en el
entendido de que la prohibición provoca más problemas que la apertura
Pancho Perrier
El Observador,
Julio 22, 2017
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Queda claro en este artículo que es una cuestión ideológica la que fundamenta el impulso de legalizar la venta y consumo de drogas. Y que no logrará eliminar el narcotráfico: de un total estimado de 160.000 consumidores en Uruguay, sólo 5.000 se han registrado para adquirir la marihuana legalmente. ¿A quien la comprarán los demás?
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En diciembre de 1938, cuando la quiniela se legalizó
en Uruguay bajo control del Estado, algunos policías perdieron un ingreso
extra. Hasta entonces era de uso que el comisario del barrio se acercara a
algún muchacho que levantaba quiniela clandestina y le ordenara: "Jugale
un peso a las dos cifras a la cabeza". Cuando el quinielero, sorprendido,
le pregunta a qué número, el comisario respondía: "Al que salga". Ese
acierto forzoso implicaba una coima de al menos 70 pesos, el salario policial
de un mes.
Que el Estado controle la quiniela o los casinos no
los hace mejores, ni siquiera elimina el juego clandestino; pero al menos quita
un poco de suciedad del medio. Algo de eso se espera que ocurra con el mercado
de la marihuana, que desde el miércoles 19 se vende en farmacias.
Esta legalización es un proceso a la uruguaya:
burocrático, confuso, lento, con subsidios y registros. Se descartaron
alternativas más simples, ya experimentadas en otras partes. También fue un
inicio receloso, pues sólo unas 5.000 personas aceptaron ser registradas,
aunque pronto serán muchas más.
¿Por qué registrarse para adquirir marihuana, y no
para comprar tabaco o alcohol? Se supone que hay al menos 160.000 compradores
potenciales. El mercado negro sigue tan campante. Pero es un principio de un
proyecto novedoso, que debería permitir que el cannabis emerja poco a poco de
la clandestinidad y pierda parte de su poder criminal.
Los consumidores aún son rechazados por el grueso de
la población. Según las encuestas, la mayoría no aprueba la legalización de la
marihuana por razones filosóficas, morales y de salud pública. Una convicción
similar, extendida a todas las sustancias que provocan alteraciones de la
percepción o la consciencia, llevó a prohibir el consumo de alcohol en muchos
países, desde Escandinavia al mundo islámico. El caso más conocido es el de la
"ley seca" que imperó en Estados Unidos entre 1920 y 1933 debido a la
prédica de iglesias protestantes ultraconservadoras. La demanda insatisfecha
disparó el crimen organizado.
La producción de alcohol por el Estado uruguayo a partir
de 1923 se debió más que nada a la creencia de que se podría sustituir el
petróleo y el carbón con un "combustible nacional" independiente.
La producción, suministro y consumo de marihuana está
prohibido en casi todo el mundo, como lo están otras sustancias más
"pesadas". Pero el muro se agrieta. Varios Estados dejaron de
castigar a los consumidores de cannabis o iniciaron experimentos de
liberalización parcial o total, desde los conocidos coffee shops holandeses al
mercado libre en Colorado desde 2014. Muchos otros Estados de la Unión, desde
California a Massachusetts, toman caminos similares.
La despenalización del consumo de ciertas drogas es
una vieja propuesta de los liberales. Milton Friedman, premio Nobel de Economía
1976, aconsejó hace casi tres décadas legalizar el consumo de marihuana e
incluso de drogas más fuertes como la heroína. Años después, un montón de
intelectuales latinoamericanos, desde Mario Vargas Llosa a Gabriel García
Márquez, abogaron por la misma causa. "La prohibición ha hecho más
atractivo y fructífero el negocio de la droga, y fomenta la criminalidad y la
corrupción a todos los niveles", dijeron.
Vargas Llosa, premio Nobel de Literatura, provocó
conmoción con una columna que publicó en enero de 2010 en El País de España bajo
el título "El otro Estado". No se declaran guerras que no se pueden
ganar, sostuvo. El problema no es policial sino económico, pues hay demasiada
demanda y demasiado dinero, y la situación sólo empeorará.
Las ideas permisivas, que pusieron el foco en la
prevención y la salud pública, comenzaron a prosperar cuando quedó patente el
fracaso de la lucha contra el tráfico de drogas en América Latina, que se
realizó básicamente según el enfoque de Estados Unidos, el principal mercado, y
bañó en sangre a varios países, desde Colombia a México. "Cuando haces
algo durante 40 años y no funciona, debes cambiarlo", dijo en 2016 el
presidente de Colombia, Juan Manuel Santos.
En marzo de 2000, el presidente uruguayo Jorge Batlle
dijo al semanario Brecha que era partidario de "legalizar todas las
drogas". Ideas similares ganaron peso político a partir de 2010, durante
la Presidencia de José Mujica. El resultado fue la ley 19.172 de diciembre de
2013, ahora en práctica: el primer caso de una liberación completa en un país
completo, con la esperanza de hacer un poco más claro lo que es opaco y
sangriento.