo, de una dirigencia que para abordar sus problemas necesita que haya
muertos por decenas. Un país tres estrellas, en el que la vida en su dimensión
más elemental, biológica, ha perdido su valor.
Se pueden identificar
responsables muy precisos de esta declinación. El kirchnerismo, por ejemplo, se
cebó con las dificultades de Mauricio Macri para resolver las tradicionales
inundaciones porteñas, hasta que descubrió que en casa ocurría algo peor.
Las personalizaciones
explican mal tanto los éxitos como los fracasos. Debajo del drama de La Plata palpitan males
colectivos. Tal vez el menos perceptible es un sistema político que, desde hace
tres décadas, renunció a la competencia y, por lo tanto, al debate de problemas
y soluciones. Al amparo de ese vaciamiento conceptual, la vida pública queda
librada a un consenso perezoso, sin dirección. Curiosa deserción del Estado en
el país del estatismo.
Desde 1990 el
radicalismo se desentiende, en Buenos Aires, de elaborar un proyecto de poder.
Macri carece de candidatos relevantes. Y Francisco de Narváez debe desmentir
que sea el sostén extrapartidario de Scioli.
Sin embargo, las
muertes de La Plata
interpelan al peronismo más que a ningún otro actor. Desde 1987 ese partido
controla el poder en la provincia. Para conseguirlo se ha servido de una
prolongada metamorfosis: cafierismo, menemismo, duhaldismo, kirchnerismo.
Cambios de piel para mantener un pacto clientelar que, en su fracaso, ha
comenzado a cobrarse la vida de sus clientes. Sería la hora de un balance,
antes de que vuelva a sonar, inconducente, "que se vayan todos"..