el extraño caso de “Repensar la economía: ¿una cuestión de amor o de justicia?”
Giorgio Mion Del Observatorio Internacional Card. Van Thuan
El n. 5 de la revista “Concilium”, del 2011, fue dedicado al tema “Economía y religión”; entre las diversas contribuciones, se destaca con particular interés el de Johan Verstraeten, docente ordinario de ética en la Universidad Católica de Lovanio. Su contribución –que llevó por título “Repensar la economía: ¿una cuestión de amor o de justicia?” – tiene una aproximación crítica a los contenidos del Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (DSI) y, en parte, a la Caritas in Veritate, sobre la base de la presunta “gobernabilidad” del pensamiento social cristiano a posiciones que no tienen en justa cuenta el concepto de “justicia”.
Sobre tal contribución ya se han manifestado algunas posiciones críticas: por ejemplo, la del prof. Ceccanti –docente de derecho público en la Universidad “La Sapienza” de Roma y senador del partido Democrático– y de Liberté politique.
Trataremos de hacer una lectura crítica a la propuesta/protesta de Verstraeten, tomando algunos puntos de indudable interés, concordando, sin embargo, en no sobreponernos a las dos críticas ya anticipadas; nos parece en efecto, que en el artículo que aparece en Concilium se ponen dos cuestiones metodológicas importantes, que tienen –a nuestro juicio– consecuencias no indiferentes sobre los contenidos específicos del artículo:
1. ¿la DSI debe ponerse como “ética particular”, en una posición prevalentemente “pastoral” o está verdaderamente legitimada para intervenir en un espacio público más amplio, superando el riesgo del particularismo?
2. ¿la DSI debe tener un estatuto epistemológico de tipo normativo o se le puede pedir también un esfuerzo positivo de lectura de la realidad social?
Por cuanto hace referencia a la primera pregunta, nos parece estar en línea con el pensamiento de Verstraeten: hay una “necesidad” de participación del pensamiento social cristiano en el debate público; hay una evidente falta de función de los sistemas económicos, que no llegan a resolver algunas cuestiones globales fundamentales (el hambre, la diferencia norte/sur, etc.).
Entonces, la DSI no puede ponerse como pura “disciplina de las buenas intenciones”, sino que puede incidir sobre los sistemas socioeconómicos, hablando al mundo con sólidos y convincentes argumentos.
En cambio, en mérito a la segunda pregunta, nos ponemos en abierto contraste con la impostación que nos parece vislumbrar en el artículo de Verstraeten: en efecto, él critica el Compendio y, al menos parcialmente, la Caritas in Veritate en cuanto que no tienen en justa cuenta la justicia en posición de virtud fundamental, que debe ser preeminente en la estructuración de las instituciones económicas, sociales y políticas, prefiriendo a ella el tema del amor. El autor retiene que este último vaya en la dirección de reducir las cuestiones en campo a las relaciones intersubjetivas, en lugar de las institucionales, retenidas más importantes a los fines del re pensamiento de la economía.
En esta aproximación, nos parece que exista un cierto “dogmatismo”, también testimoniado por la continua referencia al documento del Sínodo general de los Obispos del 1971 (La justicia en el mundo), que habría sido descuidado en la redacción del Compendio y, de hecho, también en la Caritas in Veritate; se trata, en efecto, de una posición que nosotros definiremos de tipo “normativo”, que señala sistemas ideales fundados en la justicia retenida en economía “menos vaga” del concepto de utilidad social [según el parecer de quien escribe, en cambio, categoría lógica mucho más específica del debate económico], no teniendo en cuenta suficientemente el análisis de los hechos.
En contraste, la mayor calidad de la Caritas in Veritate nos parece ser el de partir de un análisis concreto de la realidad y de los sistemas económicos, individuando el nexo causal entre insuficiencia relacional de las personas e injusticia de los sistemas. En otros términos, la propuesta de Caritas in Veritate es la de partir de allá donde la brecha es mayor, la verdad sea dicha, sobre el plano de las interrelaciones subjetivas y de las motivaciones intrínsecas: ninguna reforma institucional, en efecto, puede ser eficaz sin tal substrato relacional.
Sobre esto, entonces, disentimos fuertemente con el análisis de Verstraeten: no es el mecanismo técnico –e institucional– que hace el sistema justo, sino la posibilidad que él se injerte para regular relaciones justas, fundadas en el amor.
¿En efecto, qué sentido tendría, instituciones nuevas y con reglas aparentemente inspiradas en la justicia si ellas se insertan en un contexto donde la persona es intrínsecamente utilitarista? En línea metodológica, plenamente coherente con el Concilio Vaticano II, entonces, nos parece que la Caritas in Veritate se propone mirar al hombre integral, así como él es, en los diversos contextos en los cuales actúa: una mirada de amor, pero en la verdad.
Esto no quita que Verstraeten acoja, de todas maneras, lúcidamente una parte del problema, la verdad sea dicha, la insuficiencia de las instituciones actuales para regular los sistemas globales; todavía, tal crítica corre el riesgo de ser estéril (en términos normativos) e ideológica (en términos positivos), si no se radica en un análisis más atento a las razones profundas de su misma injusticia.